El burrito hacia girar la noria incansablemente. Vuelta tras vuelta iba siguiendo un nabo que colgaba de un palo frente a él. A unos pocos cientos de metros empezaba el desierto y eran cientos los kilómetros los que los separaban de la ciudad más cercana. Yusuf, sentado en un muro de adobe comido por los años miraba atento al burro, contando en voz baja las vueltas que daba.
Muchos años después, mientras golpeaba a unos presos en la cárcel en la que trabajaba, le vino a la cabeza el recuerdo del burrito. Esa noche no pudo dormir; nunca supo cómo el burrito había desaparecido.
viernes, 31 de agosto de 2007
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