miércoles, 30 de abril de 2008

Grandes sueños

Anoche tuve un sueño. Un sueño como los que tienen los grandes hombres antes de hacer algo importante y que cambia el rumbo del mundo en ese momento histórico. Un sueño como los que seguramente tuvieron Sócrates, Jesucristo, Leonardo, Newton, Edison, Einstein, Hawking... Cuando abrí los ojos por la mañana sentí el aura de la sabiduría que impregna cada cosa que es en el Universo y se extendía por mi espíritu. Cerré los ojos y aspiré profundamente, saboreando cada molécula de oxígeno que entraba en mis pulmones. Podía cambiarme, cambiar a los que me rodean, cambiar el mundo.

Encendí el ordenador para conectarme a Internet y compartirlo con el resto del mundo. El cursor se había convertido durante unos segundos en un reloj de arena dando vueltas. Abrí el navegador y tecleé la dirección de mi página personal. Accedí al editor.

Qué malo soy recordando sueños.

martes, 29 de abril de 2008

Milagros

Cada año hacía un viaje muy especial. Unos iban a Lourdes, otros a Fátima. Algunos al Valle de los Caídos o a Covadonga. Ella iba a un pequeño pueblo de las montañas de Gredos, al lugar en el que fue testigo de un esperanzador milagro. Ahí se arrodillaba ante un árbol seco, lo abrazaba, y se quedaba largas horas murmurando y sollozando mientras que, cada año que pasaba, más fieles se congregaban para presenciarlo. Al terminar el día, se recogía en silencio y, sin hablar nunca del tema, volvía a la vida normal hasta el siguiente año.

El segundo aniversario de su muerte se inauguró el pequeño santuario que se había levantado con dinero de los fieles y el beneplácito del arzobispado. Pronto sería beatificada, era cuestión de meros trámites. Los milagros que había obrado en vida eran ya parte del acervo regional. Su cuerpo -presuntamente incorrupto- descansaba bajo una sencilla lápida de mármol al pie del árbol.

María nunca se explicó por qué la gente iba a verla cuando visitaba el árbol en el que de pequeña vio un hombre ahorcado con una tremenda erección y a cuyo espíritu pedía que revitalizara el miembro de su esposo.

Espionaje

Dudaba mucho de que ese fuera el sobre, pero es que no había otro. En los cajones del escritorio sólo encontró ese. El sobre estaba abierto, parecía vacío, no pesaba nada, y a trasluz tampoco dejaba entrever ningún contenido. Siempre quedaba la posibilidad de que lo que le habían mandado buscar fuese diminuto y él no pudiera apreciarlo o que estuviera impregnado de alguna sustancia valiosísima. Es lo que tenían esos encargos con tanto secretismo. Y las instrucciones eran tajantes: el sobre estaba en los cajones del escritorio del despacho del presidente.

Miró el reloj: aún le quedaban algo más de tres minutos hasta que pasase el de seguridad. No era mucho si quería salir del edificio sin dejar rastro, así que guardó el sobre y salió al pasillo como una sombra silenciosa. Unos minutos después se escabullía en la noche.

Era la segunda vez en lo que iba de mes que el encargado de las misiones daba por equivocación al botón de enviar mientras editaba un mensaje.

lunes, 28 de abril de 2008

La grúa

Pues no iba a ser ella quien se lo dijera. La grúa acababa de llegar y la agente municipal daba órdenes para que se llevaran el coche mal aparcado. La verdad es que era una putada, podía haber ido a avisarla en cuanto vio a la chica poner la multa en el parabrisas, al fin y al cabo era su vecina, pero es que le tenía tanta tirria, siempre que si su marido tal o su tele de plasma o su viaje a nosedonde... Se merecía que no le dijera nada y que se llevaran el coche. Y entonces se enteraría de lo que vale un peine. Hale, ya estaba decidido. No haber sido tan pedorra. Se puso a leer la revista y a pensar en lo bien que se lo iba a pasar cuando se enterara su vecina.

