domingo, 30 de septiembre de 2007

Ya no


La Tierra entera lloraba, desposeída de toda vida que una vez tuvo. Ya no había agua que cubriese como un fino manto la aspereza de su roca y que fue madre de la vida. Ya nunca más hollarían su superficie diminutas aglomeraciones autorreplicantes basadas en el carbono. Ya no sería Ella quien diera fruto a la especie que trascendería la materia y tiempo del Universo y se erigiría en su propio Dios.

Pulsando en la imagen anterior -es real, sólo se ha realzado el color- ésta se amplía. Un poco más arriba de donde acaban los anillos brillantes por la izquierda puede verse un punto. Es este planeta desde el que escribo, fotografiado por la sonda Cassini desde detrás de Saturno hace un año. Qué decir.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Entuertos

El viento de un precioso anochecer maltrataba las hojas del libro, una copia de El Quijote con tapas de piel desgastadas por el uso. Ahora nadie más lo leería y algún día de temporal el mar acabaría tragándoselo. Junto a él, en la arena, yacía el cadáver aún templado del anciano que había pasado las últimas décadas compartiendo su tiempo con Alonso y Sancho hasta formar parte del mismísimo sueño enfermizo de Cervantes.

Tardarían más de cincuenta años en redescubrir la isla a la que Pedro Gutiérrez, natural de Albacete, había llegado como único superviviente del naufragio del Nuestra Señora del Pinar.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Hambre

"Las raíces no hieren la tierra, se unen a ella.
Así llegan las palabras del que escribe a la mente del lector."
Luego, a la hora del café, iría a comprar el Marca. Era más interesante y el papel aguantaba mejor la grasa de la tortilla.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Hambre

"La muerte de una semilla es el nacimiento de un árbol.
Así, de los pensamientos de un escritor nacen sus cuentos."
-Menuda gilipollez -dijo el obrero tras leer el papel con el que había envuelto el bocadillo.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Ocaso

Los días parecían más breves desde la mecedora. Antes podía caminar por los jardines y echarles el pan que guardaba de la comida a los pajarillos que se reunían alrededor del banco que había bajo el olmo. Pero en esta residencia las cosas eran distintas, y las pastillas le quitaban el deseo de hacer cosas. Después de la siesta los celadores le sentaban en la mecedora y ahí se quedaba mirando cómo caía el sol hasta la hora de la cena. Luego unos se quedarían viendo la tele -sólo una hora- y a otros se los llevarían a acostar para que leyeran o escucharan música hasta que llegara la hora de dormir.

Ahora, a sus 23 años, recordaba esos momentos de felicidad mientras el sacerdote le trazaba una cruz de óleo en la frente. Las correas estaban sujetas con firmeza. En unos instantes se llenaría la cámara de gas.

martes, 25 de septiembre de 2007

Vidas paralelas

Desde su nacimiento -nacieron el mismo día, a la misma hora, en el mismo sitio-, compartieron destino. Iban juntas a todas partes, pasaron por las mismas manos que. unas veces las acariciaban, otras las manoseaban de un modo asqueroso y las usaban para conseguir placeres de todo tipo. Siempre juntas, viajaron por toda Europa y alguna que otra escapada a lugares más remotos, pero no encontraban su sitio. No podían echar raíces. Unos meses atrás estuvieron encerradas en un lugar claustrofóbico por el que sólo entraba una rendija de luz, finalmente alguien las sacó de ahí junto con otras prisioneras y fueron entregadas con las otras a un señor de aspecto huraño a cambio de unos papeles...

Cuántas aventuras habían pasado juntas, y se sentían igual de válidas que cuando empezaron sus andanzas. Pero les había llegado su hora. Los que más les entristecía era que nunca se habían llegado a ver, a pesar de haber estado juntas toda su vida, de saber que el destino de una iba irremediablemente unido al de la otra. De haber podido pedir un último deseo, ambas hubieran elegido verse, conocer al fin el rostro de la otra. Pero eso no sería posible. El ruido de la trituradora era ya ensordecedor. Las dos caras de esa moneda de un euro pronto desaparecerían.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Curioso

Era el suyo un trabajo, cuanto menos, curioso. ¿Cuánta gente viviría gracias a su arte, cuántos habrían muerto? Vendettas, celos, traiciones, pasiones, dinero, amor... Con cuidado de no inhalar los vapores, vertió los polvos del frasquito metálico en la redoma llena de alcohol, cerró la boca con un corcho y la movió en suaves círculos. El alcohol iba tomando un color verde cada vez más intenso. Tras unos minutos, vertió la tintura en el alambique y lo puso a destilar.

