domingo, 19 de abril de 2009

Toda una mujer

Todos los días le parecían iguales desde que se convirtió en toda una mujer. El trabajo, lo más descorazonador. Siempre le hubiera gustado dedicarse a algo que le llenara, algo que requiriese un toque personal, imaginativo, pero por una cosa u otra no había sido capaz de encontrarlo. Trabajos de oficina, de dependienta, incluso de repartidora. Ninguno le facilitaba crecer como persona. La hipoteca. Era una putada y se comía dos terceras partes de su sueldo. Las amigas. En el fondo eran todas iguales: muchas risas, muchos chismorreos y demás tonterías, pero ninguna llenaba los huecos que le había dejado la juventud, la despreocupación de vivir al día sin miedo a la rutina. Esther. Muchos años a su lado. Sonrisas, gritos, orgasmos, perdones. Todo había terminado y había dejado demasiadas cosas rotas. Se estaba volviendo una amargada vieja prematura, ¿verdad?

Tantas ilusiones de joven, tantas promesas de lo que sería mirarse en el espejo y ver a una mujer independiente, capaz de hacer con su vida lo que quisiera. ¿Y si se había equivocado? ¿Y si no se hubiera operado y aún fuera Tomás?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Aqui se podría aplicar eso de: "virgencita que me quede igual"
La felicidad y la astisfacción en la vida hay que buscarla dentro. Nace desde nuestro interior independientemente del sexo, de los amigos...