martes, 14 de octubre de 2008

Hambriento

No sabía que hacer con ese manojo de hojas verdes y arrugadas que acababa de robar del puesto del mercado. Estaba muerto de hambre y de miedo, en un país extraño, hostil, en el que se sentía vigilado y sentía que sólo podía confiar en sus dos compañeros. Tenía mucha hambre, muchísima. Se sentía desfallecer. Pero no podía detenerse para comer. Así no. Sus amigos le esperaban y comerían juntos, poniendo en común lo que habían conseguido. Como todos los días.

Por fin llegó al callejón. Nadie le había seguido. Trepó por la escalera de incendios y entró por la ventana rota del primer piso. Allí le esperaban. Extendió la mano y dejó caer los billetes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Genial, genial sin pasion de m....