jueves, 30 de abril de 2009

La nada que lo es todo

El sonido de la lluvia quedaba muy amortiguado por las hojas secas que tapizaban el suelo del bosque. La vieja cabaña de madera resultaba muy acogedora en un día así, incluso las contraventanas desvencijadas que colgaban inmóviles parecían decirle que se relajara, que estaba en casa. Se arrebujó sobre el catre con la manta raída y cerró los ojos. Necesitaba descansar.

Todavía entraba luz por la ventana cuando abrió los ojos. Tenía la sensación de haber dormido unas cuantas horas; su estómago gimoteaba pidiendo comida y su vejiga no le dejaba dormir más. Seguía lloviendo afuera. Salió desnuda y caminó hacia los helechos. ¡Qué sensación más agradable la de caminar en contacto con la tierra, con la lluvia, con el bosque! Tenía la carne de gallina y el pelo tropezaba en su pecho con los pezones erectos pero, a pesar del frío, no tiritaba. Se frotó el cuerpo con las manos para arrancarse la mugre que tantos días de camino habían depositado. Entró en la casa a por la ropa y la lavó en el abrevadero lleno de agua de lluvia. No tenía prisa por irse. No.

La leña que había junto a la chimenea estaba seca y prendió con facilidad. La sala se inundó de pino y resina y jara y recordó momentos de su infancia que nunca pensó que volverían. Volvió a jugar con Godo, con Tula, con aquel otro perro abandonado que se acercaba a la granja de vez en cuando hasta que un día dejó de hacerlo. Lloró y las lágrimas se escurrieron para meterse en su boca a través de su sonrisa.

Comió unas cuantas fresas que había recogido por la mañana, antes de que el sol diera paso a la lluvia. Eran diminutas, dulces, ácidas. Jamás había probado nada tan exquisito en su sencillez. Pensó en todo aquello que había quedado atrás, toda una vida de trabajo, lujos y complicadas relaciones interpersonales. Formas, formas, formas y más formas. Y ahora, desnuda bajo una vieja manta, saboreaba la esencia de una vida, de su vida.

Se acercó hasta la ventana y se quedó mirando las sombras que lentamente llegaban desde el bosque. Pronto sería de noche. Pronto alguien la echaría en falta en la ciudad y empezarían a buscarla. No quería volver, ya no. Nada de cuanto tenía valía ni un hilo de la vieja manta. Oyó el ruido de una rama quebrándose en la linde del claro y se quedó sin respirar unos segundos. Como un fantasma, se alejó de la ventana y se tumbó en la cama, tapándose por completo y dejando que sólo un hilo de aire entrase y saliese de sus pulmones.

La puerta se abrió entre crujidos y chirridos. Un ruido sordo como de algo que golpeara el suelo de madera tras dejarlo caer. Aguantó la respiración. Pasos por la habitación. Silencio. Una garganta tragaba agua con muchas ganas. Un vaso que se rellena. La garganta. Más pasos. Silencio.

Saltan sobre ella y no puede moverse bajo el peso. Forcejea. Grita. Arrancan la manta.

Una sonrisa, un beso. Se funde con él en un abrazo.

Vida.

miércoles, 29 de abril de 2009

¿Ha valido la pena?

Era un momento aciago. El día que todos temían, ese día lejano en el que nadie quería pensar, había llegado. Durante siglos no había existido ninguna preocupación, los recursos eran superabundantes y no hacían más que crecer aún siendo explotados. Todo era felicidad y desarrollo desbocado. Los reyes del mundo, la cima de la evolución, dueños y señores de cuanto daba la tierra. Cada vez eran más poderosos y sus dedos rozaban las barbas de Dios.

Y un buen día se oyeron las primeras voces de alarma, voces disonantes que hablaban del crecimiento exponencial, del agotamiento de los recursos y el declive de la civilización hasta su extinción. Tonterías, cada vez eran más poderosos y la balanza de la guerra se inclinaba a su favor. Tonterías que fueron ganando adeptos aún en contra del orden establecido. Tonterías que se hicieron tan patentes que se convirtieron en verdades que todos hicieron suyas.

Y llegó la negación individual de lo que estaba por venir. Un futuro tan negro, tan doloroso, tan irreversible que nadie podía pensar en ello sin volverse loco.

Y ese futuro sin futuro estaba aquí. Lothar, el presidente del mundo, dio el último trago a la copa. Habían aniquilado a sus enemigos. El fin había llegado. Promesas de hambre y dolor y ansiada muerte que no llegaba. El último humano había muerto. Los vampiros ya no tenían qué comer.

lunes, 27 de abril de 2009

Puertas que ya no importa cerrar

No tenía mucha razón de ser seguir echando el cierre de la puerta cada noche pero cuando una se acostumbra a algo, y le parece bueno, no deja de hacerlo de la noche a la mañana. Arrastró sus pies hacia la mesita y se sirvió un vaso de agua que bebió en el sitio. La luna llena acababa de salir e iluminaba los sembrados abandonados plagados de matojillos de malas hierbas con una luz que parecía aplastarlos en un gigantesco decorado.

