sábado, 21 de marzo de 2009

Adiós, hijo mío

Tenía la dentadura más desigual que jamás había visto. No es que fuera una boca descuidada -aunque tenía algunas caries- sino que Dios no tuvo a bien estar presente el día que se la crearon. Por lo demás, no es que fuera feo. Tenía esa extraña belleza, esa atracción de las caras diferentes a las habituales. Y conseguía que la gente quisiera saber qué maravillas, qué monstruos había en su interior.

A Jose le daba muchísima pena despedirse de esa cara que tantos años había sido su compañera. Se jubilaba y nadie iba a hacerse cargo de su Túnel del terror con el rostro del Gargantúa que había pintado de joven en la entrada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial, cada día tes superas.
Asi es la vida aunque el hijo sea un monstruo o parida, siempre es amado por el padre o la madre.

A.L. dijo...

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