Entregó la cápsula al emisario y recibió un saquito con varias monedas de oro. ¿Quién iba a matar a quién con su veneno; qué le motivaba a hacerlo?

Era un trabajo curioso, ciertamente.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Chrysopoeia

El acelerador de partículas ronroneaba mientras el Dr. Sánchez ultimaba los cálculos. Si todo iba bien, el chorro de protones lograría crear uno de neutrones que, a su vez, incidirían sobre la muestra de estudio y verificarían su teoría o la alejarían de la inmortalidad de las bibliotecas y las aulas.

Apretó la tecla.

La muestra metálica fue avasallada por miríadas de neutrones que violaron su misma esencia, arrancando partes de ella e incrustándose en su estructura. Montones de extrañas partículas surgieron y se escurrieron por los bordes del tiempo hasta ser atrapados por él y aniquilados.

Desde otra escala, surgieron millones de diminutos universos, nanocosmos que se expandieron, generaron sus propias leyes físicas y se llenaron de cuerpos celestes, estrellas, galaxias, planetas... Mundos en los que aparecieron primitivas civilizaciones que prosperaron, pelearon, se extinguieron... Maravillosas obras literarias, pictóricas, musicales, escultóricas que inmortalizaron a sus creadores hasta el final de los tiempos.

El Dr. Sánchez se quitó las gafas después de comprobar los datos en la pantalla y se secó el sudor del entrecejo con la manga de la bata. El experimento había sido un fracaso.

Al otro lado de la puerta

No entró. Esa noche no lo hizo. Con la mano apoyada en la puerta estuvo largo rato cabizbajo, pensando en si debía o no dar el paso. Podía oír los quedos jadeos al otro lado, ahogados por la fuerza de la vergüenza. No, no era esa la noche en que entraría para acabar con todo.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Dos mundos

No pasaba nada por su mente. Eso decían los médicos. Que su cuerpo estaba vivo pero su mente no. Unos decían que eso ya no era su hija sino sólo el cuerpo en el que ella estuvo. Otros decían que su hija seguía viva y que era un crimen dejar que muriera. Ella no sabía qué hacer. El dinero se le agotaba y tenía que vivir su propia vida.

El alma de su hija, desgarrada entre dos mundos a los que no pertenecía, no podía decirle que la quería.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Tiempo

Las ruinas del templo miraban cabizbajas a la selva empapada por la lluvia. Desgastadas por el tiempo y los elementos, su vida se desvanecía un poquito más con cada sol que se ponía. Hacía mucho tiempo que los últimos restos de quienes los levantaron habían vuelto a la tierra que les dio la vida.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Alubias

El tarro de cristal estaba lleno de alubias rojas y brillantes. El viejo feriante se liaba un cigarro con el tabaco que sacaba de las colillas que había ido recogiendo y no parecía prestarle mucha atención.

-Mil quinientas cincuenta y ocho -dijo el chiquillo. El hombre se encendió el cigarro con un chisquero al que casi no le quedaba cuerda. Le ignoró. -Le digo que hay mil quinientas cincuenta y ocho judías, señor -el hombre siguió sin responder-.

El chico se alejó corriendo y desapareció tras un puesto de mazorcas asadas. El viejo recogió entonces el frasco, plegó la mesita y metió ambos en la carretilla de madera que usaba como asiento. Se alejó empujándola con ambas manos mientras de su boca colgaba el cigarro apagado por la humedad del tabaco.

Esa noche, puso a hervir agua en la hoguera de su campamento. Echó un terrón de sal gruesa y un buen puñado de las alubias del frasco. Luego se recostó sobre la hierba, sacó la petaca de su abrigo y le dio un buen trago mientras miraba unas estrellas especialmente brillantes. El chico se merecía una vida mejor que la suya.

martes, 18 de septiembre de 2007

El fugitivo

Solía subir todas las noches a mirar las luces de la ciudad que titilaban al fondo del valle. Recordaba tiempos felices, momentos aciagos, risas, sexo, brumas de vino y opio y el brillo del acero que le alejó para siempre de su amada tierra.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Arqueología

El astronauta fijó los anclajes al artefacto metálico y la grúa lo atrajo hacia el interior de la nave. Era un objeto esférico, de un par de metros de diámetro y que emitía una señal cíclica de radio por la cual lo habían podido detectar e interceptar. Lo llevaron de vuelta a la superficie del planeta y los científicos se hicieron cargo.