Por la noche, a la vuelta de sacar al perro se encontró a su vecina con los ojos llorosos que bajaba la basura. Le preguntó que qué pasaba y le contestó que le habían echado del trabajo y que cómo iba a saber ella que el coche mal aparcado era del amante del alcalde.

domingo, 27 de abril de 2008

Vendedores de papel

Aún le quedaban montones de paquetes, se había gastado casi todo el dinero en comida en el bar y en agua y le dolía muchísimo la cabeza de estar bajo el sol durante todo el día. Pero tenía que sacarse algo para la comida de la niña. No podía irse aún a casa. Cogió de su mochila un paquete de pañuelos de papel, sacó uno, y se secó el sudor de la frente y el cuello. Al menos el sol ya estaba más bajo y el día refrescaba un poco.

El semáforo se pudo en ámbar y se acercó al primer coche de la cola con su mercancía en la mano. Casi todos los conductores, o tenían la ventanilla ya cerrada o la cerraban en cuanto él se acercaba. Muy pocos le dejaban mostrar la mercancía y menos aún la compraban. Tenía mucho mérito vender sus libros de poesía en esas circunstancias.

viernes, 25 de abril de 2008

¡Qué maravilla de pomelos!

Cada pomelo que cogía estaba casi más blando que el anterior. Así de pochos no iban a durar ni dos días. Consiguió que se los dieran gratis al comprar un kilo de naranjas que no quería.

Volvió a su casa radiante y dejó la bolsa sobre la mesa de la cocina. Luego abrió la ventana y respiró el aire fresco. Cogió el pomelo más blando, lo miró y lo lanzó contra el perro de la portera.

¡Qué maravilla de pomelos!

Cuando era niño

Parecía un ojo mirando a través de la rendija. Vale que ya tenía cinco años y que sabía que los monstruos no existían, pero el armario estaba mal cerrado y por la oscuridad que se escapaba de las puertas entreabiertas sentía que algo malvado lo miraba. Usó el viejo truco de esconderse completamente bajo las sábanas y se quedó respirando profundamente. Cada vez sentía más calor y el aire se enrarecía. Respiraba más profunda y lentamente para poder aguantar. El silencio era completo. Por el lateral levantó un pedacito de sábana y miró hacia el armario. Ahí seguía, entreabierto, amenazante. Se quedó mirando otro rato, sin destaparse. La luz de las farolas proyectaba una luz amarilla por la habitación que el viento llenaba de sombras de hojas. Y todo seguía igual.

Lentamente, asomó la cabeza como una tortuga. El aire era mucho más fresco y agradable de respirar. Le ardía la cara. Así podía escuchar mejor. Cerró los ojos y se concentró en lo que oía. Perros en la lejanía. El murmullo de la autovía. Las hojas que susurraban. Abrió los ojos sobresaltado.

Todo seguía igual, el armario entreabierto, las hojas moviéndose por toda la habitación, el fresco, su cama, su miedo. Tenía ganas de hacer pis pero tendría que aguantar hasta la mañana. Salir ahora sería la muerte. La cama era su refugio inviolable, eso lo sabía por instinto. Ya iba siendo un poco mayorcito para dormir así y se colocó como era debido, con la cabeza asomando por arriba, apoyada en la almohada. Mirando hacia el armario. El sueño le acariciaba los ojitos pero su mente inquieta aún le decía que le miraban desde el armario.

Nada se movía. Nadie. Cada vez tenía más sueño y se le cerraban los ojos para abrirlos sobresaltado un instante después. Permanecían así unos segundos hasta que se iban cerrando de nuevo y vuelta a empezar.

Al final se quedó dormido, respirando como un bendito. El viento seguía moviendo las hojas en la calle. La puerta del armario se abrió sin ruido.

jueves, 24 de abril de 2008

Sueños rotos

La verdad es que cinco euros no iban a dar de mucho pero era su primera feria del libro y entre tanto puesto de segunda mano pudo encontrar uno que le llamó la atención. Y de hecho ni iba a tener que regatear ya que un folio escrito a mano rezaba escueto:

1 --- 3€
3 --- 5€


Y no iba a sacar otro libro más por esos cinco euros ni iba a comprar dos por cuatro. Se puso a hojear unos cuantos ejemplares, seguro que alguno le llamaría la atención. De momento sólo encontraba los típicos libros llenos de párrafos en los que las palabras parecían amontonarse como ladrillos de una fábrica abandonada, sin ninguna magia. Tras unas cuantas decenas lo dejó estar y fue en busca de otro puesto. A ver si había más suerte. Otro igual, la misma mierda.