Esas noches de primavera aún hacía frío, sobre todo cuando el cielo estaba limpio de nubes y soplaba el viento de las montañas. Como esa noche. Ojalá aún estuviera su marido. Tantos años juntos en los que funcionaban en una perfecta simbiosis de responsabilidades y tareas y ahora su vida se encontraba coja.

Se quitó las botas y el abrigo y se metió en la cama con la ropa puesta. Estaba helada, tiritando. Si se quedaba completamente quieta pronto empezarían a calentarse las sábanas, las mantas, y podría conciliar el sueño. Recordó aquella carta en la que él le dijo que ambos habían abierto la puerta de la que mucha gente ni tan siquiera encuentra la llave. Ahora sólo quedaba una puerta, una llave. Miró al cielo, Orión giraba lentamente sobre ella. Una lechuza voló a ras de la cama y se posó sobre las ruinas de la fachada.

Sobredosis de realidad

Realmente no sabía si matar al gato o cogerlo y acariciarlo. Llevaba todo el verano cuidando de un par de plantitas de marihuana y el muy cabrón las había destrozado esa mañana. No era más que un gatito de unos pocos meses pero ya parecía que se las supiera todas. Fijo que se había hecho colega de los perros de la comisaría de la esquina y le estaban enseñando el oficio.

Dejó al gato durmiendo en el sofá y se fue a hacer la compra. La verdad es que olía a maría que tiraba para atrás, daban ganas de lamerlo o fumárselo. Era algo más que un simple juguete que se había encontrado abandonado, era como... ¿un amigo? Le compraría alguna chuchería en el súper. Saludó a los maderos al pasar ante la puerta de la comisaría, eran preciosas las dos nuevas perras.

A Fabián le iban a encantar las golosinas de atún que había comprado. Seguro que dejaba lo que estuviera haciendo e iba lanzado a por ella en cuanto abriera la puerta de casa. Llegó a su calle y vio a un policía echándole la bronca a una de las perras quien tenía las orejas pegadas a la cabeza y no se atrevía a devolverle la mirada. Tenía el pelaje manchado de sangre. Unos metros más adelante vio a Fabián destrozado en el suelo. Se le nubló la vista y cayó de rodillas. Escuchó un "¡Siéntate, Curiosidad! ¡Quieta ahí! ¿Se encuentra bien, señora?" antes de perder el conocimiento.

sábado, 25 de abril de 2009

Postes

Desde muy pequeño sentía pavor de los postes de teléfono. Esos maderos descarnados, muertos. Tétricos con los herrajos clavados en la cabeza. No podía dejar de sentir su presencia ominosa rodeándole, extendiéndose hacia ambos horizontes.

Si por él fuera se hubiera ido a cualquier lugar dejado de la mano de Dios, lejos del más mínimo indicio de civilización. Pero no, estaba destinado a crecer junto a su familia en las afueras de esa ciudad de provincias. Al menos aún había animalillos que se atrevían a hacer sus vidas en las zonas menos estropeadas.

Pero los postes... eran demoníacos. Lo último que veía antes de dormir y los primero al despertar. No los soportaba más. Iba a volverse loco. Odiaba ser un pino.

viernes, 24 de abril de 2009

Y el teléfono comunica

El teléfono no dejaba de comunicar y no le quedaba mucha batería. Tenía que avisarla como fuera de que los kosovares iban en camino y que sólo era cuestión de minutos. Mira que le habían dicho que con esa gente mejor no hacer negocios -eran muy imprevisibles y se vendían al mejor postor- pero ella insistió e insistió en que sólo recurrirían a ellos una vez y luego se las apañarían por su cuenta, a su ritmo, sin riesgos.

Y ahí se encontraba él en ese momento, lejos de casa, incapaz de avisar a la mujer a la que amaba, sin nadie a quien recurrir para sacarles las castañas del fuego. Llamó otra vez. Comunicando.

Tomó una decisión. No quería recurrir a los vecinos y menos por algo así -su reputación se vendría abajo-. No podía hacer otra cosa. Un intento más y les llamaría.

Sonó un tono de llamada. Dio gracias a Dios en silencio. Cogió su mujer y le explicó la situación. Se sintió muy aliviado. Con algo de suerte nadie se enteraría, qué hubieran dicho los vecinos. Pero era la última vez que recurría a unos albañiles piratas para hacer una reforma en el chalet.

jueves, 23 de abril de 2009

Terror en la almohada

Se despertó con una sensación horrible y bajó de un salto de la cama. La almohada estaba llena de pedacitos de piel de serpiente y de escamas. Salió corriendo fuera de la habitación justo a tiempo para caer de rodillas y vomitar en el suelo de mármol. La angustia se había aferrado a su estómago; ¿qué iba a hacer ahora?

