sábado, 31 de enero de 2009

Oscuridad

La angustia se apoderaba de su mente y le impedía pensar con claridad en qué debía hacer para escapar de allí. Siempre le habían dicho que tenía que controlar su miedo, que la Oscuridad no iba a hacerle daño, que eso era algo que se les decía a los niños pequeños para que se portasen bien. Pero allí, en el granero, lejos de su casa y habiendo caído ya el sol, sabía que la Oscuridad acechaba, que estaba en todas partes y en ninguna y que no podría llegar a salvo a su casa.

Pasó cerca de una hora y no escuchaba ruidos fuera. Tenía hambre y su madre estaría preocupándose. Tenía que salir. Y correr sin mirar atrás, en medio de la noche, hasta las primeras luces del pueblo. Respiró hondo. Una vez. Dos veces. Aguantó el aire de la tercera y empujó la puerta. Echó a correr con todas su fuerzas y comenzó a respirar rápida y entrecortadamente. La luz de las estrellas sólo le dejaba intuir la claridad del camino de tierra. Al fondo, una mancha oscura señalaba la puerta del cercado. ¿Podría saltarla? Le ardía el pecho y las rodillas. Y sentía la presencia hostil que se acercaba inexorablemente. Por más que corría se acercaba. La puerta. No era tan alta como creía. Aceleró y la vista se le nublaba. No importaba, estaba muy oscuro. Algo agarró su vestido por detrás. Siguió corriendo. Se desgarró la falda. Dos, tres, cuatro zancadas y un salto.

Su pie derecho golpeó el tronco superior de la puerta y cayó al otro lado. Le escocían las manos, le dolían. Seguro que se habían llenado de piedrecitas y su madre tendría que frotárselas bajo el grifo con jabón. Le diría que le estaba bien empleado por colarse en la granja. Pero al menos estaba a salvo.

Al otro lado de la verja, Oscuridad ladraba. A ella no le parecía tan bonita esa pastora belga.

viernes, 30 de enero de 2009

Muertos en vida

Los niños no paraban de gritar excitados por los juegos. En el piso de abajo, sus madres y abuelas chillaban y reían histéricas con los números que iba leyendo en voz alta un gañán más o menos apuesto de las bolitas que escupía un bombo de bingo. Todos parecían felices salvo el encargado del local, sombrío y huraño, callado en su rincón.

Cuatro horas después, en sus casas, los niños cumplían sus diez horas diarias ante una pantalla mientras las mujeres esperaban que los hombres no llegaran a casa demasiado borrachos. Acababa un día más -uno cualquiera, todos- y las musas seguían llorando ante los cadáveres de los sueños que nunca se pudrían.

Otra persona dormía y volaba entre negras montañas que caían al mar, bosques excavados en la roca inerte y mundos que existían gracias a él.

jueves, 29 de enero de 2009

¿Déjà vu?

Después del disgusto del día anterior, Eva se propuso no quedarse sin tila de nuevo. Se pondría un Post-it en la puerta de la calle y el lunes iría a comprarla. De momento trataría de no alterarse.

Buscó en su escritorio. Abrió los cajones. Nada. Junto al ordenador tampoco. ¿En los cajones del dormitorio? Nada. Encima de la tele tampoco. En la encimera de la cocina no. Ni al lado del teléfono.

En la nevera resaltaba un pequeño rectangulo de color amarillo fosforito. Menos mal. Aunque estaba usado seguramente podría escribir algo por detrás. Mala suerte: estaba escrito con un rotulador que traspasaba el papel. Ponía "comprar Post-it y tila".

En el bar de punkis de abajo no tenían tila.

miércoles, 28 de enero de 2009

Tila

Estaba tan atacada de los nervios que necesitaba tomarse una tila. Puede que no fuera la solución más efectiva pero se había acostumbrado desde pequeña y cada vez que sentía el sabor dulzón de la tila se sentía segura y respiraba más profundamente.

