martes, 10 de noviembre de 2009

¿Loco?

Era una noche realmente fría en la que una luna menguante parecía romper el silencio del que el viento se había adueñado. Parecía un hombre solo, perdido, con la mente largamente ida a un lugar donde nadie pudiera dañarla de nuevo. Cada vez que llegaba a una nueva aldea la gente le miraba con pena y recelo, ¡pobre hombre! Un desgraciado sin nada. Y después se encerraban en sus casas a cenar y farfullar hasta la hora de dormir.

Con la ayuda de un viejo abrigo raído que había encontrado la noche pasada, el loco siguió caminando bajo la luz de las estrellas. ¡Qué bueno era no tener nada, nada le impedía ir donde quisiera!

domingo, 25 de octubre de 2009

Amanece

Hacía muchos años que no veía salir el sol. Quizá una vida que no lo vi salir del mar. Sentado en la playa, Haizea e Iratxo corriendo por la arena y yo vivo como no recordaba haberlo estado. El cielo amarilleaba hasta que, sin darme cuenta, ardió como ardía el último cigarrillo que me quedaba.

Dos fantasmas estaban conmigo. B, acechando, depredadora. V, mirándome melancólica desde la lejanía. Y la luz del sol naciendo de donde había noche les cerró la boca. Ambas se quedaron a mi lado, mirando el amanecer. En silencio. No había pena, no había dolor. Sólo sol, arena, piedras, agua y viento. Me dejé caer y mi cuerpo se fundía con la playa. Eluveitie en mi cerebro.

Más letras que se acumulan en mi cabeza, la última una R en forma de libro que quizá no quiero escribir. El mar se las lleva y estoy solo pero vivo como H e I que viven porque no saben hacer otra cosa.

No puedo dejar de sonreir porque la vida me tuerce la boca y no es una mueca.

Sólo mis palabras arañan el tiempo y dejan su marca. ¡Existo!

martes, 20 de octubre de 2009

Y la estrella vuelve a brillar

Me falta algo. Desde que se me desquició la vida que creía tener dejé de escribir y ahora sólo soy un cacho de carne que va dejando pasar los días lo mejor que puede. Intenté terminar Yenom pero la vida ha sido más fuerte que yo y no he querido darme cuenta hasta estos días.

En otro tiempo hubiera escrito un post mortificándome y que terminaría con un propósito firme y definitivo de hacer por mis santos cojones lo que estoy destinado a hacer.

Pero ahora sólo escribo unas líneas que pedían salir, nada más.

Y nada menos.

Hasta mañana.

domingo, 16 de agosto de 2009

El sueño inalcanzable

Esto es sólo el esquema de un sueño que tiene Oiron en la novela. Lo acabo de escribir y he estirado mis brazos:

Sueña que vaga por una llanura yerma a la luz de una única luna pálida que ilumina todo con una intensidad que hace daño a los ojos. El suelo tiene el aspecto de una infinita llanura de harina, de piedras de harina, de rocas de harina. No sabe qué hace ahí, de dónde viene, hacia dónde camina. Mira hacia atrás, no ha dejado huellas. Mira al cielo y es un manto negro que le pesa sobre los hombros a pesar de la belleza de las estrellas que lo pueblan. Sólo le queda caminar hacia una luna que nunca alcanzará.
Lleva caminando no sabe cuánto y el paisaje sigue siendo el mismo y distinto con cada paso que da. La luna sigue en el mismo sitio, ligeramente por encima del horizonte y las estrellas parecen haberse ido cansando y apagándose poco a poco, cada vez hay menos y brillan con menor intensidad.
Se ha cansado de caminar. Se sienta. Se tumba y el suelo está duro y extremadamente frío, y el frío atraviesa sus ropas y su piel y se le mete dentro. Siente un escalofrío y tirita. Pero no quiere caminar, no quiere caminar por caminar, no tiene un por qué. Mira el firmamente, espera ver una estrella fugaz, un destello de cambio en ese mundo frío y muerto. Pero no llega y el frío es aún más insoportable que caminar sin un porqué.
Se gira sobre sí mismo, apoya ambas manos y se incorpora, tomando un puñado de tierra. Abre su mano y parte del polvo cae, parte queda en su palma temblorosa. Es un polvo ligero, hueco. Lo acerca a su nariz y huele a ceniza y ese olor se le mete hasta el fondo de su ánimo. Cabizbajo, sigue caminando en dirección a la luna. Atrás queda la huella de su cuerpo tumbado, sin pisadas que se le acerquen o partan de allí.
Trata de recordar algo de su vida, de su pasado, de quién es él pero sólo consigue que afloren a su rostro lágrimas de frustración que resbalan y dejan un rastro de sal sobre su piel. "¿Por qué?" se pregunta, pero no hay respuesta. Se acuclilla y sigue llorando y sus lágrimas caen al suelo durante horas hasta que abre de nuevo los ojos para ver un charco de barro lechoso a sus pies. Mete un dedo en él y lo observa. El barro se va evaporando y deja una costra blanca que se rompe cuando flexiona el dedo. Toma un poco de polvo y lo mezcla con el charco hasta acabar con una pelota arcillosa que manosea hasta que queda templada. Sigue caminando mientras juguetea con ella y hace un perrito que observa sobre su palma abierta. Sonríe y el perro se sienta y le ofrece su burda patita. Con el índice de la otra mano acaricia su nuca arcillosa y el perrito mueve el rabo y ladra cuando retira el dedo. Lo deja en el suelo y el perrito corretea a su lado, se adelanta, vuelve a él. Y deja un rastro de diminutas patitas en un suelo que ya no parece tan muerto.
Tiempo después un ejército de diminutas figuras blancas pululan a su alrededor ladrando, maullando, gorjeando y se siente feliz porque ya no está solo y se ríe y el eco de su risa retumba en la noche. Camina hacia la luna porque quiere seguir caminando junto a sus criaturas, llora para seguir llenando su mundo de vida.
Y entonces mira a esa luna que un día le pareció imposible de alcanzar y sacude la cabeza y ríe y sus criaturas reflejan el eco de su alegría. La mira fijamente y estira los brazos hacia ella y la envuelva en sus manos. Siempre estuvo ahí.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Todos los días

La vida sigue siendo la misma perra imprevisible de siempre. ¡Qué diferentes acaban siendo las cosas a como uno pensaba que serían!

Este tiempo he vivido momentos muy felices, muy intensos y especiales. Y otros muy tristes en los que era un Atlas derrotado. He cambiado, no, he evolucionado y madurado a casi todos los niveles y me siento una persona muchísimo más fuerte de lo que era tan solo medio año antes.

A nivel físico ahora respiro por las noches. Descanso, tengo fuerza, tengo memoria, puedo razonar y hacer deporte de nuevo. A nivel anímico estoy soportando unos palos que tiempo atrás me hubieran roto. Y en mi día a día rutinario soy mejor amo de casa de lo que jamás he sido.

¿Y lo importante? He seguido escribiendo Yenom todos los días. Absolutamente todos. Me he quedado muy lejos de las 2.000 palabras diarias que esperaba pero no me siento decepcionado conmigo mismo, sólo he tenido que redirigir mis esfuerzos en otras direcciones. El día 1 de Septiembre comienzo a trabajar de profesor en un colegio pijo y me pagan bastante bien. Un trabajo que parece estable y satisfactorio para mí -que no fácil-. También he escrito el relato corto que más me ha gustado de cuantos han salido de mí -no está aún pulido en su forma definitiva-. Yenom mañana o pasado cumplirá las primeras 20.000 palabras, una cantidad mísera para lo que esperaba y una hazaña para éste que escribe.

Mi vida ahora se apoya en maderos podridos que flotan en aguas turbulentas. No tengo en qué apoyarme para mantenerme erguido y no paro de moverme tambaleándome de un lado a otro para tratar de no caer. Sólo sé que sigo escribiendo. Unos días más, otros menos, pero todos los días.

jueves, 14 de mayo de 2009

Ya ha llegado el día

Hoy es un día muy importante para mí. Un día con un sabor agridulce -me encanta la salsa agridulce- que, aunque olvide la fecha con el paso del tiempo, quedará grabado a sangre en mi vida. Un día que llevo ansiando y temiendo a partes iguales. Hoy es el día.

Me temo que una etapa de mi vida llega a su fin. Ha llegado el momento en el que dejo de parir una historia cada día y la vuelco en este blog. Si uno vuelve la mirada atrás y lee el propósito con el que lo inicié, podrá comprenderlo y alegrarse. Ha cumplido su misión: me he convencido de lo que soy y de lo que realmente quiero hacer en la vida. Debo ganarme los garbanzos de algún modo, eso está claro. No sé dónde iré a parar los próximos meses, si seguiré en Almería, si volveré a Maranchón ahora que parece que hay oportunidades reales para los licenciados que queremos repoblar la zona. O si viviré días de 20 horas en verano y noches iguales en invierno en Noruega. No lo sé, es irrelevante mientras pueda hacer lo que quiero hacer.

Hoy he empezado a escribir la que iba a ser y será mi primera novela: Yenom.

Claro que podría compaginar su escritura con seguir pariendo pequeñas semillas diarias en esta dirección. Pero prefiero entregarme a Yenom con todas las consecuencias. Calculo que deberé dedicar unas cuatro horas diarias de media para escribir las 2000 palabras que me he propuesto parir cada día. Unos días es posible que tarde sólo una hora, otros me iré a la cama insatisfecho tras demasiadas muchas horas de pelea. Pero mi sueño está ahí, al alcance de mi mano, a unas pocas hojas del calendario. 90.000 palabras para cuando me despierte el 1 de julio.

Está claro que esto es sólo una estimación inicial, una propuesta que deberé modificar usando la cabeza y no el corazón. No tengo ni puta idea de escribir novelas pero esas 2000 palabras diarias son algo razonable según otros que ya han pisado este camino y se han consagrado como escritores. Tampoco sé cuántos borradores haré, cuántas ediciones, cuánto quitaré y cuánto ocupará al final. Esas 90.000 palabras son una guía para estos primeros 90 días. Quiero tener Yenom lejos de mis manos para principios de Octubre.

Pero este blog seguirá siendo actualizado. Cada día publicaré un breve resumen de mis logros vs. expectativas. Averque... me ha permitido también desarrollar la cualidad de la constancia, el mejor regalo que me he hecho en muchos, muchísimos años.

Por fin sé qué cojones escribir ahora. Muchas gracias por haberme seguido todo este tiempo, por vuestros comentarios, por hacerme saber que lo que hago no es una ilusión. Quiero que sepáis que sois en parte responsables de mi embarazo, padrinos y madrinas de Yenom.

Gracias por estar ahí. Hasta siempre. Hasta luego.

T.E.B.

Enganchado

El subidón de adrenalina era fortísimo, increíble. Lo único negativo eran las taquicardias y arritmias que le daban pero por lo demás nunca había experimentado nada semejante, y eso que había probado de casi todo. Debía tener medio cerebro churruscado y el hígado y otros órganos jodidos de tanto abuso de sustancias que cada vez le hacían menos. Y necesitaba algo que le diera ese subidón.

Y ahora ahí estaba, sólo, encerrado en un cuartucho de una pensión a la luz de las farolas y neones que entraban por la ventana, acurrucado bajo ella y con el viaje de su vida. Vale que sus colegas no podían enterarse de esto, era muy fuerte y jamás se lo perdonarían. Y se lo había pensado mucho, pero mira, no tenían por qué enterarse y si se enteraban de lo que estaba haciendo, tendrían que aceptarlo si de verdad eran buena gente. Es que, joder, tampoco era tan grave.

Llevaba horas ahí, bajo la ventana, metiéndose una tras otra. Tenía que parar pero enganchaba y no paraba de prometerse que esa sería la última, o la penúltima, y que en cuanto se le acabase se iría a los recreativos y dejaría algo "pa mañana".

Pero es que era la hostia, lo mejor que había probado en su puta vida. Y un par de horas antes de que amaneciera, se le acabó. Joder, qué cuerpo se le había quedado, menudo viaje. Necesitaba más y encima le salía gratis. Pasó de ducharse y del desayuno y cogió su ciclomotor para ir a pillar más. Llegó al edificio ese donde estaba la chica esa que le había pasado el tema. Estaba a reventar de peña, sobre todo de jóvenes que iban a por lo suyo, tanto para llevárselo a casa como para empezar a metérselo en uno de los sitios que habían habilitado ahí mismo.

