miércoles, 31 de diciembre de 2008

Promesas

Las ruinas de aquel campanario al que subía en su infancia destacaban sobre el paisaje nevado y un cielo gris que anunciaba más nieve. Había caminado durante horas para volver al pueblo que le vio crecer y que había permanecido sumergido en el limbo de las aguas de un pantano durante las últimas décadas. Reconocía las calles, no habían cambiado nada salvo por el fango que homogeneizaba las paredes, puertas y ventanas con el mismo tono ocre.

Llegó a su casa. La puerta estaba cerrada y pensó en lo vano de aquel acto. Podían haberla dejado ardiendo que hubiera dado igual. Entró sin problemas y se dirigió al sótano. Paredes y suelo aún guardaban mucha humedad pero no sentía frío. Al fondo, bajo una losa suelta, estaba lo que buscaba. Dos soldaditos de plomo idénticos y unas pocas monedas. El tesoro de su infancia que juró recuperar algún día.

El espíritu de Joaquín por fin pudo abandonar el mundo de los mortales.

martes, 30 de diciembre de 2008

Monstruos en la oscuridad

En el estanque no quedaban más que tres o cuatro ranas que se escondían de la espantosa epidemia depredadora que había brotado en los últimos días. Antes eran cientos que competían por ver cuál croaba más alto bajo la luz de las estrellas pero, la anterior luna llena, una figura se había acercado al estanque con la suavidad de un fantasma y atrapó a dos de ellas antes de que saltara la alarma y fueran a esconderse. Las siguientes noches fueron peores: las fieras, aun siendo terrestres, se arrojaban al estanque y se atacaban unas a otras por una rana que llevarse a la boca. Ahora velaban en silencio hasta que la salida del sol se llevaba a los monstruos de vuelta a sus guaridas de piedra.

Esa noche, dos de las ranas presenciaron como un horrendo brazo agarraba a una tercera que se escondía entre las piedras. El monstruo se la acercó a la boca y le clavó sus dos ojos azules durante unos instantes. Luego los cerró y se la acercó a la boca.

En el estanque resonó el sonido de un beso y el mundo se calló durante unos segundos hasta que se escuchó el sonido del cuerpo de una rana muerta golpeando el suelo. Maldito libro de los Hermanos Grimm.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Qué buena es la fruta

A pesar de ser un hombre muy ocupado, le encantaba ir al mercado a primera hora y visitar todos los puestos en busca de las mejores frutas. Lo que más le gustaban eran las cerezas. Fue puesto por puesto pero no quedaban. Y tampoco quedaban ciruelas. Al final se llevó un cesto de manzanas rojas que no le gustaban mucho, pero no aguantaba un día entero sin comer algo de fruta. Le dio una a su hijo y él se comió otra mientras caminaban de vuelta a casa.

A partir de ese día, Guillermo Tell hijo sintió una debilidad especial hacia las manzanas.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Insectos y niños

Janira nunca había visto antes a dos insectos tan hermosos, del color de la hierba iluminada por el sol. Nunca se había puesto a mirar a los insectos; antes sólo eran bichos que le daban asco o miedo y que su madre solía matar con un periódico, una alpargata o un spray. Pero ahora, de vacaciones en el pueblo, le encantaba coger una esterilla y tumbarse en la hierba a observar a los bichitos. Y esos dos eran muy bonitos -aunque parecían monstruos en miniatura- y grandes. Estaban los dos juntos, jugando uno con otro a montar a caballito y se tocaban las antenas el uno al otro. Se acercó un poco más. Era algo maravilloso. Ya nunca tendría miedo de los bichitos. La hembra le arrancó la cabeza al macho y comenzó a devorarlo.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Ojillos

María se sentía muy triste porque el sol ya se escondía bajo el mar.

En ese mismo instante, Steve miraba desde su ventana al sol salir entre las montañas.

Wilfred, en su caravana, le sacaba los ojos a su última víctima.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Fría soledad

"Esta noche no, cariño" fueron las últimas palabras que oyó de labios de su mujer. Al amanecer, se encontró abrazado a un cuerpo frío, inmóvil, carente de vida.

Habían pasado la noche anterior en casa de unos amigos, bebiendo, riendo, fumando, esnifando cocaína. Él había llegado muy caliente y acelerado, de nuevo adolescente. Pero ella se sentía mareada y quería dormir. Sus caricias arrancaron esas palabras y él se quedó con un nudo en el estómago y otro en la entrepierna. Salió de la cama, se alivió, y finalmente pudo dormir.

Y ahora se sentía tremendamente solo y culpable.

Se levantó del sofá, tiró la muñeca hinchable al suelo y fue al dormitorio a besar a su mujer.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad

Por la radio habían anunciado fuertes nevadas y temperaturas muy bajas. No era momento para coger el coche y tirar millas pero era un día irrepetible y Paula no se lo pensó más. Abrió el coche, pensó en su hijo y arrancó. Condujo muy despacio por las calles casi desiertas y finalmente se incorporó a la interestatal.

A lo lejos, sonaba una sirena. Acababan de detectar su fuga.

martes, 23 de diciembre de 2008

Toda una vida

Años tras año de trabajo, al terminar la jornada, colocaba cuidadosamente los lápices, bolígrafos y portaminas que había utilizado durante el día en su portalápices de madera. Había algo especial en ese recipiente que había tallado su padre una tarde en la que le había acompañado con las ovejas. Su padre, al caer la noche, le dijo que no estaba destinado a ser pastor y que aquel portalápices le recordaría siempre de dónde venía y cual era su destino.

Ahora, la víspera de su jubilación, sus herramientas de escritura parecían haberse fundido con el tarro de madera en una escultura perfecta y atemporal que representaba toda una vida, todo un arte. Con una hermosa sonrisa que llegaba hasta sus ojos empequeñecidos tras los cristales de unas viejas gafas se puso el abrigo y se despidió de su escritorio hasta el día siguiente, hasta el día en el que celebrarían una fiesta de despedida. Hoy había sido el último día de trabajo.

Llegó una media hora tarde por la mañana, tal y como le había aconsejado el jefe. La oficina estaba llena de globos, compañeros sonrientes, una pancarta y montones de cosas para picar. Al acabar con la primera tanda de abrazos se acercó al colgador y dejó el abrigo. Sobre su mesa, diáfana, un horrendo ordenador.

lunes, 22 de diciembre de 2008

¿Y si...?

La cabeza de la última cerilla del soldado Vergara describió una parábola humeante hasta el fango del patio. A nadie le quedaban cerillas, chisqueros o cualquier otro medio de encender el cigarro que colgaba de los labios del reo.

En aquel alcázar en el limbo, Francisco Jesús había alcanzado la inmortalidad.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Imperfecta perfección

No había manera de quitar esas manchas. Había conseguido tejer un manto negro, perfecto y, en un descuido, había estropeado su obra maestra. Sus hijos lo llamarían estrellas.

Cambio

Tenía muy claro lo que debía hacer. Dejar de pensar.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Un instante

Llevaba toda la noche conduciendo y le pesaban los ojos, los brazos, las piernas, la cabeza. Aún quedarían un par de horas para que saliese el sol y las nubes que cubrían el cielo sólo dejarían pasar algo de luz mortecina. Recordó. Pensó. Recordó.

Una fracción de segundo y se dio cuenta de que todo su futuro dependía de si lograba salir de esa jaula de metal que no paraba de dar vueltas. Había sido un gilipollas. Rezó por primera vez en muchos años. Había gastado todos sus ahorros en lotería de Navidad.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

martes, 16 de diciembre de 2008

lunes, 15 de diciembre de 2008

Las heridas del duende

No tenía muchas ganas de seguir con su trabajo. El resto de los duendes admiraban su destreza, cómo podía manejar aquellos fragmentos cortantes con tanta suavidad como para no herirse y con tanta fuerza como para colocarlos firmemente en su sitio.

Pero no se daban cuenta de que, de vez en cuando, se hacía heridas muy profundas que, aunque parecían curarse, le dejaban un regusto a miedo que crecía con cada nueva herida. Su trabajo era admirable, sí, de acuerdo. Un honor. Un gran servicio. Pero ya no quería seguir siendo el duende encargado de los sueños rotos.

Hoja en blanco

Así, de improviso, esa tarde se le había acabado el problema de quedarse horas ante una hoja en blanco. Había estado escribiendo unos minutos. Cuatro o cinco hojas arrugadas que fueron a parar a la papelera. Y entonces, como una bofetada, le quedó perfectamente claro lo que tenía que hacer en ese momento.

Se puso frenético. No podía parar. Las ideas bullían en su mente y no le daba tiempo a plasmarlas antes de que se le escurrieran del cerebro. Por fin. Ante él, una puerta abierta que pensó encontrarse cerrada. No dudó ni un segundo y pidió un paquete de folios.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Que no me vean...

Aquellas dos personas le resultaban de lo más sospechosas. Giró la cabeza y miró hacia el exterior. Nevaba y las luces amarillas de la noche iluminaban los copos que caín en su cono de luz. Respiró hondo, disimuló como mejor sabía. El hombre y la mujer pasaron a su lado y ella le miró fugazmente, lo vio por el rabillo del ojo. Aguantó la respiración y cerró los ojos.

Sintió como tres fuertes manos le sujetaban el cuerpo contra la silla y la cuarta le inmovilizaba la cabeza. Gritó y el resto de la gente de la sala o no miró, o lo hizo con escaso interés. El corazón se le desbocaba, no podía controlarlo. ¿Qué iban a hacer con él aquellas dos personas?

Una de las manos que le sujetaba el cuerpo se soltó e instantes después le metió algo en la boca. Le impidieron respirar hasta que se le fueron las fuerzas y se lo tragó. Sintió que se desvanecía.

El nuevo paciente paranoico comenzaba a resultarle cansino a los celadores.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Mi huevo

Al calor de las pasiones las primeras grietas aparecían en la superficie del huevo en el que crecía.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Pútrido olvido

Yacía pudriéndose en medio del campo con el corazón partido en dos. Era otoño y llovía y ni el hombre que la había dejado tirada a unos metros del camino se acordaba ya de ella.

De sus semillas nació un hermoso manzano.

lunes, 8 de diciembre de 2008

domingo, 7 de diciembre de 2008

Un momento maravilloso

Esa era la noche perfecta que había estado esperando. Durante cuatro horas había caminado cargando con el trípode y la cámara bajo un cielo salpicado de miríadas de estrellas por el que se abría paso una luna perfectamente redonda y ahora estaba llegando a la cima de la montaña.

La luna seguía desplazándose hacia el cañón y, en un instante mágico, derramaría su luz sobre el río que escondía en sus profundidades. Tendría la fotografía que siempre había soñado. Y ganaría el premio.

Colocó la cámara sobre el trípode y se quedó esperando. La luz resbalaba ya por la pared del cañón. Respiró hondo. Una, dos, tres veces. Dio una patada al trípode y gritó. Maldito eclipse de luna.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Gepeto

A través de los anteojos sus ojos cansados veían el mecanismo y la punta de las herramientas con las que lo estaba manipulando. Pronto lo tendría terminado, lo colocaría en el cuerpecito que yacía en la camilla a su lado y lo echaría a andar. Entonces sus compañeros de profesión sabrían si estaba o no loco y dejarían de llamarle Gepeto.

Al día siguiente fue la presentación en sociedad del joven Pinocho. Pinocho, asustado, permanecía inmóvil. Todos estaban expectantes. Muchos, deseosos del fracaso. Finalmente Pinocho echó a andar y una gran ovación llenó la sala. Gepeto derramó unas lágrimas de alegría. Su diseño era perfecto. Aquel ratoncito vivía con un corazón electrónico.

viernes, 5 de diciembre de 2008

jueves, 4 de diciembre de 2008

Romántica arqueología

A pesar de que la civilización actual parecía abocada hacia el colapso a nivel planetario y a una larga -¿eterna?- edad oscura, disfrutaba de su trabajo de arqueólogo. Era maravilloso descubrir un objeto que en su día pudo no ser más que una fruslería y ahora se había convertido en un bardo que contaba historias de la antigüedad cargadas de leyendas, verdades y supersticiones entretejidas en una hermosa historia que no quería desmentir.