Pero lo de hoy era desesperante. Tenía un encabronamiento brutal. Y es que no soportaba no encontrar una bolsita de tila.

martes, 27 de enero de 2009

Suerte

¡Por fin había encontrado un trébol de cuatro hojas! Era el verano en el que había cumplido siete años y ahí, entre la piscina y el chiringuito, lo había encontrado al tercer día de ir a la piscina. Tumbado en el suelo, lo miró. Lo miró tan de cerca como le dejaban sus ojos. Aparte de tener una hoja más, era igual que los otros. ¿Y qué lo hacía tan especial? Miró debajo, a un lado, a otro, pero nada. Y dos de las hojas estaban algo mordisquedas por algún bichito. ¿Y para eso había estado más de dos días buscándolo?

Estaba cansado de que los mayores le tomaran el pelo, así que lo agarró y tiró de él. En ese mismo instante, una mano gigante se llevó consigo el trébol y al pequeño duende aterrado.

lunes, 26 de enero de 2009

Triste invierno

Los pocos días que quedaban hasta el final del invierno se le hacían eternos. Después vendría la primavera, todo reverdecería y la gente volvería a salir a las calles.

Pero hasta el deshielo, las noches eran frías, oscuras, solitarias. A ver a quién violaba así.

domingo, 25 de enero de 2009

Precaución

La correa no era lo suficientemente larga como para que los dos perros se enredaran y no pudieran separarse pero aún así le daba bastante miedo acercarse al dogo o mastín o lo que fuera el bicharraco que tenía sujeta la chica. Por si las moscas.

¿O es que le daba miedo la chica?

sábado, 24 de enero de 2009

El melón

Aquel melón estaba poniéndose bastante malo. No tenía buen color y olía un poco a acetona. La verdad es que este año el campo había estado bastante mal, mucho frío, poca lluvia y granizo poco antes de la recolección. Pero eso no era excusa y los hortelanos podían poner más cuidado en lo que hacían.

Fernando miró a Eufrasio a los ojos y le dijo que no se volviese a olvidar ponerse la insulina, que otra vez podía no contarlo.

viernes, 23 de enero de 2009

Sinfonía

La melodía de aquella sinfonía le llevaba por un mundo del que no quería salir. La cadencia en los pasajes lentos, como los latidos del corazón de la madre en el útero. Un crescendo seguido de un diminuendo que insinuaban el leitmotiv que le transportaba a cientos de kilómetros de donde estaba, a la playa de una cala perdida en algún lugar del Atlántico...

Un repentino rinforzando que le proyecta a un éxtasis inigualable... Qué bien sonaba el motor del Ferrari.

jueves, 22 de enero de 2009

El sonido que se apaga

El sonido de la cascada se notaba acolchado, apagado. Estaba en la orilla del río, con un pie dentro del agua gélida, poniendo toda su atención en escuchar el estruendo de la cascada pero era muy, muy tenue. Tampoco conseguía escuchar el canto agudo de los pajarillos que disfrutaban del sol en las ramas de los árboles. Minutos después ya no oía nada.

Se calzó la chancla y volvió por la senda hacia el coche. Se echó la mochila con el portátil al hombro, cogió la silla plegable, y volvió hacia el río. Los tapones de silicona que había comprado esa mañana eran cojonudos.

miércoles, 21 de enero de 2009

Buscadores

Llevaba años sin entrar en Internet y no se sabía la dirección de ningún buscador. Todo era tan distinto ahora... Deseaba encontrar a su hija después de tantos años. Debió haber pensado en eso antes de dejarlo todo e irse a la estepa de Mongolia. Pero no, la paternidad le vino tan grande que no supo tomar la decisión adecuada. Y ahora se arrepentía.