En fin, ahí estaba la chica, sonriente como encantada de conocerse. Pero era buena gente. En cuanto le vio le dijo con un gesto que se acercase y le preguntó -más bien afirmó- que si le había gustado. Él le contestó que había venido a por más y que era la hostia y que ya se había enganchado. Ella le pasó otro y él, sonriente, le devolvió el libro que se leyó la noche anterior.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Deseos

Desde que le leyeron el cuento del Rey Midas había deseado poder convertir en oro todo lo que tocara. Él era mucho más listo que ese rey y ya sabía cómo evitar que le pasase todo eso. El problema era que todo lo que tocase se convertiría en oro. Así, sólo tenía que evitar tocar aquello que no quería que se convirtiese y, en vez de tocarlo, ser tocado por ello. Le diría a alguien de confianza que le pusiese unos guantes y así ya podría manipular las cosas sin convertirlas en oro. Y para comer, aunque fuera incómodo, haría que le alimentasen con un tubo, como hacían con el abuelo en el hospital.

Así que cada noche rezaba con todos sus fuerzas para que le sucediese lo mismo que a Midas hasta quedarse dormido. Siguió haciéndolo con la pubertad, con la adolescencia, con su madurez recién estrenada. Y para su vigésimo cumpleaños, sus amigos le pagaron una puta para estrenarse. Y al ponerse el preservativo, éste se convirtió en oro. No podía creérselo y comenzó a pegar gritos de alegría.

Zzyrgh y Xrrowhn asistían estupefactos al magnífico espectáculo que se abría ante sus ojos. De todos los planetas que habían visitado en la galaxia en su luna de miel, ninguno mostraba una sensibilidad artística como éste en el que se encontraba. Era un planeta lleno de vida, de plantas, de animales. Verde, azul, pardo, amarillo. Todas las tonalidades tenían cabida en ese mundo medio cubierto de océanos de agua azul como su cielo.

Y la raza inteligente que un día habitó ese planeta -se había extinguido y aún se desconocía la causa- había dejado un legado de decenas de miles de detalladas estatuas de oro de mujeres.

lunes, 11 de mayo de 2009

Geometría

A Jordi le fascinaban las pirámides de latas y cajas que hacían en los supermercados. Entre los primeros recuerdos que tenía de su infancia estaba el de corretear en pos de aquellas magníficas montañas de objetos conocidos que se repetían y juntaban para formar enormes estructuras. Se movía entonces en círculo alrededor mientras iba apretando suavemente con el dedo cada una de las piezas desde el suelo hasta donde llegaba. Su madre y la gente del supermercado se quedaban mirándole, sonriendo y diciéndose cosas que no le importaban; él sólo quería tocar todas y cada una, cerciorarse de que el orden era real, perfecto, que no había ningún elemento disonante que rompiera esa armonía. Si lo había -una lata bocabajo, una etiqueta mal girada, una caja algo descolocada- sentía como si le apretaran la tripa y le daban ganas de llorar y vomitar.

Con el paso de los años no perdió su interés. Gracias a la escuela entendía mucho mejor qué eran esas estructuras, cómo se mantenían, qué variaciones podían introducirse en ellas sin que perdieran el equilibrio, la armonía. Poco a poco empezó a quitar latas a intervalos regulares, mover cajas hacia dentro y hacia fuera o las giraba sobre un lateral de modo que quedasen como si girasen en espiral.

En cuanto cumplió catorce años convenció a su madre de que le dejase trabajar en el hipermercado los fines de semana. En la entrevista dejó muy claro que él quería ser reponedor, que no le importaba cobrar menos que los demás pero que le dejaran montar los expositores de las promociones. A aquella mujer rubia que quería ser más joven le gustó. Le gustó su iniciativa, le gustó su decisión. Incluso le gustó la idea de darle un toque artístico a los expositores. Le contrató por el mismo sueldo que al resto y le advirtió de que no llegara tarde el sábado.

La primera creación de Jordi no fue más que una estrella de cinco brazos que crecía hacia arriba girando en sentido horario. No estaba mal. Las siguientes semanas construyó bóvedas, cúpulas, arcos. Los niños podían entrar en sus construcciones y observarlas desde dentro.

Pronto se convirtió en una atracción, al hipermercado venían muchos visitantes sólo para observar el trabajo de Jordi y, de paso, hacían algo de compra. El encargado, tras consultarlo con sus superiores, ordenó reservar una esquina -la más cercana al muelle de carga- para que Jordi crease una especie de parque temático con distintos productos -cuyos fabricantes pagaban una prima- entretejidos en una diminuta ciudad de edificios imposibles.

Y en las vacaciones de verano de su vigésimo cumpleaños, Jordi encontró a su media naranja. Pau era un filósofo que había dejado todo para irse a vivir al campo, a repoblar una aldea. Tenía veintiocho años, la manera de ver el mundo de un sabio anciano y la vitalidad de un adolescente. Y se pasaba las horas cuidando y disfrutando de su huerto. En cuanto lo vio, Jordi supo que era él a quien había estado buscando toda la vida sin saberlo.

Jordi no volvió a la ciudad. Se quedo con Pau y juntos cuidaron de su huerto donde cultivaba una variedad propia de romanescu gigante.

domingo, 10 de mayo de 2009

Sin cadena

La cadena yacía como una serpiente muerta en el fango en el que se hundían sus pies. Llovía y la luz de la tarde no era más que un manto grisáceo que ensuciaba las montañas, colinas, prados, valles y bosques que lo rodeaban. La moto ya no le servía de nada. Trató de empujarla hacia los árboles que crecían a la izquierda del cortafuegos por el que había circulado para esconderla pero era imposible con tanto barro. La tiró a un lado, le dio una patada y se cagó en Dios, en la puta ostia y en la leche que mamó el que hizo la moto.

La sensación de libertad con la que había empezado el viaje se fue convirtiendo en un estado de ánimo sombrío, sin palabras, sin otro pensamiento que no fuera el de seguir caminando y llegar a algún lugar seco y cálido donde revivir y comer algo. Joder, si tenía más hambre que frío y casi tanta como cabreo.

Trató de distraerse y disfrutar del paisaje. Nunca había pasado por ahí y, la verdad, de no ser por la mierda de situación en la que se encontraba seguramente le gustaría. Pero por él podía arder todo e irse a tomar por culo.

Al culminar la subida de una de las colinas vio una carretera a unos cientos de metros por debajo. Se había jurado no pisar el asfalto hasta llegar a su destino pero ahora todo había cambiado y sólo quería encontrar un jodido techo y comida. La verdad es que la gasolina de la moto que robó había durado bastante. Y con las herramientas se pudo quitar los grilletes de las manos.

Silbó y bajó trotando hacia la carretera.

sábado, 9 de mayo de 2009

Historias que no suceden

La luz rojiza del atardecer entraba por la ventana hasta el cuenco donde estaba amasando la pasta. Le gustaba la sensación de la masa abriéndose paso entre sus dedos, su calor, el olor de la levadura fermentando. La tarde se veía preciosa; los campos de trigo, aún verdes, se mecían y refulgían con la brisa de la sierra. Echó un pellizco de sal a la masa.

No hacía mucho que vivía con la sensación de ser libre, de poder prepararse su propia comida, de dormir en la misma cama cada noche, de escoger los alimentos en la tienda y pagarlos con su dinero. No hacía tantas noches que tenía que dormir escondida entre las rocas o en lo alto de los árboles y que sólo podía llevar consigo su esperanza de una vida mejor.

Unos nudillos contra la puerta la trajeron de su ensimismamiento. Devolvió al cuenco la masa que se había quedado pegada en sus regordetas manos y se las pasó por el delantal. Cojeó arrastrando la pierna hacia la puerta. No le hacía falta preguntar quién era. Descorrió el cerrojo, cerró los ojos y puso morritos.

Crujió la puerta al abrirse hacia afuera. Unos labios que dejaban escapar el aliento cálido y lleno de ajo y alcohol de un hombre se posaron en los suyos y los apretaron con dulzura. Abrió los ojos y los clavó en el de él. Era un ojo precioso, verdeazulado como las aguas de un lago. Le agarró de ambos lados de la cabeza y se lo besó. Luego besó el parche de cuero raído y repleto de manchas de sal de sudor y lo abrazó. Él se quitó el sombrero y lo colgó de la percha que había junto a la puerta. Se unió al abrazo.

Nunca podría acostumbrarse a tanto cariño, no podría cansarse jamás. Ninguna mujer lo había amado nunca, y tampoco tenía dinero ni propiedades. Sólo una vida humilde, sencilla, en la que disfrutar en silencio de los regalos que la naturaleza le daba. Y ahora estaba entre los brazos de alguien que llenaba todos los huecos que jamás pensó poder llenar. La besó con más fuerza.

Se bajó el telón y todo el teatro irrumpió en aplausos. La historia, los actores, la ambientación. Todo había sido perfecto. El público no dejaba de aplaudir. Yo no dejaba de aplaudir, emocionado por una historia que hacía posible lo imposible, creíble lo increíble. Una historia hermosa, escrita y puesta en escena por expresidiarios y drogadictos rehabilitados. Se alzó el telón. Aquellas dos personas seguían unidas en cuerpo y espíritu.

viernes, 8 de mayo de 2009

Civilizaciones perdidas

La luz del sol se quebraba en destellos de colores al atravesar los pedazos de cristal con los que había taponado el hueco en la pared. Fuera un mundo blanco cegador bajo la luz de un día sin nubes, azotado por un viento que arrastraba consigo la nieve en polvo como un fluido translúcido, fantasmal, que recubría las formas que no se había tragado la nevada. No tenían ninguna oportunidad si salían fuera en esas condiciones. Mejor que nevara y no hiciera viento a morir acuchillados por el frío que se escondía en la luminosidad.

Las ruinas de la torre habían sido su salvación. Hacía muchos siglos que los reinos que batallaban por esas tierras habían caído víctimas de sí mismos, aniquilados por el afán de estrujar hasta la más ínfima partícula de riqueza que pudiera haber escondido la tierra desde el amanecer del mundo. Ahora ellos, avanzadilla de una investigación conjunta entre la politécnica y la principal energética de su país volvían a caminar por esas tierras inhóspitas en busca de nuevos recursos que explotar. Tenían indicios de que en esa región podían encontrar lo que estaban buscando.

Trató de imaginarse cómo había sido el mundo entonces: los árboles, los animales, las costumbres, la música. En algún momento de su historia esa civilización habría vivido momentos exquisitos, delicados, hermosos. ¿Cómo habría sido su decadencia? ¿Se habría dado cuenta la gente de que corrían hacia su destrucción si no hacían nada por evitarlo? ¿Vivieron con calma o angustia sus últimos años, cuando ya sabían que no había marcha atrás?

Esas respuestas las tendrían que encontrar los arqueólogos e historiadores cuando estudiaran los restos que habían descubierto. Mientras tanto ellos debían continuar su trabajo de prospección. Y mientras durara esa tormenta de nieve, él pensaba explorar aquella extraña torre que, según los carteles que había por dentro, se llamaba Giralda.

jueves, 7 de mayo de 2009

Sombra

La sombra se le aparecía donde quisiera que mirara. Estaba aterrorizado, jamás debió haber sido tan bocazas de decir que podía pasar una noche solo en la casa de la colina.

Fue después de la cena cuando apareció. Una mancha oscura que surgía por el rabillo del ojo y se mantenía ahí, semioculta. Pero presente.

Apagó la luz. Y desaparecía. Pero le daba pánico no saber dónde estaba. Volvió a encenderla. Juraría que se había movido, pero tampoco tenía la certeza. Su corazón comenzó a latir a trompicones, tenía la boca seca. Se apartó el flequillo de la cara. La mancha, enorme, estaba encima de él.

Sintió fuego en el pecho. Se le hizo la noche.

El detective Jackson miró de nuevo al cadáver. Un hombre en la treintena rodeado de restos de comida, latas de cerveza vacías, dos chustas de porro y un cristal de las gafas manchado de mayonesa.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Esperando un milagro

El papel que tenía entre sus dedos en ese momento podía ser el milagro que estaba esperando. Vagabundeando por el puerto, rebuscando en los contenedores, molestando a las personas que paseaban por el bulevar hasta que aparecía la policía. A eso se reducía su vida esos días.

Con el cambio de gobierno en su país vino la desgracia; los que antes eran sus amigos ahora vivían exiliados si habían tenido suerte, los que no, yacían en fosas comunes. Él había logrado escapar escondido en un carruaje a cambio de todo lo de valor que llevaba encima. Sólo consiguió escamotear un pequeño diamante que se había escondido en la uretra.

