martes, 31 de marzo de 2009

Alta cocina

Ahora que tenía su primera estrella Michelín recordaba con especial cariño las patatas que hervía su madre al calor del hogar, con su sal, sus pedazos de tocino, carne y chorizo para engañar al paladar y su mezcla de hierbas maceradas en aceite de bellota. Años tan míseros y hermosos que quedaron marcados de algún modo en su subconsciente y cuya esencia destiló en los fuegos hasta que ahora, al fin, había conseguido el reconocimiento internacional de la más alta cocina.

Jean Luc cobró su finiquito. Había acabado hasta los cojones de la pedantería del mundo laboral en el que se movía. Pero les había dejado el "regalito" de un auténtico truño a sus antiguos jefes de Michelín.

lunes, 30 de marzo de 2009

Monedas

Abrió la vieja caja de zapatos que escondía bajo unas maderas sueltas del suelo de su habitación. Seguía llena de monedas de distintos colores y tamaños. Unas eran de metales nobles como oro o plata; otras de latón, níquel, plomo e incluso aluminio. Las había de países cercanos y de otros que jamás soñaría con visitar. Metió la mano y cogió un puñado que observó sobre su palma abierta. Recordaba cómo había conseguido cada una de ellas: de pequeño, de joven, trabajando al otro lado del mar, de vuelta en el bar del pueblo. Incluso estaba la penúltima que había conseguido: las pasadas navidades en una terraza del puerto.

Durante toda su vida había coleccionado aquellas monedas extrañas que habían llegado accidentalmente a sus manos. Nunca las había buscado; su intención no había sido la de coleccionar monedas sino la de tener un lugar donde las monedas perdidas tuvieran un significado.

¿Qué pasaría con las monedas cuando él ya no estuviera? ¿Serían sólo pedazos de metal o quedarían sus historias de algún modo rozando la eternidad?

domingo, 29 de marzo de 2009

El fin, el comienzo

Las ratas corrían en desbandada por la ciudad. Morían a cientos al cruzar las calles, la autopista. Las tripas y la sangre se acumulaban en el suelo y los coches patinaban y se deslizaban hasta chocar unos con otros y con las personas. Y no paraban de surgir nuevas ratas de todas partes que acababan perdiéndose en las sombras de la noche.

La gente corría de un lado a otro; se metían en sus coches, en sus casas, en las iglesias. Y sólo unos cuantos agoreros, subidos a sus improvisados púlpitos, clamaban contra los pecados de los hombres que habían provocado la cólera de Dios. Era el fin de los tiempos.

Y la noche más feliz para los miles de gatos de la ciudad.

sábado, 28 de marzo de 2009

A través de la noche

Las monedas tintineaban en sus bolsillos con cada zancada que daba. No sabía si huía de un peligro real o eran sólo sus miedos quienes acechaban entre las sombras de las calles pero no podía dejar de correr lejos de ahí, hacia ninguna parte. Oía pasos de alguien corriendo, ¿sería el eco de los suyos?

La noche había sido su amiga. Eso había creído. Pero ahora se volvía contra él y le arrancaba sus recuerdos de muy dentro y se los ponía en los morros, se los restregaba en la boca y le sabía todo a hiel. Sólo quería que llegara el día, despertarse y no sentir miedo. Ir donde quisiera en vez de vagar sin rumbo dando tumbos en busca de algo que no sabía lo que era.

Pasó ante un par de burdeles, tres tiendas de licores abiertas, una de armas -¿a esas horas?; sería el barrio-, una farmacia y demasiados bares. Nada le servía, no podía esconderse allí. Taxis. Taxistas blancos, taxistas sudamericanos, taxistas moros. Putas. Yonkis. Locales y secretas. Gente normal. Aflojó el paso. La angustia seguía ahí, los pasos no.

Se sentó en un banco y sacó un cigarro. Se había dejado el mechero en algún lado. Una puta rumana, polaca o rusa le dio fuego y una sonrisa. Él unas gracias sinceras. Caminó hacia el metro. Llovía. Quería mojarse.

