La más leve brisa lanzaba granos de arena por encima de la cresta de la duna que caían suavemente por el otro lado. En otras ocasiones el viento no se acordaba de ese remoto lugar en el desierto y la arena permanecía inmóvil durante días enteros. Luego volvería a soplar y la caricia de nuevo movería los granos. Y la montaña, muchos soles después, se perdería en el horizonte.
Así, con esa constancia, es como los pequeños hombres son capaces de grandes cosas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
También me encanta
Publicar un comentario