domingo, 30 de noviembre de 2008

Lo importante

Le quedaban dos cerillas y el rascador de la cajita estaba hecho polvo. Sentado entre unos cartones que le separaban del viento y la nieve lo único que le importaba era encenderse el maldito cigarrillo que colgaba de su boca. Lo demás le era indiferente.

La mujer del perro no paraba de llorar a pesar de los esfuerzos del policía que trataba de consolarla. Había encontrado el cadáver del mendigo al sacar al perro a primera hora de la mañana y no podía borrar de su mente aquel rostro congelado en una perversa sonrisa de la que colgaba una colilla consumida.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Con el futuro asegurado

Ya llegaba el día de su retiro y pronto podría disfrutar del resultado del trabajo de toda una vida. Más de diez años sin vacaciones, una vida solitaria, los gastos imprescindibles. Ahora se vería el valor de tanto sacrificio.

Llego a su casa con el último salario en la mano. Su perro meneó el rabo y le miró a los ojos pidiéndole permiso para saltarle encima y mostrarle su verdadera alegría. Se lo dio. Le acarició la cabeza y luego fue directo a la sala en la que guardaba su tesoro. Respiró hondo y abrió la puerta. Ahí estaba todo, amontonado en el suelo como si de un tesoro mitológico se tratase. Estiró el brazo y volcó su última paga en la cúspide del montón de sal.

Sueños de la infancia

Soñaba con vivir entre hombres de las cavernas, dinosaurios, mastodontes y helechos de decenas de metros de altura aunque sabía que, ni llegaron a existir juntos, ni era posible volver atrás en el tiempo.

A solo dos meses de terminar la clonación de la pareja de neandertales aquella jueza había ordenado la destrucción de su arqueozoológico por nosequé cuestiones morales.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Reincidente

Después de más de treinta años, era libre. El frío de la noche entumecía sus dedos y no tenía nada ni a dónde ir pero se sentía hombre por primera vez en muchos años. Le gustaba el cielo, callado y lleno de estrellas que le contaban mil historias. Le gustaba el viento que ululaba y asustaba a los ancianos y le dejaba las calles sólo para él. Le gustaba el frío que hacía crujir las hierbas bajos sus pies y que le dolía y le recordaba que estaba vivo y sentía. ¡Cuántas cosas se había perdido durante todos esos años, asomado al ventanuco del diminuto espacio en el que había pasado sus días!

Tenía hambre. Hambre y sed. Y hambre de mujeres y sed de lugares que aún no conocía. Miraba de reojo a la gente que le miraba de reojo, llena de miedo. Y no quería que ese miedo le volviese a entrar por los ojos y se le alojase en el pecho y le impidiera respirar hondo. No podía tener miedo. Y sólo sabía hacer una cosa.

Aquel bar de viejos tenía buena pinta. Estaban los tres o cuatro parroquianos de costumbre en la barra y en las tres mesas mugrientas rodeadas de sillas destartaladas no había nadie. Pidió una cerveza y se sentó de espaldas a la pared en la mesa del fondo, mirando hacia la puerta de la entrada. Luego metió su mano en el bolsillo y sacó su arma. A por todas. Y comenzó a escribir.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Diantre de tapa

El cliente estaba esperando con cara de pocos amigos a que terminase de una vez con la tapa. Era su primer día como camarero y ya se estaba subiendo por las paredes con la dichosa tapita de los cojones. Que tenía hambre el hombre. Nos ha jodido. Para eso iba al bar, ¿no? Pero es que no tenía ninguna paciencia. Al parecer era un habitual del bar y siempre pedía lo mismo. Pues ya podía decirle como iba la tapa en vez de resoplar y mirar el reloj continuamente. Y encima el jefe había salido a comprar la lotería de Navidad y no podía solucionarle la papeleta.