Los estudios demostraron que aquel objeto tenía varias decenas de miles de años. También que mucho tiempo atrás hubo una civilización en ese mismo tercer planeta de la estrella que los iluminaba. Los antiguos lo llamaban Tierra.

domingo, 16 de septiembre de 2007

osrevinU

Llegó el momento en el que Dios tuvo que ponerse a desmantelar el Universo que había creado tiempo atrás. Le sobraron tres días.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Enamorado

La jarra llevaba un buen rato vacía llena de marcas de espuma reseca. Sobre la mesa de madera sobada, pintada, arañada y ensuciada yacían cáscaras de pistacho, cacahuetes, pipas y almendras. El cenicero estaba vacío. Era un sábado de septiembre y seguía yendo todos los fines de semana al tugurio donde la vio a principios de julio. Bostezó sin poderlo evitar y se levantó a por otra jarra con pasos tambaleantes.

Cuando le despertó el viejecito que barría el serrín del local aún le quedaba media jarra. Le dolía muchísimo la cabeza y sentía los ojos como si un gato se los hubiera arañado. Se levantó y trató de articular un hasta luego mientras arrastraba los pies hacia la puerta con el cierre a medio bajar y se sintió un fracaso. Al menos esta vez no se había vomitado encima.

viernes, 14 de septiembre de 2007

9:34:37

Era la culminación del experimento que llevaba desarrollando toda su vida. Las manecillas del reloj marcaban las 9:34:26. En el papel estaba escrito 9:34:37. 11 segundos y la manecilla daría sentido a toda una vida llena de privaciones o la anularía por completo. El segundero rojo tropezaba en las cercanías del alargado VI en letras doradas pero conseguía avanzar. Sabía que no podía equivocarse, pero el miedo trataba de apoderarse de su mente. 9:34:32. Parecía detenerse. Seguía. 9:34:35. Iba demasiado rápido. O no. 9:34:36. 9:34:37. La manecilla quería saltar un escalón más pero no podía y sus coletazos se extinguieron hacia un silencio eterno. El reloj se detuvo a las 9:34:37. El anciano se quitó las gafas y con una sonrisa de niño se levanto de la mesa. Ya era capaz de calcular cuánto duraba la cuerda de su reloj. Ahora ya podía hacer lo que se antojara sin temor a perder el tiempo.

Tomó su abrigo y salió a tomarse un vino caliente para celebrar su nonagésimo cumpleaños.

Noctilucas

Era aún más hermoso de lo que esperaba. Desde que alguna tarde llena de sopor de un verano lejano vio en un documental las imágenes, se le antojó presenciar el juego de luces de las noctilucas:


Ahora, postrado en su lecho de muerte a finales del siglo XXI se preguntaba cuándo se habían extinguido. Cerró de nuevo sus párpados y volvió a verlas.

Tampoco Luis supo cuándo se fue su padre. Cerró los ojos y volvió a verlo.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Oscuridad

No existían soles en ese mundo. Sólo una noche negra y eterna en la que los seres se topaban unos con otro sin previo aviso y vivían con la congoja de no saber cuándo ni cómo les llegaría el alimento o el fin. No tenían un inicio, unos progenitores; su primer recuerdo era el de vagar en la noche sin rumbo, sin motivo.

Así de horrendo era el mundo de las ideas.

martes, 11 de septiembre de 2007

Otra historia sin importancia

Los niños dormían acurrucados en el catre como perrillos de una misma camada. Fuera hacía mucho viento y la nieve se levantaba del suelo para danzar con el viento y molestar a los pocos que aún andaban por las calles. Tenía su puñal sobre la mesa, junto a un mendrugo de pan endurecido, una buena porción de corteza de queso y un vaso de algo que podía servir tanto como bebida para olvidar como para aliñar una ensalada o macerar un pescado.

Estaba harta de prostituirse, de que hombres y mujeres la pegaran después de usarla, de enfermedades y de hambre. Desde poco después de que su marido se fuese como miliciano había tenido que vivir como una viuda, lo fuera o no. Bebió un buen trago.