Y aún así se seguía sintiendo como un gilipollas por haber perdido el iPod.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Tranquilidad

Su vida en ese momento era de lo más tranquila. Aunque las correas que le sujetaban a la cama le apretaban un poco.

martes, 2 de diciembre de 2008

Pesadillas

Ya no tenía la fuerza de su juventud y se sentía cansado tras pasar todo el día pastoreando a sus ovejas. Toda una vida de soledad salvo contadas visitas con las que almorzaba o cenaba y de las que no volvía a saber. Se sentó en el tronco de un árbol caído y trató de recordar cómo era el sol cuyo calor sentía en la piel. Pero habían pasado demasiados años desde que perdió la vista y sólo consiguió evocar la imagen distorsionada de un disco pálido.

El calor del día fue dando paso al frescor del ocaso. Llevó de vuelta al rebaño y se encerró en su casa. Cenó un poco de carne asada y un pedazo de queso. Sólo bebió agua. Luego se echó en el catre y soñó la misma pesadilla que se le repetía desde hacía años. Jamás olvidaría esa voz, la del último rostro que conoció. Finalmente, llegó la calma.

El anciano Polifemo roncaba.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Algo que te marca la vida

Le había aparecido una cosa en el regazo que le impedía trabajar. Todo había surgido a raíz de un accidente años atrás. Un amigo, alcohol, hielo en las calles... No supo decir que no. Y lo que en un principio era sólo un bultito aparentemente inofensivo fue creciendo y convirtiéndose en algo que le impedía hacer una vida normal, en algo que muchas veces le dejaba sin energía, que le hacía levantarse en medio de la noche e ir a urgencias...

Pero también esa cosa tenía su lado bueno, aunque mucha gente no lo entendiese. Besó la cabeza de su perro y éste saltó de su regazo para ir juntos a la calle.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Lo importante

Le quedaban dos cerillas y el rascador de la cajita estaba hecho polvo. Sentado entre unos cartones que le separaban del viento y la nieve lo único que le importaba era encenderse el maldito cigarrillo que colgaba de su boca. Lo demás le era indiferente.

La mujer del perro no paraba de llorar a pesar de los esfuerzos del policía que trataba de consolarla. Había encontrado el cadáver del mendigo al sacar al perro a primera hora de la mañana y no podía borrar de su mente aquel rostro congelado en una perversa sonrisa de la que colgaba una colilla consumida.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Con el futuro asegurado

Ya llegaba el día de su retiro y pronto podría disfrutar del resultado del trabajo de toda una vida. Más de diez años sin vacaciones, una vida solitaria, los gastos imprescindibles. Ahora se vería el valor de tanto sacrificio.

Llego a su casa con el último salario en la mano. Su perro meneó el rabo y le miró a los ojos pidiéndole permiso para saltarle encima y mostrarle su verdadera alegría. Se lo dio. Le acarició la cabeza y luego fue directo a la sala en la que guardaba su tesoro. Respiró hondo y abrió la puerta. Ahí estaba todo, amontonado en el suelo como si de un tesoro mitológico se tratase. Estiró el brazo y volcó su última paga en la cúspide del montón de sal.

Sueños de la infancia

Soñaba con vivir entre hombres de las cavernas, dinosaurios, mastodontes y helechos de decenas de metros de altura aunque sabía que, ni llegaron a existir juntos, ni era posible volver atrás en el tiempo.

A solo dos meses de terminar la clonación de la pareja de neandertales aquella jueza había ordenado la destrucción de su arqueozoológico por nosequé cuestiones morales.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Reincidente

Después de más de treinta años, era libre. El frío de la noche entumecía sus dedos y no tenía nada ni a dónde ir pero se sentía hombre por primera vez en muchos años. Le gustaba el cielo, callado y lleno de estrellas que le contaban mil historias. Le gustaba el viento que ululaba y asustaba a los ancianos y le dejaba las calles sólo para él. Le gustaba el frío que hacía crujir las hierbas bajos sus pies y que le dolía y le recordaba que estaba vivo y sentía. ¡Cuántas cosas se había perdido durante todos esos años, asomado al ventanuco del diminuto espacio en el que había pasado sus días!

Tenía hambre. Hambre y sed. Y hambre de mujeres y sed de lugares que aún no conocía. Miraba de reojo a la gente que le miraba de reojo, llena de miedo. Y no quería que ese miedo le volviese a entrar por los ojos y se le alojase en el pecho y le impidiera respirar hondo. No podía tener miedo. Y sólo sabía hacer una cosa.

Aquel bar de viejos tenía buena pinta. Estaban los tres o cuatro parroquianos de costumbre en la barra y en las tres mesas mugrientas rodeadas de sillas destartaladas no había nadie. Pidió una cerveza y se sentó de espaldas a la pared en la mesa del fondo, mirando hacia la puerta de la entrada. Luego metió su mano en el bolsillo y sacó su arma. A por todas. Y comenzó a escribir.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Diantre de tapa

El cliente estaba esperando con cara de pocos amigos a que terminase de una vez con la tapa. Era su primer día como camarero y ya se estaba subiendo por las paredes con la dichosa tapita de los cojones. Que tenía hambre el hombre. Nos ha jodido. Para eso iba al bar, ¿no? Pero es que no tenía ninguna paciencia. Al parecer era un habitual del bar y siempre pedía lo mismo. Pues ya podía decirle como iba la tapa en vez de resoplar y mirar el reloj continuamente. Y encima el jefe había salido a comprar la lotería de Navidad y no podía solucionarle la papeleta.

Se quemó el índice de la mano izquierda con la plancha y se cagó en Dios. Miró al cliente, ¿me podría echar una mano?. El hombre sonrió -había triunfado-, levantó parte de la barra y se le acercó. Quitó el seguro de la plancha y por fin bajó la tapa para calentar el bocadillo.

martes, 25 de noviembre de 2008

Manías

No era hombre de muchas manías pero no soportaba ver un hilo asomando de un tejido. Sabía que lo mejor era darle un corte a ras, quemarlo con un mechero o incluso dejarlo en paz y que tirar de él sólo iba a servir para romper lo cosido. Lo hacía con el bajo de las camisetas, los elásticos de la ropa interior o los calcetines, los remates de los puños de las sudaderas o cualquier costura de las batas. Pero ahora, en el trabajo, sabía que tenía que aguantarse. La verdad es que aquel hilo negro estaba pero que muy mal cosido. Una chapuza de pespunte y el remate, una auténtica mierda. Joder qué dilema.

Miró las tijeras que había dejado su jefe en sobre la mesa. Sólo era cuestión de acercarse a por ellas y cortar el sobrante del hilo. Pero una fuerza irresistible tiraba de su psique hacia aquel cabo insolente. Cada centímetro que se acercaban sus dedos al cordel crecía su excitación, anticipándose a la sensación de los tironcitos con los que saldría el hilo y la tensión casi orgásmica del placer de lo prohibido.

Sus dedos se cerraron en torno al hilo. Tenía la espalda chorreando de sudor y una sonrisa casi de loco por la que se le escurría un hilo de saliva. Cerró los ojos y tiró del hilo despacio y constantemente hasta que ya no hubo resistencia.

Abrió los ojos. No debía haberlo hecho. Menudo estropicio. Menuda cagada, qué coño. Se acercó a la puerta de la sala y escuchó durante unos instantes. No había nadie. Abrió, miró a uno y otro lado, y salió corriendo fuera del quirófano.

lunes, 24 de noviembre de 2008

I+D+i

Estaba seguro de que se encontraba muy, muy cerca de lograr su sueño. Los experimentos arrojaban unos primeros resultados aún mejores de lo que el escenario más optimista había previsto y de ahí a la producción en serie del prototipo todo iría cuesta abajo. Volvió a montarse en el vehículo, pulsó el botón de encendido y condujo por el circuito de pruebas. Iba muy suave, trazando curvas y acelerando y frenando según los cálculos optimizados por la centralita electrónica. El consumo era ínfimo y el confort máximo.

Llevó los resultados a la reunión en dossier impreso y un pendrive. Los patrocinadores iban a quedar realmente impresionados y podría dejar de dar clase en la universidad y dedicarse a tiempo completo a la investigación y los negocios.

Sólo necesito diez minutos para convencerlos de que era gilipollas. Salió de la sala de juntas a trompicones, con los ojos llenos de lágrimas. Los representantes del gobierno, la universidad y las petroleras se quedaron debatiendo cómo enderezar el embrollo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Pobreza y espíritu

Eso de tirar monedas y apuntar si salía cara o cruz estaba resultando ser más coñazo de lo que pensó cuando aceptó el trabajo. Voluntarios para experimento científico decía el anuncio del periódico. Llamó y se puso alguien del departamento de estadística de la Universidad de Miskatonic -no conocía esa universidad pero le dijeron que estaban como profesores colaboradores en la Universidad de Alcalá-.

La entrevista resultó amena y distendida y, mientras se bebía el café al que le habían invitado, le comunicaron que empezaría al día siguiente junto con otros dos voluntarios más. Fenomenal. 100 € al día por ocho horas de tirar monedas y apuntar los datos para comprobar nosequé de la validez estadística de una afirmación y su relación con la asimetría del Universo.

Eran las 15:37 del tercer día de experimento y estaba hasta las narices de tirar la monedita y apuntar el resultado. Su jornada acababa a las 18:00 pero no aguantaba más y los responsables del estudio dijeron que siguiese hasta las 16:00 y que ya le pagaban la jornada entera y quedaba libre del experimento. Cogió el tren y pasó a por unas cervezas por el supermercado antes de volver a casa. Enchufó la tele y se emborrachó hasta quedarse dormido.

Meses después, Joaquín Maltos salió muy contento con el magna cum laude por su estudio sobre los efectos psicológicos de los trabajos repetitivos y poco imaginativos. El jurado se lo había pasado en grande con las descripciones de las perrerías a las que habían sido sometidos los voluntarios.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Qué gente

Adriana se lamentó de lo loco que se estaba volviendo el mundo. Y seguro que si avisaba a la policía no le iban a hacer caso. Acababa de ver a un gamberro ya mayor, calvo y con bigote haciendo aspavientos y pegando voces dentro de una cabina.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Sueños de la infancia

Le encantaba ver pastar a las vacas paseando de la mano de su abuela cuando la acompañaba por el camino de tierra que discurría entre los pastizales de las colinas hacia el pueblo. Siempre conseguía de su abuela una moneda enorme de chocolate cuando terminaban de hacer las compras y se la comía durante el camino de vuelta.

Pero los veranos se acababan y llegaba el día en el que veía por el cristal de atrás del coche cómo la casa se iba haciendo más pequeña hasta que desaparecía de golpe tras una curva. Los días se volvían más oscuros y tenía que hacer cosas que no comprendía y que no le gustaban.

Acostada en la cama, tras la fiesta de su undécimo cumpleaños, se juró que nunca más haría cosas que no quisiera hacer.

A partir de ese momento los demás pensarían por ella.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Infierno

Más o menos cada dos minutos se repetía aquel aullido infernal. Entonces se acurrucaba en la esquina más oscura del túnel y se encerraba en sí misma hasta que aquel demonio dejaba atrás su aliento a metal quemado. Poco a poco se estiraba hasta que un nuevo engendro venía corriendo y el pavor volvía a paralizarla.

Horas después, con la ropa hecha jirones y sus dedos cubiertos de sangre, piel y cabello llegó la esperanza: los demonios cada vez tardaban más en regresar. Finalmente, tras uno rezagado, llegó el silencio. Ya no venían más.

Salió del túnel con la certeza de que, de quedarse, no aguantaría un demonio más. Deambuló por los pasillos oscuros hacia el aire fresco que su olfato intuía. La claridad de la luna apareció tras una esquina y apretó el paso. Llegó ante unas rejas cerradas marcadas por ese horrible blasón romboidal que se repetía hasta la nausea en el laberinto. Trató de forzar las rejas. Gritó. Lloró. Sangró. Se derrumbó derrotada en el suelo.

Los pasos de un vigilante resonaron a sus espaldas. Estaba perdida. Se acurrucó junto a la verja, iluminada por la luna, a esperar lo peor.

Teobaldo jamás se hubiera esperado algo similar en su primer día de trabajo como vigilante del Metro.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Desde el este

Como cada viernes tras el ocaso las mujeres caminaban murmurando sus plegarias en comitiva. El eco de sus pisadas en el empedrado de la calle quedaba ahogado entre tanto cuerpo y ropaje ajados por la edad. Llovía, pero no lo suficiente como para dejar la procesión. Se sentían solas, abandonadas a su suerte, y sus rezos eran la única esperanza a la que podían dar forma desde que semanas atrás llegaron las hordas de las frías estepas del este. No quedaba ningún hombre en el pueblo.