Manos a la obra. Lo primero era encontrar un buscador. Pidió ayuda al chico encargado del local que, sin mostrar ningún tipo de emoción, tecleó unas palabras y pulsó intro. Perfecto. Había cinco buscadores en la ciudad, seguro que alguno de ellos encontraba a su hija.

martes, 20 de enero de 2009

Pordiosero

A Joaquín le echaban de todos los bares de Sevilla. Era negro y olía a rayos, vivía en la calle desde hacía meses y nunca decía nada, no se metía con nadie, no buscaba bronca. Sólo buscaba comer alguna cosilla y echar un trago. Pero siempre le miraban mal y acababan echándole a voces y casi casi a patadas. Y nadie parecía sentir por él la más mínima compasión.

Hasta que un día apareció Diego, un chaval extremeño que le tendió la mano, se sentó con él en un banco del parque, y compartió medio bocadillo de queso. Le miró a los ojos y le dio un vuelco el corazón. Diego le dio un abrazo y juntos fueron a ponerle el chip al veterinario.

lunes, 19 de enero de 2009

El trabajo dignifica

Para ser su primer día no había estado nada mal. Pensó que no iba a ser capaz de poner cada cosa en su sitio pero sus compañeros, experimentados, le ayudaron cada vez que dudaba sin necesidad de mediar palabra. El estrés del principio se fue convirtiendo en satisfacción por el trabajo bien hecho y de ahí al gozo hubo un paso.

Había estado casi catorce horas trabajando y se encontraba agotado pero muy feliz. ¡Cómo le gustaba su nuevo trabajo de artillero del ejército!

domingo, 18 de enero de 2009

Lluvia, ¿dónde estás?

Aún no llovía. El jefe se sentó en lo alto del risco a otear el cielo pero no había restos de nubes negras. La belleza de aquel paisaje desértico en el que tantas generaciones de indios navajos habían vivido era innegable, emocionante. Pero la lluvia seguía sin llegar y el sustento de sus familias dependía de ello.

Bajó del risco y con un gesto del brazo convocó a todos al interior de la tienda. Estaban en medio de Arizona y no podían depender de ayuda exterior. Tenían que atraer la lluvia a cualquier precio. O el director de proyecto les retiraría los fondos de investigación para siempre.

sábado, 17 de enero de 2009

Accidente

Durante mucho tiempo había disfrutado viendo fotos de montañas, leyendo sobre ellas, soñando con el día en que coronaría sus cumbres. Pero aquel accidente de coche le había dejado sentado para siempre en una silla de ruedas y sintió que su sueño se alejaba. Nunca dejó de soñar.

Ahora cumplía su sueño de hollar las nieves del Himalaya. Ya podía morir en paz. Y no tardaría en hacerlo. Poco a poco los supervivientes del avión iban muriendo de frío.

viernes, 16 de enero de 2009

La torre

En esa torre hexagonal se guardaban miles de secretos que podían cambiar el mundo, el universo, Dios. Una magia más poderosa que las fuerzas de la naturaleza, que las arenas del tiempo, que las emociones de los seres humanos. Y en ese preciso instante, la torre se tambaleaba. Oscilaba de un lado a otro, una, dos, tres veces.

Y cayó. Durante unos instantes cayó hacia las profundidades y con un sonido agudo se quebró la punta.

Azucena sopló el sacapuntas y siguió escribiendo.

jueves, 15 de enero de 2009

Aire

De nuevo sentía que le faltaba el aire y eso le hacía perder los nervios. Miedo. Perdía el control. Se le aceleraba la respiración. No. Respira hondo. Recuerda. Respira hondo.

El sudor empapaba sus manos. Le dolían los músculos. La noche se veía más oscura. Y entonces apareció su salvación.

Salió de la gasolinera sonriente. Con las ruedas hinchadas se conducía mejor.


miércoles, 14 de enero de 2009

A nadie le importa

Se encontraban aprisionadas bajo una tapa cerrada y ya no les quedaba más alimento. Pronto empezarían a morir las primeras y el ambiente se iría haciendo más irrespirable, tóxico, y acabarían finalmente pudriéndose sin que a nadie le importara.