Se sentó en las escaleras entre el primer y segundo piso de su casa. Estaba tiritando y su ropa dejaba un charco cada vez más grande que bajaba las escaleras hacia la puerta de la viuda del 1ºA.

Se despertó al dar una cabezada. Tenía que quitarse la ropa pronto y entrar en calor o iba a estar realmente jodido. Subió arrastrando los pies el piso y medio que quedaba hasta su puerta y giró la llave. Fue hasta la habitación, se quitó la ropa y cayó sobre la cama.

Abrazó a la almohada. Aún conservaba el olor.

Se durmió.

viernes, 27 de marzo de 2009

Sueños que se cumplen

Siempre había tenido curiosidad por saber cómo era el interior de una cueva. No de cualquier cueva, sino de una cueva natural, de esas que se esconden en medio del campo, tras un recodo en un paso de montaña, o tras una cascada. Había oído decenas, cientos de historias de viajeros, de soldados, de aventureros, de buscavidas... pero nunca había podido salir de su ciudad, estaba encadenado a su trabajo.

Se acercaba el año de su jubilación. Y seguía sin salir de su rutina, sin visitar los lugares con los que soñaba. Algún día lo haría. Después de jubilarse, si eso. Tendría tiempo y dinero y sería una buena actividad a la que dedicar sus días cuando ya no tuviera trabajo.

Visitó la Cueva de Montesinos en primer lugar. Siempre le había gustado El Quijote y le pareció un buen lugar por el que comenzar. Fue una experiencia inceíble, mejor de lo que había esperado. Ese mismo mes visitó otras dos cuevas.

Dos años después, mientras profundizaba en una cueva de los alpes franceses, pensaba en cómo le gustaría poder caminar de nuevo entre archivos y papeles.

jueves, 26 de marzo de 2009

Encuentros en la tercera fase

Fede sentía una fuerza extraña que le retenía. Podía mover brazos y piernas sin ningún problema, al igual que la cabeza. Pero algo le sujetaba y no podía irse.

Los primeros momentos de incertidumbre dieron paso a una sensación muy angustiosa. Era la primera vez que le pasaba algo así en la vida. No había manera de librarse de esa fuerza inexplicable. Trató de pedir ayuda, de gritar. Nadie vino en su ayuda.

No pudo evitar sentir un ataque de pánico que terminó por convertirle en un pelele que no paraba de gritar, de lanzar puños, de patear el aire tratando de noquear al responsable invisible de su estado.

Tenía el corazón muy acelerado. La sangre fluía a golpes por sus arterias y hacía palpitar sus sienes, sus oídos, su pecho. Le ardían los pulmones, no le llegaba suficiente aire. Se le nubló la vista.

Finalmente, agotado, dejó de luchar.

Así fue el primer contacto de Fede, dos años y tres meses, con un cinturón de seguridad.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Recuerdos inútiles

No podía quitarse de la cabeza esa melodía. ¿Cuándo la había escuchado? Si al menos pudiera recordarlo tendría una referencia sobre la que intuir qué le había pasado. O al menos saber de qué canción se trataba. Cualquier cosa menos esa repetición obsesiva en su cabeza que no le dejaba pensar con claridad.

Bien pensado, no recordaba otra cosa que esas notas incesantes. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no sabía nada de sí mismo? Se sentía tranquilo pero con el gusanillo de saber más y salir de ese limbo.

No paraba de hacer sonar la melodía en su cabeza. ¿Cuánto llevaba ya así?

De pronto tuvo un recuerdo. La canción era de un tal Mozart y se llamaba Requiem.

martes, 24 de marzo de 2009

Tempus fugit

El reloj marcaba las horas cada vez más lento, como si llegase al final del día agotado, sin energía. No eran más que las primeras horas de la noche y ya todo el mundo se encontraba durmiendo. Todos menos él. Vale que llevaba un par de cervezas en el cuerpo, pero tampoco era como para perder la noción del tiempo.

El sofá era muy cómodo. Uno podría quedarse dormido en él incluso ya de mayor. Pero si lo que uno hacía era mirar fijamente el movimiento -la falta de movimiento- de las manecillas del reloj, el efecto era el de una mano fría agarrándole a uno el cuello.

