domingo, 11 de enero de 2009

La muerte callada que trajo la vida

Las aguas del puerto estaban completamente tranquilas, como no recordaban ni las viudas más ancianas. Un grueso manto blanco cubría las casas, las calles, la arena, los botes. El silencio de la aldea sólo se rompía por los comentarios susurrados en un tono casi reverente que de cuando en cuando saltaban de los corazones de las gentes. ¿Un milagro? ¿Una maldición?

Las islas, pequeños desiertos antes, verdearon con las primeras lluvias. Hierbas, arbustos, árboles, toda la superficie de roca pelada por siglos de sol y lluvia se habían llenado de vida. Todo gracias a las cenizas del volcán.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para no estar inspirado, te has salido un hijo genial. Un buen parto en toda la regla. Enhorabuena por el pequeño.