El fuego del hogar se quedó en rescoldos y la habitación quedaba sumida en una roja penumbra. Sus críos dormían y pasarían mucho frío si no conseguía un poco más de leña. Se acabó el vaso, tomó el puñal y se abrigó para salir a la calle.

Cuando el mayor de los niños abrió los ojos por la mañana la palangana estaba helada.

lunes, 10 de septiembre de 2007

El escritor

El cielo comenzaba a clarear cuando la última mancha de tinta quedó seca para siempre. El escritor no supo decir si en ese momento caía dormido o se despertaba.

Las palabras

Las palabras no dejaban de jugar extasiadas sobre el papel. Después de tantos días atrapadas en el tintero, el escritor por fin las había soltado.

Así no hay quien escriba, pensó el escritor. Soltó la pluma, dejó a las palabras solas, y se fue a mirar las estrellas.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Tenues soplidos

La más leve brisa lanzaba granos de arena por encima de la cresta de la duna que caían suavemente por el otro lado. En otras ocasiones el viento no se acordaba de ese remoto lugar en el desierto y la arena permanecía inmóvil durante días enteros. Luego volvería a soplar y la caricia de nuevo movería los granos. Y la montaña, muchos soles después, se perdería en el horizonte.

Así, con esa constancia, es como los pequeños hombres son capaces de grandes cosas.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Vida

Los primeros rayos del sol acariciaban los pétalos aún llenos de rocío que se abrían más despacio de lo que el impaciente ojo de un humano podía ver. El cielo estaba teñido de un rojo sucio que no quería desaparecer con el paso de las horas y pequeños demonios de viento se llevaban el polvo de un lugar a otro en sus torbellinos.

Ya no había humanos para ver cómo se abría esta pequeña flor casi un año después del holocausto nuclear. Su especie se había extinguido hacía varios millones de años y ahora, con la herida abierta a la tierra, había aflorado y renacía con las primeras lluvias que volvían a empapar un terreno sediento. Ni siquiera los hombres podían matar a la Vida.

viernes, 7 de septiembre de 2007

El ojo del portero

El tío de arriba debía ser escritor o algo así. No solía salir de casa casi nunca y cuando lo hacía llevaba un fajo de papeles bajo el brazo y volvía de vacío, con una botella de vodka como mucho. Nunca le visitaba nadie y sólo se trajo un par de putas en los últimos cuatro o cinco meses.

Llevaba más de una semana sin verlo cuando oyó que tocaban a la puerta del escritor. No hubo contestación. Insistieron. Nada. No se oía ninguna voz. Se asomó a su mirilla. Después, unos pasos por la escalera hasta que apareció un cartero con un sobre que tocó su puerta. Dejó pasar unos segundos prudenciales y abrió con la cadena puesta.

Minutos después tenía un sobre certificado a nombre de un tal Helgi Gunnarsson a cambio de su firma. No podía aguantar la tentación y puso agua a hervir. Abrió el sobre sin romperlo y extrajo una carta con diez billetes de 500€ colocados en el pliegue.

Cuando llegó la policía a primeros del mes siguiente por una denuncia de malos olores por parte de un vecino, el portero llevaba diez días en paradero desconocido. Tuvo que ser un cerrajero quien abriera la puerta donde se encontró el cuerpo de un escritor con indicios de haber muerto de inanición.

jueves, 6 de septiembre de 2007

De nuevo

Con los grilletes mordiendo sus muñecas heridas se sentía de nuevo a salvo. En la celda el aire era más fresco y los guardias dejaban de pegarle. Colgado de los brazos podía entonces recostarse en la pared, cerrar los ojos y volver con los suyos hasta que lo despertasen de nuevo.

Una larga historia

A pesar de todo iba sonriendo.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

En el fango

Un soldado más marchando sobre un terreno cubierto de barro y sangre. Cabizbajo, sólo es capaz de dar un paso más desde el anterior porque le tranquiliza ver cómo su pie se acerca desde atrás para hundirse en el fango. Son decenas, muchos más que los supervivientes de otras compañías, pero nadie habla. Arrecia la lluvia. Quiere fumarse un pitillo pero lo dejó hace meses y no tiene tabaco para liar.