Durante toda la mañana siguió tratando de encontrar aquello que andaba buscando, siempre rechazando el ofrecimiento de ayuda de los feriantes. Ya se limitaba a abrir y hojear durante un par de segundos cada libro antes de soltarlo para coger otro. A la hora de comer se le mezclaba la decepción con el cabreo. Estos libros eran una tomadura de pelo, una gran mentira. No tenía nada que ver la literatura que se vendía en los mercados con la que le prometieron cuando era pequeño. En ningún libro había batallas, viajes, amor o asesinatos. Sólo había letras, palabras, párrafos. Y él no sabía leer.

miércoles, 23 de abril de 2008

Pecando

Aunque ya hacía muchos veranos que había sido ordenado, más o menos cada medio año, volvía a hacer aquello con lo que su difunto padre le marcó el paso de la niñez a la hombría. Nunca se había planteado qué pasaría si se enterasen en el monasterio pero, seguramente, sería expulsado tras el revuelo inicial. Prefería no pensar en ello pues se sentía un devoto servidor de Cristo y no entendía por qué dar de vez en cuando ese gusto al cuerpo -hecho a imagen y semejanza del suyo- era pecado y no sacramento.

Iba cubierto con la capa de un viajero y nadie diría que aquella figura fuera la de un franciscano y no un artesano que iba a saciarse a aquel sórdido local. Llamó a la puerta y abrió una mujer entrada en carnes con el escote perlado de sudor. Claro que en la ciudad había locales de más renombre y con mejor servicio pero le resultaba muy difícil conseguir el dinero para pagarse su vicio. Y, además, en un sitio como este no era probable que se encontrase con alguien que le pudiera reconocer. Le dio a la mujer las monedas de rigor y ésta le acompañó al reservado. Se santiguó y se dispuso a pecar.

Un par de horas después salía feliz a la fría noche. Bendito pecado. Qué bien sentaba meterse un cabrito entero entre pecho y espalda.

martes, 22 de abril de 2008

Destello

Pespunte era un concepto que no tenía muy claro. Sabía que tenía algo que ver con coser -¿sería eso de rematar el final de una costura?- pero no era suficiente. Su madre no estaba en casa. Su abuela había muerto hacía poco más de un mes y no se le ocurría a quién más preguntar. Pespunte... pespunte... Nada. Cerraba los ojos y veía a su madre hace unos años sentada junto a la ventana con un huevo de mármol dentro de un calcetín dale que te pego con la aguja y el hilo. Pero nada, su recuerdo no se acercaba lo suficiente a la escena como para verla bien de cerca. Volvía a cerrar los ojos y ésta vez cosía con la máquina un parche con forma de balón de baloncesto en la rodilla de un chándal. Pero es que lo hacía con máquina y le sonaba que pespunte se hacía a mano y, además, tampoco veía con detalle lo que hacía la máquina.

La enciclopedia. Esos libros de lomo verde, negro y dorado que estaba prohibido tocar cuando tenía curiosidad y que ya no quería abrir cuando le animaban a ello. Tomo 7, ahí entraba la sílaba pes. Página 124. Nada, no existía la entrada pespunte. Puta mierda de libros... Por un momento estuvo tentado de tirar con todas sus fuerzas ese estúpido tomo hacia la pared pero respiró hondo, se calmó, y lo dejó en su sitio. Después se fue a la nevera, sacó su primera lata de la noche y comenzó a beber para olvidar.

lunes, 21 de abril de 2008

Frustración

Por más que estrujaba el tubo de pasta dentífrica no conseguía que saliesen las rayitas rojas a los lados. Y en la caja se veía perfectamente como salía la pasta con rayas rojas. Joder, si por eso mismo la había comprado, a pesar de que la pasta verde transparente costaba 20 céntimos menos. Menuda mierda. Tiró el tubo vacío al lavabo y se fue dando un portazo.

Ese día las personas que compraron en la frutería de Martín se llevaron a sus casas bolsas pesadas de menos. Por culpa de los señores de Colgate.

domingo, 20 de abril de 2008

Dedicación

En cada pastelito que hacía ponía todo su empeño. Había decenas de recetas que había aprendido de sus padres, de sus tíos, de gente que había pasado por la pastelería y le había confiado sus secretos. Pero era consciente de que aún no había sido capaz de encontrar su pastelito, aquel que le haría saberse en la cima de la pastelería, pleno como persona.

