lunes, 25 de agosto de 2008

Mandarinas

Las mandarinas, aunque pequeñas, estaban deliciosas. Eran de piel muy fina, un poco difíciles de pelar, y le habían llenado de color y olor el espacio entre uñas y dedos. Quizá fuera cierto eso de que la fruta robada sabe mejor, porque ésta le estaba sabiendo a gloria. Y no era por los dos días que llevaba sin comer. Si sólo pudiera beber un poco de vino, ya hubiera sido un día perfecto. Peló una mandarina más, se la metió en la boca, y la aplastó entre sus muelas lentamente, dejando que el jugo se derramase por su boca y, tras acariciar sus sentidos, calmase su sed y su hambre. Escupió una pepita.

Cinco mandarinas después se echó a dormir bajo la copa de un vecino olmo. No le dio tiempo a despertarse cuando unos bandoleros le cortaron el cuello y se fueron decepcionados por la ausencia de botín.

Unos años más tarde un poeta sin reconocimiento se sentó a la sombra del olmo a comerse un par de mandarinas que acababa de coger del arbolito de al lado.

No hay comentarios: