miércoles, 13 de mayo de 2009

Deseos

Desde que le leyeron el cuento del Rey Midas había deseado poder convertir en oro todo lo que tocara. Él era mucho más listo que ese rey y ya sabía cómo evitar que le pasase todo eso. El problema era que todo lo que tocase se convertiría en oro. Así, sólo tenía que evitar tocar aquello que no quería que se convirtiese y, en vez de tocarlo, ser tocado por ello. Le diría a alguien de confianza que le pusiese unos guantes y así ya podría manipular las cosas sin convertirlas en oro. Y para comer, aunque fuera incómodo, haría que le alimentasen con un tubo, como hacían con el abuelo en el hospital.

Así que cada noche rezaba con todos sus fuerzas para que le sucediese lo mismo que a Midas hasta quedarse dormido. Siguió haciéndolo con la pubertad, con la adolescencia, con su madurez recién estrenada. Y para su vigésimo cumpleaños, sus amigos le pagaron una puta para estrenarse. Y al ponerse el preservativo, éste se convirtió en oro. No podía creérselo y comenzó a pegar gritos de alegría.

Zzyrgh y Xrrowhn asistían estupefactos al magnífico espectáculo que se abría ante sus ojos. De todos los planetas que habían visitado en la galaxia en su luna de miel, ninguno mostraba una sensibilidad artística como éste en el que se encontraba. Era un planeta lleno de vida, de plantas, de animales. Verde, azul, pardo, amarillo. Todas las tonalidades tenían cabida en ese mundo medio cubierto de océanos de agua azul como su cielo.

Y la raza inteligente que un día habitó ese planeta -se había extinguido y aún se desconocía la causa- había dejado un legado de decenas de miles de detalladas estatuas de oro de mujeres.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Los deseos muchas veces no nos conducen a lo que soñamos: la felicidad.
Muy bien continuado el cuento del Rey Midas.

Anónimo dijo...

Very good :-) How are you own dreams doing ?

Anónimo dijo...

deberias contar hasta diez... o hasta diez mil antes de escribir
cosas como esta.