Consiguió suficiente dinero como para comprar algo de ropa usada y conservas y el resto de dinero lo escondió en diversos sitios de la ciudad. Desconocía el idioma de su nueva patria y los huecos que le quedaban en la boca de arrancarle los dientes de oro le dificultaban la pronunciación de las pocas palabras que iba aprendiendo de aquí y allá. Los mendigos hacían piña contra los forasteros como él y pronto quedó relegado a las peores zonas, lugares en los que no había nadie a quien robar o pedir y hasta los gatos tenían miedo de las ratas.

Pero consiguió sobrevivir y aprendió a rascar los pocos recursos que otros desaprovechaban. Encontró su nicho en el ecosistema de los bajos fondos y un buen día consiguió empezar a acumular algunos sobrantes de lo que necesitaba para vivir. La ilusión de volver a ser un hombre de negocios se apoderó de él y se permitió el lujo de hacerse con una vieja navaja de afeitar con el primer dinero que consiguió.

Y un buen día un marinero borracho le canjeó aquel papel por una botella de ron. No podía creerse su suerte. El papel tenía que ser falso. O no. Quizá la suerte se había puesto por fin de su lado. Volvió a mirarlo. Sí, parecía auténtico. Tenía que serlo. Lo leyó una vez más y se le escaparon unas lágrimas de alegría. El anterior gobierno de su país había dado un golpe de estado.

martes, 5 de mayo de 2009

La botella medio llena

Tenía un grave problema: la botella estaba medio llena, poco más de un tercio de su capacidad. Agua insalubre, vieja; la había metido aquel despreciable mercader en venganza por no haberle concedido sus caprichos abandonándola después entre las ruinas de aquella vieja ciudad comida y medio digerida por las arenas del desierto. Y no tenía a mano ninguna otra botella.

Su situación era desesperada. Casi todos los viajeros procuraban mantenerse alejados de esa ciudad maldita y los pocos que entraban solían hacerlo con malas intenciones. Su única esperanza era aguardar a la sombra y esperar a que una tormenta de arena fuera aún más aterradora que la perspectiva de refugiarse en las ruinas para algún viajero.

Llegó la noche y el cielo del desierto se cubrió de miles de estrellas. La temperatura había bajado considerablemente y el desánimo se apoderó de ella. Por primera vez en su larga vida sintió los fríos dedos de la muerte jugueteando con su alma. Pronto helaría y llegaría su fin. Hizo memoria de aquellos momentos que le habían quedado grabados en la memoria, las gentes que había conocido, los lugares que había visitado, los placeres que había concedido y los que había disfrutado. En breve se los llevaría el viento, se los tragarían las arenas del desierto, y ella sería un fantasma más deambulando por esas calles vacías.

Las primeras luces del día arrancaron mil destellos de los fragmentos de la botella rota por el hielo que ya comenzaba a fundirse. La genio que la habitó ya nunca concedería más deseos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Recuerdos de la infancia

Estrenaba sus pantalones esa tarde con el resto del grupo. Sus padres últimamente pasaban muchos aprietos pero de algún modo se las habían apañado para regalarle esos pantalones. Aunque le daba un poco de vergüenza, en el fondo estaba encantada de ser la envidia del grupo por llevar esa ropa.

La tarde se presentaba tranquila. Los chicos del grupo andaban pavoneándose como siempre mientras las chicas hacían como que no les interesaba aunque lanzaban miradas y sonrisas ocasionales. Una de sus amigas le acariciaba la cabeza y ella dormitaba entre el griterío.

Se despertó con los puñetazos de dos del grupo de las mayores. No supo ni pudo defenderse y volvió magullada y sin los pantalones con sus padres. No le dijeron nada, sólo la acariciaron y curaron lo mejor que pudieron sus heridas.

Años después, siendo famosa, aún soñaba con esos pantalones. Gracias en buena parte a su trabajo, el equipo del Dr. Jackson había ganado el Nobel de medicina. Era la primera orangután en mostrar esquemas de pensamiento abstracto, en poder jugar al ajedrez.

domingo, 3 de mayo de 2009

Hogar (y III)

A lo lejos podía divisar la tierra prometida: una enorme montaña que se elevaba sobre las hierbas de la llanura. Con ella, montones de otros colonos, casi todos desconocidos y que procedían de distintos lugares. El olor de la comida, la promesa de un hogar cálido donde poder establecerse y criar a sus hijos. Ningún equipaje consigo, sólo la determinación de conseguir sus objetivos o morir en el intento.

Escogió un lugar cercano a la cima y comenzó a acondicionar la entrada del que sería su hogar. Era un sitio magnífico, hacia el norte de la montaña donde no daría demasiado el sol y fácil de excavar para ampliarlo. El lugar vibraba con el bullicio de sus nuevos habitantes, atareados con sus nuevos hogares, recogiendo comida, relacionándose unos con otros, peleándose por un terreno mayor o mejor que el del vecino.

Y sin previo aviso llegó el diluvio que lo arrasó todo: vidas segadas, la montaña derrumbándose y tragándose todas sus esperanzas. Cesó el agua. Muertos y moribundos yacían en charcos entre las hierbas. Estertores de agonía por todos lados. Unos pocos lograban encaramarse a lugares altos y buscaban el sol para secarse, los más perecían ahogados.

Josué colgó la manguera. Joder, en verano cualquier mierda de Molly, su ternera, se llenaba de insectos en cuestión de minutos.

sábado, 2 de mayo de 2009

Hogar (II)

Las gaviotas sobrevolaban su cabeza haciendo ruidos como de gato. La brisa marina del atardecer azotaba su cabello contra la cara mientras miraba cómo se acercaba la costa del que sería su nuevo hogar, entre montañas descarnadas y fiordos como hachazos de un dios iracundo. ¿Cuántos años había pasado en tierras lejanas que casi nadie conocía?

El barco atracó con las últimas luces del día y ya las calles se iluminaban de la oscilante luz de las antorchas de brea. A pesar de la hora la ciudad era aún un hervidero de actividad, de mujeres de sonrisas descascarilladas y marineros con erecciones, de vendedores de pollos, carnes y patatas asadas, de voceros que anunciaban los mejores y más económicos mesones, de las posadas más limpias y cercanas a los burdeles. No sabía dónde ir así que se dejó mimar por uno de los mozos de El Bajel Errante.

La comida estaba bien, mejor de lo que esperaba en una ciudad tan septentrional a esas alturas del año. No tan abundante como habría querido pero con la tercera jarra pidió otro plato de estofado que le duró hasta la última cerveza que pidió. Salió al callejón a mear y luego subió a su habitación.

Los días pasaban y con ellos llegó el verano. Había dejado un trabajo tras otro, como siempre. Ninguno le satisfacía. Se enroló en un barco mercante.

Las gaviotas sobrevolaban su cabeza haciendo ruidos como de gato. La brisa marina del atardecer azotaba su cabello contra la cara mientras miraba cómo se acercaba la costa del que sería su nuevo hogar, entre verdes colinas y prados como terciopelo de la capa de un gigante. ¿Cuántos años había pasado en tierras lejanas que casi nadie conocía?

viernes, 1 de mayo de 2009

Hogar (I)

Esa noche tenía un buen pedazo de queso manchego viejo y pan de leña para cenar. Se sentía muy feliz por haber llegado a esa casa después de buscarse la vida por las calles durante media existencia. Y ahora estaba echando tripilla y podía dedicar su tiempo a algo que no fuese buscarse la vida. Le daba igual morirse joven si el resto de días que le quedaran fueran así.

Juan e Inés eran ya muy mayores y tenían fama de guarros. Pero le daba igual, le daban cobijo, alimento, calor, un hogar. Y eso era lo único que le importaba.

Desde su rinconcito miró cómo Inés barría los restos de comida con la mano y los tiraba al suelo. En cuanto se fueron a dormir, salió corriendo a llevarse los manjares a su ratonera.

Luna nueva

A mí no me gustan los cielos en los que se reúnen las nubes para ser observadas. No me gustan las nubes. No me gusta el sol. Ni el cielo.

Tampoco me desagradan. Sencillamente, no me gustan.

Años atrás solía salir de noche cerrada, cuando ningún hombre caminaba, a mirar cómo el cielo estrellado giraba hasta difuminarse en el alba. Entonces volvía a mi guarida hasta la siguiente luna nueva. Dormía.

Una nube roja cubre el cielo sobre mi cabeza. No es una nube grande pero sí es una nube roja. No debería estar ahí, no. Siento miedo. Quiero irme lejos, lejos de esa nube roja; ¿dónde? Sólo conozco mi guarida y las tierras alrededor y desde todas se ve la nube roja.

Han pasado varios días. La nube ha crecido y quiere partirse en dos.

Ya son dos las nubes rojas. He de irme lejos, más allá del miedo, más allá de los recuerdos. A cuatro o cinco millas al este hay una parada, el autobús me llevara lejos de aquí. Ha parado uno. Dos personas se suben, me cierran la puerta, el autobús arranca. Deshago el camino hacia mi hogar.

Esta noche hay luna nueva. Salgo de nuevo a mirar el cielo y pienso en mi vida. En lo difícil que es ser el germen de una historia sin autor.

jueves, 30 de abril de 2009

La nada que lo es todo

El sonido de la lluvia quedaba muy amortiguado por las hojas secas que tapizaban el suelo del bosque. La vieja cabaña de madera resultaba muy acogedora en un día así, incluso las contraventanas desvencijadas que colgaban inmóviles parecían decirle que se relajara, que estaba en casa. Se arrebujó sobre el catre con la manta raída y cerró los ojos. Necesitaba descansar.

Todavía entraba luz por la ventana cuando abrió los ojos. Tenía la sensación de haber dormido unas cuantas horas; su estómago gimoteaba pidiendo comida y su vejiga no le dejaba dormir más. Seguía lloviendo afuera. Salió desnuda y caminó hacia los helechos. ¡Qué sensación más agradable la de caminar en contacto con la tierra, con la lluvia, con el bosque! Tenía la carne de gallina y el pelo tropezaba en su pecho con los pezones erectos pero, a pesar del frío, no tiritaba. Se frotó el cuerpo con las manos para arrancarse la mugre que tantos días de camino habían depositado. Entró en la casa a por la ropa y la lavó en el abrevadero lleno de agua de lluvia. No tenía prisa por irse. No.

La leña que había junto a la chimenea estaba seca y prendió con facilidad. La sala se inundó de pino y resina y jara y recordó momentos de su infancia que nunca pensó que volverían. Volvió a jugar con Godo, con Tula, con aquel otro perro abandonado que se acercaba a la granja de vez en cuando hasta que un día dejó de hacerlo. Lloró y las lágrimas se escurrieron para meterse en su boca a través de su sonrisa.

Comió unas cuantas fresas que había recogido por la mañana, antes de que el sol diera paso a la lluvia. Eran diminutas, dulces, ácidas. Jamás había probado nada tan exquisito en su sencillez. Pensó en todo aquello que había quedado atrás, toda una vida de trabajo, lujos y complicadas relaciones interpersonales. Formas, formas, formas y más formas. Y ahora, desnuda bajo una vieja manta, saboreaba la esencia de una vida, de su vida.

Se acercó hasta la ventana y se quedó mirando las sombras que lentamente llegaban desde el bosque. Pronto sería de noche. Pronto alguien la echaría en falta en la ciudad y empezarían a buscarla. No quería volver, ya no. Nada de cuanto tenía valía ni un hilo de la vieja manta. Oyó el ruido de una rama quebrándose en la linde del claro y se quedó sin respirar unos segundos. Como un fantasma, se alejó de la ventana y se tumbó en la cama, tapándose por completo y dejando que sólo un hilo de aire entrase y saliese de sus pulmones.

La puerta se abrió entre crujidos y chirridos. Un ruido sordo como de algo que golpeara el suelo de madera tras dejarlo caer. Aguantó la respiración. Pasos por la habitación. Silencio. Una garganta tragaba agua con muchas ganas. Un vaso que se rellena. La garganta. Más pasos. Silencio.

Saltan sobre ella y no puede moverse bajo el peso. Forcejea. Grita. Arrancan la manta.

Una sonrisa, un beso. Se funde con él en un abrazo.

Vida.

miércoles, 29 de abril de 2009

¿Ha valido la pena?

Era un momento aciago. El día que todos temían, ese día lejano en el que nadie quería pensar, había llegado. Durante siglos no había existido ninguna preocupación, los recursos eran superabundantes y no hacían más que crecer aún siendo explotados. Todo era felicidad y desarrollo desbocado. Los reyes del mundo, la cima de la evolución, dueños y señores de cuanto daba la tierra. Cada vez eran más poderosos y sus dedos rozaban las barbas de Dios.

