miércoles, 1 de octubre de 2008

Con las botas puestas

Los caracoles eran de lo más molesto. Crujían bajo el peso de sus botas y dejaban el suelo resbaladizo como la clara de un huevo. En vez de poner su atención en los peligros de la noche se dedicaba a tratar de no caerse en su camino por las zonas más oscuras de la ciudad. Se sentía morir, el estómago se le quería salir por la boca, pero tenía que llegar como fuera antes de que amaneciera o todo habría sido en balde. Y mucha gente dependía de él. Demasiada gente.

Un par de manzanas más adelante tuvo que detenerse. No podía más y se dejó caer ante un portal. No iba a conseguirlo, no podía casi ni andar. Agarró una bota pero se quedó inconsciente antes de poder hacer nada.

Le despertaron las voces de Martín, su compañero. Le habían encontrado a tiempo. Le ayudó a levantarse. Menos mal. Aliviados, echaron un trago a una de las botas de tinto y se fueron a buscar al resto de la peña para beber un poco antes de los encierros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Otra vez más genial. Final inesperado, jejejejejeje