No se atrevía a salir de casa; tampoco podía quedarse a esperar. Llamó a Fedro y se quedó esperando en su habitación.

Fedro entró temblando incontrolablemente. Ella se le acercó, le agarró de la mano y se lo llevó a la cama. Sin mediar palabra le mostró la almohada. Fedro se quedó petrificado.

Medusa se sentó en la cama y se echó a llorar. Mira que era difícil encontrar un buen estilista hoy en día.

miércoles, 22 de abril de 2009

Sueños cumplidos

Tenía bastante miedo a quedarse tirada ante el altar una vez más. Era el momento más importante de su vida, ese momento con el que había soñado durante tanto tiempo y que le daría un nuevo sentido a su existencia.

Le sudaban muchísimo las manos, los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos y recitaba continuamente en su mente las palabras que debía decir ante el ara, cuando todo el mundo estaría pendiente de ella, de sus palabras, de seguir los ritos tal y como venían repitiéndose durante siglos.

No era tanto qué pensaran, que observaran los demás, como la consecución del sueño que venía persiguiendo los últimos años, pero no podía obviar que iba a ser el centro de atención de muchísima gente.

Y allí estaba ahora, en pie ante el altar, expectante. El sacerdote había pronunciado sus palabras y aguardaba a que ella respondiera y alcanzara con su mano al hombre que se encontraba junto a ella. Sí, ésta vez iba a ser la definitiva. Recitó la frase que le otorgaría aquello que tanto había deseado. Y clavó el puñal en el corazón que latía bajo el pecho desnudo del desconocido. Ya era una sacerdotisa negra.

martes, 21 de abril de 2009

Peces de colores

Los pececillos nadaban en círculos como si estuvieran en un tiovivo. Manolo, a sus tres años, estaba encantado, arrodillado, mirándolos de cerca. La luz que entraba por la ventana formaba chispitas sobre los peces, que se movían más y más rápido. Manolo se reía y aplaudía y gritaba extático. Los peces se habían convertido en manchas que formaban espirales de distintos colores.

Manolo se quedó paralizado como en una fotografía. Luego se echó a llorar. Le ardía la cara y su madre le miraba y gritaba y movía un dedo arriba y abajo.

Gloria estaba convencida de que había parido al hijo del demonio. Ya era la segunda vez en lo que iba de mes que Manolo vaciaba la pecera en el inodoro.

lunes, 20 de abril de 2009

Fantasmas

Nunca había creído en fantasmas. Nunca había creído llegar a creer en ellos. Pero ya no era una cuestión de creencias sino de evidencias.

La casa era preciosa, sin duda alguna. Situada en un entorno increíblemente salvaje, virgen para estar tan cerca de la capital y con una calidez para los sentidos que invitaba a quedarse adormilado ensoñando en cada rincón. Fantástica la recomendación de Fede y Puri.

En el cuarto principal había una cunita de madera, antigua y usada, que chirriaba en contraste con la modernidad de la decoración. Parecía haber sido utilizada y rehecha con rapidez descuidada. Aún estaba caliente al tacto.
En el pasillo había una silla similar a la cuna. Parecía estar hecha para un niño pequeño y la habían cubierto con un tapete de ganchillo. No le gustaba nada y le resultaba muy desagradable, sobre todo cuando crujía como si alguien sentado en ella se moviera de repente.

Pero lo peor era la chimenea. En un cartel ponía que por favor no se encendiera y se quedó mirándola idiotizado durante unos instantes hasta que salió de dentro un niño medio carbonizado que se le acercaba corriendo mientras le señalaba con un dedo acusador.

domingo, 19 de abril de 2009

Toda una mujer

Todos los días le parecían iguales desde que se convirtió en toda una mujer. El trabajo, lo más descorazonador. Siempre le hubiera gustado dedicarse a algo que le llenara, algo que requiriese un toque personal, imaginativo, pero por una cosa u otra no había sido capaz de encontrarlo. Trabajos de oficina, de dependienta, incluso de repartidora. Ninguno le facilitaba crecer como persona. La hipoteca. Era una putada y se comía dos terceras partes de su sueldo. Las amigas. En el fondo eran todas iguales: muchas risas, muchos chismorreos y demás tonterías, pero ninguna llenaba los huecos que le había dejado la juventud, la despreocupación de vivir al día sin miedo a la rutina. Esther. Muchos años a su lado. Sonrisas, gritos, orgasmos, perdones. Todo había terminado y había dejado demasiadas cosas rotas. Se estaba volviendo una amargada vieja prematura, ¿verdad?