Cada domingo por la tarde se encerraba en la cocina y trataba de dar forma a los pasteles que su mente había ido creando durante la semana. Llegaban las navidades y la pastelería se llenaba de personas venidas de todas partes para probar las novedades de ese año. Muchas venían desde muy lejos, desde mucho más lejos de lo que sería lógico para comprar un pastelillo y comérselo con un té, café o chocolate calientes, pero lo hacían.

Pasaban los años y su tristeza iba en aumento, al igual que el número de clientes que guardaban cola en el exterior de la tienda. Cada nueva idea que tenía en sueños se convertía en pesadilla cuando la llevaba a cabo, aunque la gente parecía encantada con la nueva creación.

Rozaba ya la jubilación cuando por fin supo que lo había encontrado. Ahí lo tenía, magnífico, recortándose insolente contra la mesa enharinada. Era su pastel, algo único, inconfundible, su obra maestra. Por fin sería una leyenda viva de la pastelería. Preparó centenares de ellos, jugando levemente con tiempos de cocción, temperatura, cantidades de ingredientes, hasta que quedó completamente satisfecho.

A la mañana siguiente abrió la pastelería con una gran sonrisa. La gente se admiraba impresionada por el cambio de carácter del pastelero e, instintivamente, supieron que se debía a aquellos pastelillos que monopolizaban el mostrador.

Manolo cerró a mediodía preso de un ataque de histeria. No soportaba escuchar una sola vez más que qué bien que por fin se había animado a hacer esos pastelitos de moda.

sábado, 19 de abril de 2008

Prejuicios

Era una extraña superficie de un tono rojizo muy oscuro, mate. Pasando el dedo era lisa, suave, fría. No tenía nada que le hiciera pensar que fuese tan especial como decían. Pronto se aburrió y lo dejó estar. Y se fue a hacer sus cosas.

Así era la vida al otro lado del espejo.

viernes, 18 de abril de 2008

Con el corazón en un puño

Podía escuchar los pasos del revisor retumbando en el pasillo ligeramente por encima del traqueteo del tren. Toc, toc. Puerta que se abría, saludos, voces quedas, despedidas. Cada vez más cerca. Mientras él, en el cubículo a oscuras, casi sin respirar. Los segundos se estiraban y el corazón le latía cada vez más fuerte. Se detienen los pasos y se oyen en el pasillo la voz del revisor y una femenina. Por el tono puede deducirse que se conocen, no se trata de una pregunta contestada con cortesía sino de algo más. Finalmente se despiden. Siente su corazón a punto de estallar y un sudor frío perla su rostro. Aguanta la respiración mientras oye el toc toc de la puerta. No contesta. Suena de nuevo la llamada. Sigue sin contestar. Finalmente se abre la puerta y el mundo se vuelve negro.

Cuando se despierta lo recuerda todo. El revisor llegó a tiempo y pudieron salvarle del infarto.

jueves, 17 de abril de 2008

Humanidad

Día tras día las dos figuras encorvadas hacen crujir los engranajes que logran girar el mundo. Una sabe que va por delante de la otra.

La otra, lo mismo.

Por eso gira el mundo.

miércoles, 16 de abril de 2008

Guarradas

Siempre que se rascaba la cabeza se le metían cositas debajo de las uñas que se quitaba con los dientes y luego escupía. Los demás niños pensaban -y decían- que era un guarro por hacer eso. No quería ser guarro, así que decidió terminar con el problema. Su madre compró la loción antipiojos.

Era un gustazo rascarse la cabeza ientras sus compañeros estaban en el hospital por una extraña intoxicación alimentaria.

martes, 15 de abril de 2008

Perra vida

Lo mejor de los andenes del metro era que no hacía frío. Lo malo era cuando llegaban grupos de chavales pegando voces o, aún peor, cuando minutos después llegaban los de seguridad. Aún así se estaba bastante mejor que en la puerta de una iglesia, de donde lo echaban en cuanto lo veían.