Así sucedió. Pero a Javier sí que le importó: cuando abrió la tapa casi un mes después se encontró con el último yogur caducado.

martes, 13 de enero de 2009

Destino

Las cuatro personas no conseguían ponerse de acuerdo. Una decía que al frente, otra que atrás, la tercera que a la izquierda y la última que a la derecha.

El huevo cayó al suelo.

lunes, 12 de enero de 2009

Pelota amarilla

La pelota amarilla flotaba en medio de aquel templo de paredes blancas que se fundían en una cúpula. El silencio era total y la temperatura era perfecta. La pelota amarilla palpitaba levemente en el interior de aquel templo sencillo y perfecto. Se sentía un ser privilegiado por estar contemplando ese milagro que muy pocos habían presenciado con anterioridad.

Sonó su móvil y suspiró resignado. Era el decano de la facultad. Dejó de observar el huevo y tomó nota del encargo.

domingo, 11 de enero de 2009

La muerte callada que trajo la vida

Las aguas del puerto estaban completamente tranquilas, como no recordaban ni las viudas más ancianas. Un grueso manto blanco cubría las casas, las calles, la arena, los botes. El silencio de la aldea sólo se rompía por los comentarios susurrados en un tono casi reverente que de cuando en cuando saltaban de los corazones de las gentes. ¿Un milagro? ¿Una maldición?

Las islas, pequeños desiertos antes, verdearon con las primeras lluvias. Hierbas, arbustos, árboles, toda la superficie de roca pelada por siglos de sol y lluvia se habían llenado de vida. Todo gracias a las cenizas del volcán.

sábado, 10 de enero de 2009

Kissy

Cuando una persona tiene tiempo para pensar mientras se le escapan las últimas gotas de vida entre los dedos recuerda con amargura todo aquello que no pudo hacer. Castillos de arena construidos durante toda una vida que se desmoronan con la última marea y todo quiere desaparecer.

Kissy quería comerse otro queso y dormir junto a su mamá.

viernes, 9 de enero de 2009

Fotos fantásticas

Las fotos habían quedado increíbles. Para nada se lo había esperado. Era la primera vez que las hacía y ya le parecían buenísimas. Había elegido cuatro que dejó sobre la mesa: tres paisajes y un retrato en blanco y negro. Cuando llegaran sus amigos se iban a quedar alucinados. La parte que más temía había sido la de sumergirlas en el líquido el tiempo justo para que no se pasasen pero las indicaciones de su amigo Pedro eran impecables y salieron como esperaba.

Tenía un poco de hambre y aún faltaba más de una hora para la cena. Se acercó a la cocina, cogió una foto de su perro Toby y se la comió.

Sin agua

No iba a ser suficiente el agua que quedaba en el fondo de la botella. Toda la vida disfrutando de abrir un grifo y disponer de cuanta agua quisiera y esa misma mañana su mundo se le había venido encima. No tenía agua. Sintió su boca reseca, pastosa. Su lengua era como un calcetín y la cabeza le daba vueltas.

¿Cómo iba a tomarse el Gelocatil?

miércoles, 7 de enero de 2009

Santidad

Lucía yacía en el lecho con los ojos cerrados. La luz parecía estar flotando a unos centímetros sobre su cabeza. No debía haber ninguna luz pero ahí estaba. Luego el olor a flores que inundaba la estancia. Lucía era una persona muy buena, siempre entregada a los demás. Creyente hasta la médula. No se esperaba esto.

Le había robado su vela de jazmín.

martes, 6 de enero de 2009

Un mundo prohibido

Había descubierto un nuevo mundo de seres increíbles. Grandes gusanos albinos que se desplazaban a toda velocidad entre redes de un extraño material flexible que reflejaba la luz con un fantasmal brillo nacarado. Por entre los tubos, sin las ataduras de los raíles, también se movían trenes de decenas de vagones que utilizaban unos apéndices articulados para esquivar las irregularidades del terreno. Y luego estaban los soldados, con su brillante blindaje negro de material orgánico. Se movían todos casi al unísono, como siguiendo un plan maestro dictado por la élite dirigente de su colonia.

