sábado, 28 de febrero de 2009

Un día precioso

Se acababa de despertar de una noche de sueño muy reconfortante. El sol comenzaba a borrar la escarcha que blanqueaba los campos y prometía calentar el día a lo largo de la mañana. Era uno de esos días preciosos que uno llegaba a disfrutar desde las últimas horas del alba hasta que la luna llena dominaba los cielos.

Estaba bien jodido. Se había vuelto a dormir durante una guardia.

viernes, 27 de febrero de 2009

Setas

Las setas crecían por todas partes. Era increíble cómo se había puesto el bosque desde la última vez que estuvo. Años atras crecían unas por ahí, otras por allá y era bonito el paseo entre seta y seta.

Pero ahora, el bosque -o mejor dicho, lo que quedaba de él- parecía un cultivo industrial. Hileras de setas, casi todas iguales, se estrujaban entre sí y se veían los tocones de árboles talados con otras distintas que nunca había visto- que crecían en la parte alta.

Era horrible. Estos pitufos iban a pagar cara la burbuja inmobiliaria.

jueves, 26 de febrero de 2009

Manuel

Aquel cabronazo iba a traerle la ruina. Como una rata que lleva su botín a guardarlo en su madriguera, así se traía las latas de cerveza a la biblioteca y las escondía en las estanterías llenas de libros que nunca nadie leía. Y, escondido en los rincones más oscuros, se comía los cigarros a puñados, mirando a uno y otro lado mientras abría las estanterías, sacaba la cerveza, daba un trago, y la guardaba. Hasta que se le acababa.

Luego, con pasitos cortos y vacilantes se acercaba hasta el bibliotecario, le enseñaba los agujeros donde debía haber dientes, y vomitaba una verborrea levemente coherente acerca de distribución de prensa, Jaén, montados y cañas y foros de pueblos. Cuando ya no podía mostrar más patetismo, bajaba las escaleras renqueante y se perdía en la noche hacia el cartel de Cruzcampo.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Melancolía

Comía pasas sentado ante el atardecer. Sus nietos se habían ido después de la sobremesa y volvía a quedarse solo ante la vida. Se miró a las manos. No parecían las de un anciano, nudosas y cuarteadas y eso que había batallado en innumerables ocasiones. Los recuerdos de su juventud aún vivían nítidos, sin mezclarse con el día a día, y eso hacía más duro el sentimiento de pérdida.

Otros tenían la suave caricia de la vejez para prepararse para decir adiós a la existencia. Él -maldito- vivía cada muerte, cada adiós de un ser querido como si fuera la primera vez que se enfrentara a la vida con la amargura de saber que nunca más disfrutaría de la compañía del ausente.

Él, un hombre que lo había conseguido todo, era desdichado. Había vencido a la Muerte.

martes, 24 de febrero de 2009

Naranja

El naranja era su color favorito. Nunca se lo había dicho a ninguno de sus amigos. Siempre tenían mil temas de conversación: economía, deportes, ciencia, política... y con bastante nivel, pero nunca se había sentido con ánimo de hablar de esos otros temas aparentemente tan triviales. No quería que le tomaran como alguien diferente, ajeno al grupo.

Después del accidente lo había pasado muy mal y, casi sin darse cuenta, había ido echando a sus amigos de su lado. Después de muchos meses de soledad por fin se había abierto de nuevo y comenzó a apreciar a sus nuevos compañeros. Y ahora no soportaría perderlos. Aunque eso significara renunciar a parte de sus necesidades. O no expresar algo que hervía en su fuero interno.

De momento aguantaría. Ya soñaría. Ya encontraría alguien con quien compartir paisajes, colores, cómics... Seguramente pronto llegaría otra persona que hubiera quedado ciega después de un accidente.

lunes, 23 de febrero de 2009

Comandos

Tenía un puñado de bolígrafos sobre la mesa y ninguna idea de qué hacer con ellos. Ojalá fuera como MacGyver. Casi todos sus compañeros habían sido emboscados minutos atrás y sólo él y Sánchez habían logrado escapar indetectados. Se habían escondido en un despacho y recuperado el aliento hasta que Sánchez decidió salir para buscar refuerzos. Si no había dado señales de vida en dos minutos, estaría solo.

