jueves, 9 de agosto de 2007

Corricolari

Todos los días veía al corredor desde su ventana. Unos días llevaba camiseta blanca. Otros azul oscuro. Había también una naranja. Y otras dos amarillas de una empresa de fontanería y otra de azulejos. Pero el pantaloncito era siempre el mismo: uno rojo de aspecto satinado.

Hacía ya dos o tres meses que había cumplido los 90. Eso significaba que llevaba más de medio siglo atado a una silla de ruedas. Hasta su cuadragésimo cumpleaños le había gustado correr casi todos los días. Nunca había participado en una carrera, aborrecía a la gente, pero estaba convencido de que podía haber ganado más de una. Y luego vino el accidente...

Los tres celadores ya estaban preparados con la inyección y las correas. No podían prohibir que Oroitz, el chaval nuevo que venía con el cerebro fundido de Ketamina, se asomara a la ventana. Pero es que cada vez que veía pasar corriendo a alguien por la calle se ponía a gritar, a llorar y correr por la sala empujando a los demás internos contra las paredes.

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