martes, 27 de enero de 2009

Suerte

¡Por fin había encontrado un trébol de cuatro hojas! Era el verano en el que había cumplido siete años y ahí, entre la piscina y el chiringuito, lo había encontrado al tercer día de ir a la piscina. Tumbado en el suelo, lo miró. Lo miró tan de cerca como le dejaban sus ojos. Aparte de tener una hoja más, era igual que los otros. ¿Y qué lo hacía tan especial? Miró debajo, a un lado, a otro, pero nada. Y dos de las hojas estaban algo mordisquedas por algún bichito. ¿Y para eso había estado más de dos días buscándolo?

Estaba cansado de que los mayores le tomaran el pelo, así que lo agarró y tiró de él. En ese mismo instante, una mano gigante se llevó consigo el trébol y al pequeño duende aterrado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que ternura!!! Pobre duendecillo (vestido con pantalones bombachos verdes y su gorrilla roja), y tanto susto para "ná". Seguro que esa mano gigante y peluda, despues de arrancar el trebol, lo olvidaría entre las páginas de un viejo libro.

Ñocla dijo...

Eso le pasó al duende por fiarse, nunca hay que fiarse de nadie y mucho menos de los mayores y de las manos gigantes

Anónimo dijo...

tú tienes un trebol de cuatro hojas...