Y un buen día se oyeron las primeras voces de alarma, voces disonantes que hablaban del crecimiento exponencial, del agotamiento de los recursos y el declive de la civilización hasta su extinción. Tonterías, cada vez eran más poderosos y la balanza de la guerra se inclinaba a su favor. Tonterías que fueron ganando adeptos aún en contra del orden establecido. Tonterías que se hicieron tan patentes que se convirtieron en verdades que todos hicieron suyas.

Y llegó la negación individual de lo que estaba por venir. Un futuro tan negro, tan doloroso, tan irreversible que nadie podía pensar en ello sin volverse loco.

Y ese futuro sin futuro estaba aquí. Lothar, el presidente del mundo, dio el último trago a la copa. Habían aniquilado a sus enemigos. El fin había llegado. Promesas de hambre y dolor y ansiada muerte que no llegaba. El último humano había muerto. Los vampiros ya no tenían qué comer.

lunes, 27 de abril de 2009

Puertas que ya no importa cerrar

No tenía mucha razón de ser seguir echando el cierre de la puerta cada noche pero cuando una se acostumbra a algo, y le parece bueno, no deja de hacerlo de la noche a la mañana. Arrastró sus pies hacia la mesita y se sirvió un vaso de agua que bebió en el sitio. La luna llena acababa de salir e iluminaba los sembrados abandonados plagados de matojillos de malas hierbas con una luz que parecía aplastarlos en un gigantesco decorado.

Esas noches de primavera aún hacía frío, sobre todo cuando el cielo estaba limpio de nubes y soplaba el viento de las montañas. Como esa noche. Ojalá aún estuviera su marido. Tantos años juntos en los que funcionaban en una perfecta simbiosis de responsabilidades y tareas y ahora su vida se encontraba coja.

Se quitó las botas y el abrigo y se metió en la cama con la ropa puesta. Estaba helada, tiritando. Si se quedaba completamente quieta pronto empezarían a calentarse las sábanas, las mantas, y podría conciliar el sueño. Recordó aquella carta en la que él le dijo que ambos habían abierto la puerta de la que mucha gente ni tan siquiera encuentra la llave. Ahora sólo quedaba una puerta, una llave. Miró al cielo, Orión giraba lentamente sobre ella. Una lechuza voló a ras de la cama y se posó sobre las ruinas de la fachada.

Sobredosis de realidad

Realmente no sabía si matar al gato o cogerlo y acariciarlo. Llevaba todo el verano cuidando de un par de plantitas de marihuana y el muy cabrón las había destrozado esa mañana. No era más que un gatito de unos pocos meses pero ya parecía que se las supiera todas. Fijo que se había hecho colega de los perros de la comisaría de la esquina y le estaban enseñando el oficio.

Dejó al gato durmiendo en el sofá y se fue a hacer la compra. La verdad es que olía a maría que tiraba para atrás, daban ganas de lamerlo o fumárselo. Era algo más que un simple juguete que se había encontrado abandonado, era como... ¿un amigo? Le compraría alguna chuchería en el súper. Saludó a los maderos al pasar ante la puerta de la comisaría, eran preciosas las dos nuevas perras.

A Fabián le iban a encantar las golosinas de atún que había comprado. Seguro que dejaba lo que estuviera haciendo e iba lanzado a por ella en cuanto abriera la puerta de casa. Llegó a su calle y vio a un policía echándole la bronca a una de las perras quien tenía las orejas pegadas a la cabeza y no se atrevía a devolverle la mirada. Tenía el pelaje manchado de sangre. Unos metros más adelante vio a Fabián destrozado en el suelo. Se le nubló la vista y cayó de rodillas. Escuchó un "¡Siéntate, Curiosidad! ¡Quieta ahí! ¿Se encuentra bien, señora?" antes de perder el conocimiento.

sábado, 25 de abril de 2009

Postes

Desde muy pequeño sentía pavor de los postes de teléfono. Esos maderos descarnados, muertos. Tétricos con los herrajos clavados en la cabeza. No podía dejar de sentir su presencia ominosa rodeándole, extendiéndose hacia ambos horizontes.

Si por él fuera se hubiera ido a cualquier lugar dejado de la mano de Dios, lejos del más mínimo indicio de civilización. Pero no, estaba destinado a crecer junto a su familia en las afueras de esa ciudad de provincias. Al menos aún había animalillos que se atrevían a hacer sus vidas en las zonas menos estropeadas.

Pero los postes... eran demoníacos. Lo último que veía antes de dormir y los primero al despertar. No los soportaba más. Iba a volverse loco. Odiaba ser un pino.

viernes, 24 de abril de 2009

Y el teléfono comunica

El teléfono no dejaba de comunicar y no le quedaba mucha batería. Tenía que avisarla como fuera de que los kosovares iban en camino y que sólo era cuestión de minutos. Mira que le habían dicho que con esa gente mejor no hacer negocios -eran muy imprevisibles y se vendían al mejor postor- pero ella insistió e insistió en que sólo recurrirían a ellos una vez y luego se las apañarían por su cuenta, a su ritmo, sin riesgos.

Y ahí se encontraba él en ese momento, lejos de casa, incapaz de avisar a la mujer a la que amaba, sin nadie a quien recurrir para sacarles las castañas del fuego. Llamó otra vez. Comunicando.

Tomó una decisión. No quería recurrir a los vecinos y menos por algo así -su reputación se vendría abajo-. No podía hacer otra cosa. Un intento más y les llamaría.

Sonó un tono de llamada. Dio gracias a Dios en silencio. Cogió su mujer y le explicó la situación. Se sintió muy aliviado. Con algo de suerte nadie se enteraría, qué hubieran dicho los vecinos. Pero era la última vez que recurría a unos albañiles piratas para hacer una reforma en el chalet.

jueves, 23 de abril de 2009

Terror en la almohada

Se despertó con una sensación horrible y bajó de un salto de la cama. La almohada estaba llena de pedacitos de piel de serpiente y de escamas. Salió corriendo fuera de la habitación justo a tiempo para caer de rodillas y vomitar en el suelo de mármol. La angustia se había aferrado a su estómago; ¿qué iba a hacer ahora?

No se atrevía a salir de casa; tampoco podía quedarse a esperar. Llamó a Fedro y se quedó esperando en su habitación.

Fedro entró temblando incontrolablemente. Ella se le acercó, le agarró de la mano y se lo llevó a la cama. Sin mediar palabra le mostró la almohada. Fedro se quedó petrificado.

Medusa se sentó en la cama y se echó a llorar. Mira que era difícil encontrar un buen estilista hoy en día.

miércoles, 22 de abril de 2009

Sueños cumplidos

Tenía bastante miedo a quedarse tirada ante el altar una vez más. Era el momento más importante de su vida, ese momento con el que había soñado durante tanto tiempo y que le daría un nuevo sentido a su existencia.

Le sudaban muchísimo las manos, los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos y recitaba continuamente en su mente las palabras que debía decir ante el ara, cuando todo el mundo estaría pendiente de ella, de sus palabras, de seguir los ritos tal y como venían repitiéndose durante siglos.

No era tanto qué pensaran, que observaran los demás, como la consecución del sueño que venía persiguiendo los últimos años, pero no podía obviar que iba a ser el centro de atención de muchísima gente.

Y allí estaba ahora, en pie ante el altar, expectante. El sacerdote había pronunciado sus palabras y aguardaba a que ella respondiera y alcanzara con su mano al hombre que se encontraba junto a ella. Sí, ésta vez iba a ser la definitiva. Recitó la frase que le otorgaría aquello que tanto había deseado. Y clavó el puñal en el corazón que latía bajo el pecho desnudo del desconocido. Ya era una sacerdotisa negra.

martes, 21 de abril de 2009

Peces de colores

Los pececillos nadaban en círculos como si estuvieran en un tiovivo. Manolo, a sus tres años, estaba encantado, arrodillado, mirándolos de cerca. La luz que entraba por la ventana formaba chispitas sobre los peces, que se movían más y más rápido. Manolo se reía y aplaudía y gritaba extático. Los peces se habían convertido en manchas que formaban espirales de distintos colores.

Manolo se quedó paralizado como en una fotografía. Luego se echó a llorar. Le ardía la cara y su madre le miraba y gritaba y movía un dedo arriba y abajo.

Gloria estaba convencida de que había parido al hijo del demonio. Ya era la segunda vez en lo que iba de mes que Manolo vaciaba la pecera en el inodoro.

lunes, 20 de abril de 2009

Fantasmas

Nunca había creído en fantasmas. Nunca había creído llegar a creer en ellos. Pero ya no era una cuestión de creencias sino de evidencias.

La casa era preciosa, sin duda alguna. Situada en un entorno increíblemente salvaje, virgen para estar tan cerca de la capital y con una calidez para los sentidos que invitaba a quedarse adormilado ensoñando en cada rincón. Fantástica la recomendación de Fede y Puri.

En el cuarto principal había una cunita de madera, antigua y usada, que chirriaba en contraste con la modernidad de la decoración. Parecía haber sido utilizada y rehecha con rapidez descuidada. Aún estaba caliente al tacto.
En el pasillo había una silla similar a la cuna. Parecía estar hecha para un niño pequeño y la habían cubierto con un tapete de ganchillo. No le gustaba nada y le resultaba muy desagradable, sobre todo cuando crujía como si alguien sentado en ella se moviera de repente.

Pero lo peor era la chimenea. En un cartel ponía que por favor no se encendiera y se quedó mirándola idiotizado durante unos instantes hasta que salió de dentro un niño medio carbonizado que se le acercaba corriendo mientras le señalaba con un dedo acusador.

domingo, 19 de abril de 2009

Toda una mujer

Todos los días le parecían iguales desde que se convirtió en toda una mujer. El trabajo, lo más descorazonador. Siempre le hubiera gustado dedicarse a algo que le llenara, algo que requiriese un toque personal, imaginativo, pero por una cosa u otra no había sido capaz de encontrarlo. Trabajos de oficina, de dependienta, incluso de repartidora. Ninguno le facilitaba crecer como persona. La hipoteca. Era una putada y se comía dos terceras partes de su sueldo. Las amigas. En el fondo eran todas iguales: muchas risas, muchos chismorreos y demás tonterías, pero ninguna llenaba los huecos que le había dejado la juventud, la despreocupación de vivir al día sin miedo a la rutina. Esther. Muchos años a su lado. Sonrisas, gritos, orgasmos, perdones. Todo había terminado y había dejado demasiadas cosas rotas. Se estaba volviendo una amargada vieja prematura, ¿verdad?

Tantas ilusiones de joven, tantas promesas de lo que sería mirarse en el espejo y ver a una mujer independiente, capaz de hacer con su vida lo que quisiera. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si no se hubiera operado y aún fuera Tomás?

sábado, 18 de abril de 2009

Siempre lo pierde

Estaba harta de rebuscar por los cajones. Seguramente ese era la tercera vez que lo revolvía pero es que lo que estaba buscando no aparecía por ningún lado. Y, claro, encima la estaban esperando y ya llegaba tarde.

Hurgó de nuevo en los bolsillos del pantalón. Nada. Ni en la cazadora ni en el bolso. Tampoco estaba en ninguno de los bolsillos de la ropa sucia ni en la que estaba colgada en el armario (¿por qué iba a estar ahí?).

Se arrodilló y echó un vistazo debajo del tresillo, debajo del sofá. Nada, igual que cuando miró un rato atrás.

Joder, es que siempre le pasaba lo mismo. Siempre. Todos los putos días. No fallaba. Siempre lo perdía.

Cerró de un portazo y salió al pasillo a toda prisa. Se le había olvidado coger el abrigo, vuelta a casa.

Mira, al menos el metro lo había cogido de milagro. Pero tenía que hacer algo, no podía seguir así, no podía seguir perdiéndolo. Ali se juro a sí misma dejar de perder el tiempo.

viernes, 17 de abril de 2009

Una buena idea

Cruzar la península a pie por el campo estaba siendo una idea mucho mejor de lo que se había imaginado cuando se lo propusieron. Llevaba bastante tiempo pensando en volver a hacer alguna excursión como cuando era un chaval y nunca encontraba el momento, la excusa.

La semana anterior la había pasado bastante ilusionado, haciendo y deshaciendo planes, pensando qué llevar de casa, qué comprar por el camino. Por primera vez en... ¿casi cuatro años? Pues sí que se había cargado su espíritu aventurero, sí. Ganaba bastante dinero con su negocio pero no le dejaba ningún tiempo libre. Normal que Feli le hubiera dejado.

