jueves, 5 de marzo de 2009

Un viaje precioso

Nada podía borrar la ilusión que le afloraba a la cara. Nunca había viajado si no era a las aldeas más cercanas y ya era una vieja sin nada que hacer a quien se le presentaba la oportunidad de disfrutar de un viaje que seguramente sería el último que haría.

Casi todos sus compañeros eran ya ancianos salvo por un par de niños y un grupo de soldados que no paraban de reir y charlar animadamente. Casi todos parecían aburridos, resignados, tristes... Sólo los militares y ella parecían tener un brillo de ilusión en la mirada. Qué pena que la gente no supiera apreciar la belleza de las pequeñas cosas, que vivieran siempre pensando en lo que no han podido tener, en lo que no ha podido ser, en lo que han perdido.

Pues peor para ellos. Ella, que había tenido una vida humilde, ahora pensaba disfrutar como nunca lo había hecho. El paisaje era realmente hermoso, altas montañas llenas de escarpes que rasgaban las nubes y que caían casi a plomo hacia la ribera del río. Nada que ver con las llanuras y suaves lomas de su tierra. Éste era un lugar que se quedaba grabado para siempre en la memoria.

Después de dar un paseo por la orilla del río -qué placer: no le pesaban las piernas, se sentía joven- se acercó al embarcadero. La barca que se acercaba era sencilla, antigua y robusta. Pocas veces había podido admirar una obra de artesanía tan sobria, tan útil, tan hermosa en su sencillez. Seguro que a su difunto marido, carpintero, le habría causado escalofríos de placer sentarse en aquella belleza.

La barca había atracado. Sonrió al piloto de la misma -qué hombre más serio y enjuto-, se sacó el óbolo de la boca y se lo depositó en la mano. Caronte la dejó pasar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si señor, me ha gustado :)