lunes, 6 de octubre de 2008

Amigos

Nunca se había planteado que acabaría torneando patas para mesas. Y el caso es que le gustaba hacerlo. Secretamente, pensaba que un poquito de arte sí que tenía, que no era algo completamente mecánico. Sacar de un bloque de madera una pata hermosa y a la vez útil tenía su regusto a ser creador. Luego, a principios de mes, le daban un sobre con el dinero y se lo llevaba a casa -desconfiaba de los bancos y los judíos. Se lo había enseñado su abuelo-. Ya en casa, cogía 40€ y guardaba el resto y se pasaba la tarde en la cantina del apeadero hasta gastarse todo el dinero, perder el conocimiento, o perder todo el dinero. Cuando se quedaba dormido, Mejías, tras echar el cierre al bar, tiraba dos cervezas, le despertaba con unas palmadas en el hombro, y le escuchaba a lo largo de otras dos o tres cervezas antes de cerrar del todo e irse cada uno por su lado.

La noche del cambio de hora discutieron por alguna tontería y Rodolfo dejó de ir al bar. Tenía cada día más trabajo y la fábrica iba viento en popa. Para el puente de la constitución el jefe le llamó a la oficina sonriendo y le sirvió una copa de ese whiskey escocés que guardaba bajo llave.

- La fábrica va muy bien, Rodolfo, y ahora nos ha entrado un pedido para el Ejército de Tierra -el aroma de aquél licor era magnífico-. Así que vamos a ampliar y modernizar las instalaciones.

El cheque que llevaba en el bolsillo pesaba demasiado. A la calle tras media vida de trabajo por culpa de unos robots. Echaba de menos al cabronazo de Mejías. Y tampoco había sido para tanto la discusión. Dejó el sobre en casa, cogió 50€, un cuarto de queso curado que guardaba y se acercó a la cantina. Dos máquinas de refrescos, dos de chucherías y una de emparedados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eso es la modernidad, en fin...