sábado, 8 de septiembre de 2007

Vida

Los primeros rayos del sol acariciaban los pétalos aún llenos de rocío que se abrían más despacio de lo que el impaciente ojo de un humano podía ver. El cielo estaba teñido de un rojo sucio que no quería desaparecer con el paso de las horas y pequeños demonios de viento se llevaban el polvo de un lugar a otro en sus torbellinos.

Ya no había humanos para ver cómo se abría esta pequeña flor casi un año después del holocausto nuclear. Su especie se había extinguido hacía varios millones de años y ahora, con la herida abierta a la tierra, había aflorado y renacía con las primeras lluvias que volvían a empapar un terreno sediento. Ni siquiera los hombres podían matar a la Vida.

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