La luz amarillenta que vomitaba la puerta de la iglesia resultaba fríamente acogedora. Tras dejar la imagen frente al altar se arrodillaron en los bancos a proseguir con sus plegarias. Luego, se retiraron a sus casas.

Manuela se despertó sobresaltada cuando escuchó el chirriar de la puerta de casa. Aguantando la respiración tras el parapeto de las mantas prestaba atención a cada ruido que se acercaba al dormitorio. Se hizo la dormida. La puerta del dormitorio se abrió con suavidad y entró una figura que se detuvo ante la cabecera de la cama. Manuela sentía asco y rabia. La figura se agachó y besó su cabeza. Olía a alcohol y coño. Tomás había vuelto del burdel de las rusas.

martes, 18 de noviembre de 2008

El fin de una era

Aquella plataforma con sus tres columnas blancas que se alzaban en medio del bosque sostenía un techo invisible donde cientos de generaciones habían nacido, crecido, vivido y muerto a su sombra. Habían sido testigos del esplendor, caída, desaparición y surgimiento de civilizaciones y ya nadie, ni los más ancianos custodios de los más importantes archivos, sabía algo de su origen. Eran unas columnas de un extraño material, cálido al tacto, completamente diferente a cualquier otra sustancia conocida. Eran la prueba de la existencia de alguna extraña civilización.

A mediados del ciclo de luz del trigesimooctavo eón de la actual dinastía, un objeto inmenso que cubría todo el cielo arrancó la estructura de la tierra y la hizo desaparecer. El mundo nunca volvería a ser igual.

Jonás pensó que qué cerda podía llegar a ser la gente, dejando la mesita de plástico que viene con las pizzas tirada en medio del bosque.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Aristócratas

Menudo éxito de fiesta. Todos los invitados parecían estar pasándoselo en grande, dejando de lado su cara más rancia y mostrando su lado más patético. Aquella gente le resultaría insípida de no ser por el asco que sentía al observarlos. Pero no le quedaba más remedio que jugar a su juego si quería conseguir sus propósitos.

Tocaba otra ronda de mezclarse con ellos. Risas, lenguas viperinas, besos... Se haría un hueco entre esa gente. Se extendía la peste.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Quijote

Desde pequeño había admirado la figura de Don Quijote, ese luchar contracorriente por lo que uno cree, ese no dejarse convencer por lo que los demás equivocadamente ven, ese menosprecio por lo que no importa en la vida al luchar por aquello que uno cree que merece la pena. Era un personaje cuyo patetismo no era sino el reflejo de las miserias del conjunto de la sociedad.

Vaya si lo había admirado. Pero no iba a contratar a aquel perroflauta.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Inútiles

Llevaba caminando por aquel pasillo toda la mañana y no parecía que fuera a detenerse pronto. Seguía moviéndose hacia el frente sin cuestionarse nada. Como siempre había hecho. Siempre había funcionado.

Había millones como ella por todo el país. Millones a quienes no importaba la política, la economía, lo que sucedía por el mundo. Millones que sólo vivían para alimentarse, trabajar y buscarse un hogar. No aportaban nada bueno y encima destrozaban aquello por lo que él luchaba. Qué asco le daban.

El forestal pisó a la oruga que se había quedado atrapada en el neumático y se encendió un pitillo.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Por amor

Se echó las manos a los riñones. Se puso en pie. Sus rodillas eran dos callos dolorosos y aún quedaban semanas hasta que su obra quedara lista. En la palma de la mano izquierda le quedaban once pipas y el jardín estaba lleno de diminutos montículos. Por ese día podía descansar.

A lo largo de las siguientes semanas se dedicó a regar uno a uno los montículos con una jeringuilla. Los brotes fueron creciendo hasta que su jardín se llenó de cabecitas amarillas que comenzó a retocar con tijeras de cirujano.

Llegó el final del verano. Se acercó con las tijeras de podar y cayeron, uno por uno, los girasoles que había elegido. Se los llevó a su estudio y los colocó en el jarrón. Tardó dos días hasta quedar satisfecho con el resultado. Había quedado idéntico a su cuadro favorito de Van Gogh.

Fue a la nevera y sacó una cerveza. Se sentó frente al televisor, encendió el vídeo y volvió a ver El Sol del Membrillo.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Demasiado trabajo

Estaba harto de estar todo el día trabajando sentado rodeado de compañeros sin poder ni ver el sol. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Tres semanas? Y ya estaba hasta las narices de todo. Si por el fuera mandaría todo a la mierda y se iría a vivir al campo. Pero no. De él y sus compañeros dependía que todo fuera para adelante y sus jefes no estaban por la labor de dejarlos escapar.

Ya llegarían tiempos mejores. De momento, no le quedaba mejor opción que seguir remando y esperar a que el trirreme fuera capturado por algún enemigo que los liberase.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Lamentos

La noche iba acompañada de los quedos lamentos de sus compañeros. Muchos no volvían, nunca volverían. Otros lo hacían con heridas que jamás cicatrizarían. En todos el recuerdo de la cruenta batalla en la que perdieron la guerra.

Miró a las estrellas. Era la primera noche en semanas en la que las nubes dejaban ver el cielo. Y qué hermoso era, ajeno a las insignificantes vidas de los hombres, a sus pasiones, a sus miedos, a sus ilusiones. El aire fresco casi quemaba sus pulmones acostumbrados a la pólvora quemada y a la tierra agitada por las explosiones.

Entonces lloró. De alegría, de alivio, de pena. No había fracasado, sólo había perdido.

martes, 11 de noviembre de 2008

Sombra

Cada vez que vuelvo al cementerio lo hago lleno de pesar: sin miedo pero con una tristeza que carga cientos de años de cansancio sobre mis hombros. Cuántas veces habré entrado y salido de una fosa no lo sé; innumerables. Y tampoco sé si ando entre muertos o vivos. O de quiénes me sustento. Sólo soy una sombra en el cementerio. Sólo soy el ayudante del enterrador.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Vaya corte

En la caja de tiritas no había más que un par de envoltorios vacíos. A ver qué coño hacía ahora. Pegó una patada a la papelera y se aguantó el dolor. Se miró al espejo. Menuda cara de gilipollas.

En fin. Sacó los envoltorios, tiró la caja, y se los llevó con una sonrisa al dormitorio. Esa noche sólo habría sexo oral.

Remordimientos

Hacía meses que había dejado de sentir remordimientos por su trabajo. Así no quiso seguir siendo fiscal inquisitorial.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Pérdida

Los soldados yacían desperdigados por el suelo y con ellos su ánimo. Tantas horas que había pasado con ellos que ya no concebía su vida de otra forma y esa noche, de un plumazo, habían caído sin que él pudiera hacer nada. Cayó de rodillas y dejó que sus lágrimas lavasen poco a poco la angustia de su rostro. ¿De dónde salía tanta sinrazón, tanto dolor, tanta destrucción gratuita? Agotado, se dejó abrazar por el sueño entre sollozos para despertar cuando el sol ya calentaba.

Sentía en sus mejillas la sal cuarteándose y sus ojos enrojecidos se cerraban con el sol. Estaba harto. Harto de todo. Cogió el soldador y lo arrojó a la basura. Ya no sería escultor.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Agotado

El mendrugo que había guardado para por la noche estaba más duro de lo que pensaba y tuvo que mojarlo en agua para poder comérselo. No es que fuera un cena que tomara con ilusión pero al menos le ayudaba a engañar al hambre para dormir la noche de un tirón. Terminó de beberse el agua que le quedaba en la taza y se metió en la oscuridad del callejón hasta llegar a los cartones bajo los que dormía. Se acurrucó y se quedó dormido al instante. Comenzó a nevar.

Cuando amaneció su cuerpo ya estaba frío. Nadie supo jamás que, por segunda vez, Jesús había venido y se había ido.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Dolor de cabeza

Abrió los ojos y sólo veía lucecitas de colores. Le dolía horrores la cabeza. Demasiado alcohol. Trató de sentarse pero se escurrió y se golpeó la cabeza con algo duro. Estaba hasta los cojones de las dichosas lucecitas. Trató de moverse de nuevo y lo dejó por imposible. Se durmió.

Lo peor llegó a la mañana siguiente cuando sus padres le encontraron dormido semidesnudo bajo el árbol de Navidad.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Supervivencia

Había demasiada gente. Demasiada. Y así no podrían sobrevivir. ¿Y cómo hacer para decidir quién debía salvarse y quién no? El peso de la responsabilidad le hundía el ánimo. Era una suerte poder decidir de manera razonada cómo facilitar la supervivencia del mayor número de personas en vez de depender de las respuestas al pánico y también una maldición cargar sus recuerdos con las últimas miradas de los muertos.

¿Por qué lo habían coronado a él como jefe? Nunca se había comportado de manera violenta ni imperativa. Quizá por eso mismo su ánimo suponía un bálsamo para quienes sentían la fría mordida del miedo en la nuca.

Y en el fondo daba igual cómo habían llegado a esa situación. Habían llegado a ella y punto. No había vuelta atrás. El resto de sus compañeros seguían realizando sus fútiles rutinas diarias, ajenos a las cavilaciones que le ocupaban. Esa misma noche tendría que ejecutar las decisiones que hubiera tomado. Llegaba el frío.

Cuando llegó el equipo de televisión a la cueva se encontraron al jienense sonriente cubierto de sangre y los restos descuartizados de los demás concursantes apilados al lado de la fruta.

martes, 4 de noviembre de 2008

Recuerdo de la primera vez

El frasquito no cerraba bien y había formado una mancha en el bolsillo de la camisa que continuamente le recordaba a ella. La chica era un encanto y él por fin se había estrenado. Se sentía muy feliz y sabía que, desde ese día, las cosas ya no iban a ser como antes. Ya era un hombre, no un niño asustado.

Se acercó la mano al corazón y tocó el frasquito del bolsillo. Sonrió. Se había llevado un pequeño recuerdo y ella no lo echaría en falta. Se paró a tomar un café antes de volver a casa.

Entró en su casa y fue directo a la nevera. Abrió la puerta y después de olerlo, dejó dentro el frasquito ensangrentado en el que había metido los pezones y el clítoris que le había amputado a su víctima.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La angustia de perderla

Entre tanta gente no podía encontrar a la persona a la que estaba buscando. Venía siguiéndola desde primera hora de la mañana y ahora, en un descuido, la había perdido. Y en medio de la manifestación era incapaz de encontrar a aquella chica sin la que no era nadie. Tenía que encontrarla enseguida o se vería envuelta en un problema tremendo.

La preocupación fue dando paso al pánico según avanzaban los minutos. Había dado por hecho que sería sencillo seguirla a todas partes y que ella ni se daría cuenta y de pronto se veía completamente sola, sin saber hacia dónde ir ni qué hacer.

¿Y si, de pronto, la chica se diese cuenta? ¿Y si lo hiciese alguna otra persona? No quería ni pensar en las consecuencias. Aún quedaban un par de horas hasta el anochecer. Podía pasar cualquier cosa.

Aquel atardecer resultó ser estéticamente mediocre pero a ella le pareció lo más hermoso del mundo. Cayó el último rayo de sol y con él se fueron sus preocupaciones. Ya era de noche y nadie se había dado cuenta. Dando gracias a sus hados, se volvió al mundo de las sombras.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Afortunado

Ya le quedaban muy pocos periódicos. En cuanto se le acabaran, se iría a dormir; había sido un día muy, muy largo.

Veía a los mendigos durmiendo entre cartones, en los cajeros automáticos. En la cabina de la esquina. Menuda vida más perra, todo el día tirados en la calle sin un motivo para levantarse, sin saber cómo iban a conseguir el dinero para siquiera comer. Sin saber si iban a morirse esa noche de frío. Se supo muy afortunado. Él al menos tenía los periódicos.

Arrugó otras cuantas hojas y las echó en el bidón. Al menos esa noche no pasaba frío.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La fría espera

Eran principios de septiembre y no podía parar de tiritar. Tenía que salir. Abrió la puerta, se arrebujó en su abrigo y se asomó al otro lado. No se veía a nadie. Menos mal. Dio unos cuantos pasos por fuera y volvió a meterse. Cerró la puerta y se quedó escuchando a oscuras. Ni un ruido fuera. Aún había esperanzas. Seguramente no le había visto nadie. ¿Sería capaz de aguantar las dos o tres horas que aún restaban para el amanecer? Sí. Tenía que serlo. Sí o sí.