Habían pasado dos y medio cuando decidió salir. El día se había ido apagando y nadie había encendido las luces. Salió al pasillo y se movió entre las sombras con cuidado. Ningún enemigo estaba cerca, seguro. Eran ruidosos como borrachos y se habría dado cuenta. Con todo el cuidado del mundo fue reconociendo la base enemiga hasta que vio a un enemigo haciendo guardia ante una puerta cerrada. Sólo uno, bien. Muy bien. En plena alerta sólo podía significar una cosa: ahí estaban los suyos.

Lo había conseguido: había reducido al guardia y liberado a sus compañeros -no estaba Sánchez-. Le recibieron con abrazos en medio del silencio. Luego les repartió un par de bolígrafos a cada uno para sustituir a los confiscados. Les sacaron los cartuchos de tinta y se quedaron con las fundas transparentes. La guerra de canutos en el insti había dado un vuelco.

domingo, 22 de febrero de 2009

Génesis

Era muy divertido observar la vida de las personas: naciendo, relacionándose y muriendo durante incontables generaciones. Desde onde se hallaba se asemejaban a un líquido viscoso que se movía por la superficie del planeta y el tiempo, de un lado a otro, devorando unas zonas, extendiéndose a otras, marchitándose. Cada vez había más líquido y menos sitio en el que estar. El planeta envejecía y agonizaba mucho más rápido de lo que renacía de sí mismo. Luego había grandez explosiones, el líquido ardía, se consumía a sí mismo y casi casi desaparecía salvo por gotitas que se quedaban al lado de ríos, en bosques, islas... Tranquilidad. Años, siglos de tranquilidad. Y vuelta a empezar.

El resto de los dioses había conseguido crear mundos que se llenaban de mares, las tierras verdeaban, se llenaban de otras especies y llegaban finalmente a un equilibrio que se prolongaba durante una eternidad. Pero ninguno había logrado algo tan dinámico, imprevisible y, sin embargo, cíclico como el ser humano.

Las gotitas soñaban que eran dioses.

sábado, 21 de febrero de 2009

El especialista

Saber, sabía. Y mucho. Eso nadie se lo podía negar. Ni siquiera aquel imbécil amanerado que iba a evaluar su trabajo. No es que hubiera estudiado mucho. Vamos, no había estudiado nada, pero siempre había observado a su padre ejercer el oficio, cómo usaba las distintas herramientas, los mejores materiales, los pequeños trucos que conseguían darle el toque personal de cada artesano. Día tras día, desde pequeño, había querido seguir sus pasos, ser como él. Ser mejor que él.

Y llega el idiota este y le dice que no, que no sabe. Tenía unas ganas tremendas de coger un cuchillo y clavárselo, despiezarlo como el cerdo que era, gordo y sonrosado. Pero sus ayudantes se lo llevaron a otra sala, le sentaron, y le dieron agua y conversación para calmarlo.

¿Pero cómo podía decir el gilipollas de la Guía Michelin que su crema no sabía?

viernes, 20 de febrero de 2009

Dejando el alcohol

Desde luego Miguel había elegido un mal día para dejar el alcohol. En cuanto llegó a casa de Chisuca y vio a todo el mundo borracho perdido supo que la había cagado. Ufff. Respiró hondo y pensó en qué debía hacer. ¿Se quedaba? ¿Se iba a casa...?

