viernes, 17 de agosto de 2007

Trémulo

La lámpara iluminaba el escritorio con una llama temblorosa. El anciano encorvado sobre las hojas escribía deteniéndose de vez en cuando para mojar la pluma en el tintero. No tocaba el vaso de vino que debía llevar horas ahí. Su hija mayor, que le cuidaba desde hacía meses, entró a darle las buenas noches y le besó la calva cabeza. El anciano giró el rostro hacia ella y le sonrió.

A la mañana siguiente el cuerpo estaba frío. La pluma había dejado un borrón sobre el papel en el que descansaba la cabeza del anciano. Los dos últimos renglones eran como zarzas retorcidas que treparan por el papel y el candil apagado estaba vacío de aceite.

Nunca se supo si se apagó primero la llama o el anciano.

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