martes, 24 de marzo de 2009

A las bravas

Pocas veces se había sentido tan despreciado de esa manera. A su edad ya debería estar jubilado y disfrutando de la vida con sus nietos. Pero así, con su mujer demente y enferma, no podía. A ver cómo hacía si no para salir adelante. Y no era solo por el dinero sino porque con este trabajo podía distraerse del agobio y sufrimiento que rodeaban su día a día.

Abrió la puerta del cuarto de limpieza y se puso un mono de trabajo. A continuación llenó el cubo de la fregona, echó dos tapones de fregasuelos y sacó el carrito al pasillo. El director se había comportado como un auténtico cabronazo y se merecía un escarmiento. Se iba a enterar.

Encendió la luz del despacho del director. ¿Por qué siempre parpadeaban los fluorescentes como en las películas cuando uno estaba a la expectativa? Se acercó al escritorio. Los cajones andaban cerrados con llave. Sobre la mesa había unos cuantos papeles, un par de revistas y algunos bolígrafos en una taza que ponía algo de para el mejor papá. Revisó las estanterías llenas de libros. Desesperado, abandonó el despacho al cabo de un par de horas. Estaba cansado y no se le había ocurrido nada ingenioso. Tendría que hacerlo a las bravas, con dos cojones, como siempre había funcionado.

El lunes por la mañana Francisco se encontró con una carta de despido sobre la mesa. El viejo chocho del presidente le había echado. A las bravas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Suspense hasta el final. Jajajajaja muy bueno. Como puede lo hizo.