Se quemó el índice de la mano izquierda con la plancha y se cagó en Dios. Miró al cliente, ¿me podría echar una mano?. El hombre sonrió -había triunfado-, levantó parte de la barra y se le acercó. Quitó el seguro de la plancha y por fin bajó la tapa para calentar el bocadillo.

martes, 25 de noviembre de 2008

Manías

No era hombre de muchas manías pero no soportaba ver un hilo asomando de un tejido. Sabía que lo mejor era darle un corte a ras, quemarlo con un mechero o incluso dejarlo en paz y que tirar de él sólo iba a servir para romper lo cosido. Lo hacía con el bajo de las camisetas, los elásticos de la ropa interior o los calcetines, los remates de los puños de las sudaderas o cualquier costura de las batas. Pero ahora, en el trabajo, sabía que tenía que aguantarse. La verdad es que aquel hilo negro estaba pero que muy mal cosido. Una chapuza de pespunte y el remate, una auténtica mierda. Joder qué dilema.

Miró las tijeras que había dejado su jefe en sobre la mesa. Sólo era cuestión de acercarse a por ellas y cortar el sobrante del hilo. Pero una fuerza irresistible tiraba de su psique hacia aquel cabo insolente. Cada centímetro que se acercaban sus dedos al cordel crecía su excitación, anticipándose a la sensación de los tironcitos con los que saldría el hilo y la tensión casi orgásmica del placer de lo prohibido.

Sus dedos se cerraron en torno al hilo. Tenía la espalda chorreando de sudor y una sonrisa casi de loco por la que se le escurría un hilo de saliva. Cerró los ojos y tiró del hilo despacio y constantemente hasta que ya no hubo resistencia.

Abrió los ojos. No debía haberlo hecho. Menudo estropicio. Menuda cagada, qué coño. Se acercó a la puerta de la sala y escuchó durante unos instantes. No había nadie. Abrió, miró a uno y otro lado, y salió corriendo fuera del quirófano.

lunes, 24 de noviembre de 2008

I+D+i

Estaba seguro de que se encontraba muy, muy cerca de lograr su sueño. Los experimentos arrojaban unos primeros resultados aún mejores de lo que el escenario más optimista había previsto y de ahí a la producción en serie del prototipo todo iría cuesta abajo. Volvió a montarse en el vehículo, pulsó el botón de encendido y condujo por el circuito de pruebas. Iba muy suave, trazando curvas y acelerando y frenando según los cálculos optimizados por la centralita electrónica. El consumo era ínfimo y el confort máximo.

Llevó los resultados a la reunión en dossier impreso y un pendrive. Los patrocinadores iban a quedar realmente impresionados y podría dejar de dar clase en la universidad y dedicarse a tiempo completo a la investigación y los negocios.

Sólo necesito diez minutos para convencerlos de que era gilipollas. Salió de la sala de juntas a trompicones, con los ojos llenos de lágrimas. Los representantes del gobierno, la universidad y las petroleras se quedaron debatiendo cómo enderezar el embrollo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Pobreza y espíritu

Eso de tirar monedas y apuntar si salía cara o cruz estaba resultando ser más coñazo de lo que pensó cuando aceptó el trabajo. Voluntarios para experimento científico decía el anuncio del periódico. Llamó y se puso alguien del departamento de estadística de la Universidad de Miskatonic -no conocía esa universidad pero le dijeron que estaban como profesores colaboradores en la Universidad de Alcalá-.

La entrevista resultó amena y distendida y, mientras se bebía el café al que le habían invitado, le comunicaron que empezaría al día siguiente junto con otros dos voluntarios más. Fenomenal. 100 € al día por ocho horas de tirar monedas y apuntar los datos para comprobar nosequé de la validez estadística de una afirmación y su relación con la asimetría del Universo.

Eran las 15:37 del tercer día de experimento y estaba hasta las narices de tirar la monedita y apuntar el resultado. Su jornada acababa a las 18:00 pero no aguantaba más y los responsables del estudio dijeron que siguiese hasta las 16:00 y que ya le pagaban la jornada entera y quedaba libre del experimento. Cogió el tren y pasó a por unas cervezas por el supermercado antes de volver a casa. Enchufó la tele y se emborrachó hasta quedarse dormido.