A pesar de que el frío ofuscaba su mente sabía que no había otra opción que aguantar. Sería capaz de pasar una noche en la cámara frigorífica y ganaría la apuesta.

viernes, 31 de octubre de 2008

Victoria

Tenía las tres piedras en la mano, brillando bajo la luz de las estrellas. Tras más de año y medio de búsqueda por todo el continente por fin había conseguido la última, la piedra negra que parecía una noche sin luna. No había tenido que matar a nadie, no había tenido que robar a nadie, no había tenido que engañar a nadie. Eran suyas por derecho propio, por haberlas encontrado allí donde nadie había llegado antes. Él era el elegido. Alzó el puño al cielo y saboreó su victoria.

Luego arrojó las piedras a un lado y se fue cabizbajo. A ver en qué se iba a entretener ahora.

jueves, 30 de octubre de 2008

¿Realmente quiero ser así?

Se había prometido ser joven siempre,‭ ‬que nunca dejaría de pensar en que había un modo mejor de hacer las cosas,‭ ‬en que algo estaba en su mano para cambiar el mundo.‭ ‬Pero ahí se veía trajeado ante el espejo,‭ ‬un hombre vacío,‭ ‬un hombre con aspecto de tenerlo todo salvo aquello que alguna vez realmente quiso tener.‭ ‬Una vida dedicada a fingir otra vida.‭ ‬No soportaba verse así.

Pulsó en el botón de NEXT y apareció en el ordenador vestido de bombero.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Nochebuena

La noche más larga es la que precede a la victoria de la luz sobre las sombras. O algo así. Pero él sólo sabía que hacía más frío que nunca, que se había puesto a nevar y que los soldados estaban cada vez más cerca.

martes, 28 de octubre de 2008

Efímera espuma

Las burbujas de la espuma se desvanecían con un agradable crepitar. Llevaría cerca de media hora en la bañera disfrutando de un baño en vez de una ducha y no dejaba de recordar las noches de su infancia en las que se daba un baño, ya solo, antes de cenar en el salón e irse a acostar tras pasar un rato dormitando en el regazo de su padre ante el televisor. Al día siguiente le despertaría su madre para animarle a ir al cole. Esos días eran pura rutina pero, a su manera, cada uno resultaba único, irrepetible, irreemplazable.

Ahora, ya un adulto, echaba en falta la cándida felicidad de aquellos tiempos de baño y no ducha. Tenía todo aquello con lo que nunca había soñado y jamás había sentido que le faltara tanto. Así que tomó una decisión: jamás volvería a tomar un baño.

lunes, 27 de octubre de 2008

Navegante entre estrellas

El viaje entre las estrellas era mucho más empequeñecedor de lo que había esperado. Si durante el día uno podía ver las cosas mundanas y perderse en ellas, esto no era sino una noche continua en la que las estrellas dejaban de ser estrellas y se convertían en meros objetos que iba dejando atrás mientras otros nuevos aparecían en el horizonte.

A pesar de que había soñado con vivir ese momento en la nave, ya no estaba tan seguro de que fuese tan especial ser camarero de catering en este crucero de lujo fletado por los Estudios Universal.

domingo, 26 de octubre de 2008

La vida sin él

Las noches sin él no eran lo mismo. La cama se notaba más amplia, enorme. Podía moverse a un lado y a otro sin que le molestase su presencia. Pero se había hecho a él y, aunque quitárselo de encima era lo mejor para ella, habían pasado demasiados años juntos. Y había sido parte de ella.

En fin. Debía acostumbrarse a su nueva vida, se le abría todo un mundo lleno de novedades, de cosas por hacer que no pudo intentar antes. Se alegraba de que le hubiesen extirpado el quiste ovárico. 72 Kg.

Polillas

Sin embargo, las cosas finalmente habían salido bien.

La luz atraía a las polillas y las polillas a una pareja de salamanquesas que se habían hecho asiduas de la terraza. Eran muy bonitas y también se comieron sus problemas.

Fidelidad

Sería una magnífica historia para un libro. Pero él no era más que un guerrero y sólo sabía obedecer y usar su espada. Trece años en las cruzadas, decenas de infieles enviados el infierno y cicatrices que le acompañarían a la tumba. Y ahora, de vuelta en Bretaña, dos de sus hijos en guerra y sus tierras descuidadas y azotadas por jaurías de lobos.

Al menos su castillo seguía en pie y sus sirvientes habían permanecido fieles a su esposa. Tanto que ahora había tres niños y dos niñas más en el castillo.

viernes, 24 de octubre de 2008

Cartas

Esa noche parecía que las cartas no le eran muy favorables. Llevaba perdidos más de cuarenta euros y eso que la apuesta máxima que habían fijado estaba en cinco. Pero nada, no era su noche. Se propuso retirarse al perder cincuenta.

Y así lo hizo. Eran sólo las 22:20 del viernes y ya iba camino de la parada del bus. Y encima llovía. Vamos, una noche perfecta. Llegó a su casa, abrió la nevera y se comió las dos cucharadas de ensaladilla que sobró del mediodía. Se fue a la cama con más hambre aún.

A punto de dormirse pensó que no era eso lo que se esperaba.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Fiesta movida

El suelo de la sala estaba empapado de vino y el entrechocar de las copas se asomaba por encima de la música que salía de los altavoces. Más de uno ya se había sentado en los sofás, tumbado en ellos o, directamente, se había dejado caer al suelo. Otros, entre risas y voces aguantaban lo que la noche les echase. Desde luego la fiesta no estaba siendo nada aburrida sino muy movida. Es lo que tenía celebrarla en altamar en plena tormenta.

martes, 21 de octubre de 2008

Agotado

El segundo tronco le estaba resultando más difícil de serrar de lo que esperaba. La sierra estaba embotada de tanto uso, sus músculos doloridos, y la tarde estaba dando paso a la noche trayendo consigo un viento gélido que le helaba el sudor en la piel. Iba a tener que dejarlo para el día siguiente. Recogió una brazada de leña y se metió en la cabaña a encender un fuego y preparar algo de cenar.

Se sirvió un whisky y lo paladeo sentado ante el fuego que ardía en el hogar. El baile de las llamas resultaba hipnótico y sedante.

Se sobresaltó con el olor a alubias quemadas. Se había quedado traspuesto. Corrió a quitar el cazo del fuego y lo sirvió en un viejo plato de aluminio. Bueno, se podían comer a pesar del regusto a quemado. La verdad es que resultaba agotador desmembrar a dos personas en un día.

lunes, 20 de octubre de 2008

La planta

Tenía puesta la ilusión de su vejez en esa planta. Crecía lentamente, más de lo que a él le gustaría. Y era muy mayor y no sabía cuánto más viviría para poderla ver dando frutos: quizá el no viviría para disfrutarla pero sí que lo harían sus hijos y nietos. Y eso en parte le apenaba y en parte le daba fuerzas para seguir viviendo.

La verdad es que era muy bonita. Y además de bonita sería muy útil cuando se desplegara en toda su grandeza. Podía quedarse horas mirando desde la ventana e imaginando cómo por dentro iba creciendo, muy poco a poco, pero sin detenerse.

Pasó el otoño, el invierno y otro año más. Y la planta seguía creciendo. Y por fin llegó la primavera. Lo había conseguido. Se acabó la espera. El chófer llamó a la puerta y él montó en la limusina. Rodeado de cargos políticos y prensa apretó el botón. La primera planta nuclear de capital privado se ponía en marcha.

domingo, 19 de octubre de 2008

Ruedas

Había muchos más neumáticos de los que había supuesto. Montañas de ellos apiladas por toda la parcela. Una pequeña de ruedas de tractor, otra con ruedas de bicicleta, dos con ruedas de moto e innumerables montones de las de turismo y camión a un lado y otro del pasillo principal.

La noche era fresca pero para tratarse de mediados de noviembre tampoco estaba tan mal. Se podía pasear, vaya. Mientras se fumaba un cigarro bajo la luz de la luna se iba preguntando cuántas cosas habrían vivido todas esas ruedas.

sábado, 18 de octubre de 2008

Beber no soluciona nada

Las cajas se iban acumulando en el fondo del sótano. Las primeras, numeradas, bien precintadas, y encajadas como las piedras de un antiguo templo; las últimas, apiladas con desgana en montones, columnas torcidas o simplemente arrojadas de cualquier manera en los huecos que aún quedaban.

Después de pasarse más de diez minutos anonadado al pie de las escaleras el cabo Ramírez volvió a la realidad. A ver cómo se las apañaba. ¿La caja 2? ¿Pero cómo esperaban que pudiese llegar hasta ella y sacar los documentos que le habían solicitado? Subió a preguntar al sargento López si había entendido bien las órdenes o era una broma.

Poco tiempo después estaba con dos soldados de reemplazo que no habían sabido escaquearse a tiempo moviendo cajas para hacerse un pasillo hasta el fondo de la sala. Pararon media hora para comer -los reclutas se estaban portando realmente bien, algo se le ocurriría para recompensarlos- y a las 19:43 por fin llegaron a la caja 2. Se acuclillaron alrededor de ella y el cabo Ramírez rompió el precinto con un cúter.

Dentro sólo había trofeos de mus, dominó y tonterías similares. Ningún documento. Cogió la caja y subió a las oficinas. Cerradas.

Bajaron a la cantina e invitó a los dos reclutas. A ver cómo quedaban las cosas el día siguente. Sacó 20 € para pagar las consumiciones. Le devolvieron las vueltas y unos documentos que habían dejado en caja para el sargento López.

viernes, 17 de octubre de 2008

Monstruos

El sabor metálico de la sangre bajaba por su garganta. Frente a ella, un hombre lobo se peleaba con otro vampiro por los restos que había dejado aquel pobre niño. Envuelta en su capa, se ocultaba en las sombras del callejón esperando el desenlace de la brutal pelea. Este barrio se había convertido en un territorio muy disputado y ya no resultaba seguro.

Al fondo de la calle aparecieron las luces y sirena de un coche patrulla y los combatientes se congelaron durante unos segundos hasta que salieron corriendo hacia la noche. El coche se detuvo justo ante el callejón y el agente Galbraith se fue corriendo en pos del hombre lobo. La agente Morgan bajo del coche y se abalanzó sobre ella cuando surgió de las sombras, pálida, la boca ensangrentada y los ojos enrojecidos.

Nancy Mahoney nunca olvidaría aquella noche de Halloween en la que otro niño le pegó un puñetazo en la boca para quitarle los caramelos y se quedó llorando en el callejón hasta que llegó la policía.

jueves, 16 de octubre de 2008

Libros

Los libros que más le gustaban eran los de la colección completa de los Episodios Nacionales de Galdós editados en 1922. Era una edición francamente buena y con un papel de excelente calidad. Y estaban aparcados en una de las zonas menos transitadas de la biblioteca donde podía pasarse horas enteras devorando esos libros sin ninguna interrupción.

Con el cambio en el rectorado se le acabó el chollo. Se hizo una revisión e inventario exhaustivos de todos los activos de la universidad y una de las primeras medidas que se tomaron fue la proceder a la desratización de la biblioteca.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Asertividad

Esta vez se iba a salir con la suya. Vaya que sí. Estaba harto de la incompetencia de esos idiotas. Fue directo a hablar con el jefe de la empresa y, tras escuchar sus disculpas y recibir un vale, le devolvieron su chaqueta. Menuda mierda de tintorería.

martes, 14 de octubre de 2008

Hambriento

No sabía que hacer con ese manojo de hojas verdes y arrugadas que acababa de robar del puesto del mercado. Estaba muerto de hambre y de miedo, en un país extraño, hostil, en el que se sentía vigilado y sentía que sólo podía confiar en sus dos compañeros. Tenía mucha hambre, muchísima. Se sentía desfallecer. Pero no podía detenerse para comer. Así no. Sus amigos le esperaban y comerían juntos, poniendo en común lo que habían conseguido. Como todos los días.