Tantas ilusiones de joven, tantas promesas de lo que sería mirarse en el espejo y ver a una mujer independiente, capaz de hacer con su vida lo que quisiera. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si no se hubiera operado y aún fuera Tomás?

sábado, 18 de abril de 2009

Siempre lo pierde

Estaba harta de rebuscar por los cajones. Seguramente ese era la tercera vez que lo revolvía pero es que lo que estaba buscando no aparecía por ningún lado. Y, claro, encima la estaban esperando y ya llegaba tarde.

Hurgó de nuevo en los bolsillos del pantalón. Nada. Ni en la cazadora ni en el bolso. Tampoco estaba en ninguno de los bolsillos de la ropa sucia ni en la que estaba colgada en el armario (¿por qué iba a estar ahí?).

Se arrodilló y echó un vistazo debajo del tresillo, debajo del sofá. Nada, igual que cuando miró un rato atrás.

Joder, es que siempre le pasaba lo mismo. Siempre. Todos los putos días. No fallaba. Siempre lo perdía.

Cerró de un portazo y salió al pasillo a toda prisa. Se le había olvidado coger el abrigo, vuelta a casa.

Mira, al menos el metro lo había cogido de milagro. Pero tenía que hacer algo, no podía seguir así, no podía seguir perdiéndolo. Ali se juro a sí misma dejar de perder el tiempo.

viernes, 17 de abril de 2009

Una buena idea

Cruzar la península a pie por el campo estaba siendo una idea mucho mejor de lo que se había imaginado cuando se lo propusieron. Llevaba bastante tiempo pensando en volver a hacer alguna excursión como cuando era un chaval y nunca encontraba el momento, la excusa.

La semana anterior la había pasado bastante ilusionado, haciendo y deshaciendo planes, pensando qué llevar de casa, qué comprar por el camino. Por primera vez en... ¿casi cuatro años? Pues sí que se había cargado su espíritu aventurero, sí. Ganaba bastante dinero con su negocio pero no le dejaba ningún tiempo libre. Normal que Feli le hubiera dejado.

Avisó a sus proveedores de que esa semana no le sirvieran. "Viaje de negocios". Dejó todo ordenado y atado el día anterior y se levantó poco antes de las cinco de la ilusión. Cogió el macuto y se fue caminando hacia la estación de tren. Allí las cafeterías ya estarían sirviendo desayunos.

Estaba leyendo el periódico con su segundo café cuando llegaron Manolo y Txus. ¡Joder cuánto tiempo, tron! Abrazos, zumo de naranja, cigarrillos y viajes al baño a meterse unos tiritos. Invitaba él, como de costumbre.

Llevaban un par de horas caminando por el monte cuando le sonó el teléfono. Era su socio. Había habido una redada y habían encontrado el alijo grande. Sí que cruzar la península a pie había sido una idea mucho mejor de lo que se había imaginado.

miércoles, 15 de abril de 2009

Caído en la oscuridad

Por el agujero de la cerradura salía una luz amarillenta e intensa que iluminaba gran parte de la estancia en la que se encontraba. No podía moverse del suelo en el que yacía, no tenía fuerzas para hacerlo. Fuera se oían carcajadas, gritos. Golpes que se repetían y hacían retumbar su cabeza. Y el olor a humo que lo empapaba todo.

Había sido un cabronazo toda la vida, de acuerdo. Había ido a lo suyo. Pero tampoco había buscado perjudicar a nadie porque sí. Lo normal, como todo el mundo. Y no se merecía estar ahí.

Llevaba ya lo que le parecía una eternidad cuando apareció un figura recortada en el umbral de la puerta. Los ruidos se hicieron más fuertes y aquel personaje se carcajeó al verlo.

- ¡Jonathan, cabronazo, menuda bajona!-. Fuera seguía la fiesta.

martes, 14 de abril de 2009

Deshumanizado

La película le había sabido a poco. En menos de dos horas era muy difícil condensar la esencia del libro y no dejar partes colgando. Claro que el perfil de público que buscaba la productora no tenía nada que ver con los lectores del libro y que lo que vendía y daba dinero era la acción y el sexo, pero no dejaban de ser aspectos secundarios de la historia que narraban esas páginas. La verdad es que era difícil no sentirse decepcionado en esos tiempos en los que primaba el consumo rápido y no la degustación tranquila de los gozos que regala la vida. La sociedad se iba deshumanizando y era increíble que sólo unos pocos se dieran cuenta de ello.

Se terminó la hamburguesa en el XXX y salió a la calle. Rebuscó en su bolsillo: dos horas y tres cuartos pasados de parking. Si se daba prisa se ahorraría la media hora siguiente. Llegó sofocado al cajero automático y pagó sólo las tres horas. Estaba sudando y pensó que debería empezar a hacer algo de ejercicio regularmente. Si, ¿pero cuándo?