Meses después, Joaquín Maltos salió muy contento con el magna cum laude por su estudio sobre los efectos psicológicos de los trabajos repetitivos y poco imaginativos. El jurado se lo había pasado en grande con las descripciones de las perrerías a las que habían sido sometidos los voluntarios.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Qué gente

Adriana se lamentó de lo loco que se estaba volviendo el mundo. Y seguro que si avisaba a la policía no le iban a hacer caso. Acababa de ver a un gamberro ya mayor, calvo y con bigote haciendo aspavientos y pegando voces dentro de una cabina.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Sueños de la infancia

Le encantaba ver pastar a las vacas paseando de la mano de su abuela cuando la acompañaba por el camino de tierra que discurría entre los pastizales de las colinas hacia el pueblo. Siempre conseguía de su abuela una moneda enorme de chocolate cuando terminaban de hacer las compras y se la comía durante el camino de vuelta.

Pero los veranos se acababan y llegaba el día en el que veía por el cristal de atrás del coche cómo la casa se iba haciendo más pequeña hasta que desaparecía de golpe tras una curva. Los días se volvían más oscuros y tenía que hacer cosas que no comprendía y que no le gustaban.

Acostada en la cama, tras la fiesta de su undécimo cumpleaños, se juró que nunca más haría cosas que no quisiera hacer.

A partir de ese momento los demás pensarían por ella.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Infierno

Más o menos cada dos minutos se repetía aquel aullido infernal. Entonces se acurrucaba en la esquina más oscura del túnel y se encerraba en sí misma hasta que aquel demonio dejaba atrás su aliento a metal quemado. Poco a poco se estiraba hasta que un nuevo engendro venía corriendo y el pavor volvía a paralizarla.

Horas después, con la ropa hecha jirones y sus dedos cubiertos de sangre, piel y cabello llegó la esperanza: los demonios cada vez tardaban más en regresar. Finalmente, tras uno rezagado, llegó el silencio. Ya no venían más.

Salió del túnel con la certeza de que, de quedarse, no aguantaría un demonio más. Deambuló por los pasillos oscuros hacia el aire fresco que su olfato intuía. La claridad de la luna apareció tras una esquina y apretó el paso. Llegó ante unas rejas cerradas marcadas por ese horrible blasón romboidal que se repetía hasta la nausea en el laberinto. Trató de forzar las rejas. Gritó. Lloró. Sangró. Se derrumbó derrotada en el suelo.

Los pasos de un vigilante resonaron a sus espaldas. Estaba perdida. Se acurrucó junto a la verja, iluminada por la luna, a esperar lo peor.

Teobaldo jamás se hubiera esperado algo similar en su primer día de trabajo como vigilante del Metro.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Desde el este

Como cada viernes tras el ocaso las mujeres caminaban murmurando sus plegarias en comitiva. El eco de sus pisadas en el empedrado de la calle quedaba ahogado entre tanto cuerpo y ropaje ajados por la edad. Llovía, pero no lo suficiente como para dejar la procesión. Se sentían solas, abandonadas a su suerte, y sus rezos eran la única esperanza a la que podían dar forma desde que semanas atrás llegaron las hordas de las frías estepas del este. No quedaba ningún hombre en el pueblo.

La luz amarillenta que vomitaba la puerta de la iglesia resultaba fríamente acogedora. Tras dejar la imagen frente al altar se arrodillaron en los bancos a proseguir con sus plegarias. Luego, se retiraron a sus casas.

Manuela se despertó sobresaltada cuando escuchó el chirriar de la puerta de casa. Aguantando la respiración tras el parapeto de las mantas prestaba atención a cada ruido que se acercaba al dormitorio. Se hizo la dormida. La puerta del dormitorio se abrió con suavidad y entró una figura que se detuvo ante la cabecera de la cama. Manuela sentía asco y rabia. La figura se agachó y besó su cabeza. Olía a alcohol y coño. Tomás había vuelto del burdel de las rusas.

martes, 18 de noviembre de 2008

El fin de una era

Aquella plataforma con sus tres columnas blancas que se alzaban en medio del bosque sostenía un techo invisible donde cientos de generaciones habían nacido, crecido, vivido y muerto a su sombra. Habían sido testigos del esplendor, caída, desaparición y surgimiento de civilizaciones y ya nadie, ni los más ancianos custodios de los más importantes archivos, sabía algo de su origen. Eran unas columnas de un extraño material, cálido al tacto, completamente diferente a cualquier otra sustancia conocida. Eran la prueba de la existencia de alguna extraña civilización.

