lunes, 27 de abril de 2009

Puertas que ya no importa cerrar

No tenía mucha razón de ser seguir echando el cierre de la puerta cada noche pero cuando una se acostumbra a algo, y le parece bueno, no deja de hacerlo de la noche a la mañana. Arrastró sus pies hacia la mesita y se sirvió un vaso de agua que bebió en el sitio. La luna llena acababa de salir e iluminaba los sembrados abandonados plagados de matojillos de malas hierbas con una luz que parecía aplastarlos en un gigantesco decorado.

Esas noches de primavera aún hacía frío, sobre todo cuando el cielo estaba limpio de nubes y soplaba el viento de las montañas. Como esa noche. Ojalá aún estuviera su marido. Tantos años juntos en los que funcionaban en una perfecta simbiosis de responsabilidades y tareas y ahora su vida se encontraba coja.

Se quitó las botas y el abrigo y se metió en la cama con la ropa puesta. Estaba helada, tiritando. Si se quedaba completamente quieta pronto empezarían a calentarse las sábanas, las mantas, y podría conciliar el sueño. Recordó aquella carta en la que él le dijo que ambos habían abierto la puerta de la que mucha gente ni tan siquiera encuentra la llave. Ahora sólo quedaba una puerta, una llave. Miró al cielo, Orión giraba lentamente sobre ella. Una lechuza voló a ras de la cama y se posó sobre las ruinas de la fachada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien ambientado. Tierno. Mágico el simbolismo de la llave.

Anónimo dijo...

Hay momentos en que ya no hace falta hacer las mismas cosas, se puede liberar uno de la rutina.