Avisó a sus proveedores de que esa semana no le sirvieran. "Viaje de negocios". Dejó todo ordenado y atado el día anterior y se levantó poco antes de las cinco de la ilusión. Cogió el macuto y se fue caminando hacia la estación de tren. Allí las cafeterías ya estarían sirviendo desayunos.

Estaba leyendo el periódico con su segundo café cuando llegaron Manolo y Txus. ¡Joder cuánto tiempo, tron! Abrazos, zumo de naranja, cigarrillos y viajes al baño a meterse unos tiritos. Invitaba él, como de costumbre.

Llevaban un par de horas caminando por el monte cuando le sonó el teléfono. Era su socio. Había habido una redada y habían encontrado el alijo grande. Sí que cruzar la península a pie había sido una idea mucho mejor de lo que se había imaginado.

miércoles, 15 de abril de 2009

Caído en la oscuridad

Por el agujero de la cerradura salía una luz amarillenta e intensa que iluminaba gran parte de la estancia en la que se encontraba. No podía moverse del suelo en el que yacía, no tenía fuerzas para hacerlo. Fuera se oían carcajadas, gritos. Golpes que se repetían y hacían retumbar su cabeza. Y el olor a humo que lo empapaba todo.

Había sido un cabronazo toda la vida, de acuerdo. Había ido a lo suyo. Pero tampoco había buscado perjudicar a nadie porque sí. Lo normal, como todo el mundo. Y no se merecía estar ahí.

Llevaba ya lo que le parecía una eternidad cuando apareció un figura recortada en el umbral de la puerta. Los ruidos se hicieron más fuertes y aquel personaje se carcajeó al verlo.

- ¡Jonathan, cabronazo, menuda bajona!-. Fuera seguía la fiesta.

martes, 14 de abril de 2009

Deshumanizado

La película le había sabido a poco. En menos de dos horas era muy difícil condensar la esencia del libro y no dejar partes colgando. Claro que el perfil de público que buscaba la productora no tenía nada que ver con los lectores del libro y que lo que vendía y daba dinero era la acción y el sexo, pero no dejaban de ser aspectos secundarios de la historia que narraban esas páginas. La verdad es que era difícil no sentirse decepcionado en esos tiempos en los que primaba el consumo rápido y no la degustación tranquila de los gozos que regala la vida. La sociedad se iba deshumanizando y era increíble que sólo unos pocos se dieran cuenta de ello.

Se terminó la hamburguesa en el XXX y salió a la calle. Rebuscó en su bolsillo: dos horas y tres cuartos pasados de parking. Si se daba prisa se ahorraría la media hora siguiente. Llegó sofocado al cajero automático y pagó sólo las tres horas. Estaba sudando y pensó que debería empezar a hacer algo de ejercicio regularmente. Si, ¿pero cuándo?

Condujo el coche por el parque del extrarradio. Le gustaba ir entre los árboles, bordeando el lago con la ventanilla bajada aún en invierno, como si paseara. Entre las decenas de prostitutas que le hacían gestos desde los bordes de la carretera hubo una que le recordó a una chica del colegio que siempre le haía gustado. Le regateó unos minutos y, sentado en un banco frente al reflejo de las luces de la ciudad en el lago, tardó más o menos lo mismo en correrse en su boca, sin condón.

Llegó a casa poco antes de las tres. La gente aún voceaba por la calle disfrutado del sábado. Encendió su ordenador, tenía que trabajar, se estaba quedando atrás. Cogió el libro que había sobre la mesa, leyó las notas que había dejado al margen y siguió adaptándolo a guión de cine.

Huevos fritos

Se moría por comer un par de huevos fritos. Su puntillita dorada, sus patatas fritas crujientes y su punto de sal. Hacía meses que no los comía; el protocolo era muy estricto y no había dejado de viajar de un lado a otro en defensa de los intereses de su país. Desayunos, almuerzos, comidas, cenas... platos exóticos, delicatessen, las más selectas carnes de caza. Se había hartado de platos que muy poca gente jamás probaría. Había estado en los restaurantes más selectos del globo. Y ahora, por fin en su casa, se moría por un par de huevos fritos con patatas.

El presidente recibió a las 2:08 la llamada notificándole la muerte por envenenamiento del embajador.

lunes, 13 de abril de 2009

El escritor

Hoy hace un día precioso. Las gaviotas y los vencejos se dejan llevar por la brisa que sale del mar y el silencio no me grita, no me asusta; susurra quedas palabras en mis oídos.

El día avanza, se enrojece hasta que arden cielo y mar cuando el sol se hunde. Luego todo se enfría y el negror se salpica de estrellas. Paseo por la orilla, la marea está baja y el agua se ha ido a cientos de metros de mi hoguera. Hoy no cenaré peces, no los he pescado, no los he buscado. Prefiero el sabor de las hojas verdes y la dulce fruta.

Saco mi libro y releo unas pocas de sus páginas cochambrosas. Conozco cada palabra, cada pasaje. Viven dentro de mí y son tan reales como el aire que respiro. Puedo ver, oír, oler, saborear y tocar cada detalle que describen, cada secreto que insinúan. Las parí hace muchos años, son mi gran obra maestra; ellas me dieron la fama, el dinero; complacieron mis deseos y aquello que creí desear. Me lo dieron todo y ahora son mi única compañía.

¿Cuándo se hundió el barco? Hace varios años, seguro. No pude salvar a la niña, murió a los pocos días. Se le extendió la gangrena y la devolví al seno de la tierra, isla adentro. Una maleta de ropa inútil, dos botellas de vino que hace tiempo se echaron a la mar y dos ejemplares de mi libro. Ese fue todo mi equipaje.

Y ahora aquí languidezco y siento que el tiempo pasa y que algún día nadie volverá a encender esta hoguera. Y no me importa, no sufriré. A nadie le importa.

El anciano dormía con gesto sereno. Luisa se preguntaba qué pasaba por aquella increíble mente que soñaba a pesar del coma.

domingo, 12 de abril de 2009

Enganchado

No iba a hacerlo nunca más pero sí esa noche, la última. Luego lo dejaría porque le estaba destrozando la vida. Sentía una mezcla de desprecio y autocompasión; era un pelele en manos de su búsqueda descontrolada de la satisfacción inmediata.

Su mujer no sabía nada, al menos eso quería creer él. Lo había dejado hacia semanas, eso habían acordado, pero su cuerpo seguía igual de mal, sin mostrar signos de mejora. Y no podía seguir así, yendo a un descampado a meterse su dosis, engañando a la persona a la que más quería.

Llegó a las ruinas de una de tantas casas de una urbanización ilegal a medio construir y ató a su perro a uno de los hierros retorcidos de un forjado que nunca llegó a hormigonarse. Se acuclillo, dejó el hornillo de gas y lo encendió. Sacó el resto de las cosas que necesitaba y las dejó en el suelo. Se sentó.

Tomó entre sus dedos el sobrecito de papel de aluminio y lo desdobló. Estaba lleno de ese polvo maldito. Aprentó los ojos, suspiró, se cagó en Dios y en su suerte y en su puta calavera y cogió la cucharilla y miró el reflejo del hornillo en el canto de la misma. Adelante, la última vez.

Llegó a su casa sonriente. "Chusky tenía ganas de pasear" le dijo a su mujer. La besó y se sintió culpable y luego feliz por su decisión. Ahora todo iría bien, su salud, su vida se lo agradecerían. Por fin adelgazaría, se acabó el Colacao.

Indignado

Lo que más le apetecía en ese momento era tomarse una cerveza bien fría, incluso más que partirle la boca a esa camarera repelente que les atendía -que no les atendía-. Respiró hondo y trató de explicarle una vez más a la chica qué es lo que querían tomar.

Pero la tía seguía sin hacerles ni puto caso. Se paraba aquí y allá a hablar con la gente, se quedaba hablando en una mesa tras llevarles las consumiciones...

Le podía la sed al autocontrol. Se levantó cabreado de la silla y se dirigió al interior, a hablar con la chica y el jefe y ponerles una queja como que él se llamaba Dani. Dejó el casco en su silla y se largó dando grandes zancadas hasta la barra. Esperó a que la chica se acercase.

Llegó un par de minutos después, sonriente, estúpida. Le dio un billete de 50 euros al mesonero, cogió las vueltas, y le dijo que muy rica la comida y que seguramente volverían mañana.

sábado, 11 de abril de 2009

Lavado en frío

Otra vez le habían estropeado una sábana al meterla con ropa de color. Si es que tampoco debía ser tan difícil separar unas prendas de otras para que eso no sucediese. Ojalá pudiera encargarse él mismo pero ya hacía muchos años de aquel incidente que le destrozó la espalda y la vida.

Sentía que lo había perdido todo pero algo dentro de él se negaba a rendirse y seguía luchando por demostrar que no era así. Y seguramente todo sería infinitamente más sencillo si lo aceptara de una vez.

Oyó cómo alguien se acercaba a su alcoba. Comenzó a gemir su angustia, sus ganas de comunicarse, de que alguien le hiciera caso, le escuchase, le diera algo de la importancia que había perdido. Entró su nieta mayor.

Lidia se quedó petrificada durante unos instantes. Después echó a correr pasillo abajo con gritos de histeria. Acababa de ver al fantasma de su abuelo. Con una enorme mancha granate.

jueves, 9 de abril de 2009

Conciertazo

El concierto había sido brutal, hacía años que no sudaba tanto. El pelo y la ropa le olían a sudor, a tabaco, a cerveza; los pies machacados de pisotear y ser pisoteado. El cuarteto había tocado los mejores temas clásicos, sin meter morralla, y lo hacían igual de bien que siempre, incluso mejor aún.

Salió a una noche invernal de Berlín. Las calles estaban llenas de gente que desprendía nubes de vaho al hablar, al caminar, al fumar. El frío se le clavaba en el cuerpo a través de la ropa sudada y decidió entrar a un local a echar un par de tragos y cenar algo. Desde luego que Berlín era una de las mejores ciudades de Europa, del mundo, para escuchar música y trasnochar.

Pidió una ración de bratwurst y cerveza. Estaba en el paraíso. Y eso que la gente siempre decía que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pues ninguno como el ahora, tomando salchichas y cerveza tras un concierto en el Berlín de mediados del siglo XIX.

miércoles, 8 de abril de 2009

Jamás pensó que...

Tampoco habían pasado tantos días, aunque le seguía pareciendo muy lejano aquel viaje en barco en el que se conocieron. Nunca se hubiera imaginado aceptando la invitación de un desconocido en un lugar cerrado del que no poder escaparse si algo no le gustaba y mucho menos acabaren su habitación, desbocada, haciendo cerdadas de las que luego se arrepentiría.

Ella iba muy elegante con su vestido de noche. Sus padres ya dormían en el camarote y le habían dado permiso para salir hasta tarde -¿qué iba a poder pasar en un barco, verdad?-. Él tenía unas pintas en las que sólo se hubiera fijado para reírse con sus amigas pero esa noche le gustó que un tío con greñas y barba de aspecto dejado le invitara a una cerveza.

Pasaron las horas y las cervezas y ella aceptó pasarse por su habitación para seguir la fiesta. Allí se pusieron cómodos, tirados sobre la cama, y él sacó una botella de vodka del armario. Hablaron, rieron y, en un momento dado, él se quedó en silencio, la miró a los ojos y abrió la boca.

A partir de ese momento ya no pudieron parar. La vergüenza inicial de hacer tanto ruido dio paso a un éxtasis casi primitivo. Ahí estaban los dos, descontrolados, amorales, ajenos a lo que pudieran pensar los demás, ignorando la vocecilla de la conciencia que les decía algo del mañana. Daba igual, era el mejor momento de su vida y tanta naturalidad les hacía sentirse como que se conocieran de siempre.

Antes del amanecer se despidieron con un beso y un abrazo. Ambos sabían que lo suyo no podría ser. No se dieron los teléfonos -no se llamarían aún teniéndolos- y el adiós no supo a hasta luego. Ella se fue a su camarote tambaleándose, extática, radiante. Jamás pensó que pudiera pasarse la noche echando un concurso de eructos.

Apocalipsis equino

Desde muy pequeña había tenido pánico a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Sabía que no tenía nada que temer, sí, pero es que desde que su padre le habló de ellos tenía siempre sus rostros descarnados en mente.

Y ahora venían a por ella. Aún no tenía muy superado ese miedo ancestral pero les plantó cara. Ellos pararon sus caballos ante ella, se apearon y se arrodillaron a sus pies.