A mediados del ciclo de luz del trigesimooctavo eón de la actual dinastía, un objeto inmenso que cubría todo el cielo arrancó la estructura de la tierra y la hizo desaparecer. El mundo nunca volvería a ser igual.

Jonás pensó que qué cerda podía llegar a ser la gente, dejando la mesita de plástico que viene con las pizzas tirada en medio del bosque.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Aristócratas

Menudo éxito de fiesta. Todos los invitados parecían estar pasándoselo en grande, dejando de lado su cara más rancia y mostrando su lado más patético. Aquella gente le resultaría insípida de no ser por el asco que sentía al observarlos. Pero no le quedaba más remedio que jugar a su juego si quería conseguir sus propósitos.

Tocaba otra ronda de mezclarse con ellos. Risas, lenguas viperinas, besos... Se haría un hueco entre esa gente. Se extendía la peste.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Quijote

Desde pequeño había admirado la figura de Don Quijote, ese luchar contracorriente por lo que uno cree, ese no dejarse convencer por lo que los demás equivocadamente ven, ese menosprecio por lo que no importa en la vida al luchar por aquello que uno cree que merece la pena. Era un personaje cuyo patetismo no era sino el reflejo de las miserias del conjunto de la sociedad.

Vaya si lo había admirado. Pero no iba a contratar a aquel perroflauta.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Inútiles

Llevaba caminando por aquel pasillo toda la mañana y no parecía que fuera a detenerse pronto. Seguía moviéndose hacia el frente sin cuestionarse nada. Como siempre había hecho. Siempre había funcionado.

Había millones como ella por todo el país. Millones a quienes no importaba la política, la economía, lo que sucedía por el mundo. Millones que sólo vivían para alimentarse, trabajar y buscarse un hogar. No aportaban nada bueno y encima destrozaban aquello por lo que él luchaba. Qué asco le daban.

El forestal pisó a la oruga que se había quedado atrapada en el neumático y se encendió un pitillo.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Por amor

Se echó las manos a los riñones. Se puso en pie. Sus rodillas eran dos callos dolorosos y aún quedaban semanas hasta que su obra quedara lista. En la palma de la mano izquierda le quedaban once pipas y el jardín estaba lleno de diminutos montículos. Por ese día podía descansar.

A lo largo de las siguientes semanas se dedicó a regar uno a uno los montículos con una jeringuilla. Los brotes fueron creciendo hasta que su jardín se llenó de cabecitas amarillas que comenzó a retocar con tijeras de cirujano.

Llegó el final del verano. Se acercó con las tijeras de podar y cayeron, uno por uno, los girasoles que había elegido. Se los llevó a su estudio y los colocó en el jarrón. Tardó dos días hasta quedar satisfecho con el resultado. Había quedado idéntico a su cuadro favorito de Van Gogh.

Fue a la nevera y sacó una cerveza. Se sentó frente al televisor, encendió el vídeo y volvió a ver El Sol del Membrillo.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Demasiado trabajo

Estaba harto de estar todo el día trabajando sentado rodeado de compañeros sin poder ni ver el sol. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Tres semanas? Y ya estaba hasta las narices de todo. Si por el fuera mandaría todo a la mierda y se iría a vivir al campo. Pero no. De él y sus compañeros dependía que todo fuera para adelante y sus jefes no estaban por la labor de dejarlos escapar.