Por fin llegó al callejón. Nadie le había seguido. Trepó por la escalera de incendios y entró por la ventana rota del primer piso. Allí le esperaban. Extendió la mano y dejó caer los billetes.

lunes, 13 de octubre de 2008

Verdura

En el fondo la verdura que había cocinado su mujer no estaba tan mala. Pero era la última vez que la cogía de un contenedor.

sábado, 11 de octubre de 2008

viernes, 10 de octubre de 2008

El castigo de Prometeo

Prometeo no sufría tanto por que el águila devorase su hígado todos los días sino por ver cómo sus hijos ardían con el fuego que les había llevado.

jueves, 9 de octubre de 2008

Tiempo, se desvanece

Después de casi un año ya iba conociendo las montañas en profundidad. Había localizado casi una decena de cuevas o refugios en los que guarecerse y al menos tres de ellas estaban a pocos metros del agua potable del río. No había necesitado abrir nuevas sendas ya que las que usaron ganaderos y buhoneros aún se conservaban en buen estado gracias a los excursionistas.

Los primeros días habían sido maravillosos, sobre todo por la novedad de vivir como los primeros hombres. Después vinieron los más jodidos, sobre todo por tener que vivir como los primeros hombres. Luego llegó la serenidad y el vivir siendo uno con el bosque y entonces el tiempo dejó de tener sentido.

Dejando de ser persona se había realizado como ser humano.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Maneras

No terminaba de gustarle cómo abordaba las piezas el del clavicordio. Resultaba demasiado conservador, académico, y no se atrevía a darle su toque personal. Al contrario que el del chelo: empezaba en la línea de lo esperado pero, poco a poco, se iba alejando de lo tradicional e interpretaba los siguientes movimientos de un modo fresco, inteligente e, incluso, atrevido.

Él no sabía nada de música pero esos cabrones de la filarmónica eran buenos con el ajedrez.

martes, 7 de octubre de 2008

Vida

Llovía. Las primeras gotas arrancaban el polvo del suelo con leves golpes sordos. Hacía meses que no caía una gota y las hierbas que cubrían las colinas se veían amarillas, sin vida. Salió desnudo a correr bajo la lluvia.

Entró chorreando en la casa destartalada y se secó con una toalla. Luego se echó a dormir. Esa noche soñó que era feliz.

lunes, 6 de octubre de 2008

Amigos

Nunca se había planteado que acabaría torneando patas para mesas. Y el caso es que le gustaba hacerlo. Secretamente, pensaba que un poquito de arte sí que tenía, que no era algo completamente mecánico. Sacar de un bloque de madera una pata hermosa y a la vez útil tenía su regusto a ser creador. Luego, a principios de mes, le daban un sobre con el dinero y se lo llevaba a casa -desconfiaba de los bancos y los judíos. Se lo había enseñado su abuelo-. Ya en casa, cogía 40€ y guardaba el resto y se pasaba la tarde en la cantina del apeadero hasta gastarse todo el dinero, perder el conocimiento, o perder todo el dinero. Cuando se quedaba dormido, Mejías, tras echar el cierre al bar, tiraba dos cervezas, le despertaba con unas palmadas en el hombro, y le escuchaba a lo largo de otras dos o tres cervezas antes de cerrar del todo e irse cada uno por su lado.

La noche del cambio de hora discutieron por alguna tontería y Rodolfo dejó de ir al bar. Tenía cada día más trabajo y la fábrica iba viento en popa. Para el puente de la constitución el jefe le llamó a la oficina sonriendo y le sirvió una copa de ese whiskey escocés que guardaba bajo llave.

- La fábrica va muy bien, Rodolfo, y ahora nos ha entrado un pedido para el Ejército de Tierra -el aroma de aquél licor era magnífico-. Así que vamos a ampliar y modernizar las instalaciones.

El cheque que llevaba en el bolsillo pesaba demasiado. A la calle tras media vida de trabajo por culpa de unos robots. Echaba de menos al cabronazo de Mejías. Y tampoco había sido para tanto la discusión. Dejó el sobre en casa, cogió 50€, un cuarto de queso curado que guardaba y se acercó a la cantina. Dos máquinas de refrescos, dos de chucherías y una de emparedados.

domingo, 5 de octubre de 2008

Asco de carne

Los trozos de carne eran cada vez más pequeños. Maldita crisis. Todo el día descornándose en el trabajo por un puto sueldo de mierda -sí, al menos seguía teniendo trabajo- para encontrarse conque las clientas se gastaban cada vez menos. Eso sí, al menos seguían yendo aunque fuera para que las amigas no cuchichearan y dijeran que si el marido de nosequién estaba en la ruina o que si a nosecual le habían quitado la tarjeta de crédito.

Todo fuera por aparentar. Anda que no podían dejar de comer tanta carne grasa y cuidarse un poco más. Pero mira, mientras a su jefe le fuera bien, a él también. En fin, mejor dejar de pensar tanto en la vida de los demás y centrarse en la propia. Se acercaba una clienta con su hija adolescente al mostrador. Puso la mejor de sus sonrisas. Seguro que era otra liposucción.

sábado, 4 de octubre de 2008

Gritos

A menudo -cuando estaba borracho- pensaba que su inspiración venía del alcohol. Y sufría por ello y bebía. Con los años entendió que el ron sólo ponía algodones en los tímpanos de su mente y que los gritos seguían fuera y que las voces nunca se quedarían afónicas.

Sólo tuvo que escucharlas para darse cuenta de que no eran los gritos de las Furias sino el susurro de las Musas amplificado por la sensibilidad de su oído.

viernes, 3 de octubre de 2008

Sueños que se desvanecen

Las tejas ya no le cortaban los dedos como cuando aún tenía manos de señorito. El sol de verano pegaba con fuerza y tenían que bajarse del tejado de cuando en cuando a echarse un cigarro y beber agua bajo el olmo. Luego vencían la pereza -porque estaba el capataz- y volvían a retejar, a ver si acababan antes del fin de semana y para el domingo ya estaban asentados en el siguiente pueblo y cerraban tarde el bar.

Por la noche, ya con la luz apagada y entre ronquidos, pensaba que aún estaba a tiempo de cumplir sus sueños y que escribiría su nombre con letras doradas. Algo dentro de él le decía que así no lo conseguiría. Gracias al cansancio, lo acallaba y dormía.

Muchos años después, con cerca de sesenta, aún se subía a los tejados. Seguía pensando en que algún día lo conseguiría pero se encontraba más cansado y en el fondo sabía que se le agotaba el tiempo. Soñaba con menos frecuencia con el día en que plasmaría su nombre en el libro.

Subió por última vez a la edad de setenta y dos. Mientras ponía los canales de teja árabe sentía un fuerte dolor en el pecho. Sus compañeros le bajaron con cuidado y le recostaron a la sombra de un árbol mientras esperaban a la ambulancia. Supo que ya no lo conseguiría. Ya no. No podría firmar como el hombre que más tejados había retejado en el Guinness de los Records.

jueves, 2 de octubre de 2008

Espectro

Cada cuatro días daba una vuelta alrededor de la casa. Cada seis, se acercaba a tocar la señal con el nombre del pueblo que había a la entrada del mismo. Cada doce días daba una vuelta rodeando al pueblo en el sentido de las agujas del reloj. Cada catorce hacía lo mismo en sentido contrario.

Una mañana de marzo Joe Wright encontró el cuerpo sin vida de aquel hombre del que todo el mundo recelaba. Nadie conocía su nombre y nadie quiso hacerse cargo del cuerpo.

Años después, los abuelos contaban a sus nietos terribles historias sobre aquel extraño que apareció un día de otoño de 1953 y se alojó en la antigua casa de los Warowski. Durante medio año, acompañando a los grotescos rituales que realizaba por el pueblo, sucedieron cosas muy extrañas -nunca se concretaba de qué cosas se trataba- hasta que un día aquel hombre apareció muerto.

Al pobre Peter Warowski no le fue bien su rehabilitación en la antigua casa familiar.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Acechando en las sombras

Al final el jefe no le había dejado muy claras las órdenes pero le daba vergüenza volver para preguntar a qué se refería en concreto. Sabía que tenía que seguir a aquella mujer a todas partes sin que ella se diera cuenta, observarla con toda su atención, llegar a conocerla tanto como para sentir que ambos formaban una extraña pareja en la que uno no sabe de la existencia del otro.

La mujer salió del edificio de oficinas y él la siguió como un fantasma en la noche. El sonido de sus tacones se reproducía entre las paredes del callejón y rebuscaba las llaves en su bolso sin detener el paso. Unos chicos fumaban unos canutos bajo el cono de luz de una farola excesivamente potente. Levantaron la mirada al oír sus pasos e, instantes después, se fueron apresurados en dirección contraria.

La mujer giró la cabeza y observó al hombre del abrigo gris que le iba ganando terreno. Al poco echó a correr. Él también. No podía correr bien con los tacones. Se le rompió uno, tropezó, y cayó al suelo tras rebotar contra un cubo de basura. El hombre llegó a su lado y le mostró el cuchillo de caza con la media sonrisa más fea que jamás había visto. Se quitó el abrigo y se acercó aún más a ella.

Un geranio con su maceta le cayó en plena cabeza y, dejando escapar un quedo sonido, perdió el conocimiento. La chica miró hacia arriba y no vio nada. Se levantó, y salió corriendo.

Por fin había entendido las órdenes del jefe. No estaba mal su estreno como ángel de la guarda.

Con las botas puestas

Los caracoles eran de lo más molesto. Crujían bajo el peso de sus botas y dejaban el suelo resbaladizo como la clara de un huevo. En vez de poner su atención en los peligros de la noche se dedicaba a tratar de no caerse en su camino por las zonas más oscuras de la ciudad. Se sentía morir, el estómago se le quería salir por la boca, pero tenía que llegar como fuera antes de que amaneciera o todo habría sido en balde. Y mucha gente dependía de él. Demasiada gente.

Un par de manzanas más adelante tuvo que detenerse. No podía más y se dejó caer ante un portal. No iba a conseguirlo, no podía casi ni andar. Agarró una bota pero se quedó inconsciente antes de poder hacer nada.

Le despertaron las voces de Martín, su compañero. Le habían encontrado a tiempo. Le ayudó a levantarse. Menos mal. Aliviados, echaron un trago a una de las botas de tinto y se fueron a buscar al resto de la peña para beber un poco antes de los encierros.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Sombras

Las sombras se volvían más oscuras cuanto más subía la potencia de la lámpara así que la apagó.

Horror

El reo se sentía horrorizado ante las dos puertas que se abrían ante él. Una le llevaría a una vida incierta en el destierro, la otra a un foso donde permanecería preso hasta el fin de sus días.

Cerro los ojos y respiró profundamente. Y eligió.

No había nada como la seguridad de una celda sin puertas.

domingo, 28 de septiembre de 2008

sábado, 27 de septiembre de 2008

jueves, 25 de septiembre de 2008

Desde las sombras

Las luces de la ciudad teñían de amarillo y negro la fresca noche de otoño. Planeaba en silencio, buscando con la mirada a su presa y, a pesar de la excesiva luminosidad, no iba a rendirse.

Lo localizó. Ahí estaba, agazapado comiendo algo entre las sombras de una azotea. Parecía distraído, una presa fácil. Se acercó en un vuelo completamente silencioso y se arrojó sobre su presa.

Lo había conseguido. Era el segundo francotirador que neutralizaba desde que entró en las fuerzas especiales.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

martes, 23 de septiembre de 2008

Locura

El agua que caía sobre las rocas se convertía en una neblina que el sol devoraba según se alejaba de la cascada. Tras cinco horas de caminar por los riscos pelados este lugar era lo más parecido a un paraíso que podía imaginar: el sonido de la cascada borraba la angustia de sus pensamientos, no había un alma, los árboles y arbustos lucían cargados de frutos de vivos colores y podía beber y chapotear hasta quedar saciado y relajado.

··oOo··

Pronto llegaría el otoño y los días ya se veían más cortos. La neblina de la cascada le helaba los huesos y su continuo atronar resultaba cargante. Además, estaba hasta los cojones de comer fruta silvestre y beber agua. Por no hablar del loco ese que llevaba toda la tarde bañándose en pelotas.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Siete

Dos más tres son siete. Siempre le salía esa cuenta. Maldita sea. Le hubiera gustado aprender a sumar e incluso multiplicar pero ya, con veintiocho años era demasiado tarde. Sabía que eran cinco sí, pero la musiquilla con la que recordaba las sumas le decía siempre siete, siete, siete. Por más que fueran cinco.

Luego estaban los pimientos, que siempre eran tres: dos rojos y uno verde. Pero la suma de dos y tres daba siete. Vamos, que daba cinco, pero le salían siete. De memoria, claro. Con los dedos salían cinco.

