miércoles, 26 de septiembre de 2007

Ocaso

Los días parecían más breves desde la mecedora. Antes podía caminar por los jardines y echarles el pan que guardaba de la comida a los pajarillos que se reunían alrededor del banco que había bajo el olmo. Pero en esta residencia las cosas eran distintas, y las pastillas le quitaban el deseo de hacer cosas. Después de la siesta los celadores le sentaban en la mecedora y ahí se quedaba mirando cómo caía el sol hasta la hora de la cena. Luego unos se quedarían viendo la tele -sólo una hora- y a otros se los llevarían a acostar para que leyeran o escucharan música hasta que llegara la hora de dormir.

Ahora, a sus 23 años, recordaba esos momentos de felicidad mientras el sacerdote le trazaba una cruz de óleo en la frente. Las correas estaban sujetas con firmeza. En unos instantes se llenaría la cámara de gas.

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