··oOo··


No siente dolor. Tumbado en el fango bocabajo, se da cuenta de que sólo puede mover la cabeza y la deja de lado para poder respirar. No sabe si le faltan las piernas, los brazos o está entero. Podría perfectamente ser una cabeza sin cuerpo. Pero sabe que no es así porque está consciente. Seguramente morirá en unas horas o días, tumbado en el fango, esperando una ayuda que sabe que no llegará. A su lado pasa un hombre cabizabajo que se mira los pies. Quiere gritar. Su cuerpo no le obedece.

martes, 4 de septiembre de 2007

Algún día

Se sentía como un elefante. El animal más poderoso de la tierra que se vuelve su propio carcelero cuando le atan un cordel a una pata. Desde el accidente no se atrevía a plantarse ante el espejo y levantar la cabeza. Menos aún a salir de casa.

Bajo el camisón asomaban sus pies llenos de uñas pintadas de negro. No eran feos. Más bien resultaban curiosos. Se acarició con la yema de los dos dedos que le quedaban en una mano la frente, pómulos, mejillas, barbilla. Parecía un filete lleno de nervios. Dejó caer el brazo. Por la ranura que dejaban las cortinas de terciopelo negro se colaba una tarde radiante.

Tomó la jeringuilla y pinchó el frasco de morfina. Cerró los ojos en cuanto comenzó a sonar Beg For Me.

Arte y vida

La mirada lo decía todo. Podía estarse durante horas quieto ante la imagen, saboreando cada trazo que había dejado el pincel del artista sobre un óleo demasiado denso. El pintor no era conocido, seguramente porque sólo se tenía constancia de una obra suya y el lienzo había permanecido en su familia desde hacía varios siglos. Un antepasado suyo.

Ahora era la único de valor que le quedaba en el carrito de supermercado que empujaba por el casco antiguo de la ciudad. Ni se acordaba de qué ciudad era ni si era la misma que le había visto crecer. Los mendigos eran cada vez más rechazados y sufrían más ataques por parte de jóvenes y policía. Ya quedarse durmiendo la mona en la escalera de una iglesia no dejaba dinero suficiente para comprarse otro brick de vino.

Cogió el cuadro y entró en la tienda. El propietario pareció estar a punto de echarle de ahí a escobazos hasta que vio el cuadro que el zarrapastroso llevaba bajo el brazo.

Con los veinte euros pudo darse un festín de anís y jamón de york. Murió de hipotermia esa misma noche en un banco de granito de un parque, sin nombre ni pasado.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Una costa desconocida

La luz de la lámpara era claramente insuficiente. Desde la cubierta del barco la costa se intuía más que verse y sólo la blanca espuma de las olas rompiendo en las rocas indicaba dónde acababa el peligro y comenzaba la muerte.

Su trabajo consistía en cartografiar esas tierras desconocidas y hacer llegar el resultado de vuelta aunque para él pudiese ser un viaje sin retorno. El grafito temblaba en su mano sin llegar a posarse en el pergamino salpicado de agua; sus ojos se movían tratando de encontrar alguna referencia a la que aferrarse...

La oscuridad se hizo más asfixiante por momentos y entonces sintió un tirón hacia atrás. Había fracasado.

Abrió los ojos y encontró un rostro del revés mirándole fijamente a los ojos. Uniforme del Samur.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Exterminio

Se despertó rodeado de otros como él. Sus cuerpos desnudos se apretujaban unos con otros y se sentía rodeado de una atmósfera asfixiante. Todos estaban en silencio, seguramente saltando entre su pasado y un porvenir totalmente desconocido. Él aún no había podido desarrollarse, crecer, establecerse en un lugar y formar una familia. No pedía mucho, sólo un suelo donde echar raíces, sol -le gustaba el buen tiempo- y alimento y agua. Mientras estuviera rodeado de los suyos se sentiría feliz.

Pero no en estas circunstancias. No en esa oscuridad que le acercaba a un futuro que desconocía y que intuía nefasto.

Hubo un temblor muy fuerte seguido de un silencio sepulcral. Luego, tras un pitido en la lejanía, comenzó el calor. Al principio era casi agradable, luego ya pasó a ser incómodo. Seguía subiendo y era insoportable. Sentía su cabeza a punto de estallar y algunos de sus compañeros comenzaron a caer víctimas del infierno en que se estaba convirtiendo su cárcel.

Finalmente reventó.

Van abrió la bolsa de palomitas y las vertió en un bol.