sábado, 25 de abril de 2009

Postes

Desde muy pequeño sentía pavor de los postes de teléfono. Esos maderos descarnados, muertos. Tétricos con los herrajos clavados en la cabeza. No podía dejar de sentir su presencia ominosa rodeándole, extendiéndose hacia ambos horizontes.

Si por él fuera se hubiera ido a cualquier lugar dejado de la mano de Dios, lejos del más mínimo indicio de civilización. Pero no, estaba destinado a crecer junto a su familia en las afueras de esa ciudad de provincias. Al menos aún había animalillos que se atrevían a hacer sus vidas en las zonas menos estropeadas.

Pero los postes... eran demoníacos. Lo último que veía antes de dormir y los primero al despertar. No los soportaba más. Iba a volverse loco. Odiaba ser un pino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy descriptivo y original. A mi tampoco me gusta ser un poste, prefiero ser pino.

Anónimo dijo...

Me ha encantado. En la vida se tropieza uno con muchos postes amenazantes.