Jesús estaba esperando a que llegaran sus nietos de clase. El reloj parecía casi casi parado: una manecilla lograba dar el salto cada minuto, minuto y medio. No quería que eso acabara así. No. Era injusto. Injusto, cruel, innecesario. El tiempo era cada vez más largo.

Hasta que por fin se detuvo y Jesús quedó inmerso en un mundo inerte, inmóvil. El tiempo se le había acabado. Se quedaba esperando a unos nietos que nunca llegarían en un tarde eterna de la que jamás saldría.

A las bravas

Pocas veces se había sentido tan despreciado de esa manera. A su edad ya debería estar jubilado y disfrutando de la vida con sus nietos. Pero así, con su mujer demente y enferma, no podía. A ver cómo hacía si no para salir adelante. Y no era solo por el dinero sino porque con este trabajo podía distraerse del agobio y sufrimiento que rodeaban su día a día.

Abrió la puerta del cuarto de limpieza y se puso un mono de trabajo. A continuación llenó el cubo de la fregona, echó dos tapones de fregasuelos y sacó el carrito al pasillo. El director se había comportado como un auténtico cabronazo y se merecía un escarmiento. Se iba a enterar.

Encendió la luz del despacho del director. ¿Por qué siempre parpadeaban los fluorescentes como en las películas cuando uno estaba a la expectativa? Se acercó al escritorio. Los cajones andaban cerrados con llave. Sobre la mesa había unos cuantos papeles, un par de revistas y algunos bolígrafos en una taza que ponía algo de para el mejor papá. Revisó las estanterías llenas de libros. Desesperado, abandonó el despacho al cabo de un par de horas. Estaba cansado y no se le había ocurrido nada ingenioso. Tendría que hacerlo a las bravas, con dos cojones, como siempre había funcionado.

El lunes por la mañana Francisco se encontró con una carta de despido sobre la mesa. El viejo chocho del presidente le había echado. A las bravas.

lunes, 23 de marzo de 2009

El rollo de siempre

Jose se preguntaba a dónde quería ir Manolo con el mismo rollo de siempre.

Manolo, como siempre, cogía su propio rollo para ir al WC

domingo, 22 de marzo de 2009

Ante el cuaderno

No tenía más que cuatro lápices mordisqueados y casi agotados y un cuaderno hecho de restos de hojas usadas que había ido encontrando con algún espacio en blanco cosidas con un trozo de rafia. El resto de su hatillo lo formaban tres camisas, un pantalón y un par de mudas raídas. Y medio quesuco de cabra y un mendrugo de pan.

Todos los días al medio día se sentaba a la sombra de un árbol, almorzaba y sacaba el cuaderno y los lápices. Se quedaba durante horas ante las hojas, con el lápiz en la mano o en la boca, hasta que llegaba la hora de volver a ponerse en marcha.

Cómo le gustaría saber leer lo que ponía en el cuaderno le había quitado a aquel pobre diablo al que atracó meses atrás.

sábado, 21 de marzo de 2009

Adiós, hijo mío

Tenía la dentadura más desigual que jamás había visto. No es que fuera una boca descuidada -aunque tenía algunas caries- sino que Dios no tuvo a bien estar presente el día que se la crearon. Por lo demás, no es que fuera feo. Tenía esa extraña belleza, esa atracción de las caras diferentes a las habituales. Y conseguía que la gente quisiera saber qué maravillas, qué monstruos había en su interior.

A Jose le daba muchísima pena despedirse de esa cara que tantos años había sido su compañera. Se jubilaba y nadie iba a hacerse cargo de su Túnel del terror con el rostro del Gargantúa que había pintado de joven en la entrada.

jueves, 19 de marzo de 2009

Peligro en la noche

Aquellos seis hombres con sus capas no se preocupaban de esconder su presencia mientras caminaban por las calles desiertas y oscuras de los arrabales de la ciudad. Es más, iban riendo y dando voces despreocupadamente. En esos tiempos tan oscuros era difícil ver un alma por la calle. O al menos ver un alma y contarlo. O ver un alma y contarlo y no ser ladrón o asesino. Así que la actitud de esos hombres no podía presagiar nada bueno. Y cada uno de ellos portaba un artefacto maligno.