Ya llegarían tiempos mejores. De momento, no le quedaba mejor opción que seguir remando y esperar a que el trirreme fuera capturado por algún enemigo que los liberase.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Lamentos

La noche iba acompañada de los quedos lamentos de sus compañeros. Muchos no volvían, nunca volverían. Otros lo hacían con heridas que jamás cicatrizarían. En todos el recuerdo de la cruenta batalla en la que perdieron la guerra.

Miró a las estrellas. Era la primera noche en semanas en la que las nubes dejaban ver el cielo. Y qué hermoso era, ajeno a las insignificantes vidas de los hombres, a sus pasiones, a sus miedos, a sus ilusiones. El aire fresco casi quemaba sus pulmones acostumbrados a la pólvora quemada y a la tierra agitada por las explosiones.

Entonces lloró. De alegría, de alivio, de pena. No había fracasado, sólo había perdido.

martes, 11 de noviembre de 2008

Sombra

Cada vez que vuelvo al cementerio lo hago lleno de pesar: sin miedo pero con una tristeza que carga cientos de años de cansancio sobre mis hombros. Cuántas veces habré entrado y salido de una fosa no lo sé; innumerables. Y tampoco sé si ando entre muertos o vivos. O de quiénes me sustento. Sólo soy una sombra en el cementerio. Sólo soy el ayudante del enterrador.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Vaya corte

En la caja de tiritas no había más que un par de envoltorios vacíos. A ver qué coño hacía ahora. Pegó una patada a la papelera y se aguantó el dolor. Se miró al espejo. Menuda cara de gilipollas.

En fin. Sacó los envoltorios, tiró la caja, y se los llevó con una sonrisa al dormitorio. Esa noche sólo habría sexo oral.

Remordimientos

Hacía meses que había dejado de sentir remordimientos por su trabajo. Así no quiso seguir siendo fiscal inquisitorial.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Pérdida

Los soldados yacían desperdigados por el suelo y con ellos su ánimo. Tantas horas que había pasado con ellos que ya no concebía su vida de otra forma y esa noche, de un plumazo, habían caído sin que él pudiera hacer nada. Cayó de rodillas y dejó que sus lágrimas lavasen poco a poco la angustia de su rostro. ¿De dónde salía tanta sinrazón, tanto dolor, tanta destrucción gratuita? Agotado, se dejó abrazar por el sueño entre sollozos para despertar cuando el sol ya calentaba.

Sentía en sus mejillas la sal cuarteándose y sus ojos enrojecidos se cerraban con el sol. Estaba harto. Harto de todo. Cogió el soldador y lo arrojó a la basura. Ya no sería escultor.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Agotado

El mendrugo que había guardado para por la noche estaba más duro de lo que pensaba y tuvo que mojarlo en agua para poder comérselo. No es que fuera un cena que tomara con ilusión pero al menos le ayudaba a engañar al hambre para dormir la noche de un tirón. Terminó de beberse el agua que le quedaba en la taza y se metió en la oscuridad del callejón hasta llegar a los cartones bajo los que dormía. Se acurrucó y se quedó dormido al instante. Comenzó a nevar.

Cuando amaneció su cuerpo ya estaba frío. Nadie supo jamás que, por segunda vez, Jesús había venido y se había ido.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Dolor de cabeza

Abrió los ojos y sólo veía lucecitas de colores. Le dolía horrores la cabeza. Demasiado alcohol. Trató de sentarse pero se escurrió y se golpeó la cabeza con algo duro. Estaba hasta los cojones de las dichosas lucecitas. Trató de moverse de nuevo y lo dejó por imposible. Se durmió.

Lo peor llegó a la mañana siguiente cuando sus padres le encontraron dormido semidesnudo bajo el árbol de Navidad.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Supervivencia

Había demasiada gente. Demasiada. Y así no podrían sobrevivir. ¿Y cómo hacer para decidir quién debía salvarse y quién no? El peso de la responsabilidad le hundía el ánimo. Era una suerte poder decidir de manera razonada cómo facilitar la supervivencia del mayor número de personas en vez de depender de las respuestas al pánico y también una maldición cargar sus recuerdos con las últimas miradas de los muertos.

