miércoles, 1 de octubre de 2008

Acechando en las sombras

Al final el jefe no le había dejado muy claras las órdenes pero le daba vergüenza volver para preguntar a qué se refería en concreto. Sabía que tenía que seguir a aquella mujer a todas partes sin que ella se diera cuenta, observarla con toda su atención, llegar a conocerla tanto como para sentir que ambos formaban una extraña pareja en la que uno no sabe de la existencia del otro.

La mujer salió del edificio de oficinas y él la siguió como un fantasma en la noche. El sonido de sus tacones se reproducía entre las paredes del callejón y rebuscaba las llaves en su bolso sin detener el paso. Unos chicos fumaban unos canutos bajo el cono de luz de una farola excesivamente potente. Levantaron la mirada al oír sus pasos e, instantes después, se fueron apresurados en dirección contraria.

La mujer giró la cabeza y observó al hombre del abrigo gris que le iba ganando terreno. Al poco echó a correr. Él también. No podía correr bien con los tacones. Se le rompió uno, tropezó, y cayó al suelo tras rebotar contra un cubo de basura. El hombre llegó a su lado y le mostró el cuchillo de caza con la media sonrisa más fea que jamás había visto. Se quitó el abrigo y se acercó aún más a ella.

Un geranio con su maceta le cayó en plena cabeza y, dejando escapar un quedo sonido, perdió el conocimiento. La chica miró hacia arriba y no vio nada. Se levantó, y salió corriendo.

Por fin había entendido las órdenes del jefe. No estaba mal su estreno como ángel de la guarda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ainsssss pobrecillo, vaya chichón el primer día