A Marlo le temblaba la navaja en su única mano. Dudaba entre huir sin hacer ruido o salir corriendo como si le persiguiera una legión de diablos. Y en el fondo daba igual porque su cuerpo no le respondía. Los hombres estaban ya tan cerca que podía escuchar sus palabras. Era peor de lo que se temía.

Dos de ellos acababan de reparar en su presencia y lo señalaron dando voces. Ya era demasiado tarde. Los seis tomaron entre sus manos los artefactos, hiceron un semicírculo a su alrededor y atacaron:
Bella niña, sal al balcón, sal al balcón, que te estoy esperando aquí, aquí, aquí...

miércoles, 18 de marzo de 2009

Desolación

Todo estaba hecho un desastre. No se recordaba una tormenta así en años. Sólo los más viejos del lugar hablaban de una gran tormenta cuando no eran más que niños. Y había que tener en cuenta que los años transcurridos magnificaban los recuerdos de la infancia.

Y ahora se veía desolada. Aquellas tierras acostumbradas al calor, a la sequía, a los rigores del desierto, habían quedado convertidas en una mezcla de lodo y espigas de trigo malogradas. El mundo era un asco, ya no había belleza, ya no había compasión con el ser humano. Se retiró a casa, tomó un té, y se fue a dormir. No se atrevió a salir de casa hasta tres días después.

Ahora tocaba rehacer su vida, salvar lo poco que pudiera salvar. Empujó la puerta.

Fuera estaba el más hermoso campo de flores que jamás había imaginado. Miles, millones de plantas habían florecido gracias a las lluvias. Lluvias que se habían llevado la tierra superficial y dejado al aire libre el suelo más profundo donde toda esa vida aguardaba su momento.

martes, 17 de marzo de 2009

Vida

No sabía que era peor, si quedarse sin lápiz con el que escribir o si quedarse sin goma con la que borrar. Le habían pasado ambas cosas.

lunes, 16 de marzo de 2009

Belleza

Era un espectáculo magnífico, único. Cientos de huevos de dragón se amontonaban -¿ordenados?- en la cámara de piedra que tomaba el calor del volcán. Tonos irisados, pasteles, apagados o saturados de color. Aparentemente desordenados y, sin embargo, evocaban imágenes de algún lugar oculto en lo más profundo de su naturaleza humana. Nadie había tenido jamás la ocasión de presenciar un espectáculo así y se sentía honrado y asustado por estar ahí en ese momento en el que la Naturaleza misma mostraba lo más secreto de su intimidad.

Con lágrimas en los ojos, comenzó a romper los huevos.

Qué cerdada

Los dos cerditos dormían acurrucados junto al vientre de su madre. Estaban famélicos, con tanto perro abandonado era muy difícil conseguir algo de comida y su madre casi no producía leche suficiente. Por eso quedaban sólo dos de los cinco lechones iniciales.

La cerda madre no salía de un duermevela que no le permitía descansar. Era joven, muy joven, y cuando decidió escaparse de la granja no pensó en todas las consecuencias. En el fondo no se arrepentía de haberlo hecho pero sufría por sus hijos, por los que había perdido, por los que aún podía perder. Ella quería vivir su vida, no esa acomodada y libre de preocupaciones que el resto de los cerdos disfrutaba y ansiaba. Pero sus hijos... ¿Tenía ella derecho a condenarlos así?

Pensó en qué estarían haciendo ahora sus amigas, sus lechones. Seguro que paseaban y comían y engordaban en la granja y ya ni se acordaban de ella. Qué vida más fácil habían elegido. Qué cerdada le había hecho a sus hijos.

