martes, 28 de agosto de 2007

El teléfono que no suena

Al teléfono le quedaba aún una raya de batería. Y no sonaba. Llevaba demasiadas horas quieta, mirándolo como si de ese modo no se le escapara por un despiste la llamada que no llegaba. Una pequeña bombilla llena de mugre en una lámpara sin pantalla era la única fuente de luz que había en la estancia.

Miró el paquete y sacó los dos cigarrillos que le quedaban. Luego lo estrujó con rabia y lo arrojó hacia una esquina. Tomó uno entre sus labios y lo prendió. Fumó con ansia la primera mitad, luego se calmó y respiró algo de aire entre calada y calada.

El teléfono seguía sin sonar cuando encendió el segundo. Ya no le quedaban más y lo disfrutaría. Claro que lo disfrutaría. Se levantó, cogió el móvil y lo metió en el bolsillo. Luego se acercó a la cama, cogió el abrigo de lana de él y se lo echó sobre los hombros, arrebujándose para salir a una noche llena de luna llena. El frío le mordía los dedos aunque no soplara más que un susurro de brisa que ni movía las acículas de los pinos. Tosió. Siguió fumándose el cigarro que sujetaba con dedos ateridos de frío mientras su mente divagaba por el pálido bosque hasta que el sabor acre del filtro le devolvió al mundo real. Entró en la casa.

Se sentó en la cama y sacó el móvil. La pantalla se había apagado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno.
Ingenioso...