lunes, 22 de septiembre de 2008

Siete

Dos más tres son siete. Siempre le salía esa cuenta. Maldita sea. Le hubiera gustado aprender a sumar e incluso multiplicar pero ya, con veintiocho años era demasiado tarde. Sabía que eran cinco sí, pero la musiquilla con la que recordaba las sumas le decía siempre siete, siete, siete. Por más que fueran cinco.

Luego estaban los pimientos, que siempre eran tres: dos rojos y uno verde. Pero la suma de dos y tres daba siete. Vamos, que daba cinco, pero le salían siete. De memoria, claro. Con los dedos salían cinco.

No entendía por qué le había tocado este puesto si no sabía aún contar. En fin, el trabajo es el trabajo. A Egipto le tocó aguantar las aguas de sangre y las langostas.

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