No entendía por qué le había tocado este puesto si no sabía aún contar. En fin, el trabajo es el trabajo. A Egipto le tocó aguantar las aguas de sangre y las langostas.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Recuerdos

Las fotos amarilleaban con el paso de los años y con ellas los recuerdos que tenía de quienes en ellas aparecían. No conseguía recordar sus nombres pero aún tenía frescos en su mente los recuerdos de aquellos momentos que compartieron, intensos, inolvidables.

Recordaba con cariño aquellos días como médico en el campo de exterminio.

sábado, 20 de septiembre de 2008

La búsqueda

Tras aquel muro de piedra tenía que encontrarse lo que andaba buscando. La humedad y el calor eran realmente sofocantes y la oscuridad, sólo rota por la linterna que llevaba en la cabeza, no dejaba de agobiarle. Se sentía muy satisfecho de haber llegado hasta allí por sus propios medios y gracias al viejo mapa que encontró rebuscando en los archivos de la biblioteca del museo. Si no, la búsqueda de aquel pedazo de metal hubiera sido vana en semejante laberinto. Dejó a un lado la mochila y empuñó el pico.

Salió a la superficie horas después, victorioso, empuñando la pieza que había bajado a buscar y escuchando emocionado una ovación que nunca tuvo lugar. Una vez más, había sido capaz de localizar y reparar la fuga de agua en los sótanos de un viejo edificio victoriano.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Α y Ω

Α y Ω. Esas dos letras aparecían por todas partes: en las velas, en una especie de bufanda, armarios pequeños, libros... Allá donde mirara se encontraba con esos dos signos. Su presencia era algo que escapaba a su comprensión.

Y ella había sido llamada para limpiarlo todo. La iglesia se había convertido en un lugar sucio, completamente alejado de lo que debía ser. Los curas -supuestamente hombres santos- no eran muy distintos de los pecadores a los que querían salvar y allí por donde pasaban iban dejando su huella, ensuciando ese templo de Dios.

Sus ropas blancas se perdieron en la penumbra. Pronto volvería la iglesia a brillar inmaculada.

Ya era de noche cuando el párroco le dio los 50€ a la señora de la limpieza.

jueves, 18 de septiembre de 2008

El ojo

El mayor número de personas provenían del andén 4 aunque tampoco era un número anormalmente elevado como para sospechar. Cambió la vista a la cámara del aparcamiento. Lo normal para un día de diario a un par de horas del cierre. En los torniquetes de entrada no había nadie en esos momentos, por los de salida pasaban los últimos pasajeros que acababan de apearse en el andén 2. La cámara de la entrada de los baños seguía estropeada aunque el diodo rojo parecía indicar a los que por ahí pasaban que el ojo les vigilaba. En la cámara de la garita de seguridad aparecía una figura con un machete justo a la espalda del agente de seguridad que vigilaba los monitores.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Incertidumbre

Nadie se paraba a mirar el interior de la caja. En la acera, arrebujado en un viejo abrigo, esperaba a que la gente dedicase unos momentos de su tiempo a ver lo que vendía. Pero no, parecían muy ocupados, yendo de un lado a otro como si él no existiera -salvo porque evitaban chocar con él-.

Lo peor de todo era la incertidumbre. Ciertamente no resultaba sencillo ser tetrapléjico ni pobre. Ni ser huérfano y vivir con unos familiares lejanos que sólo le acogían por utilizarlo para mendigar. No. Lo peor era la incertidumbre. Si no llevaba dinero a casa su tío se enfadaría mucho con él, pero era la primera vez que lo sacaban a la calle a vender.

Una chica se paró ante él. Dios mío, estaba perdido. Fingió un ataque de ausencia hasta que aquella hermosa chica se alejó sin decir palabra. No lo soportaba. ¿Qué diantres había en la caja que su tío había puesto a sus pies?

martes, 16 de septiembre de 2008

Burritos

Le encantaban los burritos. No la comida mejicana sino los animales. Desde pequeño solía escaparse siempre que podía de la granja para acercarse a los burros y jugar con ellos. Eso sí, cuando lo encontraban, siempre le caía una buena bronca e, incluso, algún azote para escarmentarlo -no servía de nada-.

Llegó el día en el que compraron un tractor en la granja. Los burros ya no eran necesarios. Lograron vender casi todos a granjas vecinas salvo los dos más viejos. Esos dos ya sólo eran un estorbo y la decisión fue sencilla. Los sacrificaron y se los dieron de comer a los perros.

Esa noche Canelo no fue a jugar con los burros. Estaba empachado de carne.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Los que quedan

En unas cuatro horas se habrían quedado sin oxígeno y el equipo de rescate no daba señales de vida. La verdad es que el batiscafo no resultaba tan claustrofóbico cuando funcionaba, pero eso de quedarse sin oxígeno ni energía a más de seis mil metros de profundidad en el océano daba un poco de angustia. Y ni siquiera podía uno asomarse por la ventanilla para que la última imagen antes de morir fuera la de un hermoso paisaje, un lugar que ningún hombre había mancillado o un oscuro infierno con presencia en el mundo físico. No, sólo le quedaría el recuerdo de la cara fea y asustada del doctor P. Sørensen y las asépticas paredes de la pelota de metal en la que estaban.

Decidieron poco después esperar hasta que casi no les quedase oxígeno y, si el equipo de rescate no aparecía, abrirían las escotillas y dejarían que las aguas abisales se hicieran cargo de sus cuerpos -reventados instantáneamente por la tremenda presión- como alimento para los fascinantes seres que habían bajado a estudiar. Al menos así dejarían un hermoso recuerdo para los que quedaban en tierra.

Al final, tras un largo abrazo, se dispusieron a despresurizar la cabina. No sabían que, tras el holocausto nuclear, con ellos se extinguía la especie humana.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Menuda mierda

Llevaba unas diez hojas del libro cuando se dio cuenta de que aquello era mierda. Aún así, sentía que tenía que seguir un poco más, que algo sacaría en limpio de todo aquello. Dos, tres hojas. Nada, ese libro no servía ni para limpiarse el culo.

Lo arrojó a un lado, tiró de la cadena, y fue al lavabo a quitarse la mierda de los dedos. ¿Por qué no habrían puesto un periódico en el váter de esa gasolinera?

sábado, 13 de septiembre de 2008

Dedos

Decían de él que tenía dedos de señorita. Y se sentía muy orgulloso de ello ya que, aunque ahora fuera un viejo más de los que se pudrían en el asilo, años atrás llegó a ser flautista en una de las más importantes orquestas de la región y durante esa etapa de su vida, vivió de ello.

Al menos aún le servían para algo. Salió a dar un paseo por el jardín y se acercó a los setos del fondo. Allí, al otro lado de la verja, un chico le pasó un cartón de tabaco a cambio de las pastillas que les había escamoteado a los celadores.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Esperando al autobús

Tres horas quedaban aún para que saliese el autobús, así que podía darse un paseo de dos horas y media y llegar aún a tiempo de hacer cola antes de que abrieran las puertas. Se echó al hombro su bolsa, sacó un cigarrillo del paquete aplastado que guardaba en el pantalón y se lo puso en la boca en su camino a las escaleras mecánicas.

Fuera hacía un día horrible: sin una sola nube, caluroso. Tenía algo de dinero en el bolsillo -monedas y un par de billetes pequeños- pero no quería gastarlo a no ser que fuera necesario. Tenía ganas de irse ya de esa ciudad llena de vagos y maleantes. Y en un par de horas lo haría. Mira, se tomaría una cervecita para celebrarlo.

A las 19:21 los pasajeros del autobús con destino a Valcepeda se amotinaron en el andén 5: nadie sabía dónde se había metido el conductor.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Seppuku

El peso de la espada ya no resultaba reconfortante en su puño. ¿La edad, la duda? Hubo un tiempo en el que fue un gran guerrero, más honrado que temido. ¿Y ahora? Su brazo temblaba, la hoja más. Viejo, inútil, deshonrado.

Soltó la hoja y tomó la pluma. Ya no tenía honor.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Menudo chasco

Para ser una feria el ambiente era bastante deprimente. No era en absoluto lo que se esperaba. Un mes entero dando la tabarra a su padre para que le llevara a la feria y resulta que no había más que vacas y ovejas.

martes, 9 de septiembre de 2008

La presa

Cuando se subía a la presa las cosas se veían de otra manera. Su vida rutinaria de trabajar para poder pagar un piso, alimento, ropa y caprichos que le permitieran seguir trabajando se disipaba y volvía a sentirse vivo, lleno de emociones. Harto de su trabajo, del trato con la gente, de muchos de sus compañeros, de su soledad; durante esos momentos se reencontraba consigo mismo y se sentía importante, libre, capaz de hacer lo que deseaba hacer en vez de acatar órdenes y tener que ceñirse a unas normas sociales estrictas.

Miró el reloj. Iban a ser y media ya. En nada descargaría. Le encantaba ver como salía el chorro por debajo para aliviar la presión y derramar el líquido vital por monte y valles.

Minutos después llegaba al coche aún sudoroso por el ejercicio. Condujo hasta el control de seguridad, mostró sus credenciales y salió a la carretera. Pensándolo bien, tampoco estaba tan mal su trabajo de funcionario de prisiones.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Momentos de contemplación

El sonido de la lluvia golpeando las hojas era el único que se podía escuchar entre trueno y trueno mientras los animales aguardaban en silencio a que escampase. En momentos como ese, Leo se sentía felizmente solo, como si no hubiera ninguna otra persona en La Tierra, como si las fuerzas de la Naturaleza volviesen a jugar entre sí en busca de un equilibrio vivo y cambiante en el que cada nuevo acontecimiento -muchas veces catastrófico a pequeña escala- modelaba un mundo cada vez más complejo, sano y hermoso. La Naturaleza no era sabia, no pensaba, sencillamente, como un delicado mecanismo que escapaba a su comprensión, funcionaba.

Por fin había dejado de llover. Leo salió de la cabina para subir al camión a las vacas que llevaría al matadero.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Ganas de hablar

Nunca antes se había sentido impulsado a hablar con un desconocido. Pero ya eran varios meses de soledad, y no estaba acostumbrado a ello. No hacía tanto tiempo que vivía en casa con su mujer y su hijo y llegaba cabreado de trabajar y sentía que lo molestaban. Claro que los quería, pero es que lo molestaban, con su cháchara y sus ganas de hablar de nimiedades. Y ahora que estaban separados, se daba cuenta de cuánto los echaba de menos.

Y ahí estaba, sentado frente a un hombre serio y taciturno al que había empezado a ver los últimos días. Y aún no habían cruzado palabra. Finalmente se animó y le preguntó por su familia al secuestrador.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Terrores infantiles

Jonay había cumplido sus cinco años la semana anterior. Ahora y era todo un hombrecito. Y un héroe. Se había jurado acabar con el hombre del saco en cuanto pudiera. Había crecido temiendo encontrarse con él y sus amigos también le tenían miedo. Y así no podían vivir. Él los salvaría.

Los medios informativos echaron la culpa a los videojuegos violentos de que un niño de cinco años hubiera acuchillado en el centro comercial al hombre que hacía de Papá Noel.

Umbrales que no se quieren cruzar

No encontraba ningún motivo para quedarse a ese lado de la puerta. Su familia, sus amigos, sus vecinos... Allí estaban todos reunidos, esperándole. Si su madre no se hubiera id de viaje, ahora nada de esto estaría pasando. Tomó aire con una profunda inspiración, giró el pomo y cruzó el umbral.

Vio pasar su vida ante sus ojos. Imágenes secuanciales e inconexas que le traían recuerdos de su niñez, su juventud, su pubertad... Maldita la hora en que su madre viajó a Canarias y se compró el proyector de diapositivas.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Un instante eterno

Era tan hermosa la puesta de sol desde ahí arriba que le parecía que el tiempo se detenía. Jamás había visto algo tan hermoso, tan sobrecogedor, tan empequeñecedor de su persona y que le acercase tanto a Dios. Pasaban los segundos, los minutos, las horas... y el sol seguía poniéndose, estirando un instante para que quedase grabado en su mente como si no existiera ningún otro recuerdo...

