domingo, 16 de agosto de 2009

El sueño inalcanzable

Esto es sólo el esquema de un sueño que tiene Oiron en la novela. Lo acabo de escribir y he estirado mis brazos:

Sueña que vaga por una llanura yerma a la luz de una única luna pálida que ilumina todo con una intensidad que hace daño a los ojos. El suelo tiene el aspecto de una infinita llanura de harina, de piedras de harina, de rocas de harina. No sabe qué hace ahí, de dónde viene, hacia dónde camina. Mira hacia atrás, no ha dejado huellas. Mira al cielo y es un manto negro que le pesa sobre los hombros a pesar de la belleza de las estrellas que lo pueblan. Sólo le queda caminar hacia una luna que nunca alcanzará.
Lleva caminando no sabe cuánto y el paisaje sigue siendo el mismo y distinto con cada paso que da. La luna sigue en el mismo sitio, ligeramente por encima del horizonte y las estrellas parecen haberse ido cansando y apagándose poco a poco, cada vez hay menos y brillan con menor intensidad.
Se ha cansado de caminar. Se sienta. Se tumba y el suelo está duro y extremadamente frío, y el frío atraviesa sus ropas y su piel y se le mete dentro. Siente un escalofrío y tirita. Pero no quiere caminar, no quiere caminar por caminar, no tiene un por qué. Mira el firmamente, espera ver una estrella fugaz, un destello de cambio en ese mundo frío y muerto. Pero no llega y el frío es aún más insoportable que caminar sin un porqué.
Se gira sobre sí mismo, apoya ambas manos y se incorpora, tomando un puñado de tierra. Abre su mano y parte del polvo cae, parte queda en su palma temblorosa. Es un polvo ligero, hueco. Lo acerca a su nariz y huele a ceniza y ese olor se le mete hasta el fondo de su ánimo. Cabizbajo, sigue caminando en dirección a la luna. Atrás queda la huella de su cuerpo tumbado, sin pisadas que se le acerquen o partan de allí.
Trata de recordar algo de su vida, de su pasado, de quién es él pero sólo consigue que afloren a su rostro lágrimas de frustración que resbalan y dejan un rastro de sal sobre su piel. "¿Por qué?" se pregunta, pero no hay respuesta. Se acuclilla y sigue llorando y sus lágrimas caen al suelo durante horas hasta que abre de nuevo los ojos para ver un charco de barro lechoso a sus pies. Mete un dedo en él y lo observa. El barro se va evaporando y deja una costra blanca que se rompe cuando flexiona el dedo. Toma un poco de polvo y lo mezcla con el charco hasta acabar con una pelota arcillosa que manosea hasta que queda templada. Sigue caminando mientras juguetea con ella y hace un perrito que observa sobre su palma abierta. Sonríe y el perro se sienta y le ofrece su burda patita. Con el índice de la otra mano acaricia su nuca arcillosa y el perrito mueve el rabo y ladra cuando retira el dedo. Lo deja en el suelo y el perrito corretea a su lado, se adelanta, vuelve a él. Y deja un rastro de diminutas patitas en un suelo que ya no parece tan muerto.
Tiempo después un ejército de diminutas figuras blancas pululan a su alrededor ladrando, maullando, gorjeando y se siente feliz porque ya no está solo y se ríe y el eco de su risa retumba en la noche. Camina hacia la luna porque quiere seguir caminando junto a sus criaturas, llora para seguir llenando su mundo de vida.
Y entonces mira a esa luna que un día le pareció imposible de alcanzar y sacude la cabeza y ríe y sus criaturas reflejan el eco de su alegría. La mira fijamente y estira los brazos hacia ella y la envuelva en sus manos. Siempre estuvo ahí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque el sueño sea inalcanzable, nunca se debe dejar de soñar. Ya sabes, si no sueñas mueres.

Anónimo dijo...

Creo que era: Si dejas de soñar mueres.

Van dijo...

si dejas de vivir, mueres, era así de profundo

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