domingo, 5 de abril de 2009

En su sitio

Algo debía habérsele metido en la cadena de la bici porque crujía y no iba bien. A un trecho divisó una encina solitaria junto al camino y siguió pedaleando hasta llegar a ella. A su sombra, puso la bici boca arriba, se sentó junto a ella y pegó unos sorbos a su bebida isotónica. Era como un meado dulce. Sacó medio bocadillo de la mochila y se lo comió. No tenía mucha hambre aún pero seguro que se manchaba las manos de grasa y a ver cómo se las limpiaba después para merendar.

Resultaba gracioso. Ella, que hasta hace poco había sido comercial de una multinacional, con coche propio y un sueldazo, iba por el campo con una vieja bicicleta de su padre con más años que ella. Le gustaba su nueva vida, lejos del nerviosismo y la competitividad de la ciudad. Con la economía cuesta abajo y su contrato indefinido, había logrado un buen acuerdo para dejar el trabajo con un finiquito decente y bastantes meses de paro. Perfecto para sacar adelante su retiro un par de décadas antes de lo previsto. Tenían razón los japoneses con lo de usar la misma palabra para definir crisis y oportunidad.

Revisó la cadena de la bici. Aparentemente, aunque vieja y gastada, estaba bien. Pero la corona del plato tenía un diente deformado. Seguramente era ese el problema. Pues nada, a seguir tirando y ya se las apañaría para arreglarlo otro día.

Llegó a su casa poco antes de la puesta de sol, Se había quemado las orejas, la nariz, la raya del pelo y los brazos. La puta bici dormía tras un montículo de pedruscos de descantar un sembrado tres colinas más atrás. Su perro Twitter había abierto la puerta de la alacena y derribado una estantería llena de conservas que se habían estampado en una macedonia dantesca. Aparentemente Twitter no se había comido ni cortado con ningún cristal porque no paraba de saltar y correr de un lugar a otro. El sofá, la cama, el baño, pasillos... todos habían quedado decorados con patitas de almíbar.

Abrió la nevera y sacó una cerveza. Salió al porche y se sentó a ver la puesta de sol. Twitter saltó a su regazo y ella le acarició la espalda. Esto era vida.

2 comentarios:

Genucla dijo...

Eso es ! Me gusta la atencion que has puesto hoy en los detalles, como el de la raya del pelo :-)*sunshine*

Ñocla dijo...

Que bien le sentó el cambiar el ruido de la ciudad y el estrés de un trabajo indefinido, por la vida sencilla del campo. Sólo hay que fijarse... que a pesar de la macedonia de conservas, mermeladas, etc. delatadas por las patitas llenas de almibar cuya huella se dibujaba por toda la casa, era capaz de sentarse tranquila en el porche y acariciar a su mascota.