martes, 25 de noviembre de 2008

Manías

No era hombre de muchas manías pero no soportaba ver un hilo asomando de un tejido. Sabía que lo mejor era darle un corte a ras, quemarlo con un mechero o incluso dejarlo en paz y que tirar de él sólo iba a servir para romper lo cosido. Lo hacía con el bajo de las camisetas, los elásticos de la ropa interior o los calcetines, los remates de los puños de las sudaderas o cualquier costura de las batas. Pero ahora, en el trabajo, sabía que tenía que aguantarse. La verdad es que aquel hilo negro estaba pero que muy mal cosido. Una chapuza de pespunte y el remate, una auténtica mierda. Joder qué dilema.

Miró las tijeras que había dejado su jefe en sobre la mesa. Sólo era cuestión de acercarse a por ellas y cortar el sobrante del hilo. Pero una fuerza irresistible tiraba de su psique hacia aquel cabo insolente. Cada centímetro que se acercaban sus dedos al cordel crecía su excitación, anticipándose a la sensación de los tironcitos con los que saldría el hilo y la tensión casi orgásmica del placer de lo prohibido.

Sus dedos se cerraron en torno al hilo. Tenía la espalda chorreando de sudor y una sonrisa casi de loco por la que se le escurría un hilo de saliva. Cerró los ojos y tiró del hilo despacio y constantemente hasta que ya no hubo resistencia.

Abrió los ojos. No debía haberlo hecho. Menudo estropicio. Menuda cagada, qué coño. Se acercó a la puerta de la sala y escuchó durante unos instantes. No había nadie. Abrió, miró a uno y otro lado, y salió corriendo fuera del quirófano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre lo supe... ¡eres un genio!!