miércoles, 15 de agosto de 2007

Primerizo

Podía sentir el aire fresco acariciando su cuerpo desnudo. Era una noche preciosa, con un cielo cubierto de estrellas que brillaban sin titilar y sin que una sola nube ofuscase el paisaje. Llevaba toda su vida esperando ese momento y tenía miedo de no dar la talla. Nunca antes lo había hecho; ni siquiera lo había intentado, y ahora, al sentir el roce de unos dedos que lo tomaban con la suave firmeza que da la experiencia, sabía que no habría vuelta atrás.

Ahora la mano lo sujetaba sólo con dos dedos por la parte que separaba la cabeza del resto del duro cilindro. Estaba extasiado. Después sintió cómo le acercaban algo caliente por detrás y sintió un fuego en su interior que lo elevó hasta el cielo. No podría aguantar más que unos segundos más...

¡Por fin! Fue una explosión realmente espectacular que derramó en la noche todo lo que le presionaba dentro. Junto a él, de color azul, habían estallado otro rojo y otro verde en lo más alto de la traca final de las fiestas. La gente aplaudió animada.

En la lejanía un perro ladraba.

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