miércoles, 31 de diciembre de 2008

Promesas

Las ruinas de aquel campanario al que subía en su infancia destacaban sobre el paisaje nevado y un cielo gris que anunciaba más nieve. Había caminado durante horas para volver al pueblo que le vio crecer y que había permanecido sumergido en el limbo de las aguas de un pantano durante las últimas décadas. Reconocía las calles, no habían cambiado nada salvo por el fango que homogeneizaba las paredes, puertas y ventanas con el mismo tono ocre.

Llegó a su casa. La puerta estaba cerrada y pensó en lo vano de aquel acto. Podían haberla dejado ardiendo que hubiera dado igual. Entró sin problemas y se dirigió al sótano. Paredes y suelo aún guardaban mucha humedad pero no sentía frío. Al fondo, bajo una losa suelta, estaba lo que buscaba. Dos soldaditos de plomo idénticos y unas pocas monedas. El tesoro de su infancia que juró recuperar algún día.

El espíritu de Joaquín por fin pudo abandonar el mundo de los mortales.

martes, 30 de diciembre de 2008

Monstruos en la oscuridad

En el estanque no quedaban más que tres o cuatro ranas que se escondían de la espantosa epidemia depredadora que había brotado en los últimos días. Antes eran cientos que competían por ver cuál croaba más alto bajo la luz de las estrellas pero, la anterior luna llena, una figura se había acercado al estanque con la suavidad de un fantasma y atrapó a dos de ellas antes de que saltara la alarma y fueran a esconderse. Las siguientes noches fueron peores: las fieras, aun siendo terrestres, se arrojaban al estanque y se atacaban unas a otras por una rana que llevarse a la boca. Ahora velaban en silencio hasta que la salida del sol se llevaba a los monstruos de vuelta a sus guaridas de piedra.

Esa noche, dos de las ranas presenciaron como un horrendo brazo agarraba a una tercera que se escondía entre las piedras. El monstruo se la acercó a la boca y le clavó sus dos ojos azules durante unos instantes. Luego los cerró y se la acercó a la boca.

En el estanque resonó el sonido de un beso y el mundo se calló durante unos segundos hasta que se escuchó el sonido del cuerpo de una rana muerta golpeando el suelo. Maldito libro de los Hermanos Grimm.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Qué buena es la fruta

A pesar de ser un hombre muy ocupado, le encantaba ir al mercado a primera hora y visitar todos los puestos en busca de las mejores frutas. Lo que más le gustaban eran las cerezas. Fue puesto por puesto pero no quedaban. Y tampoco quedaban ciruelas. Al final se llevó un cesto de manzanas rojas que no le gustaban mucho, pero no aguantaba un día entero sin comer algo de fruta. Le dio una a su hijo y él se comió otra mientras caminaban de vuelta a casa.

A partir de ese día, Guillermo Tell hijo sintió una debilidad especial hacia las manzanas.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Insectos y niños

Janira nunca había visto antes a dos insectos tan hermosos, del color de la hierba iluminada por el sol. Nunca se había puesto a mirar a los insectos; antes sólo eran bichos que le daban asco o miedo y que su madre solía matar con un periódico, una alpargata o un spray. Pero ahora, de vacaciones en el pueblo, le encantaba coger una esterilla y tumbarse en la hierba a observar a los bichitos. Y esos dos eran muy bonitos -aunque parecían monstruos en miniatura- y grandes. Estaban los dos juntos, jugando uno con otro a montar a caballito y se tocaban las antenas el uno al otro. Se acercó un poco más. Era algo maravilloso. Ya nunca tendría miedo de los bichitos. La hembra le arrancó la cabeza al macho y comenzó a devorarlo.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Ojillos

María se sentía muy triste porque el sol ya se escondía bajo el mar.

En ese mismo instante, Steve miraba desde su ventana al sol salir entre las montañas.

Wilfred, en su caravana, le sacaba los ojos a su última víctima.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Fría soledad

"Esta noche no, cariño" fueron las últimas palabras que oyó de labios de su mujer. Al amanecer, se encontró abrazado a un cuerpo frío, inmóvil, carente de vida.

Habían pasado la noche anterior en casa de unos amigos, bebiendo, riendo, fumando, esnifando cocaína. Él había llegado muy caliente y acelerado, de nuevo adolescente. Pero ella se sentía mareada y quería dormir. Sus caricias arrancaron esas palabras y él se quedó con un nudo en el estómago y otro en la entrepierna. Salió de la cama, se alivió, y finalmente pudo dormir.

Y ahora se sentía tremendamente solo y culpable.

