miércoles, 19 de septiembre de 2007

Alubias

El tarro de cristal estaba lleno de alubias rojas y brillantes. El viejo feriante se liaba un cigarro con el tabaco que sacaba de las colillas que había ido recogiendo y no parecía prestarle mucha atención.

-Mil quinientas cincuenta y ocho -dijo el chiquillo. El hombre se encendió el cigarro con un chisquero al que casi no le quedaba cuerda. Le ignoró. -Le digo que hay mil quinientas cincuenta y ocho judías, señor -el hombre siguió sin responder-.

El chico se alejó corriendo y desapareció tras un puesto de mazorcas asadas. El viejo recogió entonces el frasco, plegó la mesita y metió ambos en la carretilla de madera que usaba como asiento. Se alejó empujándola con ambas manos mientras de su boca colgaba el cigarro apagado por la humedad del tabaco.

Esa noche, puso a hervir agua en la hoguera de su campamento. Echó un terrón de sal gruesa y un buen puñado de las alubias del frasco. Luego se recostó sobre la hierba, sacó la petaca de su abrigo y le dio un buen trago mientras miraba unas estrellas especialmente brillantes. El chico se merecía una vida mejor que la suya.

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