Dijo a Chisuca que se tenía que ir un rato -seguro que se le olvidaba en un momento de lo ciega que iba-. Se subió al coche y condujo hasta su casa. Aparcó en el garaje y dejó el coche encendido. Poco después llegó con dos cajas de botellas y las guardó el coche. ¿Cómo se las había podido dejar olvidadas?

jueves, 19 de febrero de 2009

Fallando

No le cuadraban las cuentas. A pesar de ir haciendo todo tal y como contaban los manuales, se le descuadraba la contabilidad. Más gastos de lo esperado por aquí, cosas no desgravables por allá. Un jaleo a todas luces.

Y su empresa seguía sin levantar cabeza. La idea era buena de cojones, eso estaba claro. Sobre el papel era perfecta, pero a la hora de conseguir colaboradores, todo se jodía. Utopía tendría que esperar.

miércoles, 18 de febrero de 2009

El rey iluminado

La mitad de las bombillas se había ido fundiendo desde su coronación como rey. Menuda mierda de súbditos, no había manera de que las cambiaran sin que él lo pidiera, y eso a muy duras penas, así que había optado por hacerlo él mismo y dejarse de cabreos que no llevaban a ninguna parte. Además, el suyo era un reino muy humilde y no podía andarse con pijadas.

Sí que había dado vueltas la vida. Muchos años vagando por el mundo, pasando hambre, siendo rechazado por otros, sin saber dónde iba a dormir y levantándose sin saber si ese día tampoco comería. Pero llegó a aquel extraño país que nadie había visitado pero todo el mundo conocía de oídas. Era completamente real. Y sus habitantes lo reconocieron, lo admiraron, y lo erigieron como el gobernante que traería un nuevo esplendor al país y lo haría resurgir como una gran potencia.

Se asomó por la ventana oeste de su alcoba para disfrutar de un atardecer de fuego y las siluetas negras de los montes y los árboles de su reino. Luego se acercó al vestidor, se quitó el ojo de cristal, y se puso el parche por la fuerza de la costumbre, aunque ya no le hacía falta.

Se sentía muy afortunado de que la vida le hubiera traído a este país legendario. Al país de los ciegos.

martes, 17 de febrero de 2009

Rompiendo la rutina

Como cada vez que volvía de vacaciones, tenía seis montones de hojas sueltas, archivadores y carpetas sobre su escritorio. Saludaba a sus compañeros, llegaba a su mesa, ponía cara de susto y se reían todos juntos de la genial ocurrencia. Luego recogía el material en blanco, lo guardaba en su sitio y dejaba sobre la mesa un par de montones con el trabajo que se le había acumulado todos estos días.

Y vuelta a la rutina. A trabajar de 8:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:00 de lunes a viernes salvo días libres salpicados hasta las siguientes vacaciones. Estaba cansado de hacer siempre lo mismo, y es que ya eran más de dieciséis años.

Esa noche tuvo una crisis de ansiedad. Bajó al súper y compró dos botellas de ron -no sabía qué bebida le podía gustar-. Se bebió casi una antes de caer dormido con la cabeza metida en la taza del váter.

El despertador sonó en algún lugar lejano. Sentía dolor en todo el cuerpo -sobre todo en la cabeza- y mucho, mucho frío. En cuanto abrió los ojos empezó a sentir asco: estaba empapado de vómito frío que apestaba a alcohol y lleno de tropezones de tortilla de patata a medio digerir. Y el cuarto de baño que parecía el de una película de terror.

Al final sólo llegó veinte minutos tarde a trabajar. El jefe ya tenía redactada la carta de despido.

lunes, 16 de febrero de 2009

Qué pesada la dependienta

Tampoco le quedaban muy bien esa botas rojas. Y la dependienta no paraba de hablar ni para respirar. Se estaba poniendo de los nervios. Como las siguientes botas no le gustasen iba a mandar a mierda a la tipa. Menudo coñazo de persona, de verdad.