Se levantó del sofá, tiró la muñeca hinchable al suelo y fue al dormitorio a besar a su mujer.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navidad

Por la radio habían anunciado fuertes nevadas y temperaturas muy bajas. No era momento para coger el coche y tirar millas pero era un día irrepetible y Paula no se lo pensó más. Abrió el coche, pensó en su hijo y arrancó. Condujo muy despacio por las calles casi desiertas y finalmente se incorporó a la interestatal.

A lo lejos, sonaba una sirena. Acababan de detectar su fuga.

martes, 23 de diciembre de 2008

Toda una vida

Años tras año de trabajo, al terminar la jornada, colocaba cuidadosamente los lápices, bolígrafos y portaminas que había utilizado durante el día en su portalápices de madera. Había algo especial en ese recipiente que había tallado su padre una tarde en la que le había acompañado con las ovejas. Su padre, al caer la noche, le dijo que no estaba destinado a ser pastor y que aquel portalápices le recordaría siempre de dónde venía y cual era su destino.

Ahora, la víspera de su jubilación, sus herramientas de escritura parecían haberse fundido con el tarro de madera en una escultura perfecta y atemporal que representaba toda una vida, todo un arte. Con una hermosa sonrisa que llegaba hasta sus ojos empequeñecidos tras los cristales de unas viejas gafas se puso el abrigo y se despidió de su escritorio hasta el día siguiente, hasta el día en el que celebrarían una fiesta de despedida. Hoy había sido el último día de trabajo.

Llegó una media hora tarde por la mañana, tal y como le había aconsejado el jefe. La oficina estaba llena de globos, compañeros sonrientes, una pancarta y montones de cosas para picar. Al acabar con la primera tanda de abrazos se acercó al colgador y dejó el abrigo. Sobre su mesa, diáfana, un horrendo ordenador.

lunes, 22 de diciembre de 2008

¿Y si...?

La cabeza de la última cerilla del soldado Vergara describió una parábola humeante hasta el fango del patio. A nadie le quedaban cerillas, chisqueros o cualquier otro medio de encender el cigarro que colgaba de los labios del reo.

En aquel alcázar en el limbo, Francisco Jesús había alcanzado la inmortalidad.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Imperfecta perfección

No había manera de quitar esas manchas. Había conseguido tejer un manto negro, perfecto y, en un descuido, había estropeado su obra maestra. Sus hijos lo llamarían estrellas.

Cambio

Tenía muy claro lo que debía hacer. Dejar de pensar.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Un instante

Llevaba toda la noche conduciendo y le pesaban los ojos, los brazos, las piernas, la cabeza. Aún quedarían un par de horas para que saliese el sol y las nubes que cubrían el cielo sólo dejarían pasar algo de luz mortecina. Recordó. Pensó. Recordó.

Una fracción de segundo y se dio cuenta de que todo su futuro dependía de si lograba salir de esa jaula de metal que no paraba de dar vueltas. Había sido un gilipollas. Rezó por primera vez en muchos años. Había gastado todos sus ahorros en lotería de Navidad.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

martes, 16 de diciembre de 2008

lunes, 15 de diciembre de 2008

Las heridas del duende

No tenía muchas ganas de seguir con su trabajo. El resto de los duendes admiraban su destreza, cómo podía manejar aquellos fragmentos cortantes con tanta suavidad como para no herirse y con tanta fuerza como para colocarlos firmemente en su sitio.

Pero no se daban cuenta de que, de vez en cuando, se hacía heridas muy profundas que, aunque parecían curarse, le dejaban un regusto a miedo que crecía con cada nueva herida. Su trabajo era admirable, sí, de acuerdo. Un honor. Un gran servicio. Pero ya no quería seguir siendo el duende encargado de los sueños rotos.

Hoja en blanco

Así, de improviso, esa tarde se le había acabado el problema de quedarse horas ante una hoja en blanco. Había estado escribiendo unos minutos. Cuatro o cinco hojas arrugadas que fueron a parar a la papelera. Y entonces, como una bofetada, le quedó perfectamente claro lo que tenía que hacer en ese momento.

Se puso frenético. No podía parar. Las ideas bullían en su mente y no le daba tiempo a plasmarlas antes de que se le escurrieran del cerebro. Por fin. Ante él, una puerta abierta que pensó encontrarse cerrada. No dudó ni un segundo y pidió un paquete de folios.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Que no me vean...

Aquellas dos personas le resultaban de lo más sospechosas. Giró la cabeza y miró hacia el exterior. Nevaba y las luces amarillas de la noche iluminaban los copos que caín en su cono de luz. Respiró hondo, disimuló como mejor sabía. El hombre y la mujer pasaron a su lado y ella le miró fugazmente, lo vio por el rabillo del ojo. Aguantó la respiración y cerró los ojos.