584 días después, asqueado en su soledad por una eterna puesta de sol, Alyosha Gólubev se arrojaba sin traje a la inmensa negrura del espacio.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Dudas

Las polillas se habían comido casi todas sus camisas. No enteras, claro, pero mirándolas a trasluz parecía verse un cielo estrellado. Le asaltaba una duda: ¿cómo habían sobrevivido las polillas hasta que el hombre inventó las telas?

martes, 2 de septiembre de 2008

Prejuicios

Menudo asco de ciudad. Allá donde fuera olía a mierda y la gente le miraba con cara de desaprobación. En su tierra todo el mundo era más abierto, con sus más y sus menos, pero más abiertos al fin y al cabo. Pero aquí le trataban como a un apestado; hasta se levantaban del asiento de al lado en el autobús y se alejaban unos pasos. Y no es que estuviera tan gordo como para que se sintiesen agobiados sino que, seguramente, le hacían el feo porque se le notaba que era de fuera.

Como en su tierra, en ningún sitio.

Era el único que no se daba cuenta de que se había cagado.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Lo peor

Lo peor de trabajar de noche era que de día le tocaba aguantar los ruidos de los vecinos.

Lo peor de haber naufragado es que ahora lo echaba de menos.

domingo, 31 de agosto de 2008

Mejor una cena frugal

Los 214.78 € de la cena le quitaban el sueño. Vale que era un día especial y que la ocasión lo merecía y todo lo demás, pero es que se había pasado. Y, claro, no paraba de dar vueltas en la cama, con el estómago lleno y sin parar de repetirse que debía haber sido más comedido. Se había cenado en una noche casi la mitad del dinero que tenía reservado para comer todo el mes. Ya le valía, qué falta de previsión.

No podía más, se levantó de la cama y fue arrastrando los pies hacia el botiquín. Le dolía muchísimo el estómago. Mientras rebuscaba, sentía cómo las arcadas iban creciendo en intensidad. Jarabes. Pastillas. Cápsulas. Más pastillas. Tabletas. Ahí lo tenía: sal de frutas.

Una arcada inesperada y vomitó la cena sobre las baldosas. Menudo asco. Todo lleno de monedas a medio digerir.

sábado, 30 de agosto de 2008

Noche de juerga

Un poco de salsa de tomate, dos rebanadas de pan de molde -una era una tapa- y un quesito y medio. Esa iba a ser su cena. Visto así, sobre la mesa, la idea de lanzarse a devorar esa comida no resultaba muy atractiva, pero llevaba toda la noche por ahí fuera y ahora, de vuelta en casa, el hambre apretaba.

Lucas se quedó aún unos minutos mirando fijamente la comida antes de decidirse. Finalmente pudo más el hambre y se lanzó desesperado a engullirlo todo. Luego se tumbó en el sofá frente a la tele y enseguida se durmió.

Por la mañana le despertó su padre con una bronca. No tuvo más que mover el rabo y lamerle un poco para que le perdonara.

¿Premio?

La comida olía de maravilla. Y en cuanto terminara se tomaría un yogur. Levantó la tapa y no había premio. Sólo un zurullo insolente atravesado en la taza.

jueves, 28 de agosto de 2008

¿Por qué no me deja pasar?

Más de media hora y aún no había podido entrar. No había manera. Supuso que podría deberse a haber llegado antes que nadie, pero era algo que ya habían hablado y acordado. Aparentemente había vía libre, estaba todo en orden, pero en cuanto trataba de entrar, la chica no se lo permitía. De todos modos, habiendo ya llegado hasta ahí, no podía rendirse y darse la vuelta. A ver si hablándolo, si razonándolo con ella, podía finalmente entrar.

Nada. Diez minutos más tarde se rendía. Así no había manera y se estaba empezando a cabrear. Respiró hondo un par de veces, agachó la cabeza y miró a la chica a los ojos. Después le dio un beso y le susurró al oído que ya harían el amor otro día, cuando estuviera lista.

Desintoxicación

Pocas veces había sentido un hambre tan atroz. Ya no sabía que hacer, no tenía dinero y en ningún lugar le fiaban. Y no quería robar ni cometer ningún delito. Estaba asqueado de consumir siempre la misma mierda insalubre, los despojos de sebo, glándulas, tripas que les daban. Y encima tenían la caradura de decir que antes se estaba mucho peor. Y una mierda. Antes la vida podía ser más dura pero al menos no estaban intoxicados con tanta mierda edulcorada y llena de colorantes y envoltorios de colores y nuevos sabores y...

...y era horrible. No podía más. Necesitaba un buen libro para desintoxicarse de tanta información vacía de contenido.

martes, 26 de agosto de 2008

Un clásico averiado

Por más que le daba a la llave no arrancaba. Vamos, que parecía que el cacharro estaba completamente muerto. Trató de hacerlo andar empujando pero no había manera, en cuanto se le acababa la inercia se quedaba parado, igual que al principio. Lo cierto es que, aunque viejo, el cacharro era bonito, seguramente un clásico -aunque no entendía mucho del tema-, y se lo había dejado su tío en herencia. Recordó cómo de pequeño le parecía algo casi mágico ver a su tío trasteando en el garaje de su casa en las tripas de un motor desahuciado y consiguiendo que para la cena funcionase perfectamente, con un sonido suave y regular. Siempre insistía en que se quedara a su lado para ver cómo era un motor, las piezas que lo formaban y su función, pero él prefería ir a jugar con sus primos al bosque. Ahora le daba pena no haberlo hecho, podría haberlo arreglado el mismo en vez de tener que llevarlo a un profesional. Y a saber cuánto le costaría la broma.

De todos modos, lo intentó una vez más. Volvió a meter la llave en la ranura y la giró hasta que hizo tope. Nada, si la forzaba aún más podría romperla. Y tampoco empujando. En fin, ya buscaría a alguien que le arreglara el reloj carillón.

lunes, 25 de agosto de 2008

Mandarinas

Las mandarinas, aunque pequeñas, estaban deliciosas. Eran de piel muy fina, un poco difíciles de pelar, y le habían llenado de color y olor el espacio entre uñas y dedos. Quizá fuera cierto eso de que la fruta robada sabe mejor, porque ésta le estaba sabiendo a gloria. Y no era por los dos días que llevaba sin comer. Si sólo pudiera beber un poco de vino, ya hubiera sido un día perfecto. Peló una mandarina más, se la metió en la boca, y la aplastó entre sus muelas lentamente, dejando que el jugo se derramase por su boca y, tras acariciar sus sentidos, calmase su sed y su hambre. Escupió una pepita.

Cinco mandarinas después se echó a dormir bajo la copa de un vecino olmo. No le dio tiempo a despertarse cuando unos bandoleros le cortaron el cuello y se fueron decepcionados por la ausencia de botín.

Unos años más tarde un poeta sin reconocimiento se sentó a la sombra del olmo a comerse un par de mandarinas que acababa de coger del arbolito de al lado.

domingo, 24 de agosto de 2008

Luciérnagas

Lo que más le gustaba de las luciérnagas es que solían quedarse quietas tras un rato y podía acercarse a ellas. La gente solía quedarse encandilada con el efecto que producía verlas volar de noche y esto impactaba tanto que, a lo largo de loa años, fueron incorporándose a las leyendas y costumbres locales, transformadas en hadas, espíritus de las estrellas o deseos que buscaban satisfacerse. Pero ella las veía con otros ojos, nada de leyendas y bobadas. Desde pequeña le habían interesado y, cada noche, salía a buscarlas en vez de quedarse durmiendo.

Ante sus ojos había un ejemplar precioso que brillaba con toda su intensidad, un macho que gritaba a la noche que él era el destinado a perpetuar sus genes hasta el fin de los tiempos.

Sobre la pared de una casa castellana, una salamanquesa daba cuenta de una luciérnaga.

Dedicación

Había conseguido dominar el juego a la perfección. 56 años practicando cada día, a todas horas, parando sólo para satisfacer sus necesidades básicas. Una vida que, otras personas, dedican a tener hijos, labrarse una carrera, encontrar su nicho en la sociedad... Pero él había llegado allí donde nadie había estado antes. Aunque ya fuera casi un anciano, sabía que nadie le ganaría.

Después de comerse un pescado y un poco de fruta se levantó y fue a caminar por la arena bañada por el mar. Trotó a paso ligreo playa arriba y playa abajo y finalmente se acercó a una gran palmera en la que hundió el rostro. Nadie jamás podría ganarle al Escondite Inglés, su única ocupación desde que su barco naufragó hacía una vida.

sábado, 23 de agosto de 2008

Un fatídica apuesta

Había muchas cosas que aún no entendía, ¿por qué era todo tan difícil? Algo tan sencillo como ir a hacer la compra ahora se le antojaba una tarea imposible. Se sentía un inútil total.

Y todo por culpa de una estúpida apuesta. Si aquel viernes de hace casi dos meses hubiese tenido la boca cerrada, nada de esto le estaría pasando. Pero no, claro, si Pablo le picaba, él tenía que entrar al trapo. Y con la borrachera que llevaba, ¿cómo iba a haberse negado? Parecía mentira que con 36 años pudiese haber sido aún tan gilipollas. Con 16 aún, ¿pero con 36?

En fin. No valía la pena lamentarse. Aunque aún no lo entendiera tenía que seguir adelante y, seguramente, con el paso de los días todo iría encajando, tendría sentido, y hasta se sentiría orgulloso porque todo esto le habría hecho madurar como persona.

Aún así, seguía sintiéndose como un gilipollas por haberse apostado con Pablo que era capaz de hablar Chino en tres meses.

viernes, 22 de agosto de 2008

Por terreno desconocido

Sus dos compañeros caminaban unos metros por delante reconociendo el terreno y buscando cualquier indicio de anormalidad. Un chasquido, un movimiento por el rabillo del ojo, el gorjeo de un pájaro... no podían bajar la guardia y dejarse sorprender. Sería entonces demasiado tarde. Él iba detrás, llevando a la espalda el avituallamiento y agua de los tres. Por la posición del sol -y por su estómago- dedujo que pronto llegaría la hora de tomar un breve descanso y recuperar fuerzas. Llevaban caminando desde una hora antes del alba por esa tierra desconocida y aún les quedaban bastantes kilómetros para llegar a la seguridad del vehículo que los llevaría de vuelta a casa.

La humedad del ambiente no dejaba que se evaporase su sudor y la ropa se sentía como un trapo mojado en la espalda; un trapo pegajoso que le sujetaba y no le dejaba moverse con libertad. Escuchó a lo lejos el ruido de un motor y se quedó parado tratando de discernir de dónde venía. Sintió un escalofrío. No veía a uno de sus compañeros y el motor sonaba cada vez más cercano. En el preciso instante en que iba a gritar el nombre de su compañero, éste vino corriendo y los tres salieron de la senda y se tumbaron a la sombra de los árboles que crecían sobre la loma que se alzaba a pocos metros de ahí. Sacó el mapa, leyó las coordenadas del GPS, y trazó mentalmente la ruta que debían seguir para llegar sin problemas.

Sacó los tres recipientes que llevaba y repartió la comida. Después bebieron agua. Finalmente, Néstor sacó un libro y sus perros se acurrucaron junto a él.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Unas buenas vacaciones

Esta vez seguro que había cerrado el gas, el agua, apagado todas las luces y cerrado con llave al salir. Dos veces había entrado a comprobarlo -por si acaso- y por fin bajaba tranquila en el ascensor. Salió a la calle, cerró los ojos y respiró fuerte. Tosió. Al aire de la ciudad no era muy limpio. En la esquina paró un taxi que le llevó a la estación de tren en un trayecto rápido y directo. Un taxista honrado y nada hablador. Con ella al menos.

Andén 27. Menos mal que la entrada estaba en el 32. La maleta nueva se deslizaba con suavidad por el suelo enlosado, sin hacer ruido. Sonrió. Por fin iba a tener unas buenas vacaciones. Un chico le ayudó a subir la maleta al tren y siguió su camino por el anden con un de nada que le supo a poco.

Cuando el tren dejó atrás la estación se quitó los zapatos, puso los pies sobre el asiento de enfrente -estaba sola en el compartimento- y suspiró relajada. Atrás quedaban la ciudad y su móvil sonando impertinente sobre la mesita del recibidor.

martes, 19 de agosto de 2008

La llave

Cuatro piezas sueltas que encajadas forman la llave para acabar con su pesadilla. Ahí las tiene, en una hoja de periódico sobre la arena negra de la playa, entre él y el mar. Piezas que parecen de otro mundo, de una tecnología extraña, inhumana. Toma dos entre sus dedos, las mira de cerca y trata de juntarlas. Se resisten a dejar su individualidad. El tiempo corre y su angustia crece. Las piezas tienen formas similares y complementarias entre ellas pero cuando trata de juntarlas se resisten a encajar y saltan con vida propia. Nunca lo conseguirá, es demasiado mayor. Se siente demasiado mayor.