Cinco jinetes cabalgaban raudos y oscuros por el mundo, capitaneados por su nueva compañera, La Crisis.

martes, 7 de abril de 2009

Rey Loco

Todo empezó cuando de pequeño descubrió el sumo placer de entrar en la cocina del palacio cuando no había nadie y darse un atracón de los platos recién guisados. Con cinco años dio cuenta de un conejo. Entero. Había masticado los huesos hasta triturarlos y tragárselos y, al no dejar rastro, su crimen quedó sin ser descubierto.

Antes de la pubertad era habitual que desaparecieran jarras de hidromiel, piezas de carne enteras, quesos, odres de vino, grandes pescados y fuentes enteras de frutas y verduras. El día anterior a cumplir los quince años se prepararon cuatro avestruces. La falta de un muslo ya no pasó desapercibida y se descubrió al culpable -todo quedó en las cocinas sin que trascendiera al resto de palacio-. Durante meses se le prohibió acercarse siquiera a las cocinas.

Pasaron los años y su hambre crecía a la par de su renombre. Cada vez se le tenía más en cuenta a la hora de tomar decisiones y de todos era sabida su implacabilidad, su imparcialidad y su constancia. No tardaron mucho en coronarle como rey. Todo giraba en torno a él, se hacía conforme a su criterio, se valoraba en la medida en la que él participaba. Era un juez justo que no hacía distinciones y mediando en cualquier discusión acababa dándole la razón al que la tenía.

Pero seguía devorándolo todo con un hambre atroz y llegó el día fatídico en el que enfermó, en el que se volvió loco y se volvió un regente autoritario, déspota, egoísta. Las cosas se hacían siguiendo sólo su criterio; la racionalidad ya no tenía cabida. Se volvió cruel, le gustaba destrozar vidas de gente sencilla e incluso de nobles. Nada le importaba. Hacía que la gente trabajara a deshoras. Y, finalmente, se la empezó a comer.

Y no hace mucho de ese día. El Rey Loco aún nos gobierna. Y lo hace con más maldad. O sin ella, es amoral. Pronto acabara con todos nosotros y, en su enorme avaricia, con el mundo entero. Maldición, llaman a mi puerta. Me quedo callado y no oigo nada. Vuelven a llamar y sigo calllado y cruje la puerta y se abre y tras ella aparece la silueta del rey. Viene a buscarme. Viene a comerme. Maldito Rey Loco. Maldito Chronos.

domingo, 5 de abril de 2009

En su sitio

Algo debía habérsele metido en la cadena de la bici porque crujía y no iba bien. A un trecho divisó una encina solitaria junto al camino y siguió pedaleando hasta llegar a ella. A su sombra, puso la bici boca arriba, se sentó junto a ella y pegó unos sorbos a su bebida isotónica. Era como un meado dulce. Sacó medio bocadillo de la mochila y se lo comió. No tenía mucha hambre aún pero seguro que se manchaba las manos de grasa y a ver cómo se las limpiaba después para merendar.

Resultaba gracioso. Ella, que hasta hace poco había sido comercial de una multinacional, con coche propio y un sueldazo, iba por el campo con una vieja bicicleta de su padre con más años que ella. Le gustaba su nueva vida, lejos del nerviosismo y la competitividad de la ciudad. Con la economía cuesta abajo y su contrato indefinido, había logrado un buen acuerdo para dejar el trabajo con un finiquito decente y bastantes meses de paro. Perfecto para sacar adelante su retiro un par de décadas antes de lo previsto. Tenían razón los japoneses con lo de usar la misma palabra para definir crisis y oportunidad.

Revisó la cadena de la bici. Aparentemente, aunque vieja y gastada, estaba bien. Pero la corona del plato tenía un diente deformado. Seguramente era ese el problema. Pues nada, a seguir tirando y ya se las apañaría para arreglarlo otro día.

Llegó a su casa poco antes de la puesta de sol, Se había quemado las orejas, la nariz, la raya del pelo y los brazos. La puta bici dormía tras un montículo de pedruscos de descantar un sembrado tres colinas más atrás. Su perro Twitter había abierto la puerta de la alacena y derribado una estantería llena de conservas que se habían estampado en una macedonia dantesca. Aparentemente Twitter no se había comido ni cortado con ningún cristal porque no paraba de saltar y correr de un lugar a otro. El sofá, la cama, el baño, pasillos... todos habían quedado decorados con patitas de almíbar.

Abrió la nevera y sacó una cerveza. Salió al porche y se sentó a ver la puesta de sol. Twitter saltó a su regazo y ella le acarició la espalda. Esto era vida.

sábado, 4 de abril de 2009

Sueños del ayer

El aspecto de la carne de la hamburguesa que le habían servido era el de una mierda de perro pisada. El olor simplemente distinto. Pero tenía tanta hambre que ese bar era el único sitio donde podía saciarse con el poco dinero que le habían dado en la puerta del metro hasta que los vigilantes lo echaron a patadas. Literalmente.

Pegó un mordisco. No podía decidir si sabía a mierda de perro o no porque nunca la había probado pero la cebolla estaba muy fuerte y frustraba cualquier empeño culinario que hubiera puesto el tipo de calva grasienta de la barra. Aparte de él, el resto de comensales eran latinoamericanos y europeos del este. Asco de vida y asco de país.

Se bebió medio litro de cerveza de una atacada. Joder, menudo invento la cerveza: barata, fresca y le dejaba a uno la sensación de que no todo era mierda en la vida. Y si tomaba unas cuantas más se iba cualquier otra sensación y se dormía sin pesadillas hasta que algún gilipollas de uniforme le echaba de donde se hubiera metido a dormir.

Pidió otro combo. Seguramente el del bar se quedó calvo cuando pensó en el nombre para ponerle al litro de cerveza + hamburguesa a 3€. Aún le quedaba dinero para otro más pero si no hacía demasiado frío mejor se lo guardaba para comprar un batido y unas magdalenas en el súper por la mañana. Mordió la nueva hamburguesa y otro trago a la cerveza.

Se despertó desorientado en un sofá de cuero, rodeado de madera y libros que plagaban las estanterías que cubrían las paredes. Ante sus ojos, una pantalla de ordenador mostraba una hoja de cálculo. ¿Qué estaba pasando? ¿Había sido todo un sueño?

Se le acercó un agente de seguridad sonriente. Tenía que ser eso, un sueño, y estaba de nuevo trabajando en una oficina. El de seguridad, amablemente, le echó del IKEA.

Música en tiempos de crisis

La música le seguía a todas partes, era algo que formaba parte de su día a día, de sus noches, de su trabajo y de su familia. Hasta hacía unos meses la música que escuchaba había sido bastante variada pero ahora las circunstancias habían cambiado. Lo que peor llevaba era haberse quedado sin trabajo, con montones de deudas que no podía afrontar. Y sobre todo el Cobrador del tocadiscos que le había colocado el de la cementera.

jueves, 2 de abril de 2009

Piedras

Le gustaba coger una piedrecilla blanca y otra negra cada vez que bajaba a la playa. No recordaba cuándo empezó a hacerlo ni por qué, sólo sabía que era algo que tenía que hacer porque si no lo hacía sentía que le faltaba algo.

El primer frasco de conservas lo llenó cuando aún era una cría. El segundo también, aunque ya sentía algo raro, distinto, al ver a los chicos. Año tras año, mes tras mes, día tras día, cogía sus dos piedrecillas y las metía en un frasco al llegar a casa. Llegó el día en el que llenó una estantería. Era hermosísima.

Pasaron los años. Acabó llenando una habitación, dos habitaciones. Compró una nave industrial. Otra. Un polígono entero.

El viento de una tarde de otoño enredaba su pelo. Las lágrimas corrían por su rostro ajado por el paso de innumerables años. Ya no quedaban piedras blancas en la playa. ¿De qué le servía la inmortalidad?

miércoles, 1 de abril de 2009

Un nuevo trabajo

La bombona de butano pesaba más con cada escalón que subía. Y no llevaba más que un par de horas de su nuevo curro. Quinto sin ascensor, maravilloso. La segunda bombona que habían solicitado. Ciento dieciséis. Ciento diecisiete. Ciento dieciocho. Ciento diecinueve. Ciento veinte. Fin de los escalones. Señora muy mayor gorda y vapores de cebolla que salían de sus axilas, su aliento o su cocina.

Era de las que daban propina. Diez céntimos de euro. Menos mal que la política de la compañía era tajante con el asunto de las propinas porque acababa de fantasear con la idea del gerontocidio. De nuevo al viejo camión. Que más que un camión de reparto parecía el de un chatarrero que había robado bombonas de algún almacén. Ya acumulaba un retraso de media hora sobre la ruta prevista, adiós almuerzo en el bar, hola barra de pan y lonchas de fiambre en el asiento del copiloto.

Al final del día el retraso se había mantenido en media hora pasada. Ni tan mal. Cuatro palabras intercambiadas con desgana con las chicas de recepción y de cabeza al bar. Su mujer le esperaba sentada a la mesa ante dos jarras de cerveza vacías. La tercerca, aún con escarcha por fuera, fue a parar a su garganta.

Le contó a su mujer sus impresiones: la actitud de los clientes, el cansancio que iba haciendo mella, el sudor que le escocía la entrepierna, la incomodidad del camión, lo duro de mantenerse en la hora prevista. Ella le miraba atentamente y tomaba notas en un cuaderno. Después elaborarían juntos el borrador del informe sobre las condiciones laborales. Se había ganado a pulso su fama como uno de los mejores directores de recursos humanos del momento.

martes, 31 de marzo de 2009

Alta cocina

Ahora que tenía su primera estrella Michelín recordaba con especial cariño las patatas que hervía su madre al calor del hogar, con su sal, sus pedazos de tocino, carne y chorizo para engañar al paladar y su mezcla de hierbas maceradas en aceite de bellota. Años tan míseros y hermosos que quedaron marcados de algún modo en su subconsciente y cuya esencia destiló en los fuegos hasta que ahora, al fin, había conseguido el reconocimiento internacional de la más alta cocina.

Jean Luc cobró su finiquito. Había acabado hasta los cojones de la pedantería del mundo laboral en el que se movía. Pero les había dejado el "regalito" de un auténtico truño a sus antiguos jefes de Michelín.

lunes, 30 de marzo de 2009

Monedas

Abrió la vieja caja de zapatos que escondía bajo unas maderas sueltas del suelo de su habitación. Seguía llena de monedas de distintos colores y tamaños. Unas eran de metales nobles como oro o plata; otras de latón, níquel, plomo e incluso aluminio. Las había de países cercanos y de otros que jamás soñaría con visitar. Metió la mano y cogió un puñado que observó sobre su palma abierta. Recordaba cómo había conseguido cada una de ellas: de pequeño, de joven, trabajando al otro lado del mar, de vuelta en el bar del pueblo. Incluso estaba la penúltima que había conseguido: las pasadas navidades en una terraza del puerto.

Durante toda su vida había coleccionado aquellas monedas extrañas que habían llegado accidentalmente a sus manos. Nunca las había buscado; su intención no había sido la de coleccionar monedas sino la de tener un lugar donde las monedas perdidas tuvieran un significado.

¿Qué pasaría con las monedas cuando él ya no estuviera? ¿Serían sólo pedazos de metal o quedarían sus historias de algún modo rozando la eternidad?

domingo, 29 de marzo de 2009

El fin, el comienzo

Las ratas corrían en desbandada por la ciudad. Morían a cientos al cruzar las calles, la autopista. Las tripas y la sangre se acumulaban en el suelo y los coches patinaban y se deslizaban hasta chocar unos con otros y con las personas. Y no paraban de surgir nuevas ratas de todas partes que acababan perdiéndose en las sombras de la noche.

La gente corría de un lado a otro; se metían en sus coches, en sus casas, en las iglesias. Y sólo unos cuantos agoreros, subidos a sus improvisados púlpitos, clamaban contra los pecados de los hombres que habían provocado la cólera de Dios. Era el fin de los tiempos.

Y la noche más feliz para los miles de gatos de la ciudad.

sábado, 28 de marzo de 2009

A través de la noche

Las monedas tintineaban en sus bolsillos con cada zancada que daba. No sabía si huía de un peligro real o eran sólo sus miedos quienes acechaban entre las sombras de las calles pero no podía dejar de correr lejos de ahí, hacia ninguna parte. Oía pasos de alguien corriendo, ¿sería el eco de los suyos?