La dependienta ahora le señalaba unas botas de caña alta que estaban haciendo furor en Milán (¿de dónde habría sacado semejante tontería?). En fin... por probar que no quedase. Eran un poco incómodas de poner, muy estrechas, pero la piel era suave y flexible y al final entró hasta el fondo. Se puso en pie y dio unos pasos por la zapatería. Se paró frente al espejo, giró una pierna hacia un lado, luego hacia el otro. Cambió de pierna. Al final iba a haber suerte...

Pues sí, se llevó las botas. Y lo cierto es que le quedaban muy, muy bien, aunque vaya plastazo de dependienta. Felipe se preguntaba si había valido la pena poner una zapatería cuando se topaba con clientes como esa dependienta del súper.

domingo, 15 de febrero de 2009

Espeleología

Era el primer día que le acompañaba su novia a una cueva. Desde pequeño su padre le había aficionado a la espeleología y no dudó ni un segundo en licenciarse en geología para especializarse después. Se veía como una de esas personas tan afortunadas que viven de hacer aquello para lo que viven.

Sabrina era un encanto. Periodista -y de espíritu aventurero- había encontrado en él a alguien con quien explorar esa parte de la vida que se aleja de las ciudades, las relaciones falseadas entre personas y los formalismos. Cuando le dijo que ese domingo iban a entrar en una cueva sintió un gusanillo en la tripa al pensar en que iba a adentrarse en lugares tan cercanos y desconocidos para la mayoría de las personas. Pasó la semana y finalmente entraron.

Caminar en los intestinos de la tierra era bastante más resbaladizo y angustioso -¿a cuántos metros estaría ya bajo tierra, cuántos miles de toneladas de rocas tendría por encima?- de lo que había pensado los día anteriores. Para nada era desagradable, todo lo contrario, le encantaba no sentir ni un bostezo tratando de salir de su garganta a pesar de las horas que llevaban y la adrenalina se mantenía en un nivel algo superior a la simple alerta pero muy lejos aún del pánico.

Jerónimo se había parado unos metros por delante y pronto le alcanzó. Las linternas de sus cabezas desprendían miles de destellos de los cristales que cubrían el lugar. Sobrepasó a su novio -parecía petrificado- para acercarse a los cristales. Tocó algunos con sus dedos. Menuda puta mierda, vaya decepción. Tantas horas disfrutando de la cueva para ahora, al final, encontrarse con esto. Miró a Jerónimo y vio en sus ojos, en su rostro, la pena, el fracaso. Él se acercó a ella, la abrazó por detrás y le susurró al oído "lo siento".

Algún hijo de puta había roto todos los cristales del coche nuevo de Sabrina.

sábado, 14 de febrero de 2009

El Jardín

Parecía mentira que alguien tan aparentemente retrasado pudiera mantener el jardin en ese estado de serena belleza. Jonás tenía una edad indeterminada entre la madurez y la senectud y no había cambiado mucho de aspecto desde que lo contrató siete u ocho años atrás. Un hombre callado que solía conformarse con monosílabos cuando trataba de mantenerse una conversacion con él. Se le pagaba una cantidad realmente pequeña de dinero y se le ofrecía alojamiento y pensión completa. Él no rechistaba y nunca salía de la finca ni recibía visita alguna, así que podía perfectamente estar comiéndose los billetes, quemándolos o guardándoselos en una caja de zapatos que enterraría algún día en algún lugar del jardín.

Jonás no entendía para qué servían esos papeles que le daban. No sabían bien, se quemaban muy rápido y en infusión eran verdaderamente horribles. Pero aquellas personas no eran tan desagradables como le habían dicho en su pueblo natal. Pasaba todo el día con sus retoños y, encima, le daban cobijo y alimento.

