viernes, 14 de noviembre de 2008

Por amor

Se echó las manos a los riñones. Se puso en pie. Sus rodillas eran dos callos dolorosos y aún quedaban semanas hasta que su obra quedara lista. En la palma de la mano izquierda le quedaban once pipas y el jardín estaba lleno de diminutos montículos. Por ese día podía descansar.

A lo largo de las siguientes semanas se dedicó a regar uno a uno los montículos con una jeringuilla. Los brotes fueron creciendo hasta que su jardín se llenó de cabecitas amarillas que comenzó a retocar con tijeras de cirujano.

Llegó el final del verano. Se acercó con las tijeras de podar y cayeron, uno por uno, los girasoles que había elegido. Se los llevó a su estudio y los colocó en el jarrón. Tardó dos días hasta quedar satisfecho con el resultado. Había quedado idéntico a su cuadro favorito de Van Gogh.

Fue a la nevera y sacó una cerveza. Se sentó frente al televisor, encendió el vídeo y volvió a ver El Sol del Membrillo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy tierno...