La noche había sido su amiga. Eso había creído. Pero ahora se volvía contra él y le arrancaba sus recuerdos de muy dentro y se los ponía en los morros, se los restregaba en la boca y le sabía todo a hiel. Sólo quería que llegara el día, despertarse y no sentir miedo. Ir donde quisiera en vez de vagar sin rumbo dando tumbos en busca de algo que no sabía lo que era.

Pasó ante un par de burdeles, tres tiendas de licores abiertas, una de armas -¿a esas horas?; sería el barrio-, una farmacia y demasiados bares. Nada le servía, no podía esconderse allí. Taxis. Taxistas blancos, taxistas sudamericanos, taxistas moros. Putas. Yonkis. Locales y secretas. Gente normal. Aflojó el paso. La angustia seguía ahí, los pasos no.

Se sentó en un banco y sacó un cigarro. Se había dejado el mechero en algún lado. Una puta rumana, polaca o rusa le dio fuego y una sonrisa. Él unas gracias sinceras. Caminó hacia el metro. Llovía. Quería mojarse.

Se sentó en las escaleras entre el primer y segundo piso de su casa. Estaba tiritando y su ropa dejaba un charco cada vez más grande que bajaba las escaleras hacia la puerta de la viuda del 1ºA.

Se despertó al dar una cabezada. Tenía que quitarse la ropa pronto y entrar en calor o iba a estar realmente jodido. Subió arrastrando los pies el piso y medio que quedaba hasta su puerta y giró la llave. Fue hasta la habitación, se quitó la ropa y cayó sobre la cama.

Abrazó a la almohada. Aún conservaba el olor.

Se durmió.

viernes, 27 de marzo de 2009

Sueños que se cumplen

Siempre había tenido curiosidad por saber cómo era el interior de una cueva. No de cualquier cueva, sino de una cueva natural, de esas que se esconden en medio del campo, tras un recodo en un paso de montaña, o tras una cascada. Había oído decenas, cientos de historias de viajeros, de soldados, de aventureros, de buscavidas... pero nunca había podido salir de su ciudad, estaba encadenado a su trabajo.

Se acercaba el año de su jubilación. Y seguía sin salir de su rutina, sin visitar los lugares con los que soñaba. Algún día lo haría. Después de jubilarse, si eso. Tendría tiempo y dinero y sería una buena actividad a la que dedicar sus días cuando ya no tuviera trabajo.

Visitó la Cueva de Montesinos en primer lugar. Siempre le había gustado El Quijote y le pareció un buen lugar por el que comenzar. Fue una experiencia inceíble, mejor de lo que había esperado. Ese mismo mes visitó otras dos cuevas.

Dos años después, mientras profundizaba en una cueva de los alpes franceses, pensaba en cómo le gustaría poder caminar de nuevo entre archivos y papeles.

jueves, 26 de marzo de 2009

Encuentros en la tercera fase

Fede sentía una fuerza extraña que le retenía. Podía mover brazos y piernas sin ningún problema, al igual que la cabeza. Pero algo le sujetaba y no podía irse.

Los primeros momentos de incertidumbre dieron paso a una sensación muy angustiosa. Era la primera vez que le pasaba algo así en la vida. No había manera de librarse de esa fuerza inexplicable. Trató de pedir ayuda, de gritar. Nadie vino en su ayuda.

No pudo evitar sentir un ataque de pánico que terminó por convertirle en un pelele que no paraba de gritar, de lanzar puños, de patear el aire tratando de noquear al responsable invisible de su estado.

Tenía el corazón muy acelerado. La sangre fluía a golpes por sus arterias y hacía palpitar sus sienes, sus oídos, su pecho. Le ardían los pulmones, no le llegaba suficiente aire. Se le nubló la vista.

Finalmente, agotado, dejó de luchar.

Así fue el primer contacto de Fede, dos años y tres meses, con un cinturón de seguridad.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Recuerdos inútiles

No podía quitarse de la cabeza esa melodía. ¿Cuándo la había escuchado? Si al menos pudiera recordarlo tendría una referencia sobre la que intuir qué le había pasado. O al menos saber de qué canción se trataba. Cualquier cosa menos esa repetición obsesiva en su cabeza que no le dejaba pensar con claridad.

Bien pensado, no recordaba otra cosa que esas notas incesantes. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no sabía nada de sí mismo? Se sentía tranquilo pero con el gusanillo de saber más y salir de ese limbo.

No paraba de hacer sonar la melodía en su cabeza. ¿Cuánto llevaba ya así?

De pronto tuvo un recuerdo. La canción era de un tal Mozart y se llamaba Requiem.

martes, 24 de marzo de 2009

Tempus fugit

El reloj marcaba las horas cada vez más lento, como si llegase al final del día agotado, sin energía. No eran más que las primeras horas de la noche y ya todo el mundo se encontraba durmiendo. Todos menos él. Vale que llevaba un par de cervezas en el cuerpo, pero tampoco era como para perder la noción del tiempo.

El sofá era muy cómodo. Uno podría quedarse dormido en él incluso ya de mayor. Pero si lo que uno hacía era mirar fijamente el movimiento -la falta de movimiento- de las manecillas del reloj, el efecto era el de una mano fría agarrándole a uno el cuello.

Jesús estaba esperando a que llegaran sus nietos de clase. El reloj parecía casi casi parado: una manecilla lograba dar el salto cada minuto, minuto y medio. No quería que eso acabara así. No. Era injusto. Injusto, cruel, innecesario. El tiempo era cada vez más largo.

Hasta que por fin se detuvo y Jesús quedó inmerso en un mundo inerte, inmóvil. El tiempo se le había acabado. Se quedaba esperando a unos nietos que nunca llegarían en un tarde eterna de la que jamás saldría.

A las bravas

Pocas veces se había sentido tan despreciado de esa manera. A su edad ya debería estar jubilado y disfrutando de la vida con sus nietos. Pero así, con su mujer demente y enferma, no podía. A ver cómo hacía si no para salir adelante. Y no era solo por el dinero sino porque con este trabajo podía distraerse del agobio y sufrimiento que rodeaban su día a día.

Abrió la puerta del cuarto de limpieza y se puso un mono de trabajo. A continuación llenó el cubo de la fregona, echó dos tapones de fregasuelos y sacó el carrito al pasillo. El director se había comportado como un auténtico cabronazo y se merecía un escarmiento. Se iba a enterar.

Encendió la luz del despacho del director. ¿Por qué siempre parpadeaban los fluorescentes como en las películas cuando uno estaba a la expectativa? Se acercó al escritorio. Los cajones andaban cerrados con llave. Sobre la mesa había unos cuantos papeles, un par de revistas y algunos bolígrafos en una taza que ponía algo de para el mejor papá. Revisó las estanterías llenas de libros. Desesperado, abandonó el despacho al cabo de un par de horas. Estaba cansado y no se le había ocurrido nada ingenioso. Tendría que hacerlo a las bravas, con dos cojones, como siempre había funcionado.

El lunes por la mañana Francisco se encontró con una carta de despido sobre la mesa. El viejo chocho del presidente le había echado. A las bravas.

lunes, 23 de marzo de 2009

El rollo de siempre

Jose se preguntaba a dónde quería ir Manolo con el mismo rollo de siempre.

Manolo, como siempre, cogía su propio rollo para ir al WC

domingo, 22 de marzo de 2009

Ante el cuaderno

No tenía más que cuatro lápices mordisqueados y casi agotados y un cuaderno hecho de restos de hojas usadas que había ido encontrando con algún espacio en blanco cosidas con un trozo de rafia. El resto de su hatillo lo formaban tres camisas, un pantalón y un par de mudas raídas. Y medio quesuco de cabra y un mendrugo de pan.

Todos los días al medio día se sentaba a la sombra de un árbol, almorzaba y sacaba el cuaderno y los lápices. Se quedaba durante horas ante las hojas, con el lápiz en la mano o en la boca, hasta que llegaba la hora de volver a ponerse en marcha.

Cómo le gustaría saber leer lo que ponía en el cuaderno le había quitado a aquel pobre diablo al que atracó meses atrás.

sábado, 21 de marzo de 2009

Adiós, hijo mío

Tenía la dentadura más desigual que jamás había visto. No es que fuera una boca descuidada -aunque tenía algunas caries- sino que Dios no tuvo a bien estar presente el día que se la crearon. Por lo demás, no es que fuera feo. Tenía esa extraña belleza, esa atracción de las caras diferentes a las habituales. Y conseguía que la gente quisiera saber qué maravillas, qué monstruos había en su interior.

A Jose le daba muchísima pena despedirse de esa cara que tantos años había sido su compañera. Se jubilaba y nadie iba a hacerse cargo de su Túnel del terror con el rostro del Gargantúa que había pintado de joven en la entrada.

jueves, 19 de marzo de 2009

Peligro en la noche

Aquellos seis hombres con sus capas no se preocupaban de esconder su presencia mientras caminaban por las calles desiertas y oscuras de los arrabales de la ciudad. Es más, iban riendo y dando voces despreocupadamente. En esos tiempos tan oscuros era difícil ver un alma por la calle. O al menos ver un alma y contarlo. O ver un alma y contarlo y no ser ladrón o asesino. Así que la actitud de esos hombres no podía presagiar nada bueno. Y cada uno de ellos portaba un artefacto maligno.

A Marlo le temblaba la navaja en su única mano. Dudaba entre huir sin hacer ruido o salir corriendo como si le persiguiera una legión de diablos. Y en el fondo daba igual porque su cuerpo no le respondía. Los hombres estaban ya tan cerca que podía escuchar sus palabras. Era peor de lo que se temía.

Dos de ellos acababan de reparar en su presencia y lo señalaron dando voces. Ya era demasiado tarde. Los seis tomaron entre sus manos los artefactos, hiceron un semicírculo a su alrededor y atacaron:
Bella niña, sal al balcón, sal al balcón, que te estoy esperando aquí, aquí, aquí...

miércoles, 18 de marzo de 2009

Desolación

Todo estaba hecho un desastre. No se recordaba una tormenta así en años. Sólo los más viejos del lugar hablaban de una gran tormenta cuando no eran más que niños. Y había que tener en cuenta que los años transcurridos magnificaban los recuerdos de la infancia.

Y ahora se veía desolada. Aquellas tierras acostumbradas al calor, a la sequía, a los rigores del desierto, habían quedado convertidas en una mezcla de lodo y espigas de trigo malogradas. El mundo era un asco, ya no había belleza, ya no había compasión con el ser humano. Se retiró a casa, tomó un té, y se fue a dormir. No se atrevió a salir de casa hasta tres días después.

Ahora tocaba rehacer su vida, salvar lo poco que pudiera salvar. Empujó la puerta.

Fuera estaba el más hermoso campo de flores que jamás había imaginado. Miles, millones de plantas habían florecido gracias a las lluvias. Lluvias que se habían llevado la tierra superficial y dejado al aire libre el suelo más profundo donde toda esa vida aguardaba su momento.

martes, 17 de marzo de 2009

Vida

No sabía que era peor, si quedarse sin lápiz con el que escribir o si quedarse sin goma con la que borrar. Le habían pasado ambas cosas.

lunes, 16 de marzo de 2009

Belleza

Era un espectáculo magnífico, único. Cientos de huevos de dragón se amontonaban -¿ordenados?- en la cámara de piedra que tomaba el calor del volcán. Tonos irisados, pasteles, apagados o saturados de color. Aparentemente desordenados y, sin embargo, evocaban imágenes de algún lugar oculto en lo más profundo de su naturaleza humana. Nadie había tenido jamás la ocasión de presenciar un espectáculo así y se sentía honrado y asustado por estar ahí en ese momento en el que la Naturaleza misma mostraba lo más secreto de su intimidad.

Con lágrimas en los ojos, comenzó a romper los huevos.

Qué cerdada

Los dos cerditos dormían acurrucados junto al vientre de su madre. Estaban famélicos, con tanto perro abandonado era muy difícil conseguir algo de comida y su madre casi no producía leche suficiente. Por eso quedaban sólo dos de los cinco lechones iniciales.

La cerda madre no salía de un duermevela que no le permitía descansar. Era joven, muy joven, y cuando decidió escaparse de la granja no pensó en todas las consecuencias. En el fondo no se arrepentía de haberlo hecho pero sufría por sus hijos, por los que había perdido, por los que aún podía perder. Ella quería vivir su vida, no esa acomodada y libre de preocupaciones que el resto de los cerdos disfrutaba y ansiaba. Pero sus hijos... ¿Tenía ella derecho a condenarlos así?