Jonás se arrodilló junto al estanque. Hundió sus dedos en la tierra y con suma ternura hizo brotar un nuevo rosal.

viernes, 13 de febrero de 2009

J. S. Bach

No entendía cómo surgían las canciones en su mente. Piezas que aún no había tocado, que aún no había escrito, que aún no había compuesto y, sin embargo, sabía con certeza que eran suyas. Seguía el hilo de una obra, lo desenredaba, lo convertía en manchas, círculos, palotes y la orquesta sonaba como si estuviera tocando para él, en su cabeza. Escuchaba una melodía por primera vez y sabía exactamente cómo interpretarla en el órgano mientras sonaba.

¿Estaba creando? ¿Estaba plagiando? ¿Era él un mero intermediario entre Dios y los hombres?

Le preguntó al hombre que estaba a su lado que qué pensaba de ello. Y el hombre le respondió que así era un auténtico genio: atemporal, eterno. Todo era obra suya y daba igual que le fuera susurrada por los labios de Dios o nacido de sus entrañas: sin él, esa música no existiría.

J. S. Bach supo que aquel hombre decía la verdad. Y disfrutó durante horas hasta que se fue la música que, en una cajita con luces y botones, había traído ese hombre del futuro.

jueves, 12 de febrero de 2009

2.0

Me siento como un gilipollas. Siempre me pasa lo mismo, confío en la gente y al final soy el imbécil que pringa por todos. En cuanto las cosas se ponen feas, estampida y yo a pringar. No falla. Vale que tengo don de gentes, pero un cable de vez en cuando no vendría mal. Pero que nada mal. Quizá no sea éste el lugar para desfogarme. Seguramente no lo sea. No lo es. Pero me siento muy solo.

¿De qué cojones sirve nacer con dinero? ¿O dentro de una familia influyente? Al final, nada. No sirve de nada. Sólo te anula (si tienes suerte). O te destruye. Pero la soledad crece cada día que pasa.

Y ahora estoy solo. Abandonado. Traicionado. Esos que se decían mis amigos no son sino unos desgraciados que se juntaron al calor de mi hoguera. Ya no soy lo que ellos pensaban. Ya no. Y nadie me mira mientras me retuerzo de dolor en el parque. Nadie.

Sólo me queda un gramo. No sé cómo anda cortado. Quizá sólo me mate, quizá me lleve a los cielos. No lo sé. No tengo a nadie.

Padre, aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.

Aprieto el émbolo.

miércoles, 11 de febrero de 2009

El sello

En cuanto dobló una esquina sacó de su bolsillo la barrita de bronce que acababa de coger del despacho del capitán y la miró. Tenía una forma muy simple, alargada y de sección cuadrada. Lo importante venía debajo: una espada y un hacha enlazados por una cinta en la que se había unas palabras inscritas al revés. Se la guardó de nuevo y, mirando a uno y otro lado, echó a correr.

Las calles cercanas al puesto de guardia de la puerta norte de la ciudad estaban muy transitadas pero en cuanto se acercó al barrio de los curtidores ya pudo correr a gusto hasta que llegó a la hospedería en la que le esperaban junto al puerto. Ahí seguía aquel hombre, junto a la ventana, cubriendo casi todo su rostro bajo el ala de su sombrero. Se acercó a la mesa y dejó el objeto junto al plato vacío del hombre quien, a cambio, depositó una moneda al lado. La tomó y se perdió entre las calles de la ciudad.

El hombre sacó un documento de entre sus ropas, un trozo de lacre y fundió unas gotas sobre el papel. Luego usó la barrita para sellarlo, dejó que se enfriara, y guardó todo. Salió del local y se dirigió al puerto.

Al final todo había salido bien pero tenía que poner más cuidado. Menos mal que había encontrado a aquel chico para que le trajera el sello que se había olvidado en su despacho.

martes, 10 de febrero de 2009

Recuerdos de la infancia

Papá había plantado la semillita en el jardín de mamá. Y pronto tendría otra hermanita. Al principio eran muy felices o eso parecía, viéndola crecer juntos. Pero luego se enteró el abuelo, que no aguantaba a papá y que le robara a mamá y tuvieron una bronca muy grande. Mamá lloró, papá gritó y el abuelo más. Y se marchó dando un portazo.

