domingo, 23 de septiembre de 2007

Chrysopoeia

El acelerador de partículas ronroneaba mientras el Dr. Sánchez ultimaba los cálculos. Si todo iba bien, el chorro de protones lograría crear uno de neutrones que, a su vez, incidirían sobre la muestra de estudio y verificarían su teoría o la alejarían de la inmortalidad de las bibliotecas y las aulas.

Apretó la tecla.

La muestra metálica fue avasallada por miríadas de neutrones que violaron su misma esencia, arrancando partes de ella e incrustándose en su estructura. Montones de extrañas partículas surgieron y se escurrieron por los bordes del tiempo hasta ser atrapados por él y aniquilados.

Desde otra escala, surgieron millones de diminutos universos, nanocosmos que se expandieron, generaron sus propias leyes físicas y se llenaron de cuerpos celestes, estrellas, galaxias, planetas... Mundos en los que aparecieron primitivas civilizaciones que prosperaron, pelearon, se extinguieron... Maravillosas obras literarias, pictóricas, musicales, escultóricas que inmortalizaron a sus creadores hasta el final de los tiempos.

El Dr. Sánchez se quitó las gafas después de comprobar los datos en la pantalla y se secó el sudor del entrecejo con la manga de la bata. El experimento había sido un fracaso.

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