Condujo el coche por el parque del extrarradio. Le gustaba ir entre los árboles, bordeando el lago con la ventanilla bajada aún en invierno, como si paseara. Entre las decenas de prostitutas que le hacían gestos desde los bordes de la carretera hubo una que le recordó a una chica del colegio que siempre le haía gustado. Le regateó unos minutos y, sentado en un banco frente al reflejo de las luces de la ciudad en el lago, tardó más o menos lo mismo en correrse en su boca, sin condón.

Llegó a casa poco antes de las tres. La gente aún voceaba por la calle disfrutado del sábado. Encendió su ordenador, tenía que trabajar, se estaba quedando atrás. Cogió el libro que había sobre la mesa, leyó las notas que había dejado al margen y siguió adaptándolo a guión de cine.

Huevos fritos

Se moría por comer un par de huevos fritos. Su puntillita dorada, sus patatas fritas crujientes y su punto de sal. Hacía meses que no los comía; el protocolo era muy estricto y no había dejado de viajar de un lado a otro en defensa de los intereses de su país. Desayunos, almuerzos, comidas, cenas... platos exóticos, delicatessen, las más selectas carnes de caza. Se había hartado de platos que muy poca gente jamás probaría. Había estado en los restaurantes más selectos del globo. Y ahora, por fin en su casa, se moría por un par de huevos fritos con patatas.

El presidente recibió a las 2:08 la llamada notificándole la muerte por envenenamiento del embajador.

lunes, 13 de abril de 2009

El escritor

Hoy hace un día precioso. Las gaviotas y los vencejos se dejan llevar por la brisa que sale del mar y el silencio no me grita, no me asusta; susurra quedas palabras en mis oídos.

El día avanza, se enrojece hasta que arden cielo y mar cuando el sol se hunde. Luego todo se enfría y el negror se salpica de estrellas. Paseo por la orilla, la marea está baja y el agua se ha ido a cientos de metros de mi hoguera. Hoy no cenaré peces, no los he pescado, no los he buscado. Prefiero el sabor de las hojas verdes y la dulce fruta.

Saco mi libro y releo unas pocas de sus páginas cochambrosas. Conozco cada palabra, cada pasaje. Viven dentro de mí y son tan reales como el aire que respiro. Puedo ver, oír, oler, saborear y tocar cada detalle que describen, cada secreto que insinúan. Las parí hace muchos años, son mi gran obra maestra; ellas me dieron la fama, el dinero; complacieron mis deseos y aquello que creí desear. Me lo dieron todo y ahora son mi única compañía.

¿Cuándo se hundió el barco? Hace varios años, seguro. No pude salvar a la niña, murió a los pocos días. Se le extendió la gangrena y la devolví al seno de la tierra, isla adentro. Una maleta de ropa inútil, dos botellas de vino que hace tiempo se echaron a la mar y dos ejemplares de mi libro. Ese fue todo mi equipaje.

Y ahora aquí languidezco y siento que el tiempo pasa y que algún día nadie volverá a encender esta hoguera. Y no me importa, no sufriré. A nadie le importa.

El anciano dormía con gesto sereno. Luisa se preguntaba qué pasaba por aquella increíble mente que soñaba a pesar del coma.

domingo, 12 de abril de 2009

Enganchado

No iba a hacerlo nunca más pero sí esa noche, la última. Luego lo dejaría porque le estaba destrozando la vida. Sentía una mezcla de desprecio y autocompasión; era un pelele en manos de su búsqueda descontrolada de la satisfacción inmediata.

Su mujer no sabía nada, al menos eso quería creer él. Lo había dejado hacia semanas, eso habían acordado, pero su cuerpo seguía igual de mal, sin mostrar signos de mejora. Y no podía seguir así, yendo a un descampado a meterse su dosis, engañando a la persona a la que más quería.

Llegó a las ruinas de una de tantas casas de una urbanización ilegal a medio construir y ató a su perro a uno de los hierros retorcidos de un forjado que nunca llegó a hormigonarse. Se acuclillo, dejó el hornillo de gas y lo encendió. Sacó el resto de las cosas que necesitaba y las dejó en el suelo. Se sentó.

Tomó entre sus dedos el sobrecito de papel de aluminio y lo desdobló. Estaba lleno de ese polvo maldito. Aprentó los ojos, suspiró, se cagó en Dios y en su suerte y en su puta calavera y cogió la cucharilla y miró el reflejo del hornillo en el canto de la misma. Adelante, la última vez.

Llegó a su casa sonriente. "Chusky tenía ganas de pasear" le dijo a su mujer. La besó y se sintió culpable y luego feliz por su decisión. Ahora todo iría bien, su salud, su vida se lo agradecerían. Por fin adelgazaría, se acabó el Colacao.

Indignado

Lo que más le apetecía en ese momento era tomarse una cerveza bien fría, incluso más que partirle la boca a esa camarera repelente que les atendía -que no les atendía-. Respiró hondo y trató de explicarle una vez más a la chica qué es lo que querían tomar.

