No existían soles en ese mundo. Sólo una noche negra y eterna en la que los seres se topaban unos con otro sin previo aviso y vivían con la congoja de no saber cuándo ni cómo les llegaría el alimento o el fin. No tenían un inicio, unos progenitores; su primer recuerdo era el de vagar en la noche sin rumbo, sin motivo.
Así de horrendo era el mundo de las ideas.
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