El camión de su granja llegaba en esos momentos al matadero.

sábado, 14 de marzo de 2009

Ecos

Las llamas lamían los restos carbonizados de su piel desnuda, no sentía dolor. No veía, no oía. Había dejado de respirar hacía un tiempo. Seguramente había muerto ya. ¿Por qué seguía pensando?

viernes, 13 de marzo de 2009

Una planta con posibilidades

Chema tenía entre manos algo grande: una planta preciosa. De momento sólo tenía un par de hojas, muy sencillitas, pero se intuía que de ahí podía salir algo tremendo y que podría forrarse si la vendía a buen precio. Tenía localizado el terreno ideal, en las afueras. Una pequeña vaguada con orientación sur, bien soleada y con árboles y arbustos que la taparían de las miradas indiscretas. Además, a pocos metros pasaba un riachuelo que solía tener agua todo el año. Un lugar perfecto.

De momento sólo lo sabía él. De los compañeros de la facultad, era el único en el que Chema sabía que podía confiar. Y no es que desconfiara de los demás, pero prefería ser precavido.

Eso sí, el alzado y el perfil de los planos de la casa domótica aún tenía que mejorarlos.

jueves, 12 de marzo de 2009

Cabras

Las cuatro cabritas se habían puesto a comer zanahorias como posesas. De los tres sacos que había guardado en el granero quedaban sólo algunos trozos masticados entre las telas desinfladas.

Podía enfadarse. Podía darles a las cabras con un palo. Podía incluso hacer como que no había pasado nada.

Pero a ver cómo preparaba ahora su famoso estofado de cabra con zanahorias.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Con la cabeza en su sitio

Siempre que aparecía esa chica acababa perdiendo la cabeza y se comportaba como un tonto. No fallaba. Se decía una y otra vez que la próxima vez sabría mantener la cabeza en su sitio pero nada, acababa igual: los demás se reían de él, amigos y todo. Y se iba poco a poco haciendo pequeñito hasta que desaparecía cuando nadie reparaba en él.

En casa se ponía delante del espejo, se miraba en él y se decía cosas y se imaginaba enseñándole a la chica lo mucho que valía -como hacía todo el mundo en las películas-. Al final acababa creyéndoselo y dejaba de preocuparse. Luego estaba con los amigos en el patio, haciéndose todos los duros y tratando de impresionarse los unos a los otros. Todos en plan gallito, a ver quién podía más, quién era el líder.

Y entonces aparecía ella. Y todos sabían qué iba a pasar. Lolo trataría de mantener la calma. Tania se le acercaría, le quitaría el geyperman, le arrancaría la cabeza, y la tiraría al otro lado de la valla del colegio.

martes, 10 de marzo de 2009

La más grande

La del abuelo era siempre la más grande. Pero se empeñaba en repetirles siempre la misma apuesta y reirse con ellos cuando la ganaba. Luis aún era demasiado joven para entender por qué lo hacía una y otra vez, como si fuese siempre la primera, pero sí que entendía que no era algo normal.

Hasta que un día su padre los pilló a todos con los pantalones bajados. Hubo gritos. Gritos muy fuertes y todo fue muy desagradable. A Luis no le explicaron nada. Sólo le hicieron preguntas y más preguntas y que olvidara todo el tema. Porque sí. Por que sí y punto. Y que no preguntara más.

Y ahora, muchos años después de que el abuelo muriese, Luis recordaba con cariño la rodilla deformada por un balazo del abuelo. Siempre era la más grande.

lunes, 9 de marzo de 2009

Fumar acorta la vida

Fumar acorta la vida.

Y una mierda. Vale que en muchos casos pudiera ser así, pero no en el suyo. Claro que no. Maldita la manía que tenía todo el mundo de generalizar. Pero con qué cara podían ponerle eso en el paquete que ahora le ofrecían. En fin... cogió uno, lo encendió con el fuego que le ofrecían y le dio las gracias a aquel tipo que acababa de conocer. Tenía la certeza de que ya no lo volvería a ver y era una pena que la vida jugara esas pasadas. Podrían haber llegado a ser buenos amigos, estaba seguro. Su mirada no mentía y reflejaba lo que sus palabras decían.

Aunque no era lo haitual, aunque de hecho era totalmente atípico, tiró la colilla y le dio un abrazo. Ya era el momento.

