martes, 24 de marzo de 2009

Tempus fugit

El reloj marcaba las horas cada vez más lento, como si llegase al final del día agotado, sin energía. No eran más que las primeras horas de la noche y ya todo el mundo se encontraba durmiendo. Todos menos él. Vale que llevaba un par de cervezas en el cuerpo, pero tampoco era como para perder la noción del tiempo.

El sofá era muy cómodo. Uno podría quedarse dormido en él incluso ya de mayor. Pero si lo que uno hacía era mirar fijamente el movimiento -la falta de movimiento- de las manecillas del reloj, el efecto era el de una mano fría agarrándole a uno el cuello.

Jesús estaba esperando a que llegaran sus nietos de clase. El reloj parecía casi casi parado: una manecilla lograba dar el salto cada minuto, minuto y medio. No quería que eso acabara así. No. Era injusto. Injusto, cruel, innecesario. El tiempo era cada vez más largo.

Hasta que por fin se detuvo y Jesús quedó inmerso en un mundo inerte, inmóvil. El tiempo se le había acabado. Se quedaba esperando a unos nietos que nunca llegarían en un tarde eterna de la que jamás saldría.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante modo de describir la llegada de la muerte. Por lo menos así lo he interpretado yo.