lunes, 15 de diciembre de 2008

Hoja en blanco

Así, de improviso, esa tarde se le había acabado el problema de quedarse horas ante una hoja en blanco. Había estado escribiendo unos minutos. Cuatro o cinco hojas arrugadas que fueron a parar a la papelera. Y entonces, como una bofetada, le quedó perfectamente claro lo que tenía que hacer en ese momento.

Se puso frenético. No podía parar. Las ideas bullían en su mente y no le daba tiempo a plasmarlas antes de que se le escurrieran del cerebro. Por fin. Ante él, una puerta abierta que pensó encontrarse cerrada. No dudó ni un segundo y pidió un paquete de folios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eso!!!! hay que aprovechar el momento y la inspiración