Pensó en qué estarían haciendo ahora sus amigas, sus lechones. Seguro que paseaban y comían y engordaban en la granja y ya ni se acordaban de ella. Qué vida más fácil habían elegido. Qué cerdada le había hecho a sus hijos.

El camión de su granja llegaba en esos momentos al matadero.

sábado, 14 de marzo de 2009

Ecos

Las llamas lamían los restos carbonizados de su piel desnuda, no sentía dolor. No veía, no oía. Había dejado de respirar hacía un tiempo. Seguramente había muerto ya. ¿Por qué seguía pensando?

viernes, 13 de marzo de 2009

Una planta con posibilidades

Chema tenía entre manos algo grande: una planta preciosa. De momento sólo tenía un par de hojas, muy sencillitas, pero se intuía que de ahí podía salir algo tremendo y que podría forrarse si la vendía a buen precio. Tenía localizado el terreno ideal, en las afueras. Una pequeña vaguada con orientación sur, bien soleada y con árboles y arbustos que la taparían de las miradas indiscretas. Además, a pocos metros pasaba un riachuelo que solía tener agua todo el año. Un lugar perfecto.

De momento sólo lo sabía él. De los compañeros de la facultad, era el único en el que Chema sabía que podía confiar. Y no es que desconfiara de los demás, pero prefería ser precavido.

Eso sí, el alzado y el perfil de los planos de la casa domótica aún tenía que mejorarlos.

jueves, 12 de marzo de 2009

Cabras

Las cuatro cabritas se habían puesto a comer zanahorias como posesas. De los tres sacos que había guardado en el granero quedaban sólo algunos trozos masticados entre las telas desinfladas.

Podía enfadarse. Podía darles a las cabras con un palo. Podía incluso hacer como que no había pasado nada.

Pero a ver cómo preparaba ahora su famoso estofado de cabra con zanahorias.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Con la cabeza en su sitio

Siempre que aparecía esa chica acababa perdiendo la cabeza y se comportaba como un tonto. No fallaba. Se decía una y otra vez que la próxima vez sabría mantener la cabeza en su sitio pero nada, acababa igual: los demás se reían de él, amigos y todo. Y se iba poco a poco haciendo pequeñito hasta que desaparecía cuando nadie reparaba en él.

En casa se ponía delante del espejo, se miraba en él y se decía cosas y se imaginaba enseñándole a la chica lo mucho que valía -como hacía todo el mundo en las películas-. Al final acababa creyéndoselo y dejaba de preocuparse. Luego estaba con los amigos en el patio, haciéndose todos los duros y tratando de impresionarse los unos a los otros. Todos en plan gallito, a ver quién podía más, quién era el líder.

Y entonces aparecía ella. Y todos sabían qué iba a pasar. Lolo trataría de mantener la calma. Tania se le acercaría, le quitaría el geyperman, le arrancaría la cabeza, y la tiraría al otro lado de la valla del colegio.

martes, 10 de marzo de 2009

La más grande

La del abuelo era siempre la más grande. Pero se empeñaba en repetirles siempre la misma apuesta y reirse con ellos cuando la ganaba. Luis aún era demasiado joven para entender por qué lo hacía una y otra vez, como si fuese siempre la primera, pero sí que entendía que no era algo normal.

Hasta que un día su padre los pilló a todos con los pantalones bajados. Hubo gritos. Gritos muy fuertes y todo fue muy desagradable. A Luis no le explicaron nada. Sólo le hicieron preguntas y más preguntas y que olvidara todo el tema. Porque sí. Por que sí y punto. Y que no preguntara más.

Y ahora, muchos años después de que el abuelo muriese, Luis recordaba con cariño la rodilla deformada por un balazo del abuelo. Siempre era la más grande.

lunes, 9 de marzo de 2009

Fumar acorta la vida

Fumar acorta la vida.

Y una mierda. Vale que en muchos casos pudiera ser así, pero no en el suyo. Claro que no. Maldita la manía que tenía todo el mundo de generalizar. Pero con qué cara podían ponerle eso en el paquete que ahora le ofrecían. En fin... cogió uno, lo encendió con el fuego que le ofrecían y le dio las gracias a aquel tipo que acababa de conocer. Tenía la certeza de que ya no lo volvería a ver y era una pena que la vida jugara esas pasadas. Podrían haber llegado a ser buenos amigos, estaba seguro. Su mirada no mentía y reflejaba lo que sus palabras decían.

Aunque no era lo haitual, aunque de hecho era totalmente atípico, tiró la colilla y le dio un abrazo. Ya era el momento.

Preparen armas. Apunten. ¡Fuego!

domingo, 8 de marzo de 2009

El autoestopista

No era más que un atardecer desde la cristalera de un bar de carretera pero despertó en él el deseo de fumarse un cigarrillo. Era verdad eso de que uno nunca deja de ser fumador porque ya iba para doce años pero es que desde chaval, cada vez que echaba un polvo, veía una puesta de sol o se tomaba unas cervezas con los amigos, sentía que le faltaba el cigarrillo en la mano para estar completo.

Observó el poleo. Aún estaba demasiado caliente como para disfrutarlo. El local era el típico bar-restaurante de carretera nacional -no soportaba los de franquicias de las áreas de descanso de las autovías-, con su garrota colgando, sus azulejos con frases y refranes, un par de cuadros de toreros firmados, sus casetes y CDs que nadie compraba, el reloj de pared -de KAS en concreto- y la mezcla de paisanos y viajeros a partes casi iguales. Y la pareja de la Guardia Civil que en esos momentos entraba.

Miró de nuevo por la ventana. El sol se recortaba contra la silueta de unos montes que minutos antes no se veían. Pronto se haría de noche pero aún le quedaban unos minutos mientras el sol se enterraba y por el lado opuesto salía una oronda luna llena.

Llegó el momento. La noche era fresca, no fría, y resultaba agradable pasear por el arcén. Aún no le apetecía hacer autoestop así que siguió caminando hacia el puerto de montaña al que iba todos los años por estas fechas, cuando se mató en una curva de la carretera.

sábado, 7 de marzo de 2009

Sueños recurrentes

A Marion le gustaba tumbarse en el jardín de su casa a ver cómo el cielo se volvía transparente cada noche y dejaba ver las estrellas que ocultaba durante el día. Llevaba ya demasiados años en esa silla de ruedas y pocas cosas le quedaban en la vida que le pudieran hacer un mínimo de ilusión. No es que fuera vieja, pero sentía que la vida no podía aportarle nada más. Tampoco es que quisiera morir. Simplemente, ya vivía más del tiempo que le tocaba.

Se despertó en el corazón de la noche. Hacía bastante frío y tenía la ropa mojada y los pies descalzos y helados. Estaba en mitad del campo, lejos de su casa, lejos de su silla. A ver ahora cómo volvía. Estaba harta de esos sueños recurrentes en los que se alejaba de su rutina y su cuerpo físico obedecía.

viernes, 6 de marzo de 2009

El rector

¡Por fin había conseguido ser rector de una universidad! Y no era una universidad cualquiera, era la más exclusiva del país y, con casi toda certeza, del mundo. Desde que el profesor de matemáticas le suspendiera -injustamente- en segundo de carrera se había jurado que algún día llegaría a lo más alto y demostraría a cualquiera de los que se habían reido de él que se habían equivocado.

Ahora, con cincuenta años recién cumplidos, se hacía realidad su sueño. Una vida de esfuerzo y ahorro y una buena dosis de suerte -más de doce millones de euros entre lotería, ahorro y dividendos- fueron la llave que abrió las puertas de su cielo particular. Le habían tildado de loco, más cuanto más se acercaba a lograrlo.

Y ahí estaba sentado en su despacho de rector, ante su mesa de rector, en su silla de rector. No necesitaba ni profesores y alumnos para disfrutar de su universidad.

jueves, 5 de marzo de 2009

Un viaje precioso

Nada podía borrar la ilusión que le afloraba a la cara. Nunca había viajado si no era a las aldeas más cercanas y ya era una vieja sin nada que hacer a quien se le presentaba la oportunidad de disfrutar de un viaje que seguramente sería el último que haría.

Casi todos sus compañeros eran ya ancianos salvo por un par de niños y un grupo de soldados que no paraban de reir y charlar animadamente. Casi todos parecían aburridos, resignados, tristes... Sólo los militares y ella parecían tener un brillo de ilusión en la mirada. Qué pena que la gente no supiera apreciar la belleza de las pequeñas cosas, que vivieran siempre pensando en lo que no han podido tener, en lo que no ha podido ser, en lo que han perdido.

Pues peor para ellos. Ella, que había tenido una vida humilde, ahora pensaba disfrutar como nunca lo había hecho. El paisaje era realmente hermoso, altas montañas llenas de escarpes que rasgaban las nubes y que caían casi a plomo hacia la ribera del río. Nada que ver con las llanuras y suaves lomas de su tierra. Éste era un lugar que se quedaba grabado para siempre en la memoria.

Después de dar un paseo por la orilla del río -qué placer: no le pesaban las piernas, se sentía joven- se acercó al embarcadero. La barca que se acercaba era sencilla, antigua y robusta. Pocas veces había podido admirar una obra de artesanía tan sobria, tan útil, tan hermosa en su sencillez. Seguro que a su difunto marido, carpintero, le habría causado escalofríos de placer sentarse en aquella belleza.

La barca había atracado. Sonrió al piloto de la misma -qué hombre más serio y enjuto-, se sacó el óbolo de la boca y se lo depositó en la mano. Caronte la dejó pasar.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Gustos

Le hubiera bastado con comerse un par de pomelos para sentirse satisfecha pero tenía tanta ansiedad de cítricos que no paró hasta comerse el quinto. ¿Por qué le gustaban tanto los pomelos, si eran ácidos y amargos? Pues no tenía ni la más remota idea. Pero tampoco sabía por qué le gustaban tanto otras cosas. ¿Tenía sentido darle vueltas? No. Pero un poco sí. Si no comprendía aspectos tan básicos de su persona, ¿cómo iba a aceptarse, a madurar definitivamente, a quererse?

Se metió dos dedos en la garganta y vomitó.

martes, 3 de marzo de 2009

2.0

Lo cierto es que no entendía por qué tenía que hacer caso a su padre en todo. Sus amigos -casi todos- habían estudiado o se habían puesto a trabajar en aquello que realmente les gustaba y no en lo que sus padres querían para ellos. Pero él no. Él, claro, tenía que seguir los deseos de su padre. Daba igual que él quisiera ser o hacer con su vida. Era una puta sombra de su viejo, con sus delirios de grandeza, con su manía de decirle desde pequeño que él era especial.

Y ahora, crucificado, encima le tenía que dar las gracias.

lunes, 2 de marzo de 2009

Psiquiatría

Estoy harta de ver siempre a los mismos pacientes. Debí haberme dedicado a otra cosa. Pero no, ahí estoy, en el ala de psiquiatría de este infecto hospital al que no me queda más remedio que venir una y otra vez y aguantar a las personas -por decir algo- que se esconden tras esas caras que nunca cambian.

Aún soy joven pero no tengo el valor de dejar atrás mi plaza fija, mandar a la mierda todo lo que me está matando y empezar a vivir una vida sencilla que me haga sentir plena y feliz. Qué fácil resulta verlo desde fuera y qué jodido es vivirlo. Pero la amargura me puede y, a pesar de mis conocimientos, no me atrevo.

Ser profesora de instituto me está matando.

domingo, 1 de marzo de 2009

La voz de la conciencia

Era la primera vez que robaba comida. Siempre se había ganado la vida de forma honrada. Profesor, tendero, camarero, peón. Cualquier cosa con tal de sacar adelante a los suyos por sus propios medios.

Las cosas fueron yéndole a mejor: con unos pocos ahorros que había logrado acumular montaron él y un amigo una pequeña casa de trueque. Poco a poco los vecinos fueron dando paso a otras gentes que venían de más lejos en busca de su pequeño golpe de suerte. Se fue haciendo un hueco en la sociedad hasta que un día recibió la visita de alguien muy importante.

Había entrado en el juego: pagaba facturas de burdeles, hoteles y restaurantes a cambio de favores políticos. No tardo mucho en hacerse un hueco entre altos cargos de la burocracia. Él se repetía una y otra vez que no hacía nada malo, que no hacía ningún daño a nadie cubriendo las espaldas a gente importante a cambio de favores. Pero un pensamiento recurrente le reconcomía, y dejó sus negocios a cambio de algo que creyó mejor.

Y ahí se encontraba ahora: robando a los más pobres, quitándoles los pocos medios que tenían para subsistir. ¿Era eso lo que él había querido?

No le gustaba ser ministro.