Desde la extraña edificación de la que salen ruidos raros se acerca una figura alargada. Trae en la mano un recipiente lleno de algo de color rojo intenso, antinatural. Se le acaba el tiempo y le inunda la tristeza porque sabe lo que va a suceder...

Jonathan estaba hasta los cojones de su abuelo: se va a por un sorbete de fresa al chiringuito y el puto viejo le rompe el móvil.

No me entienden.

Sólo le quedaban un par de chicles y el aliento seguro que le apestaba a alcohol y tabaco. Por no hablar del vómito que le había pringado los zapatos y la parte baja de los pantalones y que había tratado de limpiarse con servilletas primero y la fuente de un parque después. El primer día que salía hasta tarde y seguro que cuando llegase iban a estar los dos esperando viendo la tele para echarle una bronca de cuidado. Si comprendía que se preocuparan, pero joder, ya era mayorcito y sabía lo que hacía, aunque no le entendieran.

Llegó a su portal -tras echar dos meadas por el camino sin perder mucho tiempo-, subió las escaleras y trató de escuchar tras la puerta de su casa. Le zumbaban los oídos pero aún así consiguió discernir el sonido de la tele. En fin, habría que echarle valor.

Abrió la puerta con cuidado y, efectivamente, ahí estaban esperándole ante la tele. Desde que había enviudado sus hijos se preocupaban demasiado por él.

lunes, 18 de agosto de 2008

A descansar tocan

Siempre le entristecía ver cómo se iban apagando las luces y la gente se retiraba a descansar. Aunque casi todos eran jóvenes, aún se veía algún madurito tratando de demostrar que no estaba acabado. Algunos habían conseguido lo que buscaban. Otros se iban hechos polvo. Muchos, ni volverían. Pero él era el centro de atención y, la verdad, le encantaba que le reconocieran y que trataran de agradarle. Algunos hasta trataban de engatusarle para que se quedara con ellos.

De momento, también se iba a descansar, que se lo había ganado. Llevaba más de catorce horas sin parar. Y eso era demasiado incluso para un dios como Ares.

domingo, 17 de agosto de 2008

Sibarita

Alzó la copa sobre su cabeza, la admiró bajo la luz de las velas, y se la acercó al rostro para degustar sus efluvios. Zamora. Año 89. Muy buen cuerpo, rotundo. Volvió a oler la copa.

Dejó el sujetador a un lado. La modelo era preciosa.

viernes, 15 de agosto de 2008

Vis a vis

Miró las cinco cartas que tenía en la mano y después a los ojos de su oponente. Paolo sabía que debía conservar la calma, que su rostro tenía que permanecer sereno y natural a la par de no expresar sus emociones. Su futuro dependía del desenlace de ese silencioso enfrentamiento. Jonás le miraba a los ojos tratando de encontrar un destello de flaqueza por el cual adivinar si se estaba marcando un farol. Pasaron unos segundos en los que el mundo se paró.

Jonás puso un billete de 20 € en la mesa. Paolo sonrió y soltó sus cartas en la mesa. Tomó el dinero y se fue. Esta vez Jonás se había creído que no había nadie en los domicilios pero Paolo se prometió tomarse más en serio su curro de mensajero.

La caída de Babel

El Sr. Barnley tenía un cabreo monumental. Minutos antes había culminado con éxito la primera prueba con seres humanos -él mismo- del invento que él y sus colegas habían venido desarrollando durante los últimos 12 años: la máquina traductora cerebral. A las 10:32 el Sr. Barnley -quien había sacado la pajita más larga dos minutos antes- se colocó el casco de los electrodos. Sentía un suave cosquilleo en la piel y los bordes de algunos de los objetos del laboratorio se desdibujaban (en realidad era la máquina la que proyectaba los resultados de sus cálculos en el córtex del Sr. Barnley y su cerebro interpretaba esas señales como provenientes de sus ojos y epitelio). Si no hubiera estado sentado en ese momento, lo habría pasado un poco mal.

El Sr. Sörensen le trajo el libro. La difunta señora Barnley le había regalado a su marido un libro en japonés -de Kenzaburō Ōe- para que lo disfrutara cuando hubiera tenido éxito y así compartirían ese momento aun cuando ella hubiera ya desaparecido a causa del cáncer. Ahora, por fin, llegaba el momento. Pensó en su esposa, sonrió y, entre miradas expectantes, abrió el libro. Sus compañeros de departamento ni respiraban.

Se cagó en Dios y en todos los santos. Luego en su puta madre -la de un desconocido impersonal-. Se acababa de leer la última página del libro.

jueves, 14 de agosto de 2008

Al raso

Hacía bastante tiempo que no se tumbaba al raso para admirar las estrellas. Hacía tanto, de hecho, que lo recordaba como un momento perdido en su juventud, un recuerdo de esos que le llenan a uno de añoranza. La arena de la playa resultaba ser el lecho más cómodo en el que había descansado en los últimos meses y el mar no dejaba de susurrarle que durmiera. Hizo el amago de coger un cigarrillo pero enseguida recordó que ya no fumaba.

Ya no tenía dinero y todo cuanto poseía lo llevaba puesto. Lo había perdido todo. Por fin era rico.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Un descenso peligroso

Era un descenso muy peligroso pero no pensaba en ello cuando comenzó a descolgarse. No veía nada: estaba todo muy oscuro y sus ojos eran incapaces de distinguir ningún detalle. Pero seguía bajando, poco a poco, hacía un destino incierto. No llevaba nada de comer y, entre una cosa y otra, sentía una necesidad imperiosa de dejarlo todo, acurrucarse y abandonarse al sueño. Y cuando despertase, las cosas serían completamente distintas. Aún debía bajar más. Un poco más. No había encontrado lo que buscaba y debía seguir descendiendo.

No sintió dolor cuando murió aplastada. Maite no soportaba las orugas.

lunes, 11 de agosto de 2008

Viaje de ida

No era cómo conducía el chófer. Tampoco es que la carretera fuese mala o tuviese muchas curvas. Y no se sentía mareado ni con náuseas. Pero el viaje no le estaba gustando nada. Es lo que tenía despertarse siendo el protagonista de una comitiva fúnebre.

Cosas de ricos

Era el encargo más absurdo que había recibido en sus más de veinte años de oficio: un ascensor para una casa de una planta. Se había especializado en el segmento residencial de diseño para diferenciarse de la competencia, pero entre tanto esnob siempre se colaba algún colgao. Había recibido encargos de todo tipo y lo que más se llevaba en los últimos meses era un ascensor que subía el coche desde el acceso del garage al interior de la vivienda. Quedaba muy cool tener un Ferrari en mitad del salón. Pero esto de poner un ascensor para una vivienda de una sola planta... Si no tenía ni sótano ni buhardilla ni nada de nada según le habían dicho. ¿Para qué pensaban utilizarlo? Nada, desvaríos de nuevo rico, seguro. Cogió el coche, introdujo en el GPS la dirección del cliente y se puso en marcha.

La mansión estaba muy bien: planta baja, primer piso, segundo piso y buhardillas. Supuso que no querrían el ascensor para el trastero o el cuarto del jardinero. A ver con qué le salían.

Mientras paseaba por el jardín acompañando a su cliente se preguntaba por qué había aceptado ese encargo sin haber pedido más detalles. Se detuvieron frente a un pequeño lago artificial, a la sombra de un castaño de indias. El anciano le dijo que ahí quería construirle el regalo a su nieto, parapléjico desde el accidente: una casa en el árbol.

domingo, 10 de agosto de 2008

Crujiente

Metió la mano en el bolsillo del interior de la solapa del abrigo. Algo crujiente. Sonrió.

Le encantaba eso de meter la mano en un bolsillo del abrigo y encontrarse con un dinero que no esperaba. Dos billetes de 50€, ni más ni menos. Y con un post-it pegado con una dedicatoria de Laura. Qué detallazo.

Con sorpresas así lo cierto es que no daba pereza salir a trabajar estas mañanas de invierno. Y ya era el segundo abrigo que levantaba de un bar en lo que llevaba de día.

viernes, 8 de agosto de 2008

Decisiones, decisiones...

Pues iba a tener que elegir: sólo tenía dinero suficiente para comprar uno de los dos periódicos y no ambos como hubiera necesitado para el trabajo de la universidad. Vaya putada. Pidió permiso al quiosquero para hojear los dos y ver así por cual se decidía. Uno era el típico periódico de hojas enormes con noticias que no paraban de decir que el país iba mejor que nunca y que el equipo de gobierno gestionaba todos los recursos a la perfección. Al ir pasando las hojas, se movían entre sí y acababan un poco descolocadas. No estaba mal.

El otro periódico tenía un formato más pequeño, más de revista, y con las hojas perfectamente grapadas. Era mucho más manejable, desde luego, y tenía bastantes más páginas. Las noticias, sin embargo, hablaban de un país en plena decadencia, el hazmerreir de Europa y cosas así.

Pensó en el trabajo de la universidad. Uf, era una putada tener que decidirse, pero darle vueltas al asunto tampoco le iba a solucionar nada y sí robarle tiempo. Sopesando los pros y los contras se quedó con el grapado. Aunque fuera un coñazo lo de la grapa y los papeles de menor tamaño, tenía bastantes más hojas. Trataría de buscar los ejemplares más pequeños que cupieran entre sus hojas para prensarlos e ir montando el herbario.

Silvia no quiere ir a la guardería

Era la misma historia todos los lunes: Silvia diciendo que no quería ir a la guardería y su madre haciéndole entrar en razón. Después, ya más tranquila, su madre le acercaba con el coche, le daba un beso, y a cntinuacióno se iba a hacer la compra. Silvia se acercaba entre los chillidos de los niños a la guardería, saludaba a los profesores, se metía en su clase y se sentaba en su sitio. Y a aguantar un día más.

A menudo Silvia se preguntaba por qué se había hecho profesora.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Un hermoso ejemplar

Gerardo estaba contentísimo con su nueva adquisición. Un quijote en tapa dura, edición antigua, de esos con grandes páginas amarilleadas y una tipografía apretujada y con exceso de tinta. Ahora iba a ser el centro de atención de sus amigos y seguro que pedirían turnarse para disfrutar de él. Iban a pasárselo mucho mejor que con las revistas que iban consiguiendo de cuando en cuando, que en un par de días ya no servían para nada.

Se acercó al árbol bajo cuya sombra descansaban sus amigos escondiendo el libro a su espalda. Cuando estuvo junto a ellos, lo sacó de golpe con una sonrisa triunfal y sus rostros se iluminaron. Era justo lo que necesitaban para poder disfrutar durante las tórridas horas de la sobremesa. Lo estrenaría Gerardo, claro. Hiceron un semicírculo a su alrededor mientras él abría el libro más o menos por la mitad. Frente a él, una cuerda de rafia formaba un bucle colgada por ambos extremos de la rama más gruesa del árbol. Colcó en ella el libro, se sentó, y comenzó a columpiarse.

martes, 5 de agosto de 2008

Menudo día

Menudo día de mierda: el teléfono nuevo no funcionaba para las llamadas de voz, los del servicio técnico -un 902- descolgaban la llamada y luego no le atendían y Maite, su médica de cabecera, le mandaba al otorrino.

lunes, 4 de agosto de 2008

El sentido de las cosas

Por más escalones que subía sentía que no avanzaba. Su destino se veía tan cercano -tan lejano- como tiempo atrás. Se cansaba, sudaba, seguía luchando. Pero todo parecía en vano. A veces se desanimaba y se detenía. Y veía cómo se alejaba. Sólo le quedaba ponerse a caminar de nuevo, peldaño a peldaño hacia allí donde quería llegar.

··oOo··

Aún no había llegado al fondo. Por mal que se sintiera, por absurdo que pareciera todo, seguía descendiendo hasta lo más profundo. Quería ver que había abajo del todo. Sólo así calmaría su ansia y podría volver para salir. A veces caía y caía, golpeándose, llenándose de heridas que le daban fuerzas para seguir bajando. Otras se paraba, descansaba, y veía como se alejaba. Pero el fondo parecía inalcanzable, como si no existiera, como si nunca pudiera llegar. Y, sin embargo, veía a otros ahí abajo. Abajo del todo.

··oOo··

Jonathan fue despedido su cuarto día de trabajo por cabronazo. Había aprovechado la visita del colegio de educación especial para invertir el sentido de las escaleras mecánicas.