Pero la tía seguía sin hacerles ni puto caso. Se paraba aquí y allá a hablar con la gente, se quedaba hablando en una mesa tras llevarles las consumiciones...

Le podía la sed al autocontrol. Se levantó cabreado de la silla y se dirigió al interior, a hablar con la chica y el jefe y ponerles una queja como que él se llamaba Dani. Dejó el casco en su silla y se largó dando grandes zancadas hasta la barra. Esperó a que la chica se acercase.

Llegó un par de minutos después, sonriente, estúpida. Le dio un billete de 50 euros al mesonero, cogió las vueltas, y le dijo que muy rica la comida y que seguramente volverían mañana.

sábado, 11 de abril de 2009

Lavado en frío

Otra vez le habían estropeado una sábana al meterla con ropa de color. Si es que tampoco debía ser tan difícil separar unas prendas de otras para que eso no sucediese. Ojalá pudiera encargarse él mismo pero ya hacía muchos años de aquel incidente que le destrozó la espalda y la vida.

Sentía que lo había perdido todo pero algo dentro de él se negaba a rendirse y seguía luchando por demostrar que no era así. Y seguramente todo sería infinitamente más sencillo si lo aceptara de una vez.

Oyó cómo alguien se acercaba a su alcoba. Comenzó a gemir su angustia, sus ganas de comunicarse, de que alguien le hiciera caso, le escuchase, le diera algo de la importancia que había perdido. Entró su nieta mayor.

Lidia se quedó petrificada durante unos instantes. Después echó a correr pasillo abajo con gritos de histeria. Acababa de ver al fantasma de su abuelo. Con una enorme mancha granate.

jueves, 9 de abril de 2009

Conciertazo

El concierto había sido brutal, hacía años que no sudaba tanto. El pelo y la ropa le olían a sudor, a tabaco, a cerveza; los pies machacados de pisotear y ser pisoteado. El cuarteto había tocado los mejores temas clásicos, sin meter morralla, y lo hacían igual de bien que siempre, incluso mejor aún.

Salió a una noche invernal de Berlín. Las calles estaban llenas de gente que desprendía nubes de vaho al hablar, al caminar, al fumar. El frío se le clavaba en el cuerpo a través de la ropa sudada y decidió entrar a un local a echar un par de tragos y cenar algo. Desde luego que Berlín era una de las mejores ciudades de Europa, del mundo, para escuchar música y trasnochar.

Pidió una ración de bratwurst y cerveza. Estaba en el paraíso. Y eso que la gente siempre decía que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pues ninguno como el ahora, tomando salchichas y cerveza tras un concierto en el Berlín de mediados del siglo XIX.

miércoles, 8 de abril de 2009

Jamás pensó que...

Tampoco habían pasado tantos días, aunque le seguía pareciendo muy lejano aquel viaje en barco en el que se conocieron. Nunca se hubiera imaginado aceptando la invitación de un desconocido en un lugar cerrado del que no poder escaparse si algo no le gustaba y mucho menos acabaren su habitación, desbocada, haciendo cerdadas de las que luego se arrepentiría.

Ella iba muy elegante con su vestido de noche. Sus padres ya dormían en el camarote y le habían dado permiso para salir hasta tarde -¿qué iba a poder pasar en un barco, verdad?-. Él tenía unas pintas en las que sólo se hubiera fijado para reírse con sus amigas pero esa noche le gustó que un tío con greñas y barba de aspecto dejado le invitara a una cerveza.

Pasaron las horas y las cervezas y ella aceptó pasarse por su habitación para seguir la fiesta. Allí se pusieron cómodos, tirados sobre la cama, y él sacó una botella de vodka del armario. Hablaron, rieron y, en un momento dado, él se quedó en silencio, la miró a los ojos y abrió la boca.

A partir de ese momento ya no pudieron parar. La vergüenza inicial de hacer tanto ruido dio paso a un éxtasis casi primitivo. Ahí estaban los dos, descontrolados, amorales, ajenos a lo que pudieran pensar los demás, ignorando la vocecilla de la conciencia que les decía algo del mañana. Daba igual, era el mejor momento de su vida y tanta naturalidad les hacía sentirse como que se conocieran de siempre.

Antes del amanecer se despidieron con un beso y un abrazo. Ambos sabían que lo suyo no podría ser. No se dieron los teléfonos -no se llamarían aún teniéndolos- y el adiós no supo a hasta luego. Ella se fue a su camarote tambaleándose, extática, radiante. Jamás pensó que pudiera pasarse la noche echando un concurso de eructos.

Apocalipsis equino

Desde muy pequeña había tenido pánico a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Sabía que no tenía nada que temer, sí, pero es que desde que su padre le habló de ellos tenía siempre sus rostros descarnados en mente.

Y ahora venían a por ella. Aún no tenía muy superado ese miedo ancestral pero les plantó cara. Ellos pararon sus caballos ante ella, se apearon y se arrodillaron a sus pies.

