domingo, 3 de mayo de 2009

Hogar (y III)

A lo lejos podía divisar la tierra prometida: una enorme montaña que se elevaba sobre las hierbas de la llanura. Con ella, montones de otros colonos, casi todos desconocidos y que procedían de distintos lugares. El olor de la comida, la promesa de un hogar cálido donde poder establecerse y criar a sus hijos. Ningún equipaje consigo, sólo la determinación de conseguir sus objetivos o morir en el intento.

Escogió un lugar cercano a la cima y comenzó a acondicionar la entrada del que sería su hogar. Era un sitio magnífico, hacia el norte de la montaña donde no daría demasiado el sol y fácil de excavar para ampliarlo. El lugar vibraba con el bullicio de sus nuevos habitantes, atareados con sus nuevos hogares, recogiendo comida, relacionándose unos con otros, peleándose por un terreno mayor o mejor que el del vecino.

Y sin previo aviso llegó el diluvio que lo arrasó todo: vidas segadas, la montaña derrumbándose y tragándose todas sus esperanzas. Cesó el agua. Muertos y moribundos yacían en charcos entre las hierbas. Estertores de agonía por todos lados. Unos pocos lograban encaramarse a lugares altos y buscaban el sol para secarse, los más perecían ahogados.

Josué colgó la manguera. Joder, en verano cualquier mierda de Molly, su ternera, se llenaba de insectos en cuestión de minutos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Inesperado!! Genial! no me gustaría ser uno de esos colonos :(