martes, 20 de enero de 2009

Pordiosero

A Joaquín le echaban de todos los bares de Sevilla. Era negro y olía a rayos, vivía en la calle desde hacía meses y nunca decía nada, no se metía con nadie, no buscaba bronca. Sólo buscaba comer alguna cosilla y echar un trago. Pero siempre le miraban mal y acababan echándole a voces y casi casi a patadas. Y nadie parecía sentir por él la más mínima compasión.

Hasta que un día apareció Diego, un chaval extremeño que le tendió la mano, se sentó con él en un banco del parque, y compartió medio bocadillo de queso. Le miró a los ojos y le dio un vuelco el corazón. Diego le dio un abrazo y juntos fueron a ponerle el chip al veterinario.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, consigues emocionarme cuando menos me lo espero :-)

Anónimo dijo...

Bonita historia, me recuerda a otro que dormía debajo de un coche y que tambien le rehuían por que le olía mal el aliento, pero supo ganarse el cariño de todos con sus mordisquines y sus orejitas en forma de paraguas.