lunes, 15 de septiembre de 2008

Los que quedan

En unas cuatro horas se habrían quedado sin oxígeno y el equipo de rescate no daba señales de vida. La verdad es que el batiscafo no resultaba tan claustrofóbico cuando funcionaba, pero eso de quedarse sin oxígeno ni energía a más de seis mil metros de profundidad en el océano daba un poco de angustia. Y ni siquiera podía uno asomarse por la ventanilla para que la última imagen antes de morir fuera la de un hermoso paisaje, un lugar que ningún hombre había mancillado o un oscuro infierno con presencia en el mundo físico. No, sólo le quedaría el recuerdo de la cara fea y asustada del doctor P. Sørensen y las asépticas paredes de la pelota de metal en la que estaban.

Decidieron poco después esperar hasta que casi no les quedase oxígeno y, si el equipo de rescate no aparecía, abrirían las escotillas y dejarían que las aguas abisales se hicieran cargo de sus cuerpos -reventados instantáneamente por la tremenda presión- como alimento para los fascinantes seres que habían bajado a estudiar. Al menos así dejarían un hermoso recuerdo para los que quedaban en tierra.

Al final, tras un largo abrazo, se dispusieron a despresurizar la cabina. No sabían que, tras el holocausto nuclear, con ellos se extinguía la especie humana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡¡¡¡Joderrrrrrrrrrrr!!!!! genial