Preparen armas. Apunten. ¡Fuego!

domingo, 8 de marzo de 2009

El autoestopista

No era más que un atardecer desde la cristalera de un bar de carretera pero despertó en él el deseo de fumarse un cigarrillo. Era verdad eso de que uno nunca deja de ser fumador porque ya iba para doce años pero es que desde chaval, cada vez que echaba un polvo, veía una puesta de sol o se tomaba unas cervezas con los amigos, sentía que le faltaba el cigarrillo en la mano para estar completo.

Observó el poleo. Aún estaba demasiado caliente como para disfrutarlo. El local era el típico bar-restaurante de carretera nacional -no soportaba los de franquicias de las áreas de descanso de las autovías-, con su garrota colgando, sus azulejos con frases y refranes, un par de cuadros de toreros firmados, sus casetes y CDs que nadie compraba, el reloj de pared -de KAS en concreto- y la mezcla de paisanos y viajeros a partes casi iguales. Y la pareja de la Guardia Civil que en esos momentos entraba.

Miró de nuevo por la ventana. El sol se recortaba contra la silueta de unos montes que minutos antes no se veían. Pronto se haría de noche pero aún le quedaban unos minutos mientras el sol se enterraba y por el lado opuesto salía una oronda luna llena.

Llegó el momento. La noche era fresca, no fría, y resultaba agradable pasear por el arcén. Aún no le apetecía hacer autoestop así que siguió caminando hacia el puerto de montaña al que iba todos los años por estas fechas, cuando se mató en una curva de la carretera.

sábado, 7 de marzo de 2009

Sueños recurrentes

A Marion le gustaba tumbarse en el jardín de su casa a ver cómo el cielo se volvía transparente cada noche y dejaba ver las estrellas que ocultaba durante el día. Llevaba ya demasiados años en esa silla de ruedas y pocas cosas le quedaban en la vida que le pudieran hacer un mínimo de ilusión. No es que fuera vieja, pero sentía que la vida no podía aportarle nada más. Tampoco es que quisiera morir. Simplemente, ya vivía más del tiempo que le tocaba.

Se despertó en el corazón de la noche. Hacía bastante frío y tenía la ropa mojada y los pies descalzos y helados. Estaba en mitad del campo, lejos de su casa, lejos de su silla. A ver ahora cómo volvía. Estaba harta de esos sueños recurrentes en los que se alejaba de su rutina y su cuerpo físico obedecía.

viernes, 6 de marzo de 2009

El rector

¡Por fin había conseguido ser rector de una universidad! Y no era una universidad cualquiera, era la más exclusiva del país y, con casi toda certeza, del mundo. Desde que el profesor de matemáticas le suspendiera -injustamente- en segundo de carrera se había jurado que algún día llegaría a lo más alto y demostraría a cualquiera de los que se habían reido de él que se habían equivocado.

Ahora, con cincuenta años recién cumplidos, se hacía realidad su sueño. Una vida de esfuerzo y ahorro y una buena dosis de suerte -más de doce millones de euros entre lotería, ahorro y dividendos- fueron la llave que abrió las puertas de su cielo particular. Le habían tildado de loco, más cuanto más se acercaba a lograrlo.

Y ahí estaba sentado en su despacho de rector, ante su mesa de rector, en su silla de rector. No necesitaba ni profesores y alumnos para disfrutar de su universidad.

jueves, 5 de marzo de 2009

Un viaje precioso

Nada podía borrar la ilusión que le afloraba a la cara. Nunca había viajado si no era a las aldeas más cercanas y ya era una vieja sin nada que hacer a quien se le presentaba la oportunidad de disfrutar de un viaje que seguramente sería el último que haría.

Casi todos sus compañeros eran ya ancianos salvo por un par de niños y un grupo de soldados que no paraban de reir y charlar animadamente. Casi todos parecían aburridos, resignados, tristes... Sólo los militares y ella parecían tener un brillo de ilusión en la mirada. Qué pena que la gente no supiera apreciar la belleza de las pequeñas cosas, que vivieran siempre pensando en lo que no han podido tener, en lo que no ha podido ser, en lo que han perdido.

