domingo, 8 de marzo de 2009

El autoestopista

No era más que un atardecer desde la cristalera de un bar de carretera pero despertó en él el deseo de fumarse un cigarrillo. Era verdad eso de que uno nunca deja de ser fumador porque ya iba para doce años pero es que desde chaval, cada vez que echaba un polvo, veía una puesta de sol o se tomaba unas cervezas con los amigos, sentía que le faltaba el cigarrillo en la mano para estar completo.

Observó el poleo. Aún estaba demasiado caliente como para disfrutarlo. El local era el típico bar-restaurante de carretera nacional -no soportaba los de franquicias de las áreas de descanso de las autovías-, con su garrota colgando, sus azulejos con frases y refranes, un par de cuadros de toreros firmados, sus casetes y CDs que nadie compraba, el reloj de pared -de KAS en concreto- y la mezcla de paisanos y viajeros a partes casi iguales. Y la pareja de la Guardia Civil que en esos momentos entraba.

Miró de nuevo por la ventana. El sol se recortaba contra la silueta de unos montes que minutos antes no se veían. Pronto se haría de noche pero aún le quedaban unos minutos mientras el sol se enterraba y por el lado opuesto salía una oronda luna llena.

Llegó el momento. La noche era fresca, no fría, y resultaba agradable pasear por el arcén. Aún no le apetecía hacer autoestop así que siguió caminando hacia el puerto de montaña al que iba todos los años por estas fechas, cuando se mató en una curva de la carretera.

1 comentario:

Ñocla dijo...

En dos palabras "im-presionante" Me ha gustado.