No le gustaba esa vida, nadie le había preguntado si era eso lo que quería. Condenado a vivir en la calles más sucias soñaba con ser otra cosa. Siempre había querido ser un óleo o una acuarela. No le gustaba ser grafiti.

lunes, 14 de abril de 2008

Curiosidad


A lo largo de sus años como cartero le habían ocurrido toda clase de momentos curiosos pero ninguno como el que estaba teniendo lugar. Entre sus manos tenía un sobre certificado para alguien que se llamaba igual que él y que vivía en la otra punta de la ciudad. Y no era muy habitual tener un padre judío y madre maorí. O bien era un error -y la misiva iba dirigida a él- o bien una casualidad que merecía la pena investigar. Y no iba a quedarse tranquilo hasta que no supiera en qué caso estaba.

A las 11 pasadas llegaba con su carrito a la dirección que indicaba la carta. Era una casa destartalada y con un jardín lleno de árboles y matorrales secos. La puerta de la casa batía con el viento y dejaba entrever un interior oscuro y que no invitaba a curiosear. Aún así, se aproximó a la puerta como era su deber y llamó. No hubo contestación -si la hubiera habido seguramente habría salido corriendo- y pensó en abrir la carta. Entonces fue cuando miró la fecha que aparecía en el matasellos. Se le escurrió el sobre de entre los dedos y se derrumbó entre gritos y estertores de terror.

sábado, 12 de abril de 2008

Te miran

Había estada rondando a sus potenciales víctimas durante las últimas dos semanas, anotando sus horarios, siguiendo sus movimientos, estudiando sus hábitos de compra en el hipermercado... Hacía ya tiempo que había dejado de pensar en lo que les hacía a las pobres mujeres porque no aguantaba los remordimientos, pero él necesitaba comer. Finalmente, lo haría esa mañana. Había elegido a la señora Mancheño: joven, se cuidaba físicamente, y su marido estaba fuera durante todo el día. Escondido entre los setos, se fumó un cigarrillo mientras esperaba a que el Audi de color titanio saliese del garage y le dejase vía libre. Luego esperaría una media hora e iría a llamar a la puerta.

Unos veinte minutos después se disponía a salir de su escondite cuando llegó haciendo jogging la señora Camps. ¡Joder cómo le sentaban esas mallas rosa pálido! En unos segundos tenía una erección brutal. Se metió la mano por la cintura del pantalón y se colocó la polla hacia arriba, sujeta con el elástico de sus calzoncillos. Se abrió la puerta, sonaron dos besos, y la señora Camps entró en casa de su amiga. Era su día de suerte. Tendría a las dos a su disposición y toda una mañana para explayarse. Se alisó el traje, se palpó la entrepierna -no se notaba a través del traje oscuro-, cogió el maletín donde guardaba sus artilugios, y se dirigió a la entrada de la casa. Llamó al timbre y aguardó con la mejor de sus sonrisas.

Tan sólo unos minutos después, Eladio ya estaba en plena acción. Su maletín yacía abierto sobre la mesa de la cocina y él manejaba sonriente su contenido ante las dos mujeres inmóviles. Era su gran momento. Seguro que colocaba dos Thermomix.

viernes, 11 de abril de 2008

El jardín

Hacía tanto que nada... que me lo merecía. Esa era la nueva frase que repetía la anciana mientras paseaba sonriendo por la ribera soleada. Unos lo hacían con respeto, otros se mofaban, pero en el asilo todos eran de la opinión de que aquella mujer había perdido el norte completamente.

A ella, sin embargo, no le importaba. Era feliz de volver a sentirse mujer gracias al jardinero.

jueves, 10 de abril de 2008

Vida en común

La pareja de ancianos había encontrado por fin aquello que tenían en común: estaban enterrados en la misma tumba.

miércoles, 9 de abril de 2008

Aprovechando

Trabajaba tantas horas que solía quedarse dormido en el taxi cuando iba camino del aeropuerto. Normalmente le despertaban los cláxones que la gente hacía sonar frenética en medio del atasco pero esa mañana estaba tan cansado que sólo se despertó cuando el Guardia Civil le hizo bajarse del taxi por quedarse dormido al volante.

martes, 8 de abril de 2008

Dos caras

Fueron los últimos. Habían fracasado.