Cinco jinetes cabalgaban raudos y oscuros por el mundo, capitaneados por su nueva compañera, La Crisis.

martes, 7 de abril de 2009

Rey Loco

Todo empezó cuando de pequeño descubrió el sumo placer de entrar en la cocina del palacio cuando no había nadie y darse un atracón de los platos recién guisados. Con cinco años dio cuenta de un conejo. Entero. Había masticado los huesos hasta triturarlos y tragárselos y, al no dejar rastro, su crimen quedó sin ser descubierto.

Antes de la pubertad era habitual que desaparecieran jarras de hidromiel, piezas de carne enteras, quesos, odres de vino, grandes pescados y fuentes enteras de frutas y verduras. El día anterior a cumplir los quince años se prepararon cuatro avestruces. La falta de un muslo ya no pasó desapercibida y se descubrió al culpable -todo quedó en las cocinas sin que trascendiera al resto de palacio-. Durante meses se le prohibió acercarse siquiera a las cocinas.

Pasaron los años y su hambre crecía a la par de su renombre. Cada vez se le tenía más en cuenta a la hora de tomar decisiones y de todos era sabida su implacabilidad, su imparcialidad y su constancia. No tardaron mucho en coronarle como rey. Todo giraba en torno a él, se hacía conforme a su criterio, se valoraba en la medida en la que él participaba. Era un juez justo que no hacía distinciones y mediando en cualquier discusión acababa dándole la razón al que la tenía.

Pero seguía devorándolo todo con un hambre atroz y llegó el día fatídico en el que enfermó, en el que se volvió loco y se volvió un regente autoritario, déspota, egoísta. Las cosas se hacían siguiendo sólo su criterio; la racionalidad ya no tenía cabida. Se volvió cruel, le gustaba destrozar vidas de gente sencilla e incluso de nobles. Nada le importaba. Hacía que la gente trabajara a deshoras. Y, finalmente, se la empezó a comer.

Y no hace mucho de ese día. El Rey Loco aún nos gobierna. Y lo hace con más maldad. O sin ella, es amoral. Pronto acabara con todos nosotros y, en su enorme avaricia, con el mundo entero. Maldición, llaman a mi puerta. Me quedo callado y no oigo nada. Vuelven a llamar y sigo calllado y cruje la puerta y se abre y tras ella aparece la silueta del rey. Viene a buscarme. Viene a comerme. Maldito Rey Loco. Maldito Chronos.

domingo, 5 de abril de 2009

En su sitio

Algo debía habérsele metido en la cadena de la bici porque crujía y no iba bien. A un trecho divisó una encina solitaria junto al camino y siguió pedaleando hasta llegar a ella. A su sombra, puso la bici boca arriba, se sentó junto a ella y pegó unos sorbos a su bebida isotónica. Era como un meado dulce. Sacó medio bocadillo de la mochila y se lo comió. No tenía mucha hambre aún pero seguro que se manchaba las manos de grasa y a ver cómo se las limpiaba después para merendar.

Resultaba gracioso. Ella, que hasta hace poco había sido comercial de una multinacional, con coche propio y un sueldazo, iba por el campo con una vieja bicicleta de su padre con más años que ella. Le gustaba su nueva vida, lejos del nerviosismo y la competitividad de la ciudad. Con la economía cuesta abajo y su contrato indefinido, había logrado un buen acuerdo para dejar el trabajo con un finiquito decente y bastantes meses de paro. Perfecto para sacar adelante su retiro un par de décadas antes de lo previsto. Tenían razón los japoneses con lo de usar la misma palabra para definir crisis y oportunidad.

Revisó la cadena de la bici. Aparentemente, aunque vieja y gastada, estaba bien. Pero la corona del plato tenía un diente deformado. Seguramente era ese el problema. Pues nada, a seguir tirando y ya se las apañaría para arreglarlo otro día.

Llegó a su casa poco antes de la puesta de sol, Se había quemado las orejas, la nariz, la raya del pelo y los brazos. La puta bici dormía tras un montículo de pedruscos de descantar un sembrado tres colinas más atrás. Su perro Twitter había abierto la puerta de la alacena y derribado una estantería llena de conservas que se habían estampado en una macedonia dantesca. Aparentemente Twitter no se había comido ni cortado con ningún cristal porque no paraba de saltar y correr de un lugar a otro. El sofá, la cama, el baño, pasillos... todos habían quedado decorados con patitas de almíbar.

Abrió la nevera y sacó una cerveza. Salió al porche y se sentó a ver la puesta de sol. Twitter saltó a su regazo y ella le acarició la espalda. Esto era vida.

sábado, 4 de abril de 2009

Sueños del ayer

El aspecto de la carne de la hamburguesa que le habían servido era el de una mierda de perro pisada. El olor simplemente distinto. Pero tenía tanta hambre que ese bar era el único sitio donde podía saciarse con el poco dinero que le habían dado en la puerta del metro hasta que los vigilantes lo echaron a patadas. Literalmente.