¿Por qué lo habían coronado a él como jefe? Nunca se había comportado de manera violenta ni imperativa. Quizá por eso mismo su ánimo suponía un bálsamo para quienes sentían la fría mordida del miedo en la nuca.

Y en el fondo daba igual cómo habían llegado a esa situación. Habían llegado a ella y punto. No había vuelta atrás. El resto de sus compañeros seguían realizando sus fútiles rutinas diarias, ajenos a las cavilaciones que le ocupaban. Esa misma noche tendría que ejecutar las decisiones que hubiera tomado. Llegaba el frío.

Cuando llegó el equipo de televisión a la cueva se encontraron al jienense sonriente cubierto de sangre y los restos descuartizados de los demás concursantes apilados al lado de la fruta.

martes, 4 de noviembre de 2008

Recuerdo de la primera vez

El frasquito no cerraba bien y había formado una mancha en el bolsillo de la camisa que continuamente le recordaba a ella. La chica era un encanto y él por fin se había estrenado. Se sentía muy feliz y sabía que, desde ese día, las cosas ya no iban a ser como antes. Ya era un hombre, no un niño asustado.

Se acercó la mano al corazón y tocó el frasquito del bolsillo. Sonrió. Se había llevado un pequeño recuerdo y ella no lo echaría en falta. Se paró a tomar un café antes de volver a casa.

Entró en su casa y fue directo a la nevera. Abrió la puerta y después de olerlo, dejó dentro el frasquito ensangrentado en el que había metido los pezones y el clítoris que le había amputado a su víctima.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La angustia de perderla

Entre tanta gente no podía encontrar a la persona a la que estaba buscando. Venía siguiéndola desde primera hora de la mañana y ahora, en un descuido, la había perdido. Y en medio de la manifestación era incapaz de encontrar a aquella chica sin la que no era nadie. Tenía que encontrarla enseguida o se vería envuelta en un problema tremendo.

La preocupación fue dando paso al pánico según avanzaban los minutos. Había dado por hecho que sería sencillo seguirla a todas partes y que ella ni se daría cuenta y de pronto se veía completamente sola, sin saber hacia dónde ir ni qué hacer.

¿Y si, de pronto, la chica se diese cuenta? ¿Y si lo hiciese alguna otra persona? No quería ni pensar en las consecuencias. Aún quedaban un par de horas hasta el anochecer. Podía pasar cualquier cosa.

Aquel atardecer resultó ser estéticamente mediocre pero a ella le pareció lo más hermoso del mundo. Cayó el último rayo de sol y con él se fueron sus preocupaciones. Ya era de noche y nadie se había dado cuenta. Dando gracias a sus hados, se volvió al mundo de las sombras.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Afortunado

Ya le quedaban muy pocos periódicos. En cuanto se le acabaran, se iría a dormir; había sido un día muy, muy largo.

Veía a los mendigos durmiendo entre cartones, en los cajeros automáticos. En la cabina de la esquina. Menuda vida más perra, todo el día tirados en la calle sin un motivo para levantarse, sin saber cómo iban a conseguir el dinero para siquiera comer. Sin saber si iban a morirse esa noche de frío. Se supo muy afortunado. Él al menos tenía los periódicos.

Arrugó otras cuantas hojas y las echó en el bidón. Al menos esa noche no pasaba frío.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La fría espera

Eran principios de septiembre y no podía parar de tiritar. Tenía que salir. Abrió la puerta, se arrebujó en su abrigo y se asomó al otro lado. No se veía a nadie. Menos mal. Dio unos cuantos pasos por fuera y volvió a meterse. Cerró la puerta y se quedó escuchando a oscuras. Ni un ruido fuera. Aún había esperanzas. Seguramente no le había visto nadie. ¿Sería capaz de aguantar las dos o tres horas que aún restaban para el amanecer? Sí. Tenía que serlo. Sí o sí.

A pesar de que el frío ofuscaba su mente sabía que no había otra opción que aguantar. Sería capaz de pasar una noche en la cámara frigorífica y ganaría la apuesta.