Pasaron unas semanas y dos señores con capas verdes llamaron a la puerta. Papá se puso blanco y entraron y después de decir unas cosas gritando y luego en voz baja, al final nos fuimos todos en su coche a la casa esa de las afueras que tiene un muro alrededor.

Con el paso de los años me enteré de que papá estuvo en la cárcel porque el abuelo se chivó a la Guardia Civil de que plantaba marihuana.

lunes, 9 de febrero de 2009

Curiosidad

A Jon le gustaba ir tocando todo cuanto había en su camino: paredes, árboles, perros, arbustos, papeleras, pérgolas, escaparates, coches e incluso personas. Sólo los rozaba con la yema de su dedo índice, pero era suficiente para satisfacer su curiosidad. Sentía frío, calor, dureza, rugosidad, suavidad. Y dolor.

A Izaskun no le gustó que le metiera el dedo en el ojo.

domingo, 8 de febrero de 2009

Viaje al fin de la noche

La noche se veía fría y larga sobre el asfalto. Los picachos y lomas encanecidos por la nieve se movían hacia atrás sin detenerse ni a mirar cómo se asomaba la luna. Y cómo disfrutaba. Hacía mucho tiempo que no cogía el coche para hacer un viaje así. Qué carajo, nunca lo había hecho. Y ahora que por fin se había atrevido se preguntaba que por qué no lo había hecho antes.

Y es que antes no tenía un motivo.

sábado, 7 de febrero de 2009

No más bailes

Sonaba su canción de nuevo y ya estaba cansada de salir a bailar con cualquiera que se lo insinuase mínimamente. Ya no era la cría irresponsable de antaño y quería elegir a sus parejas pero siempre estaban con lo de la obligación, lo de la responsabilidad y lo de que ella era especial, no como las demás.

Pues estaba harta. Harta de hacer caso a sus padres, de que decidieran por ella con quién tenía que bailar, de tener que acatar las normas. Estaba harta de bailar, de bailar con cualquiera, de bailar con todos.

Corría el año de 1352. Misteriosamente, la peste negra remitió.

Entre la nieve

Había nieve por todas partes y la luna la blanqueaba hasta que hacía daño en los ojos. El viento helado cortaba sus manos, sus orejas, su rostro y se llevaba el calor de su cuerpo hacia lo más profundo del bosque mientras ella trataba de encontrar la belleza que se escondía entre los dedos con los que la muerte acariciaba su pelo. Era hermoso, sin duda, el paisaje, el momento.

Poco a poco se apagaba, se moría. En mitad de la nada, rodeada de árboles, bajo la luna, entre la nieve. Sola. Como siempre estuvo. Tiritando. Un abrazo. Y en ese momento murió. Murió su soledad.

jueves, 5 de febrero de 2009

Sin vuelta de hoja

El tejido resultaba suave y cálido bajo su piel desnuda. Por un momento creyó que estaba en el paraíso aunque no tardó sino un instante en recordar esa voz femenina que, acariciando su frente, le preguntaba que qué tal se sentía. Físicamente se sentía agotada. Nunca había pasado por una situación similar y, ahora que se le iba aclarando el pensamiento le surgían sus primeras dudas.

Hasta que conoció a Marta, jamás se había planteado hacerlo. Es más, siempre renegaba de ello y decía que las tías que lo probaban estaban enfermas y que era totalmente antinatural. Dios las había hecho así por algo. Pero apareció Marta y, por primera vez, le picó el gusanillo al ver cómo se ceñía el vestido azul que llevaba a cada curva de su cuerpo. Tenía un cuerpo perfecto, la verdad. Y, siendo la nueva novia del mejor amigo de su marido, pronto entablaron amistad y Laura terminó por llenarse de dudas que Marta trató de resolver. Hasta que finalmente, se decidió.