Era increíble lo que se encontraba uno al levantar una roca en el jardín.

Recuerdos

Era sólo un pañuelo pero significaba mucho para ella. Era el pañuelo que él le había regalado cuando la conoció. El pañuelo con el que se había secado la sangre después de que él la desvirgara. El pañuelo que guardaba siempre como un tesoro, como símbolo de que él la pertenecía.

Y por fin se lo había conseguido quitar a la zorra que se tiraba a su marido.

domingo, 4 de enero de 2009

El bebé

Su bebé dormía tapado por el viejo manto azul con el que había cubierto a sus anteriores hijos. Pero éste era su favorito. Ya se sentía vieja, no tenía la fuerza de antes y quizá fuera el último hijo que podría tener, los años no pasaban en vano.

Ojalá existieran los dioses. Ojalá pudiera pedirles ser de nuevo joven y hermosa y tener un vientre fértil con el que parir nuevos vástagos. Ojalá. Ellos matarían a esos malditos hombres que la maltrataban ahora y la trataban como a una vieja puta inútil.

Aunque quizá su pequeño lo lograría. Claro que lo lograría. Sentía el calor de su vientre bullendo de vida. Aún tenía que crecer un poco más antes de nacer.

En algún lugar bajo el Pacífico, la Madre Tierra engendraba un nuevo volcán.

sábado, 3 de enero de 2009

Inocencia perdida

Sólo tenía seis años cuando vio morir por primera vez a un amigo. Sólo seis. Y nunca lo olvidaría. Era pequeño y, seguramente por eso, creía que el poder de la amistad o desear algo de todo corazón podría cambiar las cosas. Pero no fue así. A finales de enero se dio cuenta de que algo no iba bien. Jordi ya no tenía la vitalidad de los días anteriores. Día a día iba a hacerle compañía, lo tenía al lado de casa. Se pasaba las horas a su lado, jugando sólo, jugando a que jugaba con él. Y se imaginaba que lo veía mejor. Solía acariciarlo pero estaba demasiado frío al tacto y le acababa resultando desagradable. Dejó de hacerlo. Al cabo de dos días ya no podía seguir engañándose. Dejó de visitarlo.

El lunes siguiente Jordi ya no estaba. Volvió a la guardería y en el recreo se metió en el baño para llorar. Claro que luego tendría más amigos pero ninguno sería tan especial como Jordi. Ningún otro muñeco de nieve.

viernes, 2 de enero de 2009

Creando

La plumilla iba dejando su rastro de tinta en el papel que había elegido. Éste tenía forma de árbol y poco a poco las líneas resaltaban sus detalles: la rugosidad de la corteza, el brillo se las hojas, las nervaduras de las mismas. Completó el dibujo con sus acuarelas: marrón para el tronco, algo más ocre para las ramas. Limpió el pincel y con azul y amarillo rellenó las hojas. Contempló el dibujo. Le gustó. Lo arrojó al mundo. Descansó.

Mientras dormía, su perro se comió el papel con la forma del sentido común.

jueves, 1 de enero de 2009

Corto

No sabía si el camarero le estaba vacilando o es que realmente era así de corto. Al final le dijo que como le diera la gana. Tampoco era tan difícil poner un café cortado. Joder, café solo y un chorrito de leche. Pero no, el tío que si torrefacto, que si descafeinado, que si leche entera, que si de soja, que si sacarina...

En fin, tampoco se podía esperar gran cosa de todo el mundo. Sacó un billete de diez euros y llamó al camarero.

De vuelta a la oficina aún se preguntaba por qué le había contestado a aquel hombrecillo que "si le parece, en céntimos".