sábado, 15 de septiembre de 2007

Enamorado

La jarra llevaba un buen rato vacía llena de marcas de espuma reseca. Sobre la mesa de madera sobada, pintada, arañada y ensuciada yacían cáscaras de pistacho, cacahuetes, pipas y almendras. El cenicero estaba vacío. Era un sábado de septiembre y seguía yendo todos los fines de semana al tugurio donde la vio a principios de julio. Bostezó sin poderlo evitar y se levantó a por otra jarra con pasos tambaleantes.

Cuando le despertó el viejecito que barría el serrín del local aún le quedaba media jarra. Le dolía muchísimo la cabeza y sentía los ojos como si un gato se los hubiera arañado. Se levantó y trató de articular un hasta luego mientras arrastraba los pies hacia la puerta con el cierre a medio bajar y se sintió un fracaso. Al menos esta vez no se había vomitado encima.

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