Sintió como tres fuertes manos le sujetaban el cuerpo contra la silla y la cuarta le inmovilizaba la cabeza. Gritó y el resto de la gente de la sala o no miró, o lo hizo con escaso interés. El corazón se le desbocaba, no podía controlarlo. ¿Qué iban a hacer con él aquellas dos personas?

Una de las manos que le sujetaba el cuerpo se soltó e instantes después le metió algo en la boca. Le impidieron respirar hasta que se le fueron las fuerzas y se lo tragó. Sintió que se desvanecía.

El nuevo paciente paranoico comenzaba a resultarle cansino a los celadores.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Mi huevo

Al calor de las pasiones las primeras grietas aparecían en la superficie del huevo en el que crecía.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Pútrido olvido

Yacía pudriéndose en medio del campo con el corazón partido en dos. Era otoño y llovía y ni el hombre que la había dejado tirada a unos metros del camino se acordaba ya de ella.

De sus semillas nació un hermoso manzano.

lunes, 8 de diciembre de 2008

domingo, 7 de diciembre de 2008

Un momento maravilloso

Esa era la noche perfecta que había estado esperando. Durante cuatro horas había caminado cargando con el trípode y la cámara bajo un cielo salpicado de miríadas de estrellas por el que se abría paso una luna perfectamente redonda y ahora estaba llegando a la cima de la montaña.

La luna seguía desplazándose hacia el cañón y, en un instante mágico, derramaría su luz sobre el río que escondía en sus profundidades. Tendría la fotografía que siempre había soñado. Y ganaría el premio.

Colocó la cámara sobre el trípode y se quedó esperando. La luz resbalaba ya por la pared del cañón. Respiró hondo. Una, dos, tres veces. Dio una patada al trípode y gritó. Maldito eclipse de luna.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Gepeto

A través de los anteojos sus ojos cansados veían el mecanismo y la punta de las herramientas con las que lo estaba manipulando. Pronto lo tendría terminado, lo colocaría en el cuerpecito que yacía en la camilla a su lado y lo echaría a andar. Entonces sus compañeros de profesión sabrían si estaba o no loco y dejarían de llamarle Gepeto.

Al día siguiente fue la presentación en sociedad del joven Pinocho. Pinocho, asustado, permanecía inmóvil. Todos estaban expectantes. Muchos, deseosos del fracaso. Finalmente Pinocho echó a andar y una gran ovación llenó la sala. Gepeto derramó unas lágrimas de alegría. Su diseño era perfecto. Aquel ratoncito vivía con un corazón electrónico.

viernes, 5 de diciembre de 2008

jueves, 4 de diciembre de 2008

Romántica arqueología

A pesar de que la civilización actual parecía abocada hacia el colapso a nivel planetario y a una larga -¿eterna?- edad oscura, disfrutaba de su trabajo de arqueólogo. Era maravilloso descubrir un objeto que en su día pudo no ser más que una fruslería y ahora se había convertido en un bardo que contaba historias de la antigüedad cargadas de leyendas, verdades y supersticiones entretejidas en una hermosa historia que no quería desmentir.

Y aún así se seguía sintiendo como un gilipollas por haber perdido el iPod.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Tranquilidad

Su vida en ese momento era de lo más tranquila. Aunque las correas que le sujetaban a la cama le apretaban un poco.

martes, 2 de diciembre de 2008

Pesadillas

Ya no tenía la fuerza de su juventud y se sentía cansado tras pasar todo el día pastoreando a sus ovejas. Toda una vida de soledad salvo contadas visitas con las que almorzaba o cenaba y de las que no volvía a saber. Se sentó en el tronco de un árbol caído y trató de recordar cómo era el sol cuyo calor sentía en la piel. Pero habían pasado demasiados años desde que perdió la vista y sólo consiguió evocar la imagen distorsionada de un disco pálido.

El calor del día fue dando paso al frescor del ocaso. Llevó de vuelta al rebaño y se encerró en su casa. Cenó un poco de carne asada y un pedazo de queso. Sólo bebió agua. Luego se echó en el catre y soñó la misma pesadilla que se le repetía desde hacía años. Jamás olvidaría esa voz, la del último rostro que conoció. Finalmente, llegó la calma.

El anciano Polifemo roncaba.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Algo que te marca la vida

Le había aparecido una cosa en el regazo que le impedía trabajar. Todo había surgido a raíz de un accidente años atrás. Un amigo, alcohol, hielo en las calles... No supo decir que no. Y lo que en un principio era sólo un bultito aparentemente inofensivo fue creciendo y convirtiéndose en algo que le impedía hacer una vida normal, en algo que muchas veces le dejaba sin energía, que le hacía levantarse en medio de la noche e ir a urgencias...

Pero también esa cosa tenía su lado bueno, aunque mucha gente no lo entendiese. Besó la cabeza de su perro y éste saltó de su regazo para ir juntos a la calle.