domingo, 12 de abril de 2009

Enganchado

No iba a hacerlo nunca más pero sí esa noche, la última. Luego lo dejaría porque le estaba destrozando la vida. Sentía una mezcla de desprecio y autocompasión; era un pelele en manos de su búsqueda descontrolada de la satisfacción inmediata.

Su mujer no sabía nada, al menos eso quería creer él. Lo había dejado hacia semanas, eso habían acordado, pero su cuerpo seguía igual de mal, sin mostrar signos de mejora. Y no podía seguir así, yendo a un descampado a meterse su dosis, engañando a la persona a la que más quería.

Llegó a las ruinas de una de tantas casas de una urbanización ilegal a medio construir y ató a su perro a uno de los hierros retorcidos de un forjado que nunca llegó a hormigonarse. Se acuclillo, dejó el hornillo de gas y lo encendió. Sacó el resto de las cosas que necesitaba y las dejó en el suelo. Se sentó.

Tomó entre sus dedos el sobrecito de papel de aluminio y lo desdobló. Estaba lleno de ese polvo maldito. Aprentó los ojos, suspiró, se cagó en Dios y en su suerte y en su puta calavera y cogió la cucharilla y miró el reflejo del hornillo en el canto de la misma. Adelante, la última vez.

Llegó a su casa sonriente. "Chusky tenía ganas de pasear" le dijo a su mujer. La besó y se sintió culpable y luego feliz por su decisión. Ahora todo iría bien, su salud, su vida se lo agradecerían. Por fin adelgazaría, se acabó el Colacao.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si, si hay cosas y sustancias que enganchan igual que la cocaina, la cocacola, etc.