Pues peor para ellos. Ella, que había tenido una vida humilde, ahora pensaba disfrutar como nunca lo había hecho. El paisaje era realmente hermoso, altas montañas llenas de escarpes que rasgaban las nubes y que caían casi a plomo hacia la ribera del río. Nada que ver con las llanuras y suaves lomas de su tierra. Éste era un lugar que se quedaba grabado para siempre en la memoria.

Después de dar un paseo por la orilla del río -qué placer: no le pesaban las piernas, se sentía joven- se acercó al embarcadero. La barca que se acercaba era sencilla, antigua y robusta. Pocas veces había podido admirar una obra de artesanía tan sobria, tan útil, tan hermosa en su sencillez. Seguro que a su difunto marido, carpintero, le habría causado escalofríos de placer sentarse en aquella belleza.

La barca había atracado. Sonrió al piloto de la misma -qué hombre más serio y enjuto-, se sacó el óbolo de la boca y se lo depositó en la mano. Caronte la dejó pasar.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Gustos

Le hubiera bastado con comerse un par de pomelos para sentirse satisfecha pero tenía tanta ansiedad de cítricos que no paró hasta comerse el quinto. ¿Por qué le gustaban tanto los pomelos, si eran ácidos y amargos? Pues no tenía ni la más remota idea. Pero tampoco sabía por qué le gustaban tanto otras cosas. ¿Tenía sentido darle vueltas? No. Pero un poco sí. Si no comprendía aspectos tan básicos de su persona, ¿cómo iba a aceptarse, a madurar definitivamente, a quererse?

Se metió dos dedos en la garganta y vomitó.

martes, 3 de marzo de 2009

2.0

Lo cierto es que no entendía por qué tenía que hacer caso a su padre en todo. Sus amigos -casi todos- habían estudiado o se habían puesto a trabajar en aquello que realmente les gustaba y no en lo que sus padres querían para ellos. Pero él no. Él, claro, tenía que seguir los deseos de su padre. Daba igual que él quisiera ser o hacer con su vida. Era una puta sombra de su viejo, con sus delirios de grandeza, con su manía de decirle desde pequeño que él era especial.

Y ahora, crucificado, encima le tenía que dar las gracias.

lunes, 2 de marzo de 2009

Psiquiatría

Estoy harta de ver siempre a los mismos pacientes. Debí haberme dedicado a otra cosa. Pero no, ahí estoy, en el ala de psiquiatría de este infecto hospital al que no me queda más remedio que venir una y otra vez y aguantar a las personas -por decir algo- que se esconden tras esas caras que nunca cambian.

Aún soy joven pero no tengo el valor de dejar atrás mi plaza fija, mandar a la mierda todo lo que me está matando y empezar a vivir una vida sencilla que me haga sentir plena y feliz. Qué fácil resulta verlo desde fuera y qué jodido es vivirlo. Pero la amargura me puede y, a pesar de mis conocimientos, no me atrevo.

Ser profesora de instituto me está matando.

domingo, 1 de marzo de 2009

La voz de la conciencia

Era la primera vez que robaba comida. Siempre se había ganado la vida de forma honrada. Profesor, tendero, camarero, peón. Cualquier cosa con tal de sacar adelante a los suyos por sus propios medios.

Las cosas fueron yéndole a mejor: con unos pocos ahorros que había logrado acumular montaron él y un amigo una pequeña casa de trueque. Poco a poco los vecinos fueron dando paso a otras gentes que venían de más lejos en busca de su pequeño golpe de suerte. Se fue haciendo un hueco en la sociedad hasta que un día recibió la visita de alguien muy importante.

Había entrado en el juego: pagaba facturas de burdeles, hoteles y restaurantes a cambio de favores políticos. No tardo mucho en hacerse un hueco entre altos cargos de la burocracia. Él se repetía una y otra vez que no hacía nada malo, que no hacía ningún daño a nadie cubriendo las espaldas a gente importante a cambio de favores. Pero un pensamiento recurrente le reconcomía, y dejó sus negocios a cambio de algo que creyó mejor.

Y ahí se encontraba ahora: robando a los más pobres, quitándoles los pocos medios que tenían para subsistir. ¿Era eso lo que él había querido?

No le gustaba ser ministro.