Fueron los últimos. Habían logrado sobrevivir.

lunes, 7 de abril de 2008

La pesadilla

Dos hermanas buscándose en la noche, ciegas, furiosas. Una quiere arrancarle la carne a mordiscos a la otra. La segunda ansía clavar su el puñal en el negro corazón de la primera. Siempre cerca, se huelen, sienten mutuamente su presencia. Pero nunca se encuentran. Él está en un camino de tierra blanca, bajo la luz de una luna llena. Quiere esconderse pero no hay dónde. Las dos moles se mueven cerca, imprevisibles. Quiere gritar y que acabe todo pero no tiene voz. El aire se caldea y se enrarece y le cuesta respirar. Echa a correr. No avanza.

Cierra los ojos y desea despertar. La noche anterior cenó muy fuerte y su empresa va en picado. Recupera poco a poco el control. Ya está. Ahora despertará. Abre los ojos.

No era una pesadilla.

domingo, 6 de abril de 2008

Mensajes de ultratumba

Seguía sin entender nada. Por más que miraba el libro una y otra vez, no comprendía qué pretendían decir y eso que sentía mucha curiosidad. Era el libro que estaba escribiendo su padre cuando le sorprendió la muerte. Ahí tenía que estar la clave de todo. O no.

Saltó del regazo del anciano y se tumbó enroscado frente a la chimenea. Quizá sólo dormía y se le había pasado la hora del paseo y la cena.

viernes, 4 de abril de 2008

¿Antes o después?

Las hojas se iban cubriendo de rocío con suma delicadeza y la luna llena las iluminaba. El silencio era absoluto y cómodo. No había nada que pensar, sólo dejarse llevar por la belleza del momento y percibirla como se presentaba.

Lástima que no hubiera nadie.

Cuentos de hadas

Entre los dos árboles lo encontraría. Eso es lo que le había dicho el gnomo tuerto en sueños. Manolo no era muy dado a creer en sucesos que escapasen de la racionalidad de su formación académica pero este sueño había sido tan lúcido, tan lleno de pequeños detalles que permanecieron vívidos en su consciencia cuando se despertó, que según se fueron cumpliendo como pequeñas profecías, la necesidad de acercarse a investigar se volvía insufrible.

Se puso el impermeable -el día estaba muy gris aunque no llovía-, tomó su bastón de caminar, y se alejó colina arriba hacia el claro con el que había soñado. El paseo era agradable entre los árboles porque cortaban el viento y murmuraban palabras en un lenguaje que no comprendía. Llegó al claro y lo cruzó hacia los dos tejos que crecían al otro lado. Allí se arrodilló y comenzó a escarbar. Se encontraba tan ensimismado que ni se dio cuenta de cómo caía el roble hacia él.

Un hombrecito tuerto con un cono rojo en la cabeza saltó sobre el cuerpo aplastado. Ese hijo de puta se lo tenía bien merecido por haberse cenado su casa anoche.

jueves, 3 de abril de 2008

Cosas de hombres

No sería la última vez que haría un papel de hombre en el teatro. Era una experiencia realmente intensa, vívida, que le hacía sentirse plena. Desde que tenía uso de razón, el teatro, la literatura, las artes, eran cosa de hombres. En su amada Grecia seguían siendo ellos quienes disfrutaban de la vida mientras ellas quedaban al margen hasta que, con la sangre encendida, recurrían a ellas.

Nunca sabrían los hombres que tras aquella máscara se encontraba Calíope, viviendo una vida humana.

miércoles, 2 de abril de 2008

Educando un futuro

Las arañas nacían de huevos. Era algo que no se esperaba y dejó muy pensativo a Luis en su primer día de colegio. Le daban pánico las arañas y por fin sabía que no salían del aire o de los muebles o del heno. Perdieron así ese halo místico que tanto le horripilaba. De mayor sería un científico que acabaría con todas las arañas de La Tierra.

Su padre le dio una paliza de órdago cuando a la vuelta del campo vio a las cinco gallinas con el cuello retorcido.

martes, 1 de abril de 2008

Se acabó

Ya no tomaba café. Se pasaba las tardes en la tasca. Mirando por la ventana. Recordando. Olvidando.

En aquel remoto lugar nadie había oído hablar de Creutzfeldt-Jakob.