Pegó un mordisco. No podía decidir si sabía a mierda de perro o no porque nunca la había probado pero la cebolla estaba muy fuerte y frustraba cualquier empeño culinario que hubiera puesto el tipo de calva grasienta de la barra. Aparte de él, el resto de comensales eran latinoamericanos y europeos del este. Asco de vida y asco de país.

Se bebió medio litro de cerveza de una atacada. Joder, menudo invento la cerveza: barata, fresca y le dejaba a uno la sensación de que no todo era mierda en la vida. Y si tomaba unas cuantas más se iba cualquier otra sensación y se dormía sin pesadillas hasta que algún gilipollas de uniforme le echaba de donde se hubiera metido a dormir.

Pidió otro combo. Seguramente el del bar se quedó calvo cuando pensó en el nombre para ponerle al litro de cerveza + hamburguesa a 3€. Aún le quedaba dinero para otro más pero si no hacía demasiado frío mejor se lo guardaba para comprar un batido y unas magdalenas en el súper por la mañana. Mordió la nueva hamburguesa y otro trago a la cerveza.

Se despertó desorientado en un sofá de cuero, rodeado de madera y libros que plagaban las estanterías que cubrían las paredes. Ante sus ojos, una pantalla de ordenador mostraba una hoja de cálculo. ¿Qué estaba pasando? ¿Había sido todo un sueño?

Se le acercó un agente de seguridad sonriente. Tenía que ser eso, un sueño, y estaba de nuevo trabajando en una oficina. El de seguridad, amablemente, le echó del IKEA.

Música en tiempos de crisis

La música le seguía a todas partes, era algo que formaba parte de su día a día, de sus noches, de su trabajo y de su familia. Hasta hacía unos meses la música que escuchaba había sido bastante variada pero ahora las circunstancias habían cambiado. Lo que peor llevaba era haberse quedado sin trabajo, con montones de deudas que no podía afrontar. Y sobre todo el Cobrador del tocadiscos que le había colocado el de la cementera.

jueves, 2 de abril de 2009

Piedras

Le gustaba coger una piedrecilla blanca y otra negra cada vez que bajaba a la playa. No recordaba cuándo empezó a hacerlo ni por qué, sólo sabía que era algo que tenía que hacer porque si no lo hacía sentía que le faltaba algo.

El primer frasco de conservas lo llenó cuando aún era una cría. El segundo también, aunque ya sentía algo raro, distinto, al ver a los chicos. Año tras año, mes tras mes, día tras día, cogía sus dos piedrecillas y las metía en un frasco al llegar a casa. Llegó el día en el que llenó una estantería. Era hermosísima.

Pasaron los años. Acabó llenando una habitación, dos habitaciones. Compró una nave industrial. Otra. Un polígono entero.

El viento de una tarde de otoño enredaba su pelo. Las lágrimas corrían por su rostro ajado por el paso de innumerables años. Ya no quedaban piedras blancas en la playa. ¿De qué le servía la inmortalidad?

miércoles, 1 de abril de 2009

Un nuevo trabajo

La bombona de butano pesaba más con cada escalón que subía. Y no llevaba más que un par de horas de su nuevo curro. Quinto sin ascensor, maravilloso. La segunda bombona que habían solicitado. Ciento dieciséis. Ciento diecisiete. Ciento dieciocho. Ciento diecinueve. Ciento veinte. Fin de los escalones. Señora muy mayor gorda y vapores de cebolla que salían de sus axilas, su aliento o su cocina.

Era de las que daban propina. Diez céntimos de euro. Menos mal que la política de la compañía era tajante con el asunto de las propinas porque acababa de fantasear con la idea del gerontocidio. De nuevo al viejo camión. Que más que un camión de reparto parecía el de un chatarrero que había robado bombonas de algún almacén. Ya acumulaba un retraso de media hora sobre la ruta prevista, adiós almuerzo en el bar, hola barra de pan y lonchas de fiambre en el asiento del copiloto.

Al final del día el retraso se había mantenido en media hora pasada. Ni tan mal. Cuatro palabras intercambiadas con desgana con las chicas de recepción y de cabeza al bar. Su mujer le esperaba sentada a la mesa ante dos jarras de cerveza vacías. La tercerca, aún con escarcha por fuera, fue a parar a su garganta.

Le contó a su mujer sus impresiones: la actitud de los clientes, el cansancio que iba haciendo mella, el sudor que le escocía la entrepierna, la incomodidad del camión, lo duro de mantenerse en la hora prevista. Ella le miraba atentamente y tomaba notas en un cuaderno. Después elaborarían juntos el borrador del informe sobre las condiciones laborales. Se había ganado a pulso su fama como uno de los mejores directores de recursos humanos del momento.