jueves, 20 de enero de 2011

Grilletes de libertad

Hoy cumplo 37 años y a mi vida no le ha dado por regalarme una curación milagrosa como me hubiera gustado. Son ya cuatro años desde que caí enfermo de un algo amorfo y escurridizo pero que, ciertamente, existe. Cuatro años en los que, a pesar de todo, he seguido peleando por dejar atrás esa mierda y medrar. He tratado incluso de no pensar en ello, de actuar como si nada me pasara, para ver si así desaparecía. Pero la técnica del avestruz invertida no ha surtido efecto. Así que aquí me encuentro, tumbado en la cama ante el ordenador que tantas horas me ha robado y tan poquitas -pero en ocasiones muy intensas- satisfacciones me ha dado (es uno de tantos ordenadores que han pasado por mi vida, no el mismo siempre-.

¿Y qué hace aquí este gerontopedo cansino contándonos su vida en vez de relatos hiperbreves, que es lo que he venido a leer aquí? Pues muy sencillo, contar su vida un poco más hasta desvelar lo que verdaderamente quiere decir hoy y que tiene mucho que ver con eso que venís a leer al blog. Al menos algo de coherencia aún mantengo.

El caso es que unos meses después de caer enfermo, en medio de la vorágine inicial de "a este tío no le pasa nada sino que está deprimido" decidí escribir durante 100 días seguidos para demostrarme de una vez por todas si era o no escritor. Ah, que conocéis la historia. Vale. Iré al grano:

Mi hermana me comentó hace unos pocos días una idea que pensó que sería buena. Como las ideas buenas tienden a acomodarse en un rincón de la mente para que las vaya uno rumiando en cuanto tiene un momento hasta que las descarta por cagón o las lleva a cabo porque no puede evitar hacer algo bien de vez en cuando en la vida, ésta debía ser de las muy buenas, porque me obliga a echarle un nuevo órdago a mis gónadas con la excusa de un compromiso firme por escribir. Sí, hoy empieza una nueva etapa de "Averque...". No, no habrá microrrelatos diarios. Sí, puede que vuelva a haberlos en cuanto me pique el gusanillo. Sí, joder, que ya lo cuento:

Yenom. A muchos os sonará esa palabra, esa semilla que no termina de germinar, que se queda siempre ahí enmierdada en el abono echando sus raicillas y cotiledones y que se seca al poco de empezar a brotar porque no fluye la savia. Pues la he vuelto a coger entre mis dedos y la he metido en un tarro de yogur en un algodón empapado en agua. Y semanalmente pondré aquí su foto.

Es posible/probable que de algún modo me cargue la emoción de leer de seguido una novela terminada. Algunos de vosotros habéis leído un borrador bastante majete y notas sueltas, así que el argumento ya está bastante sobeteado. Vale, la sorpresa se puede ir a recoger nabos a Siberia pero también es muy probable que ver cómo semana tras semana va creciendo la novela y tomando forma desde sus primeros pasitos y resbalones hasta algo terminado sea una experiencia interesante que pocas veces se tiene la oportunidad de vivir.

No sé si lo que me pasa me permitirá abordar con éxito algo tan grande como una novela que lleva 15 años gestándose en mi cabeza. Lo he intentado muchas veces y siempre he fracasado (claro, si hubiera tenido éxito habría terminado la novela). Pero seguir sin intentarlo y dejar que la idea muera es el peor de los fracasos. Así que pronto habrá más detalles. Y algo que leer, por supuesto.