jueves, 20 de noviembre de 2008

Infierno

Más o menos cada dos minutos se repetía aquel aullido infernal. Entonces se acurrucaba en la esquina más oscura del túnel y se encerraba en sí misma hasta que aquel demonio dejaba atrás su aliento a metal quemado. Poco a poco se estiraba hasta que un nuevo engendro venía corriendo y el pavor volvía a paralizarla.

Horas después, con la ropa hecha jirones y sus dedos cubiertos de sangre, piel y cabello llegó la esperanza: los demonios cada vez tardaban más en regresar. Finalmente, tras uno rezagado, llegó el silencio. Ya no venían más.

Salió del túnel con la certeza de que, de quedarse, no aguantaría un demonio más. Deambuló por los pasillos oscuros hacia el aire fresco que su olfato intuía. La claridad de la luna apareció tras una esquina y apretó el paso. Llegó ante unas rejas cerradas marcadas por ese horrible blasón romboidal que se repetía hasta la nausea en el laberinto. Trató de forzar las rejas. Gritó. Lloró. Sangró. Se derrumbó derrotada en el suelo.

Los pasos de un vigilante resonaron a sus espaldas. Estaba perdida. Se acurrucó junto a la verja, iluminada por la luna, a esperar lo peor.

Teobaldo jamás se hubiera esperado algo similar en su primer día de trabajo como vigilante del Metro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me hs tenido en ascuas hasta el final. Uffff!!!!!