Su novio se iba dos semanas con la empresa a Japón. Era el momento de hacerlo. Llamó a Marta para confirmar la cita. El viernes. A las cinco. Perfecto.

Marta le acariciaba la frente. "Tesoro, no te preocupes, todo irá bien". Sí, pero ya no había vuelta atrás. Acostada, con Marta mirándole a los ojos, se preguntó si había hecho bien poniéndose cuatro tallas más de pecho.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Inaguantable

No valía la pena ni gastar una bala en pegarle un tiro. El tío era gilipollas perdido y seguramente lograría extinguirse por sí solo, pero es que en las trincheras ponía en peligro al resto de los soldados. El muy imbécil no paraba de contar chistes pésimos que acababan desmoralizando a la tropa y encima le había cogido cariño o algo, porque no había manera de quitárselo de encima.

Por las noches los morteros dejaban caer sus proyectiles que nunca acertaban en la trinchera. Y el imbécil se asomaba y pegaba gritos y tenían que tirar de él hasta aplastarlo en el suelo y darle de ostias para que se callara. Luego dormía hasta que se despertaba todo dolorido.

Pronto empezó a cagarse en cualquier sitio, a mear, a masturbarse delante de sus compañeros. John ya no podía soportar más al imbécil ese. Al final sí que tendría que meterle un tiro. Sacó el revólver de su funda, miró que quedaran balas y se la metió en la boca al cabrón. Dos de sus compañeros se tiraron a por él y le quitaron el arma.

John fue internado tras su intento de suicidio. Después se le diagnosticó esquizofrenia.

martes, 3 de febrero de 2009

Recuerda el mañana

Había perdido toda esperanza. Derrotado, agotado, cada hora del día era una vida de agonía, cada minuto un recordatorio de lo que no había conseguido hacer. Ahora viajaba en un autobús que le llevaba a un lugar que podía perfectamente ser el fin del mundo, el fin de los tiempos. Un limbo en la tierra en el que nunca pasaba nada hasta que llegaba la hora de ajustar cuentas con la vida.

El conductor le dio un voz. Era su parada. Amodorrado aún, se apeó, cogió su mochila del maletero, y se despidió con un gesto de la mano. Nadie devolvió el saludo. La noche era fría, y el cielo cubierto amenazaba lluvia. Apretó el paso hasta que llego a una enorme puerta de madera. El agujero de la cerradura invitó a su llave y le costó hacerla crujir. Finalmente, se abrió.

En fin, ese era el final. Encendió la vela que había en la entrada y se acercó a la habitación donde ya no escribiría su vida y dejaría pasar las hojas en blanco. Y entonces lo vio. No habían sido sueños sino recuerdos.

Y se acurrucó en el sofá donde todo había empezado, donde todo empezaría.

lunes, 2 de febrero de 2009

Con el corazón helado

Tenía el corazón helado. Menudo accidente: un matrimonio y sus dos hijos muertos bajo un camión. Las ambulancias había llegado muy pronto pero el matrimonio y la niña habían resultado decapitados y el niño, aunque respiraba cuando habían llegado los servicios de emergencia, no pudo ser mantenido con vida ni reanimado.

Manolo fue corriendo al Hospital. Le acababan de despertar, las 4:07. El tiempo corría en su contra. Cogió un taxi, tardaría menos. Entró por la puerta de Urgencias y se dirigió corriendo al mostrador. ¿En qué quirófano tenía que hacer el trasplante?

domingo, 1 de febrero de 2009

Cartas perdidas

Existen muchas historias de cartas extraviadas que acabaron con promesas de amor eterno o esperanzas de madre; niños que crecieron huérfanos, ancianos que murieron en la soledad de un asilo; órdenes de batalla que nunca llegaron, pactos rotos, herencias perdidas...

Y ahora se ha perdido la carta que marca mi destino.

¿Quién habrá sido el gilipollas que ha robado mi carta astral?